sábado, 24 de abril de 2010
Los efectos de la derechización de la Concertación
Alainet
Por Pablo Monje – Reyes
En los últimos días ha circulado cierta decepción política, que está madurando a partir del análisis de los 20 años de gobierno de la Concertación, y el tiempo transcurrido desde que la derecha asumió la hegemonía política de la sociedad chilena.
¿Cuál es esa decepción? Definitivamente, reconocer que la modernización y la “democratización” de nuestra sociedad eran sólo una imagen que la Concertación impulsó comunicacionalmente, con un alto grado de aceptación en buena parte de los sectores sociales y culturales del país. Más aun, a vuelta de página y a 20 años después de haber terminado con la más cruenta dictadura, la derecha asume el poder y muchos chilenos y chilenas perciben que no ha cambiado nada.
¿Por qué no ha cambiado nada? De un momento a otro, reaparecieron sin cuestionamiento algunos los iconos simbólicos de la dictadura, como el uso del escudo de la nación en tanto forma de identidad gubernamental, conexión directa con el seudo patriotismo de la dictadura; más aún, la instalación de un gobierno de ricos, con ministros y subsecretarios en cuyos curriculums destacan la ausencia de vocación por lo público y la sobrevaloración de la generación y/o administración de riqueza generada a partir, claro está, del modelo neoliberal instalado en la dictadura; de la misma manera, la utilización abierta y deliberada del poder del Estado, en beneficio de los grandes grupos económicos; por último, el nombramiento, en cargos públicos, de personas que estuvieron comprometidos en violaciones de derechos humanos, cuyo ícono es nuestro flamante actual embajador en Argentina.
La derecha ha conjugado estos cuatro elementos sin mayores obstáculos y todo indica que avanzará en esta misma dirección. Pareciera que la Concertación no logró cambiar la matriz socio – política del país creada e instalada en la dictadura. ¿Cuales serian las razones de ello?
Primero, la salida de la dictadura pactada con la misma derecha, sin cuestionamiento del orden jurídico constitucional. La transición quedó reducida sólo a cambios cosméticos, pues todavía nos rige la Constitución de Pinochet, aunque, de manera eufemística, lleve la firma del ex – Presidente Ricardo Lagos.
Segundo, el rol complaciente de los intelectuales de la Concertación, que no cuestionaron las formas de organización del poder y la forma en que la sociedad chilena entraba en una ruta de individualización. No pusieron en el centro el ethos colectivo y solidario del orden republicano histórico de los partidos de centro e izquierda, para la transformación real del sistema político y democrático del país. De la misma manera, la decisión política de no utilizar a las universidades estatales, para levantar un discurso modernizador y socializador de una nueva democracia y modelo económico. Por el contrario, la Concertación legitimó el modelo de asignación de mercado de recursos públicos en el ámbito de la investigación y desarrollo, recursos que se destinaron tanto a las universidades estatales como a las privadas. Vaya paradoja, en quienes le deben su formación a las universidades públicas de este país.
Tercero, el uso y abuso de los medios de comunicación para alimentar, a nivel subjetivo en la ciudadanía, las bondades del modelo y la fortaleza de nuestras instituciones democráticas. No se puso en el debate la necesidad de fortalecer la democracia, terminando con la sobre representación de la derecha en el Parlamento. En otras palabras, se dejó de lado, en la política comunicacional, la búsqueda de la derrota simbólico – cultural de la derecha política y, por consiguiente, del modelo neoliberal. La pérdida de pluralidad de los medios de comunicación es un hecho constatado, como también lo es el fracaso de proyectos que nunca obtuvieron apoyo del Estado para hacer frente a la competencia de los grandes grupos periodísticos. Recordemos, por ejemplo, el cierre de La Época, Análisis, Cauce, Fortín Mapocho, Rocinante, La Bicicleta, por nombrar sólo algunos.
Cuarto, la Concertación desarticuló la movilización de los actores socio –políticos y privilegió una política de elite. Con esto, abrió las puertas para que la derecha penetrara en los sectores populares, donde jamás habían logrado un respaldo político masivo. De hecho, hoy en día existen distritos de origen popular en donde la derecha no se beneficia del sistema binominal, si no es primera o segunda mayoría, lo que significa que, cambiando el sistema electoral, seguirá teniendo representación.
Quinto, el no uso del aparato del Estado para la generación de nuevas formas de producción, que hubiese apuntado al fortalecimiento democrático de la sociedad. Por ejemplo, el desarrollo de los sistemas de producción de cooperativa o sistemas de integración productiva del artesanado y pequeña empresa, por medio de sistemas crediticios de carácter solidario. Por el contrario, se entregaron incentivos que apuntaron a la individualización productiva, a la creación subjetiva del micro empresario, y a la instalación de conceptos como “emprendedores” y “emprendedoras”, nada más lejos de nuestra tradición artesanal y de talleres de oficios, presentes desde inicios de la República y que contribuyeron a la profundización de la democracia en nuestra sociedad. También, se manejó políticamente, a nivel de la subjetividad, la idea que los pequeños productores pueden ser exitosos exportadores en un Chile abierto y globalizado, cuando se sabe que los directamente beneficiados de la globalización son las grandes transnacionales y el capital financiero. Por último, se fortaleció simbólicamente que el criterio de éxito es la maximización de la renta individual, omitiendo que las economías pueden ser solidarias e integradoras en un orden social, más amplio y democrático en lo económico y productivo.
Sexto, la poca voluntad política de instalar, en el debate público, la critica efectiva sobre los resultados del modelo económico neoliberal, en tres ámbitos centrales, a saber, el incremento de la desigualdad económica en la distribución de la riqueza, el bajo compromiso en el fortalecimiento de la actividad sindical, y los nefastos efectos medio ambientales del sistema de producción primario exportador, que se profundizó en Chile en estas dos décadas.
Al parecer, la decepción de muchos es una realidad: Chile después de 20 años no cambió nada en el campo simbólico – cultural e institucional. No faltará quien pueda argüir una serie de estadísticas e indicadores, demostrando que avanzamos como sociedad, según los parámetros estándar del “desarrollo”. Quizás, en una gran cantidad de congresos políticos y académicos, se dirá que la Concertación es la coalición más perdurable y de mayor éxito en la historia chilena. Sin embargo, en el campo de las ideas y de la construcción de hegemonía, simplemente la coalición poco o nada puede mostrar. Pareciera que la Concertación, en particular una generación importante de sus lideres, optaron sencillamente por administrar el modelo, movidos por la ética de la responsabilidad y el acomodo ideológico, donde el modelo del emprendedor individualista también se aplico a la política como “opción legitima”. Dejaron de lado totalmente la ética de la convicción, renunciaron a sus ideas originales de cambio enunciadas a finales de los 80 y principios de los 90, y se inclinaron a la derecha. Con ello renunciaron a realizar cambios profundos y radicales para derrotar a la derecha en el campo simbólico – cultural e institucional, que hubiese impedido que hoy la veamos consolidarse en el gobierno con poder político - ejecutivo y legitimados socio-políticamente para gobernar.
Las “lecciones aprendidas” de estos últimos veinte años y sus costos deben quedar en la retina de la sociedad chilena. Quienes creemos que es necesario superar a la derecha política y económica en todas sus líneas de acción, debemos crear nuevas políticas de alianzas que coloquen en el centro una propuesta de cambio modelo de desarrollo, que conduzca a la derrota total del ideario hegemónico y de dominación de la derecha.
Cullipeumo, abril 2010.-
- Pablo Monje – Reyes, es Administrador Público, Magíster en Gestión y Políticas Públicas, Profesor de la Escuela Latinoamericana de Postgrado y Policitas Públicas, Universidad ARCIS – Chile.
Por Pablo Monje – Reyes
En los últimos días ha circulado cierta decepción política, que está madurando a partir del análisis de los 20 años de gobierno de la Concertación, y el tiempo transcurrido desde que la derecha asumió la hegemonía política de la sociedad chilena.
¿Cuál es esa decepción? Definitivamente, reconocer que la modernización y la “democratización” de nuestra sociedad eran sólo una imagen que la Concertación impulsó comunicacionalmente, con un alto grado de aceptación en buena parte de los sectores sociales y culturales del país. Más aun, a vuelta de página y a 20 años después de haber terminado con la más cruenta dictadura, la derecha asume el poder y muchos chilenos y chilenas perciben que no ha cambiado nada.
¿Por qué no ha cambiado nada? De un momento a otro, reaparecieron sin cuestionamiento algunos los iconos simbólicos de la dictadura, como el uso del escudo de la nación en tanto forma de identidad gubernamental, conexión directa con el seudo patriotismo de la dictadura; más aún, la instalación de un gobierno de ricos, con ministros y subsecretarios en cuyos curriculums destacan la ausencia de vocación por lo público y la sobrevaloración de la generación y/o administración de riqueza generada a partir, claro está, del modelo neoliberal instalado en la dictadura; de la misma manera, la utilización abierta y deliberada del poder del Estado, en beneficio de los grandes grupos económicos; por último, el nombramiento, en cargos públicos, de personas que estuvieron comprometidos en violaciones de derechos humanos, cuyo ícono es nuestro flamante actual embajador en Argentina.
La derecha ha conjugado estos cuatro elementos sin mayores obstáculos y todo indica que avanzará en esta misma dirección. Pareciera que la Concertación no logró cambiar la matriz socio – política del país creada e instalada en la dictadura. ¿Cuales serian las razones de ello?
Primero, la salida de la dictadura pactada con la misma derecha, sin cuestionamiento del orden jurídico constitucional. La transición quedó reducida sólo a cambios cosméticos, pues todavía nos rige la Constitución de Pinochet, aunque, de manera eufemística, lleve la firma del ex – Presidente Ricardo Lagos.
Segundo, el rol complaciente de los intelectuales de la Concertación, que no cuestionaron las formas de organización del poder y la forma en que la sociedad chilena entraba en una ruta de individualización. No pusieron en el centro el ethos colectivo y solidario del orden republicano histórico de los partidos de centro e izquierda, para la transformación real del sistema político y democrático del país. De la misma manera, la decisión política de no utilizar a las universidades estatales, para levantar un discurso modernizador y socializador de una nueva democracia y modelo económico. Por el contrario, la Concertación legitimó el modelo de asignación de mercado de recursos públicos en el ámbito de la investigación y desarrollo, recursos que se destinaron tanto a las universidades estatales como a las privadas. Vaya paradoja, en quienes le deben su formación a las universidades públicas de este país.
Tercero, el uso y abuso de los medios de comunicación para alimentar, a nivel subjetivo en la ciudadanía, las bondades del modelo y la fortaleza de nuestras instituciones democráticas. No se puso en el debate la necesidad de fortalecer la democracia, terminando con la sobre representación de la derecha en el Parlamento. En otras palabras, se dejó de lado, en la política comunicacional, la búsqueda de la derrota simbólico – cultural de la derecha política y, por consiguiente, del modelo neoliberal. La pérdida de pluralidad de los medios de comunicación es un hecho constatado, como también lo es el fracaso de proyectos que nunca obtuvieron apoyo del Estado para hacer frente a la competencia de los grandes grupos periodísticos. Recordemos, por ejemplo, el cierre de La Época, Análisis, Cauce, Fortín Mapocho, Rocinante, La Bicicleta, por nombrar sólo algunos.
Cuarto, la Concertación desarticuló la movilización de los actores socio –políticos y privilegió una política de elite. Con esto, abrió las puertas para que la derecha penetrara en los sectores populares, donde jamás habían logrado un respaldo político masivo. De hecho, hoy en día existen distritos de origen popular en donde la derecha no se beneficia del sistema binominal, si no es primera o segunda mayoría, lo que significa que, cambiando el sistema electoral, seguirá teniendo representación.
Quinto, el no uso del aparato del Estado para la generación de nuevas formas de producción, que hubiese apuntado al fortalecimiento democrático de la sociedad. Por ejemplo, el desarrollo de los sistemas de producción de cooperativa o sistemas de integración productiva del artesanado y pequeña empresa, por medio de sistemas crediticios de carácter solidario. Por el contrario, se entregaron incentivos que apuntaron a la individualización productiva, a la creación subjetiva del micro empresario, y a la instalación de conceptos como “emprendedores” y “emprendedoras”, nada más lejos de nuestra tradición artesanal y de talleres de oficios, presentes desde inicios de la República y que contribuyeron a la profundización de la democracia en nuestra sociedad. También, se manejó políticamente, a nivel de la subjetividad, la idea que los pequeños productores pueden ser exitosos exportadores en un Chile abierto y globalizado, cuando se sabe que los directamente beneficiados de la globalización son las grandes transnacionales y el capital financiero. Por último, se fortaleció simbólicamente que el criterio de éxito es la maximización de la renta individual, omitiendo que las economías pueden ser solidarias e integradoras en un orden social, más amplio y democrático en lo económico y productivo.
Sexto, la poca voluntad política de instalar, en el debate público, la critica efectiva sobre los resultados del modelo económico neoliberal, en tres ámbitos centrales, a saber, el incremento de la desigualdad económica en la distribución de la riqueza, el bajo compromiso en el fortalecimiento de la actividad sindical, y los nefastos efectos medio ambientales del sistema de producción primario exportador, que se profundizó en Chile en estas dos décadas.
Al parecer, la decepción de muchos es una realidad: Chile después de 20 años no cambió nada en el campo simbólico – cultural e institucional. No faltará quien pueda argüir una serie de estadísticas e indicadores, demostrando que avanzamos como sociedad, según los parámetros estándar del “desarrollo”. Quizás, en una gran cantidad de congresos políticos y académicos, se dirá que la Concertación es la coalición más perdurable y de mayor éxito en la historia chilena. Sin embargo, en el campo de las ideas y de la construcción de hegemonía, simplemente la coalición poco o nada puede mostrar. Pareciera que la Concertación, en particular una generación importante de sus lideres, optaron sencillamente por administrar el modelo, movidos por la ética de la responsabilidad y el acomodo ideológico, donde el modelo del emprendedor individualista también se aplico a la política como “opción legitima”. Dejaron de lado totalmente la ética de la convicción, renunciaron a sus ideas originales de cambio enunciadas a finales de los 80 y principios de los 90, y se inclinaron a la derecha. Con ello renunciaron a realizar cambios profundos y radicales para derrotar a la derecha en el campo simbólico – cultural e institucional, que hubiese impedido que hoy la veamos consolidarse en el gobierno con poder político - ejecutivo y legitimados socio-políticamente para gobernar.
Las “lecciones aprendidas” de estos últimos veinte años y sus costos deben quedar en la retina de la sociedad chilena. Quienes creemos que es necesario superar a la derecha política y económica en todas sus líneas de acción, debemos crear nuevas políticas de alianzas que coloquen en el centro una propuesta de cambio modelo de desarrollo, que conduzca a la derrota total del ideario hegemónico y de dominación de la derecha.
Cullipeumo, abril 2010.-
- Pablo Monje – Reyes, es Administrador Público, Magíster en Gestión y Políticas Públicas, Profesor de la Escuela Latinoamericana de Postgrado y Policitas Públicas, Universidad ARCIS – Chile.
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