En el noticiero vespertino del quince de septiembre de una emisora radial de alcance nacional, el presentador de noticias fue preciso: “En San Pedro Sula la llamada resistencia hizo de la suyas”. La nota de prensa no tuvo desperdicio: los líderes de la resistencia, entre ellos al grupo juvenil de música con mensaje social Café Guancasco, provocaron a la policía, promovieron el desorden y la violencia. La policía no tuvo más remedio que actuar en su defensa. No hubo mención del muerto ni de los heridos, mucho menos de las amenazas a colegas periodistas.
El cerco mediático sigue su curso y su formato implacable. No existe ni la más pizca de apertura a un periodismo de mínimos éticos. Y es así porque prosigue intachable el comportamiento de las elites hondureñas en relación con quienes se oponen a sus privilegios. Su decisión es invariable e implacable: hacer uso de lo que sea, sin importar costos humanos con el fin de preservar sus privilegios. No hay camino posible que no sea el de sus ganancias y el de usar el Estado con estricta ventaja para sus intereses.
El asunto en el país sigue intacto. Aquí no hay comisión de la verdad que valga, y si vale es porque dice las cosas de tal manera que deja intacto todo el asunto del país. Eso sí, los voceros de estas elites, en plena sintonía con los equilibristas y los prudentes, se desgañitan hablando de reconciliación, de paz y de unidad. Y con gusto aceptarían y promoverían los abrazos --con todo y fotografías para la divulgación—con aquellos opositores que garanticen que el asunto del país seguirá intacto.
En la lógica de estas minorías, son buenas las personas que promueven cambios morales individuales sin cuestionar jamás el estado de cosas que sostiene y justifica la exclusión y la desigualdad estructural. Lo ideal es tener altos empresarios y políticos cuya bondad la expresen en donativos para sostener obras de caridad en parroquias o ministerios religiosos de los prudentes y equilibristas, sin trastocar nada de fondo que ponga en riesgo el modelo productor de desigualdades.
Pero cuando las personas y los grupos demandan cambios estructurales que quiebren con la exclusión, y cuando exigen una nueva estructuración del país que rompa con el control del Estado y de la sociedad por minorías adineradas y privilegiadas, entonces leña con ellos, porque encarnan la maldad, atentan contra la democracia y las leyes, son serviles de consignas internacionales y enemigos de la reconciliación y la paz.
En San Pedro Sula hubo una represión con evidentes signos de premeditación y cálculo, y un uso abusivo de fuerza que sólo confirma una realidad: la reducida elite adinerada y de poder entiende que lo de Honduras es una guerra, y desde su privilegiada trinchera, no valen términos medios: la resistencia es su enemiga y sólo vale su exterminio.
Todo lo demás, llámese reconciliación, diálogos, Estado de derecho, respeto a los derechos humanos, Comisión de la Verdad, unidad, plan de nación son temas interesantes para llenar agendas que distraiga incautos y entretenga a prudentes, equilibristas y a la comunidad internacional. Para ellos el asunto está más que claro: aquí estamos en guerra, y el cerco mediático es parte esencial de la trinchera desde donde lanzar el ataque mortal en contra de todo lo que promueva consensos mínimos que salven al país de la galopante barbarie en la que ya estamos atrapados.
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