miércoles, 21 de abril de 2010
Cuba, Silvio contra Montaner y una anécdota asuncena
Por Blas Brítez
Hay dos periodistas de la derecha latinoamericana más ilustrada pero intransigente a los que de vez en cuando solía seguir: Andrés Oppenheimer y Carlos Alberto Montaner. El primero es de origen argentino, y el segundo cubano. Ambos hace algunos años participaban en un programa televisivo de análisis político. Recuerdo uno en especial, en 2003, con la presencia del renunciante presidente de Bolivia, Gonzalo Sánchez de Losada, quien sangraba por la herida que le habían infligido a sus afanes privatizadores los movimientos sociales bolivianos. En su auxilio mediático habían acudido, desde un estudio de Miami, Oppenheimer y Montaner.
Un comentario de este último desató en mí una mezcla de rabia y carcajada. Para él, el pueblo boliviano no tenía por qué protestar y demandar soberanía energética en el caso del gas, pues el hecho de que esté bajo suelo boliviano “es solamente un accidente de la naturaleza”, por lo que bien puede venir una “potencia extraña” a reclamar dicha riqueza natural. Había leído muchas opiniones suyas con las que no estaba de acuerdo antes, pero esto era el acabose. Y después de aquel comentario dejé de leerlo.
En las últimas semanas lo volví a hacer. Mantuvo un debate, dentro de los límites del respeto es cierto, pero con obvias e inocultables diferencias entre ellos, con el cantautor Silvio Rodríguez, a propósito de Cuba y el actual asedio mediático que vive por lo de siempre: los derechos humanos, la paja en el ojo ajeno que los Estados Unidos, la Unión Europea y sus medios de comunicación ven a cada tanto, con las vestiduras rasgadas. Creo que Silvio salió ganando el debate, aun cuando hay críticas de Montaner que son atendibles. Así y todo, como es costumbre, la gran mayoría de los diarios importantes destacaron ampliamente los argumentos de Montaner y recluyeron al desván del recuadrito los de Silvio.
Pueden buscar el debate completo en la web de El País, de Madrid: http://www.elpais.com.
Pero eso no es todo. Recordé que a mediados de 2007 había roto mi promesa de mantenerme alejado de Montaner. Estaba en Asunción y me encargaron la tarea de entrevistarlo. Quise zafarme pretextando cualquier cosa, pero no hubo caso.
Ahí estaba frente a él en el vestíbulo de un hotel. Me prometió “nada más que 10 minutos”, casi sin mirarme y con gesto de hastío. Terminamos hablando más de media hora. Solo se emocionó cuando llegó el fotógrafo: comenzaron a surgir las típicas poses de intelectual. Traté de hincarlo con preguntas respecto a su “sorprendente” teoría de que los países son pobres porque les gusta la pobreza. Me guardé una más filosa para el final: le pregunté sobre su supuesta participación en actos terroristas en los años sesenta en Cuba contra el Gobierno de Fidel Castro, como afirman muchos. Montó en cólera, me llamó “asalariado de la embajada castrista”. Cortó abruptamente el diálogo. Por algún medio hizo saber su queja a la dirección de este diario. La entrevista igual se publicó. El fotógrafo me preguntó: “¿Qué pio mba’e le preguntaste, Blasito? ¡Casi te pegó!”. No le quise responder: “Probablemente, la verdad”.
Hay dos periodistas de la derecha latinoamericana más ilustrada pero intransigente a los que de vez en cuando solía seguir: Andrés Oppenheimer y Carlos Alberto Montaner. El primero es de origen argentino, y el segundo cubano. Ambos hace algunos años participaban en un programa televisivo de análisis político. Recuerdo uno en especial, en 2003, con la presencia del renunciante presidente de Bolivia, Gonzalo Sánchez de Losada, quien sangraba por la herida que le habían infligido a sus afanes privatizadores los movimientos sociales bolivianos. En su auxilio mediático habían acudido, desde un estudio de Miami, Oppenheimer y Montaner.
Un comentario de este último desató en mí una mezcla de rabia y carcajada. Para él, el pueblo boliviano no tenía por qué protestar y demandar soberanía energética en el caso del gas, pues el hecho de que esté bajo suelo boliviano “es solamente un accidente de la naturaleza”, por lo que bien puede venir una “potencia extraña” a reclamar dicha riqueza natural. Había leído muchas opiniones suyas con las que no estaba de acuerdo antes, pero esto era el acabose. Y después de aquel comentario dejé de leerlo.
En las últimas semanas lo volví a hacer. Mantuvo un debate, dentro de los límites del respeto es cierto, pero con obvias e inocultables diferencias entre ellos, con el cantautor Silvio Rodríguez, a propósito de Cuba y el actual asedio mediático que vive por lo de siempre: los derechos humanos, la paja en el ojo ajeno que los Estados Unidos, la Unión Europea y sus medios de comunicación ven a cada tanto, con las vestiduras rasgadas. Creo que Silvio salió ganando el debate, aun cuando hay críticas de Montaner que son atendibles. Así y todo, como es costumbre, la gran mayoría de los diarios importantes destacaron ampliamente los argumentos de Montaner y recluyeron al desván del recuadrito los de Silvio.
Pueden buscar el debate completo en la web de El País, de Madrid: http://www.elpais.com.
Pero eso no es todo. Recordé que a mediados de 2007 había roto mi promesa de mantenerme alejado de Montaner. Estaba en Asunción y me encargaron la tarea de entrevistarlo. Quise zafarme pretextando cualquier cosa, pero no hubo caso.
Ahí estaba frente a él en el vestíbulo de un hotel. Me prometió “nada más que 10 minutos”, casi sin mirarme y con gesto de hastío. Terminamos hablando más de media hora. Solo se emocionó cuando llegó el fotógrafo: comenzaron a surgir las típicas poses de intelectual. Traté de hincarlo con preguntas respecto a su “sorprendente” teoría de que los países son pobres porque les gusta la pobreza. Me guardé una más filosa para el final: le pregunté sobre su supuesta participación en actos terroristas en los años sesenta en Cuba contra el Gobierno de Fidel Castro, como afirman muchos. Montó en cólera, me llamó “asalariado de la embajada castrista”. Cortó abruptamente el diálogo. Por algún medio hizo saber su queja a la dirección de este diario. La entrevista igual se publicó. El fotógrafo me preguntó: “¿Qué pio mba’e le preguntaste, Blasito? ¡Casi te pegó!”. No le quise responder: “Probablemente, la verdad”.
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