lunes, 5 de abril de 2010

Las guerras infinitas de Haití, antes y después del terremoto (II)

Por  Fabrizio Lorusso

2004 – 2006. El señor matanza y la herencia de los Duvalier. Fue durante el gobierno de Alexandre y Latortue, patrocinado por G. W. Bush, quien justo después del golpe envió un millar de marinos, seguidos por los ejércitos francés y canadiense, cuando la violencia política y la represión volvieron a ser el amargo pan de cada día para muchos haitianos La represión de los marinos y del ejército de ocupación estadounidenses hizo algunas víctimas inocentes (aunque nunca se admitieron estos crímenes), mientras los movimientos sociales, la sociedad civil y los partidos políticos fieles al ex presidente Aristide en exilio, in primis el Fanmi Lavalas que él creó en 1996 para renovar el preexistente Lavalas (“la avalancha”, de 1991), experimentaron un retroceso democrático de dos décadas y revivieron los excesos de la época del dictador Baby Doc, Jean-Claude Duvalier (en el poder desde la muerte de su padre en 1971 hasta 1986). El joven Duvalier, elegido a los 19 años de edad, a su vez había aprendido bien la profesión del represor de su papá, el “presidente absoluto”, Francois Duvalier, llamado Papa Doc, creador de la despiadada policia secreta de los Tonton Macoutes, que no fue disuelta sino hasta 1986, luego de que había hecho más de 30mil víctimas. Después de algunos meses de ocupación americana, en junio de 2004, entraron en función las fuerzas militares de la Onu, los 7000 cascos azules de la Minustah (Misión de Naciones Unidas para la Estabilización en Haití) que está compuesta por una sección militar y una de policía, ambas bajo el mando formal del contingente brasileño, pero controladas, en realidad, a la distancia por los Estados Unidos y, en menor medida, por el gobierno haitiano. La concesión del mando de las operaciones de la Naciones Unidas a Brasil parecía, entonces, responder más a exigencias de imagen y presencia internacional de la potencia sudamericana emergente que a una efectiva puesta en discusión de la tradicional dominación estadounidense en el Caribe.

War by proxy e Gran Ravine

En este contexto, comenzó a desarrollarse una guerra de aproximación (“war by proxy”, o sea, golpear zonas y personas cercanas a los objetivos políticos para desarticular el tejido social y físico circunstante) y se ejecutaron varias matanzas, conocidas como las masacres de Gran Ravine contra grupos de inocentes, simpatizantes de Aristide y simples ciudadanos, con operativos de la policía haitiana, dirigida por Carlo Lochard y acompañada por grupos paramilitares conocidos como Lame Timanchet (“la armada del pequeño machete”).

El 20 de agosto de 2005, 50 personas sospechadas de militar en el partido Fanmi Lavalas fueron masacradas en el estadio Martissant de Port au Prince, mientras había un espectáculo al que presenciaban alrededor de 5000 espectadores. Muchas víctimas fueron brutalmente ultimadas simplemente porque trataban de ponerse en salvo. El día siguiente, 5 vecinos del barrio de Gran Ravine fueron quemados en sus casas. Como consecuencia de los señalamientos de Aumohd y Hurah, un destacamiento de soldados de la Minustah empezó a patrullar la zona y las casas de algunos militantes que estaban en riesgo, mientras que los abogados de Aumohd organizaron encuentros en las vecindades entre militantes de facciones opuestas para fomentar el diálogo pacífico y la reconciliación. Todo ello evitó otras matanzas por unos meses, sin embargo, el 7 de julio de 2006, los integrantes de Lame Timanchet rompieron la tregua e hicieron una tercera trágica masacre que dejó un balance de 26 muertos, 300 casas quemadas y 2000 desplazados. La Aumohd fue la única asociación que defendió las víctimas de estos graves actos de terrorismo de estado y logró la encarcelación de 15 policías condenados por esos acontecimientos.

Minustah en Haití.

Los cascos azules tuvieron desde un principio un un papel contradictorio y fueron acusados de numerosos homicidios y violaciones de los derechos humanos que fueron comprobados y, luego, hasta admitidos en rueda de prensa por el comandante brasileño dimisionario, el general Augusto Heleno Ribeiro Pereira, en 2005, cuando declaró que la Minustah recibía presiones de países como Francia, EE.UU. y Canadá para hacer un mayor uso de la violencia contra las supuestas bandas de criminales que, según sus informes, dominaban los barrios periféricos.

A finales de 2006, el presidente Renè Preval concedió expresadamente a los militares de la Onu la facultad de desempeñar funciones de inteligencia y represión armada en las zonas más pobres, especialmente Cité Soleil, uno de los bastiones políticos de Aristide, en contra de esas “bandas de delincuentes” no muy bien identificadas, en el sentido de que se cometieron muchos errores y confusiones entre criminales comunes, militantes políticos y normales ciudadanos en la compilación de las listas negras que guiaban las operaciones.

Una parte de estas bandas o supuestas mafias se identificaba, en efecto, con algunos grupos de ciudadanos organizados ligados al presidente exiliado y, si bien era probable igualmente la presencia de grupos delictivos “verdaderos” en Cité Soleil, los métodos represivos utilizados por la Minustah, consistentes en bombardeos con cañones y avanzadas sobre las casas con tanques como si se tratara de operaciones de guerra, hicieron víctimas inocentes, asolaron brutalmente a toda la población, aniquilando su capacidad de organización civil, y contribuyeron a crear el falso mito de una ciudad violenta y salvaje que necesita de los ejércitos extranjeros para sobrevivir.

El mito de la violencia

Este mito ha sido reinventado después del terremoto por los medios y las cúspides militares extranjeras, sobre todo estadounidenses, para justificar el envío masivo de hombres armados y medios pesados, mientras que, en verdad, Puerto Príncipe no es más peligrosa que otras capitales americanas y ha vivido de manera relativamente pacífica y ordenada el inmenso drama que la azotó. Durante nuestra estadía, no hemos visto nunca, ni hemos escuchado a informantes y a medios locales acerca de las escenas de violencia callejera o de las barricadas de afamados “rebeldes” que, en cambio, fueron difundidas en ráfagas por las televisiones de todo el mundo para crear una imagen distorsionada del pueblo haitiano y abrir las puertas a la que muchos perciben como una invasión.

A raíz de todo ello, los haitianos se preguntan legítimamente por qué las ayudas vienen acompañadas de los marinos y soldados de EE.UU. (eran 22mil en enero, ahora bajaron a 13mil unidades), por la gendarmerie francesa y hasta por los folclóricos carabineros italianos. En estos últimos casos, parece un ridículo desfile diplomático de malas intenciones que ayuda a esconder y legitimar la mucho más imponente presencia militar estadounidense.


¿Cuánto los necesitamos?

Otro mito parecido al precedente es que el ejército americano debía suplir la falta de coordinación de la Minustah, debido a que 59 de sus altos funcionarios perecieron el 12 de enero, y, sobre todo, debía proteger a los ciudadanos haitianos y extranjeros de los actos de depredación de la población (otra vez se habló de las “bandas de criminales”), además de que se alegaba que la fuga de 7000 presos “peligrosísimos” de las cárceles capitalinas era un gran problema de seguridad a resolver.

Ahora bien, la Minustah tiene un mandato de la Onu para sus operaciones de policía en Haití y los ejércitos extranjeros no, aunque sí tuvieron una autorización de un gobierno fantasma como fue el haitiano en el mes de enero. De todos modos, también estaba la policía haitiana sobre el territorio mientras la Minustah se estaba reorganizando. Asimismo, se denunciaron las prioridades que muchos grupos de rescate y militares extranjeros establecieron para intervenir: antes, en centro comerciales y otros edificios de barrios exclusivos para salvar a la población adinerada y, luego, en otras zonas residenciales hasta llegar, o bien hasta nunca llegar, a los slums marginales.

Los llamados “actos de despojo” que vimos en la TV e Internet en un principio eran en su mayoría casos de gestos extremos de masas desesperadas y hambrientas que lo habían perdido todo y, en poco días, se normalizaron con la llegada de comida y agua del exterior.

Por otro lado, si las ayudas son aventadas en sus cajas cerraditas desde un avión en una explanada o son distribuidos desordenadamente en plazuelas atascadas de gente (lo que sigue pasando todavía), pues es lógico que los más fuertes tomen más y que los empujones se conviertan en riñas y peleas. Pero eso depende más de los que provocan la situación que de los “violentos” haitianos.

Por lo que se refiere a los 7000 fugados de la cárcel, hace falta recordar que, muy probablemente, al menos el 90% de ellos eran acusados o condenados injustamente, dado el altísimo nivel de corrupción del sistema judicial señalado por las organizaciones nacionales y foráneas para la defensa de los derechos humanos. Por tanto, no hay grandes peligros de revoluciones armadas urdidas por los que se escaparon.

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