sábado, 19 de junio de 2010
Severino Di Giovanni (1901-1931)
Página/12
"No busqué afirmación social, ni una vida acomodada, ni tampoco una vida tranquila, para mí elegi la lucha. Vivir acomodado, no es vivir, es solamente vegetar y transportar en forma ambulante una masa de carne y de huesos. A la vida es necesario brindarle la elevación exquisita del brazo y de la mente. Enfrente a la sociedad con sus mismas armas, sin inclinar la cabeza, por eso me consideran, y soy, un hombre peligroso. Evviva l'Anarchia!"
"En otras palabras, el anarquismo es una expresión de la lucha contra la opresión y la explotación, una generalización de las experiencias de la gente trabajadora y análisis de lo que esta mal en el sistema actual y una expresión de nuestras esperanzas y sueños para un futuro mejor. Esta lucha existió antes de que fuera llamada anarquismo, pero el movimiento anarquista histórico (es decir, grupos de gente llamando a sus ideas anarquismo y esperando conseguir una sociedad anarquista) es esencialmente un producto de la lucha de la clase trabajadora contra el capitalismo y el estado, contra la opresión y la explotación, y por una sociedad libre de individuos libres e iguales."
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Osvaldo Bayer habla sobre Severino
“Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia”
Osvaldo Bayer nació en Santa Fe, Argentina, en 1927. Es historiador, escritor, periodista, guionista cinematográfico y fue Profesor Honorario, titular de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Es docente de la Deutsche Stiftung Für Entwicklungspolitik, en Bad Honnef, Alemania. Es doctor (HC) de las universidades del Comahue y de la Patagonia Austral. En el periodismo trabajó en “Noticias Gráficas”, en Esquel, fue secretario de redacción de Clarín y escribe en Página/12. Fue traductor del alemán de obras de Goethe, Kafka, Bretch, y otros. Entre sus libros, se encuentran: “Severino Di Giovanni”, “Los Anarquistas Expropiadores”, “Rebeldía y Esperanza”, “En Camino Al Paraíso” y “Rainer y Minou.”
La primera edición de “Severino Di Giovanni” apareció en enero de 1970. En 1973, durante el gobierno peronista de Raúl Lastiri se le aplicó el curioso Decreto 1774. Sobre este decreto del gobierno peronista, la Sociedad de Escritores de la Argentina envió una carta al general Juan Domingo Perón en la que le señala: “La censura, en cualquiera de sus formas, es un pobre sucedáneo de la persuasión. La imposición de barreras a la libre difusión de ideas, además de lesionar principios que compartimos la gran mayoría de los argentinos, nada logra en el terreno de las realizaciones, a nadie disuade. Sobre esto el país tiene larga experiencia.” El diario “La Opinión” publicó la lista de los “vetados”: León Tolstoi, Anton Chejov, Máximo Gorki, Vladimir Maiakovski, Erich Fromm, Jean Paul Sartre, Ludwig Marcuse, José Agustín Goytisolo, Armando Tejada Gómez, Eduardo Galeano, Osvaldo Bayer, Álvaro Yunque, Octavio Getino, Leonidas Lamborghini, Bernardo Kordon, Gregorio Selser y otros. También “La Calle del Agujero en la Media” de Raúl González Tuñón (Ver “La Opinión”, 25 de enero de 1974, página 18).
Desde ese momento desapareció de las librerías. Luego vinieron los años del silencio, difíciles y trágicos.
El libro pudo reeditarse cinco años después de la caída de la dictadura militar. El tiempo debía sazonar un poco las ideas en discusión luego del drama argentino. Hoy, creo que la historia de este hombre puede servir otra vez para la discusión. Los escenarios y los poderes de la década del veinte no han cambiado en demasía. Lo que la sociedad establecida hizo con Severino se repitió luego de miles de veces en la década del setenta. Quien lea estas páginas encontrará sinonimias y similitudes en destinos, luchas, métodos y una sociedad dispuesta a defender sus prerrogativas con todas las armas, con el correctivo implacable y con cada vez más impiedad.
Violencia contra violencia. El derecho de matar al tirano. Di Giovanni es un luchador antifascista, víctima del régimen de Mussolini, que procura sin tregua luchar contra la injusticia con propia mano, con todos los medios, aunque caigan inocentes. “Cara a cara con el enemigo” es su divisa. Se convertirá en el hombre más perseguido de la Argentina. Se burla de sus perseguidores y el pueblo lee ávidamente las andanzas de este “idealista de la violencia.”
Pero Di Giovanni también escribe poesías, bellísimas cartas de amor a su amada América Scarfó y edita periódicos. Severino no abandona el país a pesar de la rigurosa dictadura militar de Uriburu. Caerá preso a la salida de una imprenta, será juzgado y condenado a muerte. Se juicio y posterior fusilamiento será un final a toda orquesta que sacudirá a los argentinos de los años treinta.
Acá está el libro (e-book) completo!
http://www.mediafire.com/?ryyhm5fix1j
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El fusilamiento de Severino Di Giovanni, por Roberto Arlt
El 1º de febrero de 1931 fue fusilado el anarquista expropiador de origen italiano Severino Di Giovanni, quien con asaltos y atentados, logró tener en jaque a la policía del país durante seis años. Tras despedirse de su familia, Di Giovanni fue ejecutado en el patio de la penitenciaría de la calle Las Heras ante varios testigos, entre los que se encontraba el escritor Roberto Arlt, quien en un artículo –transcripto a continuación- narró los últimos momentos de vida del anarquista.
“El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quién sabe! El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate. Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar. Ha formado el blanco pelotón fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita: “Venda no”.
”Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso. Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
— Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante:
— ¡Viva la anarquía!
— ¡Fuego!
”Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas. Fogonazo del tiro de gracia.
”Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero martillea a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y con zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.
”Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez, de Última Hora, Enrique González Tuñón, de Crítica y Gómez de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la Penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:
— Está prohibido reírse.
— Está prohibido concurrir con zapatos de baile”.
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Documental del Canal Encuentro:
1º parte: http://www.youtube.com/watch?v=w26DxkheYPU
2º parte: http://www.youtube.com/watch?v=2T_bEZ9g5n0&feature=related
3º parte: http://www.youtube.com/watch?v=Bj69tQMR1NA&feature=related
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Cartas de amor entre Severino Di Giovanni y America Scarfo.
América
Osvaldo Bayer
América Scarfó nos dejó para siempre. Murió el sábado pasado. Tenía 93 años. Recibí la noticia con la tristeza de saber que era la última de una época de lucha libertaria. Mi sentimiento no era otra cosa que una melancolía mezcla de enorme cariño y admiración. Fue la compañera de Severino Di Giovanni. El anarquista fusilado por el dictador golpista de uniforme: Uriburu. El 1º de febrero de 1931. Un día después era también fusilado el hermano más querido por América: Paulino Orlando Scarfó. En 48 horas le habían arrancado a la adolescente de 17 años sus dos más grandes cariños. Quedó sola, en un mundo absolutamente enemigo.
Los poetas le cantaron a América Scarfó. A finales de los ’30, el querido Raúl González Tuñón escribirá: “América Scarfó te llevará flores y cuando estemos todos muertos, América nos llevará flores”. Es que había quedado en todos el rostro de América el día en que mataron a su amado Severino: no lloraba, estaba sumamente triste, pero firme. Lo iba a seguir amando toda su vida, como me dijo cuando la fui a entrevistar, allá a comienzos de los setenta. Yo había logrado descubrir dónde estaban las cartas de amor que le había escrito Severino y que en el allanamiento de la quinta de Burzaco se había llevado la policía. Las cartas de amor más bellas que he leído en mi vida. No sólo los uniformes fusilaron a Severino sino que también hicieron “desaparecer” sus cartas de amor. Pero así como los desaparecidos de los setenta reaparecieron en sus Madres, así las cartas reaparecieron ante la búsqueda sin fin del historiador. En sus líneas de despedida, antes de recibir las balas militares, Severino le escribe a América: “Carissima: más que con la pluma, el testamento ideal me ha brotado del corazón hoy, cuando conversaba contigo: mis cosas, mis ideales. }
Besa a mi hijo, a mis hijas. Sé feliz. Adiós, única dulzura de mi pobre vida. Te beso mucho. Piensa siempre en mí. Tu Severino”. Antes de esas últimas líneas, se le había concedido a Severino despedirse de América, que también estaba detenida.
América le dio el último abrazo, él la besó. Le pidió a ella que cuidara de los hijos de él y de Teresina, su esposa. América le dijo: “voy a seguir con tu recuerdo hasta mi muerte”. El la miró con mucha tristeza y le respondió: “¡Oh, Fina, tu sei tan giovane!”. Se besaron de nuevo. América salió mirándolo a Severino. Por ello tropezó con una rejilla y Severino le gritó: “¡ten cuidado!”.
Los más destacados periodistas de Buenos Aires estuvieron en el fusilamiento. La mejor crónica fue la de Roberto Arlt, que no puso ningún comentario propio sino sólo la descripción de ese teatro irracional de la fuerza bruta contra las ideas.
“La descarga terminó con el más hermoso de los que estaban presentes”, serán las últimas palabras de la crónica del periodista del Buenos Aires Herald.
Al día siguiente, caerá también Paulino Scarfó ante el pelotón de fusilamiento. Tanto a Severino como a Paulino, antes de fusilarlos, la policía de Uriburu los había torturado bárbaramente. Pero ellos no delataron a ningún compañero. El último encuentro entre América y Paulino será muy breve. Ella no pudo disimular su dolor al ver el rostro hinchado de él. El la contuvo diciéndole: “no llores”. Y luego agregó con mucho cariño: “pobre pibita” y le dio un beso en la mejilla. América lo besó muy fuerte y le preguntó: “¿no querés ver a mamá?” El le respondió: “no, ¿no ves cómo estoy?”. “Es que se le notaban las torturas. Y agregó: “sigue estudiando. Estoy deseando que esto termine de una vez”. La besó. América volvió a abrazarlo y se miraron a los ojos. Ella no lloró. El policía Florio urgió para que terminaran. América se fue con paso firme. Los periodistas notaron una lágrima en su rostro. Severino y Paulino gritaron antes de la orden de “fuego” las palabras que definían su ideología: “Viva la anarquía”. Fue en la penitenciaría. Las descargas se escucharon en los jardines de Palermo.
Severino fue un antifascista, y estaba convencido de que la única manera de responder a la violencia de arriba era con la violencia de abajo. Sus atentados fueron siempre contra entidades fascistas o norteamericanas cuando se supo la condena a muerte de los dos héroes proletarios Sacco y Vanzetti. Sus escritos hablan de su pasión por su ideología del socialismo en libertad. La policía lo sorprendió cuando salía de una imprenta. Su huida por las calles de Buenos Aires quedó como algo legendario. En el tiroteo cayó una niña, y por supuesto le adjudicaron a él esa muerte cuando fue notorio que recibió balas policiales.
En el escritorio del luchador anarquista, la policía encontró debajo del vidrio esta frase: “Estimo a aquel que aprueba la conjuración y no conjura; pero no siento nada más que desprecio por esos que no sólo no quieren hacer nada sino que se complacen en criticar y maldecir a aquellos que hacen”.
En 1928, en una carta, Severino le escribirá a América: “El amor, el amor libre, exige aquello que otras formas de amor no pueden comprender. Y nosotros dos, rebeldes divinos (jamás nadie podrá llegar a nuestras cumbres), tenemos derecho a desagotar el pantano de la moral corriente y cultivar allí el inmenso jardín donde mariposas y abejas puedan satisfacer su sed de placer, de trabajo y de amor”. Fue un amor pleno que duró poco porque todo terminó en tragedia. Cuando América se va a vivir con
Severino en la quinta, muy arbolada, de Burzaco, ya él era el perseguido número uno de la sociedad argentina. Ella sentirá miedo todas las noches y duerme abrazada a él. Una noche ella siente ruidos como de gente que entra a la quinta y trata de despertarlo. Le dice en voz baja pero insistente: “Severino, Severino, la policía”. El se despierta apenas, la acaricia y le responde: “América, no, son los pájaros... duerme... duerme”. De eso ella nunca se olvidará, me lo contará en uno de nuestros tantos encuentros, mientras elaboraba una nueva edición de mi libro.
Caídos sus dos seres más queridos, la joven América será protegida por sus compañeros de ideas. En ese período escribirá artículos para diarios anarquistas europeos en defensa de los derechos de la mujer. Y continuará con sus estudios, los cuales nunca dejó ni cuando era ya octogenaria. Por ejemplo, se recibió de profesora de italiano y rindió todas las pruebas en forma brillante.
Muchos años después de la tragedia, América encontrará un compañero de ideas con el cual fundará la librería y editorial Américalee. El nombre lo dice todo. Durante muchos años, fue la librería libertaria más completa de la ciudad y la editorial se dedicó a publicar todos los pensadores del socialismo libertario.
Hace pocos años, estábamos todavía en el menemismo, América volvió a aparecer en los diarios. Es que un día que la fui a visitar, me expresó que ya estaba cerca de la muerte y que antes de irse para siempre quería estrechar en su corazón las cartas de amor de Severino. Que como yo sabía dónde estaban me pedía que hiciera todo lo posible para lograr su devolución. Le dije que iba a poner todo mi empeño. Lo fui a ver a Unamuno, el director del Archivo General de la Nación. Siempre dispuesto a la ayuda me preguntó donde había visto esas cartas la última vez. Le dije: “en el Museo Policial, en un archivo aislado”. Me respondió:
“Bueno, quien puede darte permiso, por ser policial, es el ministro del Interior, Corach”. (“La última anécdota que me faltaba”, pensé.) Pedí la entrevista junto con América. Nos recibió a los dos días. Le expresé el deseo de América. Me dijo que iba a hacer las averiguaciones pertinentes para cumplir con los deseos de ella y agregó: “No se olvide, Bayer, que yo me llamo Carlos W. Corach. Carlos, por Carlos Marx, y W. Por Wladimiro Lenin”. Me sorprendí y no pude menos que decirle sonriente: “No lo parece”.
A los dos días nos llama el jefe de la Policía Federal que me esperaba en su despacho. Fui con América. Nos recibieron el jefe y el subjefe. El jefe me escuchó con forzada benevolencia. (El subjefe tenía una sonrisa cachadora como diciendo: “cómo se vino éste acá”). Le expliqué, pero el jefe me respondió grandilocuente: “usted me pide algo que pertenece a la Policía Federal. Mire (y tomó un cenicero): esto aquí tiene la palabra ‘Policía Federal’, si usted me lo pide le tengo que decir que no, porque no me pertenece a mí ni a nadie sino sólo a la Policía Federal”. Le insistí: “pero no se trata de un cenicero, son cartas de amor”. Me volvió a mostrar el cenicero, con gesto triunfal: “sí, pero las dos cosas pertenecen a la Policía Federal”. Entonces tomó la palabra América que con voz suave pero firme le expresó: “señor, son cartas de amor que me escribieron a mí, me pertenecen a mí. No es un documento policial o que sirva como prueba de algún delito. Las cartas me pertenecen sólo a mí”. El seguro policía se sintió molesto y sentenció: “pongan un abogado, se resolverá”.
Pusimos el abogado y pronto llegó la respuesta. Carlos Wladimiro nos citó en la Casa de Gobierno para devolver las cartas de Severino Di Giovanni a su amada América Scarfó.
Cómo habrá acariciado las cartas esa bella anciana de ojos muy negros y cabellos blancos como la nieve.
Ella no está más. Sus cenizas fueron enterradas en el pequeño jardín de la Federación Libertaria, la casa que no se rinde. Ahí iremos una vez por mes a leerle a ella una carta de amor del luchador caído.
Sus últimas palabras, en forma de último manifiesto, Severino, antes de ser fusilado, dijo:
"Combatí y perdí, ahora pago con la vida y no busco atenuantes.... a la vida hay que ofrecerle la exquisita rebelion del brazo y de la mente... enfrente a la sociedad con sus mismas armas sin inclinar la cabeza... Por eso me consideran y soy un hombre peligroso"
"No busqué afirmación social, ni una vida acomodada, ni tampoco una vida tranquila, para mí elegi la lucha. Vivir acomodado, no es vivir, es solamente vegetar y transportar en forma ambulante una masa de carne y de huesos. A la vida es necesario brindarle la elevación exquisita del brazo y de la mente. Enfrente a la sociedad con sus mismas armas, sin inclinar la cabeza, por eso me consideran, y soy, un hombre peligroso. Evviva l'Anarchia!"
"En otras palabras, el anarquismo es una expresión de la lucha contra la opresión y la explotación, una generalización de las experiencias de la gente trabajadora y análisis de lo que esta mal en el sistema actual y una expresión de nuestras esperanzas y sueños para un futuro mejor. Esta lucha existió antes de que fuera llamada anarquismo, pero el movimiento anarquista histórico (es decir, grupos de gente llamando a sus ideas anarquismo y esperando conseguir una sociedad anarquista) es esencialmente un producto de la lucha de la clase trabajadora contra el capitalismo y el estado, contra la opresión y la explotación, y por una sociedad libre de individuos libres e iguales."
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Osvaldo Bayer habla sobre Severino
“Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia”
Osvaldo Bayer nació en Santa Fe, Argentina, en 1927. Es historiador, escritor, periodista, guionista cinematográfico y fue Profesor Honorario, titular de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Es docente de la Deutsche Stiftung Für Entwicklungspolitik, en Bad Honnef, Alemania. Es doctor (HC) de las universidades del Comahue y de la Patagonia Austral. En el periodismo trabajó en “Noticias Gráficas”, en Esquel, fue secretario de redacción de Clarín y escribe en Página/12. Fue traductor del alemán de obras de Goethe, Kafka, Bretch, y otros. Entre sus libros, se encuentran: “Severino Di Giovanni”, “Los Anarquistas Expropiadores”, “Rebeldía y Esperanza”, “En Camino Al Paraíso” y “Rainer y Minou.”
La primera edición de “Severino Di Giovanni” apareció en enero de 1970. En 1973, durante el gobierno peronista de Raúl Lastiri se le aplicó el curioso Decreto 1774. Sobre este decreto del gobierno peronista, la Sociedad de Escritores de la Argentina envió una carta al general Juan Domingo Perón en la que le señala: “La censura, en cualquiera de sus formas, es un pobre sucedáneo de la persuasión. La imposición de barreras a la libre difusión de ideas, además de lesionar principios que compartimos la gran mayoría de los argentinos, nada logra en el terreno de las realizaciones, a nadie disuade. Sobre esto el país tiene larga experiencia.” El diario “La Opinión” publicó la lista de los “vetados”: León Tolstoi, Anton Chejov, Máximo Gorki, Vladimir Maiakovski, Erich Fromm, Jean Paul Sartre, Ludwig Marcuse, José Agustín Goytisolo, Armando Tejada Gómez, Eduardo Galeano, Osvaldo Bayer, Álvaro Yunque, Octavio Getino, Leonidas Lamborghini, Bernardo Kordon, Gregorio Selser y otros. También “La Calle del Agujero en la Media” de Raúl González Tuñón (Ver “La Opinión”, 25 de enero de 1974, página 18).
Desde ese momento desapareció de las librerías. Luego vinieron los años del silencio, difíciles y trágicos.
El libro pudo reeditarse cinco años después de la caída de la dictadura militar. El tiempo debía sazonar un poco las ideas en discusión luego del drama argentino. Hoy, creo que la historia de este hombre puede servir otra vez para la discusión. Los escenarios y los poderes de la década del veinte no han cambiado en demasía. Lo que la sociedad establecida hizo con Severino se repitió luego de miles de veces en la década del setenta. Quien lea estas páginas encontrará sinonimias y similitudes en destinos, luchas, métodos y una sociedad dispuesta a defender sus prerrogativas con todas las armas, con el correctivo implacable y con cada vez más impiedad.
Violencia contra violencia. El derecho de matar al tirano. Di Giovanni es un luchador antifascista, víctima del régimen de Mussolini, que procura sin tregua luchar contra la injusticia con propia mano, con todos los medios, aunque caigan inocentes. “Cara a cara con el enemigo” es su divisa. Se convertirá en el hombre más perseguido de la Argentina. Se burla de sus perseguidores y el pueblo lee ávidamente las andanzas de este “idealista de la violencia.”
Pero Di Giovanni también escribe poesías, bellísimas cartas de amor a su amada América Scarfó y edita periódicos. Severino no abandona el país a pesar de la rigurosa dictadura militar de Uriburu. Caerá preso a la salida de una imprenta, será juzgado y condenado a muerte. Se juicio y posterior fusilamiento será un final a toda orquesta que sacudirá a los argentinos de los años treinta.
Acá está el libro (e-book) completo!
http://www.mediafire.com/?ryyhm5fix1j
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El fusilamiento de Severino Di Giovanni, por Roberto Arlt
El 1º de febrero de 1931 fue fusilado el anarquista expropiador de origen italiano Severino Di Giovanni, quien con asaltos y atentados, logró tener en jaque a la policía del país durante seis años. Tras despedirse de su familia, Di Giovanni fue ejecutado en el patio de la penitenciaría de la calle Las Heras ante varios testigos, entre los que se encontraba el escritor Roberto Arlt, quien en un artículo –transcripto a continuación- narró los últimos momentos de vida del anarquista.
“El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quién sabe! El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate. Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar. Ha formado el blanco pelotón fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita: “Venda no”.
”Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso. Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
— Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante:
— ¡Viva la anarquía!
— ¡Fuego!
”Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas. Fogonazo del tiro de gracia.
”Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero martillea a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y con zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.
”Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez, de Última Hora, Enrique González Tuñón, de Crítica y Gómez de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la Penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:
— Está prohibido reírse.
— Está prohibido concurrir con zapatos de baile”.
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Documental del Canal Encuentro:
1º parte: http://www.youtube.com/watch?v=w26DxkheYPU
2º parte: http://www.youtube.com/watch?v=2T_bEZ9g5n0&feature=related
3º parte: http://www.youtube.com/watch?v=Bj69tQMR1NA&feature=related
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Cartas de amor entre Severino Di Giovanni y America Scarfo.
América
Osvaldo Bayer
América Scarfó nos dejó para siempre. Murió el sábado pasado. Tenía 93 años. Recibí la noticia con la tristeza de saber que era la última de una época de lucha libertaria. Mi sentimiento no era otra cosa que una melancolía mezcla de enorme cariño y admiración. Fue la compañera de Severino Di Giovanni. El anarquista fusilado por el dictador golpista de uniforme: Uriburu. El 1º de febrero de 1931. Un día después era también fusilado el hermano más querido por América: Paulino Orlando Scarfó. En 48 horas le habían arrancado a la adolescente de 17 años sus dos más grandes cariños. Quedó sola, en un mundo absolutamente enemigo.
Los poetas le cantaron a América Scarfó. A finales de los ’30, el querido Raúl González Tuñón escribirá: “América Scarfó te llevará flores y cuando estemos todos muertos, América nos llevará flores”. Es que había quedado en todos el rostro de América el día en que mataron a su amado Severino: no lloraba, estaba sumamente triste, pero firme. Lo iba a seguir amando toda su vida, como me dijo cuando la fui a entrevistar, allá a comienzos de los setenta. Yo había logrado descubrir dónde estaban las cartas de amor que le había escrito Severino y que en el allanamiento de la quinta de Burzaco se había llevado la policía. Las cartas de amor más bellas que he leído en mi vida. No sólo los uniformes fusilaron a Severino sino que también hicieron “desaparecer” sus cartas de amor. Pero así como los desaparecidos de los setenta reaparecieron en sus Madres, así las cartas reaparecieron ante la búsqueda sin fin del historiador. En sus líneas de despedida, antes de recibir las balas militares, Severino le escribe a América: “Carissima: más que con la pluma, el testamento ideal me ha brotado del corazón hoy, cuando conversaba contigo: mis cosas, mis ideales. }
Besa a mi hijo, a mis hijas. Sé feliz. Adiós, única dulzura de mi pobre vida. Te beso mucho. Piensa siempre en mí. Tu Severino”. Antes de esas últimas líneas, se le había concedido a Severino despedirse de América, que también estaba detenida.
América le dio el último abrazo, él la besó. Le pidió a ella que cuidara de los hijos de él y de Teresina, su esposa. América le dijo: “voy a seguir con tu recuerdo hasta mi muerte”. El la miró con mucha tristeza y le respondió: “¡Oh, Fina, tu sei tan giovane!”. Se besaron de nuevo. América salió mirándolo a Severino. Por ello tropezó con una rejilla y Severino le gritó: “¡ten cuidado!”.
Los más destacados periodistas de Buenos Aires estuvieron en el fusilamiento. La mejor crónica fue la de Roberto Arlt, que no puso ningún comentario propio sino sólo la descripción de ese teatro irracional de la fuerza bruta contra las ideas.
“La descarga terminó con el más hermoso de los que estaban presentes”, serán las últimas palabras de la crónica del periodista del Buenos Aires Herald.
Al día siguiente, caerá también Paulino Scarfó ante el pelotón de fusilamiento. Tanto a Severino como a Paulino, antes de fusilarlos, la policía de Uriburu los había torturado bárbaramente. Pero ellos no delataron a ningún compañero. El último encuentro entre América y Paulino será muy breve. Ella no pudo disimular su dolor al ver el rostro hinchado de él. El la contuvo diciéndole: “no llores”. Y luego agregó con mucho cariño: “pobre pibita” y le dio un beso en la mejilla. América lo besó muy fuerte y le preguntó: “¿no querés ver a mamá?” El le respondió: “no, ¿no ves cómo estoy?”. “Es que se le notaban las torturas. Y agregó: “sigue estudiando. Estoy deseando que esto termine de una vez”. La besó. América volvió a abrazarlo y se miraron a los ojos. Ella no lloró. El policía Florio urgió para que terminaran. América se fue con paso firme. Los periodistas notaron una lágrima en su rostro. Severino y Paulino gritaron antes de la orden de “fuego” las palabras que definían su ideología: “Viva la anarquía”. Fue en la penitenciaría. Las descargas se escucharon en los jardines de Palermo.
Severino fue un antifascista, y estaba convencido de que la única manera de responder a la violencia de arriba era con la violencia de abajo. Sus atentados fueron siempre contra entidades fascistas o norteamericanas cuando se supo la condena a muerte de los dos héroes proletarios Sacco y Vanzetti. Sus escritos hablan de su pasión por su ideología del socialismo en libertad. La policía lo sorprendió cuando salía de una imprenta. Su huida por las calles de Buenos Aires quedó como algo legendario. En el tiroteo cayó una niña, y por supuesto le adjudicaron a él esa muerte cuando fue notorio que recibió balas policiales.
En el escritorio del luchador anarquista, la policía encontró debajo del vidrio esta frase: “Estimo a aquel que aprueba la conjuración y no conjura; pero no siento nada más que desprecio por esos que no sólo no quieren hacer nada sino que se complacen en criticar y maldecir a aquellos que hacen”.
En 1928, en una carta, Severino le escribirá a América: “El amor, el amor libre, exige aquello que otras formas de amor no pueden comprender. Y nosotros dos, rebeldes divinos (jamás nadie podrá llegar a nuestras cumbres), tenemos derecho a desagotar el pantano de la moral corriente y cultivar allí el inmenso jardín donde mariposas y abejas puedan satisfacer su sed de placer, de trabajo y de amor”. Fue un amor pleno que duró poco porque todo terminó en tragedia. Cuando América se va a vivir con
Severino en la quinta, muy arbolada, de Burzaco, ya él era el perseguido número uno de la sociedad argentina. Ella sentirá miedo todas las noches y duerme abrazada a él. Una noche ella siente ruidos como de gente que entra a la quinta y trata de despertarlo. Le dice en voz baja pero insistente: “Severino, Severino, la policía”. El se despierta apenas, la acaricia y le responde: “América, no, son los pájaros... duerme... duerme”. De eso ella nunca se olvidará, me lo contará en uno de nuestros tantos encuentros, mientras elaboraba una nueva edición de mi libro.
Caídos sus dos seres más queridos, la joven América será protegida por sus compañeros de ideas. En ese período escribirá artículos para diarios anarquistas europeos en defensa de los derechos de la mujer. Y continuará con sus estudios, los cuales nunca dejó ni cuando era ya octogenaria. Por ejemplo, se recibió de profesora de italiano y rindió todas las pruebas en forma brillante.
Muchos años después de la tragedia, América encontrará un compañero de ideas con el cual fundará la librería y editorial Américalee. El nombre lo dice todo. Durante muchos años, fue la librería libertaria más completa de la ciudad y la editorial se dedicó a publicar todos los pensadores del socialismo libertario.
Hace pocos años, estábamos todavía en el menemismo, América volvió a aparecer en los diarios. Es que un día que la fui a visitar, me expresó que ya estaba cerca de la muerte y que antes de irse para siempre quería estrechar en su corazón las cartas de amor de Severino. Que como yo sabía dónde estaban me pedía que hiciera todo lo posible para lograr su devolución. Le dije que iba a poner todo mi empeño. Lo fui a ver a Unamuno, el director del Archivo General de la Nación. Siempre dispuesto a la ayuda me preguntó donde había visto esas cartas la última vez. Le dije: “en el Museo Policial, en un archivo aislado”. Me respondió:
“Bueno, quien puede darte permiso, por ser policial, es el ministro del Interior, Corach”. (“La última anécdota que me faltaba”, pensé.) Pedí la entrevista junto con América. Nos recibió a los dos días. Le expresé el deseo de América. Me dijo que iba a hacer las averiguaciones pertinentes para cumplir con los deseos de ella y agregó: “No se olvide, Bayer, que yo me llamo Carlos W. Corach. Carlos, por Carlos Marx, y W. Por Wladimiro Lenin”. Me sorprendí y no pude menos que decirle sonriente: “No lo parece”.
A los dos días nos llama el jefe de la Policía Federal que me esperaba en su despacho. Fui con América. Nos recibieron el jefe y el subjefe. El jefe me escuchó con forzada benevolencia. (El subjefe tenía una sonrisa cachadora como diciendo: “cómo se vino éste acá”). Le expliqué, pero el jefe me respondió grandilocuente: “usted me pide algo que pertenece a la Policía Federal. Mire (y tomó un cenicero): esto aquí tiene la palabra ‘Policía Federal’, si usted me lo pide le tengo que decir que no, porque no me pertenece a mí ni a nadie sino sólo a la Policía Federal”. Le insistí: “pero no se trata de un cenicero, son cartas de amor”. Me volvió a mostrar el cenicero, con gesto triunfal: “sí, pero las dos cosas pertenecen a la Policía Federal”. Entonces tomó la palabra América que con voz suave pero firme le expresó: “señor, son cartas de amor que me escribieron a mí, me pertenecen a mí. No es un documento policial o que sirva como prueba de algún delito. Las cartas me pertenecen sólo a mí”. El seguro policía se sintió molesto y sentenció: “pongan un abogado, se resolverá”.
Pusimos el abogado y pronto llegó la respuesta. Carlos Wladimiro nos citó en la Casa de Gobierno para devolver las cartas de Severino Di Giovanni a su amada América Scarfó.
Cómo habrá acariciado las cartas esa bella anciana de ojos muy negros y cabellos blancos como la nieve.
Ella no está más. Sus cenizas fueron enterradas en el pequeño jardín de la Federación Libertaria, la casa que no se rinde. Ahí iremos una vez por mes a leerle a ella una carta de amor del luchador caído.
Sus últimas palabras, en forma de último manifiesto, Severino, antes de ser fusilado, dijo:
"Combatí y perdí, ahora pago con la vida y no busco atenuantes.... a la vida hay que ofrecerle la exquisita rebelion del brazo y de la mente... enfrente a la sociedad con sus mismas armas sin inclinar la cabeza... Por eso me consideran y soy un hombre peligroso"
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