jueves, 23 de septiembre de 2010
Prefacios
Adital
Por Frei Betto *
No hago prefacios de libros. Ni presentaciones. Es una decisión que tomé hace cinco años al no soportar las presiones de neoescritores para que les escribiese cuanto antes. Dejar de lado mi trabajo literario para leer una obra ajena, fuera de mi campo de interés en aquel momento, me hacía cortar el chorro de la meada. Peor aún cuando a mí quizá no me gustaba el texto y, al señalar fallas o inmadurez en el escrito, y denegar el prefacio, creaba una justa animadversión y hasta en algunos perdía una amistad.
Los escritores tienen muchas virtudes, como la persistencia en tejer (de ahí el vocablo ‘texto’) letra por letra y el contener la ansiedad hasta sentir que han dado lo mejor de sí. Pero somos una canasta de defectos, el más notorio de los cuales es la vanidad literaria. ¿Usted se atreve a decirle a una madre que su hijo es horroroso? Pues de igual manera, los escritores creen que sus obras son lo máximo. Si alguien habla mal del libro no es el libro el malo, es el detractor, que es un burro ignorante, carente de cultura para comprender el valor de la obra.
¿Conoce usted algún clásico de la literatura de ficción precedido de un prefacio? El prefacio es para las obras antiguas que requieren contextualizar al lector moderno. Fuera de eso, funciona como carta de presentación. Ahora bien, si llega a usted alguien presentado por su mejor amigo, no por eso significa que sea simpático y confiable como su amigo. Del mismo modo, no hay prefacio que salve la mala calidad de una obra de ficción. Puede estar firmado por James Joyce o Gabriel García Márquez. Es el libro en sí el que cautiva o no al lector. Fíjese, intenté por tres veces leer y apreciar el Ulises de Joyce, motivado por el prefacio de Antonio Houaiss. Pero fracasé, debido a mi torpeza.
Comprendo que un escritor que se está iniciando quiera ver su obra recomendada por un autor consagrado. Yo mismo no escapé a la tentación de pedirle a Tristão de Athayde y a Dom Paulo Evaristo Arns que hicieran un prefacio a mis dos primeros libros: Cartas desde la cárcel y Desde las catacumbas.
Pero en libros de ficción no se justifica el prefacio. Excepto si se trata de una tragedia griega o de una obra traducida, cuyo autor es desconocido para su nuevo público. Fuera de esto, hay que ir directo al texto y encomiarlo por su calidad intrínseca y no por los adornos colgados por el autor del prefacio. Además, hasta he leído prefacios mejores que el mismo libro recomendado.
Lo que los escritores inéditos deben hacer, frente a la reticencia de las editoriales en publicarlos, es enviar los originales a los innumerables concursos literarios. Un libro premiado abre las puertas de las editoriales. Y no dejarse abatir nunca por la indiferencia de los editores. Proust fue rechazado por André Gide, editor de la casa Gallimard, y Carmen Balcells, una de las más prestigiosas agentes literarias del mundo, devolvió a Umberto Eco los originales de En nombre de la rosa por considerarlo, no una novela, sino una tesis académica novelada… La editorial inglesa Hogarth Press desechó los originales de Ulises, lo que Virginia Wolf, publicada por ella, consideraba "una memorable catástrofe".
Convertirse en autor -pues escritores hay muchos- es una tarea ardua. Exige perseverancia y sobre todo mucha lectura y tiempo dedicado a escribir y reescribir muchas veces el mismo texto. Y si se trata de ficción, el texto nunca estará definitivamente acabado. Como decía Paul Valéry, no se termina una novela, sólo se abandona…
Mi primer editor fue Ênio Silveira, de la Civilização Brasileira. Le pregunté cómo se sabía que un libro está maduro para ser enviado a la editorial y me respondió: "Nunca lo haga sin estar convencido de que usted es el mejor. No bromee con usted mismo". Guimarães Rosa adoptaba y recomendaba el hábito de, terminado un libro, dejarlo "descansar" en el cajón, como masa de pan, por unos meses y entonces volver a releerlo. El autor ciertamente lo hará con ojo crítico, mejorando el texto. Además de seguir dicho consejo, siempre entrego mis originales a media docena de lectores calificados para que hagan críticas y sugerencias.
[Autor de "Hotel Brasil. El misterio de las cabezas degolladas", entre otros libros. http://www.freibetto.org/> twitter:@freibetto.
Copyright 2010 - Frei Betto - Traducción de J.L.Burguet]
* Escritor y asesor de movimentos sociales
Por Frei Betto *
No hago prefacios de libros. Ni presentaciones. Es una decisión que tomé hace cinco años al no soportar las presiones de neoescritores para que les escribiese cuanto antes. Dejar de lado mi trabajo literario para leer una obra ajena, fuera de mi campo de interés en aquel momento, me hacía cortar el chorro de la meada. Peor aún cuando a mí quizá no me gustaba el texto y, al señalar fallas o inmadurez en el escrito, y denegar el prefacio, creaba una justa animadversión y hasta en algunos perdía una amistad.
Los escritores tienen muchas virtudes, como la persistencia en tejer (de ahí el vocablo ‘texto’) letra por letra y el contener la ansiedad hasta sentir que han dado lo mejor de sí. Pero somos una canasta de defectos, el más notorio de los cuales es la vanidad literaria. ¿Usted se atreve a decirle a una madre que su hijo es horroroso? Pues de igual manera, los escritores creen que sus obras son lo máximo. Si alguien habla mal del libro no es el libro el malo, es el detractor, que es un burro ignorante, carente de cultura para comprender el valor de la obra.
¿Conoce usted algún clásico de la literatura de ficción precedido de un prefacio? El prefacio es para las obras antiguas que requieren contextualizar al lector moderno. Fuera de eso, funciona como carta de presentación. Ahora bien, si llega a usted alguien presentado por su mejor amigo, no por eso significa que sea simpático y confiable como su amigo. Del mismo modo, no hay prefacio que salve la mala calidad de una obra de ficción. Puede estar firmado por James Joyce o Gabriel García Márquez. Es el libro en sí el que cautiva o no al lector. Fíjese, intenté por tres veces leer y apreciar el Ulises de Joyce, motivado por el prefacio de Antonio Houaiss. Pero fracasé, debido a mi torpeza.
Comprendo que un escritor que se está iniciando quiera ver su obra recomendada por un autor consagrado. Yo mismo no escapé a la tentación de pedirle a Tristão de Athayde y a Dom Paulo Evaristo Arns que hicieran un prefacio a mis dos primeros libros: Cartas desde la cárcel y Desde las catacumbas.
Pero en libros de ficción no se justifica el prefacio. Excepto si se trata de una tragedia griega o de una obra traducida, cuyo autor es desconocido para su nuevo público. Fuera de esto, hay que ir directo al texto y encomiarlo por su calidad intrínseca y no por los adornos colgados por el autor del prefacio. Además, hasta he leído prefacios mejores que el mismo libro recomendado.
Lo que los escritores inéditos deben hacer, frente a la reticencia de las editoriales en publicarlos, es enviar los originales a los innumerables concursos literarios. Un libro premiado abre las puertas de las editoriales. Y no dejarse abatir nunca por la indiferencia de los editores. Proust fue rechazado por André Gide, editor de la casa Gallimard, y Carmen Balcells, una de las más prestigiosas agentes literarias del mundo, devolvió a Umberto Eco los originales de En nombre de la rosa por considerarlo, no una novela, sino una tesis académica novelada… La editorial inglesa Hogarth Press desechó los originales de Ulises, lo que Virginia Wolf, publicada por ella, consideraba "una memorable catástrofe".
Convertirse en autor -pues escritores hay muchos- es una tarea ardua. Exige perseverancia y sobre todo mucha lectura y tiempo dedicado a escribir y reescribir muchas veces el mismo texto. Y si se trata de ficción, el texto nunca estará definitivamente acabado. Como decía Paul Valéry, no se termina una novela, sólo se abandona…
Mi primer editor fue Ênio Silveira, de la Civilização Brasileira. Le pregunté cómo se sabía que un libro está maduro para ser enviado a la editorial y me respondió: "Nunca lo haga sin estar convencido de que usted es el mejor. No bromee con usted mismo". Guimarães Rosa adoptaba y recomendaba el hábito de, terminado un libro, dejarlo "descansar" en el cajón, como masa de pan, por unos meses y entonces volver a releerlo. El autor ciertamente lo hará con ojo crítico, mejorando el texto. Además de seguir dicho consejo, siempre entrego mis originales a media docena de lectores calificados para que hagan críticas y sugerencias.
[Autor de "Hotel Brasil. El misterio de las cabezas degolladas", entre otros libros. http://www.freibetto.org/> twitter:@freibetto.
Copyright 2010 - Frei Betto - Traducción de J.L.Burguet]
* Escritor y asesor de movimentos sociales
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