viernes, 10 de septiembre de 2010

¿A quién apunta el horror?


Oscar Estrada

Cuando en el 2007 comencé a trabajar en el proyecto documental “El Porvenir”, buscando entender y retratar la masacre más compleja que hasta el momento se había dado en el país, en donde 69 personas perdieron la vida en el centro penal de la Ceiba a manos de la policía penitenciaria en alianza con los presos comunes, una cosa me motivo: Sabía muy bien y así quise presentarlo en la película, que si como población dejábamos que este espantoso crimen (y las otras cuatro masacres que ocurrieron en esa misma época) se perdiera en el olvido, el horror terminaría alcanzándonos.

En aquellos oscuros años de la mano dura, la opinión pública que manipulan a su antojo los medios de comunicación logró demonizar a los jóvenes pandilleros de tal manera que, sin tapujos, muchas personas manifestaron públicamente que la matanza era buena, pues según ellos aniquilaba delincuentes que de otra forma causarían más daño a la sociedad.
La guerra contra las pandillas se ganó eliminando físicamente a casi todo pandillero de esa época, de allí la fama de personajes como Oscar Álvarez, al punto que hoy apenas aparecen las pandillas en el espectro mediático que busca constantemente crear enemigos internos para justificar la represión estatal.
Pero los robos, extorsiones, violaciones, asesinatos, desmenbramientos de cuerpos, masacres y demás crímenes cometidos –supuestamente- por los pandilleros siguen ocurriendo. A diario en Honduras se reportan entre 10 y 14 muertes violentas, muchas de ellas por arma de fuego y las cifras siguen en aumento colocando a Honduras en la lista de los países más violentos del continente, solo atrás de México y Colombia. Luego se vino el Golpe de Estado y aquellos personajes que idearon (o dejaron pasar) las matanzas, volvieron a aparecer más fuertes e impunes. Volvió el gobierno de la mano dura, ahora con cara humanista cristiana, para imponer por la fuerza una reconciliación y unidad sepulturera.
Quien en aquel tiempo era ministro de seguridad hoy lo sigue siendo y su práctica, ahora menos mediática porque la anti insurgencia puede llevarse únicamente en el marco clandestino, sigue igual de represora.
Quien en aquel tiempo era presidente del congreso, hoy es de la república y al igual que Ricardo Maduro el 4 de Abril de 2003 salió del país el día de la matanza, como para no ser testigo del dolor y la indignación que dejan los muertos en masa.
En este país la vida no vale nada. Literalmente hablando. Con 50 dólares pagas un asesino para que elimine una persona, con 50 dólares más eliminas al asesino y las huellas del crimen. A cien dólares por muerto, mil novecientos lempiras al cambio actual, la impunidad de la barbarie se ha incrustado en lo más hondo de estas Honduras que hoy nos cae encima.
El día de ayer, mientras unos marchábamos atendiendo al llamado del FNRP para el paro cívico nacional, reclamando entre otros un aumento al salario mínimo, respeto al código de trabajo, alto a la represión y la violaciones a los derechos humanos, en San Pedro Sula, en un barrio que lleva por nombre Cabañas, (expresidentes del siglo XIX, valuarte del Morazanismo y de la ética del poder), en una pequeña zapatería, símbolo marxista del obrero, 19 trabajadores jóvenes eran asesinados, algunos de ellos aparentemente miembros de la resistencia.
Mas allá del simbolismo de la matanza,  hay que tener claro que un acto de terrorismo de esta naturaleza no se hace improvisadamente. Calculado tenían el lugar donde habrían de ejecutar el crimen, sus rutas de llegada y escape; calculado también la hora y el día. Los asesinos saben muy bien cómo crear terror, para eso han sido formados y en eso son profesionales.

Mientras los cuerpos de los jóvenes eran levantados por medicina forense, Wong Arévalo, vocero incondicional del Golpe y apologista de las violaciones a los derechos humanos reclamaba la inactividad de la policía y los cuerpos de inteligencia. No tanto por la matanza (que también lo hizo en menor medida), como por los vidrios de su edificio que la manifestación quebró a su paso. “Este grupo es sólo comparable con el crimen organizado”, gritaba Wong Arévalo y su reclamo hace eco con las declaraciones de la fiscalía que anuncia procesará por “asociación ilícita” a los miembros del frente.
Hay un esfuerzo claro en los medios de comunicación en ligar ambos acontecimientos: el ataque con piedra a los canales golpista y la masacre de Cabañas. En ese esfuerzo se mezcla maliciosamente para dejar creer que la resistencia, si bien no responsables directos de esta masacre, son igualmente detestables y peligrosos y, al igual que los pandilleros hace 10 años, se justifica cualquier acción del sistema en contra nuestra.
Interesante es, como a diferencia de las otras matanzas, en este acto terrorista el golpismo reclama la inacción e “ineficiencia” de su super ministro de seguridad Oscar Álvarez y exigen acciones inmediatas al respecto.
Poco probable es que se haga justicia. Lo más seguro se apresará algún chivo expiatorio para calmar el reclamo de la opinión pública e intentarán justificar la matanza con un ya trillado “ajuste de cuentas”.
Yo tenía razón. Dejamos como sociedad que la impunidad se incrustara como maligno cáncer y hoy el horror nos apunta.

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