viernes, 2 de abril de 2010
Haití: el costo de cargar maletas
Jornada
Por José Steinsleger
Los cataclismos trastornan la vida de los pueblos. El Diluvio anegó las civilizaciones de la Mesopotamia bíblica, la corriente de El Niño influyó en el declive de los antiguos mayas; el terremoto de 1985 cimbró el orden político en México; pequeños estados insulares empiezan a ser tragados por el Pacífico; California se desprenderá del continente mañana, o en los próximos 500 años; la tala de la Amazonia (pulmón del planeta) deja áreas gigantescas de color ocre.
El terremoto de Haití fue más devastador, aunque menos intenso que el de Chile. ¿Porque Haití es más pobre? En 2005, un huracán destruyó Nueva Orleáns, ciudad ubicada en un estado (Louisiana) que tiene cuatro veces menos de habitantes, un PIB similar y un per cápita cinco veces mayor al de Chile. Levantada por esclavos africanos, la cuna del jazz se reconstruye con salarios del primer mundo. En cambio, el país modelo de América Latina reconstruirá sus ciudades con salarios del cuarto mundo.
¿Pero qué será de Haití? El primer cataclismo de La Hispaniola (así llamada por Cristóbal Colón) acabó con su población nativa.
Poco más extensa que Zacatecas (76 mil 480 kilómetros cuadrados), la isla antillana estuvo habitada por 350 mil arawacs, caribes y taínos, pueblos borrados del mapa por Bartolomé y Diego Colón, hermano e hijo del almirante.
El segundo cataclismo duró cerca de 300 años, y consistió en la importación de millones de esclavos africanos. El tercero fue la guerra por la independencia en la que 100 mil esclavos murieron en combate (1791-1804), el cuarto fue el ensañamiento de la blanquitud con la república independiente, y el terremoto de enero pasado expulsó a los haitianos a los confines de la civilización.
La independencia de Haití ha sido deliberadamente ignorada por negra, antiesclavista, anticolonialista, antintervencionista, anticlasista, por derrotar en el terreno militar a los tres grandes imperios de la época, y por emplazar al pensamiento eurocéntrico, haciendo crujir las marquesinas filosóficas de la civilización occidental.
La primera y última rebelión victoriosa de esclavos en la historia de la humanidad guardó profundas diferencias con el resto de los procesos independentistas de América hispana. Los haitianos defendieron a tal grado su noción de libertad, que las juntas emancipadoras del continente optaron por soslayar sus alcances políticos y densidades conceptuales.
El escritor cubano Alejo Carpentier observó que entre los enciclopedistas franceses la idea de independencia tenía un valor meramente filosófico: Se dice independencia frente al concepto de Dios, frente al concepto de monarquía, y la libertad individual del hombre. Pero nunca hablaron de independencia política o emancipación total, como en Haití. Los sabios de la época no quisieron estudiar a Haití. Para ellos, los negros eran una especie de dudosos atributos humanos.
Ahí tenemos a John Locke (1632-1704) escribiendo a la luz del candil sus ensayos sobre el entendimiento humano, mientras endulza el té cosechado por los esclavos de Inglaterra en India, con el azúcar de los esclavos de Europa en las Antillas. Y ahí tenemos a Charles-Louis de Secondat (barón de Montesquieu y Señor de la Bréde), quien posiblemente fumaba algo especial cuando en El espíritu de las leyes (1748), atusándose el bigote, explicó sus curiosas teorías sobre el azúcar, que:
“… sería demasiado caro si no trabajaran los esclavos en su producción. Dichos esclavos son negros desde los pies hasta la cabeza y tienen la nariz tan aplastada que es casi imposible tenerles lástima. Resulta impensable que Dios, que es un ser muy sabio, haya puesto un alma, y sobre todo un alma buena, en un cuerpo enteramente negro”.
El empirista Locke y la democracia moderna. Su discípulo Montesquieu y la división de poderes. El epicúreo Rousseau y su buen salvaje. El cínico Voltaire y sus críticas al poder. El deista Diderot y la legitimación del colonialismo en su Enciclopedia. El humildísimo Napoleón y su famoso Código Civil que los estados modernos de América hispana clonaron en el siglo 19.
Concedido. Los ideólogos del llamado Siglo de las Luces murieron sin enterarse de la revolución francesa y de las rebeliones de los esclavos en Haití. ¿Y Carlos Marx? ¿Alguno de sus biógrafos nos explicó por qué habiendo sido un atento lector de La riqueza de las naciones (Adam Smith, 1776), Marx investigó la cuestión colonial en Irlanda e India, y pasó por alto la feroz guerra independentista en la colonia que generaba 75 por ciento de la producción mundial de azúcar, generando a Francia más beneficios que las 13 colonias de Inglaterra en América del Norte?
Como fuere, el escritor y político dominicano Juan Bosch acertó al advertir que “… cualquier estudioso de Marx puede encontrar en la revolución de Haití todas sus ideas convertidas en hechos”.
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