sábado, 12 de diciembre de 2009
Obama ¿Es sólo retórica?
Vos el Soberano
Por Gustavo Zelaya Herrera
No es nada nuevo afirmar que los Estados Unidos desde su formación creyeron ser los enviados divinos para salvar al mundo del terror y la persecución política; llamados a salvarnos a los demás humanos de las prácticas perversas de gobiernos despóticos. Parece que semejante pretensión permanece en los actuales gobernantes. Para llevar a cabo los mandatos de Dios nunca han acudido a la palabra sacra ni a las simples exclamaciones oratorias. Su instrumento principal ha sido y es la guerra, los medios más violentos que la humanidad haya conocido. Bien decía Bolívar que estaban llamados a sembrar de muerte al mundo en nombre de la libertad; o cuando José Martí afirmaba que había vivido en las entrañas del monstruo. Ambos supieron mostrar cabalmente la esencia guerrerista de aquél imperio en formación.
De poder efectuar un inventario de los conflictos bélicos registrados desde 1890 hasta el 2009, vamos a ver que cada dato histórico lo encabeza Estados Unidos, y la suma de muertos acumulada desde entonces puede poner en duda todas las vanidades humanas que nos hace creer que somos por definición seres racionales. Esos datos no son simples números sino que son la prueba de la mayor barbarie llevada a cabo en nombre de la democracia y la civilización occidental. Debe existir información detallada de en cuántas guerras ha participado Estados Unidos y de la cantidad de muertes generadas en esos conflictos.
Por culpa de mi carencia de detalles y de información precisa solamente puedo enunciar algunos de esos momentos violentos que han dejado profunda huella en muchos seres humanos, huella de odio y rencor en algunos, en otros sentimientos serviles hacia el imperio. De los últimos tenemos muchos en nuestro país, especialmente entre los llamados “analistas” y otros escribidores de esa calaña. De todo existe en este mundo. Y si en algo me equivoco, me hago cargo de ello aunque el causante de mis posibles errores es el discurso de Barak Obama al recibir el Premio Nobel de la Paz.
Algunos hechos: en la segunda guerra mundial entre 1939 y 1945, 55 millones de muertos y 3 millones de desaparecidos. De ellos, como muestra de las guerras “justas” y “moralmente justificables” en donde ha participado el imperio norteamericano, el 6 y 9 de agosto de 1945 se efectuaron los dos únicos bombardeos nucleares registrados en la historia sobre Hiroshima y Nagasaki, dos objetivos civiles y con Japón prácticamente derrotado, 140,000 muertos y 80,000 en una y otra ciudad. Después miles siguieron muriendo debido a las lesiones y enfermedades atribuidas a la radiación.
Entre 1950 y 1953 y durante la guerra de Corea, bajo el ropaje de las Naciones Unidas pero con el peso recayendo sobre el aparato militar norteamericano, solamente 3 millones muertos. Poco tiempo después y sin poder negarse a la misión divina, ese pueblo de Dios se involucró en lo que se convertiría en la mayor derrota militar y moral de los nuevos cruzados, la guerra de Viet Nam. De 1965 a 1975 se registran 3.8 millones de muertes y gravísimos daños a los ríos y los bosques vietnamitas, planificados y coordinados con la precisión matemática de Robert McNamara y Henry Kissinger, también Nobel de la Paz y formados a la sombra de grandes transnacionales como Ford Motor y Rockefeller Trust. Sólo en ese heroico país 58 mil muertos norteamericanos, 300 mil heridos, miles de mutilados, adictos a las drogas y cientos desadaptados sociales deambulando por las ciudades norteamericanas. Y la estadística de muerte parece no terminar: Camboya, de 1969 a 1975, 2 millones de muertos; en la primera guerra de Irak con el viejo Bush en el poder, año de 1991, 10 mil muertos; Somalia, mil muertos; Granada, en 1983, 75 muertos, Panamá llamados por el cielo para derrocar a Noriega en 1989, 7 muertos. Como en Honduras después del 28 de junio de 2009 apenas se contabilizan un poco más de 30 muertes, no es tan importante el asunto de acuerdo al criterio autorizado del obispo auxiliar de Tegucigalpa Darwin Andino. Al parecer, para este individuo los conflictos sociales pueden ser calificados en su gravedad con simples criterios contables. Unos muertes más, unos muertes menos. De eso se trata: simples cuentas, simples números en juego.
Entre 1946 y 1975, Estados Unidos utilizaron la fuerza militar en 215 ocasiones. Y esto si tomar en cuenta las intervenciones militares ocurridas entre 1911 y 1973 en China, Nicaragua, Honduras, Guatemala, Sudan, Haití, Irán, Libia, Somalia, Filipinas, Yugoslavia, Rusia, Chile, El Salvador.
Sobre todo hay dos lugares donde las cifras y el dato estadístico desbordan sangre y dolor por todas partes, en donde la magnitud del daño contra las personas es incalculable a pesar de los esfuerzos de los expertos y los cientistas sociales; es lo más inmediato y que demuestra en qué consiste la gracia divina derramada sobre Estados Unidos. Según cálculos de las Naciones Unidas el costo humano de la guerra en Irak, hasta la fecha asciende a 1.5 millones de muertos, 4.5 millones de desaparecidos, 2 millones de viudas, 5 millones de niños huérfanos. En la primera guerra del golfo a Irak se le provocaron 750 mil niños muertos por culpa del embargo impuesto por la OTAN y los gringos a la cabeza; quedaron 340 toneladas de uranio diseminados, los efectos de la radiación pueden durar 4,500 años, aumentó también la mortalidad por cáncer se multiplicó por 11 y se registraron 15 mil civiles muertos. Y todos estos acontecimientos violentos y en extremo sangrientos, ocurridos en la tierra de los profetas, en la tierra santa de las religiones que sirven de pretexto ideológico a los gobiernos norteamericanos. El cinismo de Obama llega a tan altos niveles que no le importa admitir que “En las guerras de hoy, mueren muchos más civiles que soldados… las economías se destruyen; las sociedades civiles se parten en pedazos, se acumulan refugiados y los niños quedan marcados de por vida”. Toda esa palabrería no altera en nada la grave situación de todas las zonas en conflicto en el mundo entero, desde Gaza a Kabul, desde Tegucigalpa a Bogota.
En Afganistán la sangría sigue sin parar y aumenta la cantidad de muertes, de inocentes sacrificados y clasificados como efectos colaterales, puro accidente que abarca familias enteras desarmadas y masacradas. Tal agresión no ha impedido que ese lugar se haya convertido en los últimos cuatro años en el mayor productor mundial de opio y heroína y en un centro de experimentación de equipos militares. Sin embargo, tantas muertes y tanto dolor provocado no hacen mella en la política norteamericana ni en Obama ya que dijo al recibir el Nobel de la Paz: “soy responsable por desplegar a miles de jóvenes, a pelear en un país distante. Algunos matarán. A otros los matarán”. Igual de responsables han sido Kennedy, Johnson, Nixon, Reagan, Clinton y los Bush, y ninguno ha sido condenado por sus crímenes. La continuidad de la guerra en el medio oriente, la presencia diaria de la muerte gracias al aumento de la presencia militar norteamericana ordenada por Obama no es algo que impida que él expresara en su discurso que “habrá ocasiones en las que las naciones… concluirán que el uso de la fuerza no sólo es necesario sino también justificado moralmente”.
Desde 1960 Cuba ha sido sometida a un cruel bloqueo, a una verdadera guerra económica no justificada por ninguna norma del derecho internacional, un daño que sobrepasa los 82 mil millones de dólares, sin considerar en estas cuentas los daños a objetivos económicos y sociales provocados por sabotajes y acciones terroristas organizadas, financiadas y dirigidas desde el territorio norteamericano y por agencias del gobierno norteamericano. Sin importar el color del gobierno de turno, republicano o demócrata, el bloqueo ha continuado y se profundiza en cada administración norteamericana, a pesar del rechazo mundial en todas las asambleas de las Naciones Unidas, hasta llegar a amenazar a otros países y empresas que comercian con Cuba, estableciendo un carácter extraterritorial al bloqueo. Algunos de los ejecutores de esas acciones terroristas contra la isla caribeña, estuvieron en Honduras como “observadores” de las elecciones, agredieron a personas y se convirtieron en verdaderos activistas del golpe de estado. Muchos se ofrecieron y otros fueron contratados por el régimen golpista como asesores y unos cuantos fueron condecorados con altas distinciones nacionales. Para vergüenza absoluta de muchos hondureños.
Ese criminal bloqueo ha perturbado la alimentación, afectando la fuente de proteínas del pueblo cubano y dañando la producción de comestibles; a pesar del desarrollo en el sistema de salud, hay carencias de medicamentos y equipos en toda la red de salud; hay también dificultades en la adquisición de material educativo y de medios de transporte público; todo el sistema económico, social, cultural, etc., sigue negativamente impactado por el bloqueo. Y de parte del gobierno de Obama continúa la retórica y tibios pronunciamientos sobre la reversión del bloqueo.Tal y como ocurrió en tiempos de Bill Clinton. Es decir, sin cambios sustanciales en sus relaciones con Cuba.
Coincidiendo con las celebraciones internacionales acerca de los derechos humanos y la entrega del Premio Nobel de la Paz el presidente norteamericano lo recibió y habló en su nombre y en nombre de la política norteamericana. Dijo que “es un premio que habla de nuestras mayores aspiraciones, que a pesar de toda la crueldad y las adversidades de nuestro mundo… nuestros actos pueden cambiar el rumbo de la historia y llevarla por el camino de la justicia”. Parece, pues, que esta nueva noción de justicia contiene como elemento necesario la muerte y la sangre de miles de personas sacrificadas en los conflictos que Obama está alimentando. Y es tanta la arrogancia imperial que no duda en ningún momento en afirmar que la estrategia de la guerra preventiva es el fundamento de la doctrina militar de su gobierno, bien aprendida y transmitida por anteriores gobernantes, tal es el, ejemplo de Bush y de Reagan, y de Kennedy, de Nixon, en fin, es la esencia de la política norteamericana. Obama lo expresó de esta forma: “Me reservo el derecho de actuar unilateralmente si es necesario para defender a mi país”. Y en tal dirección propone un nuevo nombre para los ejecutores directos de su política guerrerista, ya no los llama soldados, a los que recibe sea envueltos en bolsa plásticas negras o andando en propio pie, dice que “los homenajeamos no como artífices de guerra sino como promotores, como promotores de la paz”. Esa es su paz, la que se edifica sobre millones de muertes y miles de litros de sangre derramada por el mundo entero. Es la paz verdadera de Obama.
No es una retórica elegantemente expresada, al calor de lámparas nórdicas y el fino champán francés, y la vestimenta de Calvin Klein o el smoking impecable frente a las cámaras de la prensa y la nobleza europea. No es como se repite en muchos medios y se escucha en boca de mucha gente. No es cierto la vieja creencia en la doble moral del discurso oficial norteamericano, la dualidad aquí no es más que un artificio retórico para encubrir una política sostenida, cínica, coherente durante el transcurso de los años y que no se altera con los cambios de gobierno. Es la vieja política del gran garrote, de la diplomacia del dólar, del palo y la zanahoria, de los conflictos de baja intensidad, la guerra fría, el poder inteligente, el CAFTA, esos son algunos nombres que muestran cómo la política imperial toma en cuenta los cambios históricos para ponerse a tono con los tiempos. Y que es capaz de obtener premios por promover la paz, hasta de consolarse ante los ojos del mundo diciendo con la mayor hipocresía que “Sí, se han librado guerras terribles y se han cometido atrocidades. Pero no ha habido una tercera guerra mundial.”.
Por Gustavo Zelaya Herrera
No es nada nuevo afirmar que los Estados Unidos desde su formación creyeron ser los enviados divinos para salvar al mundo del terror y la persecución política; llamados a salvarnos a los demás humanos de las prácticas perversas de gobiernos despóticos. Parece que semejante pretensión permanece en los actuales gobernantes. Para llevar a cabo los mandatos de Dios nunca han acudido a la palabra sacra ni a las simples exclamaciones oratorias. Su instrumento principal ha sido y es la guerra, los medios más violentos que la humanidad haya conocido. Bien decía Bolívar que estaban llamados a sembrar de muerte al mundo en nombre de la libertad; o cuando José Martí afirmaba que había vivido en las entrañas del monstruo. Ambos supieron mostrar cabalmente la esencia guerrerista de aquél imperio en formación.
De poder efectuar un inventario de los conflictos bélicos registrados desde 1890 hasta el 2009, vamos a ver que cada dato histórico lo encabeza Estados Unidos, y la suma de muertos acumulada desde entonces puede poner en duda todas las vanidades humanas que nos hace creer que somos por definición seres racionales. Esos datos no son simples números sino que son la prueba de la mayor barbarie llevada a cabo en nombre de la democracia y la civilización occidental. Debe existir información detallada de en cuántas guerras ha participado Estados Unidos y de la cantidad de muertes generadas en esos conflictos.
Por culpa de mi carencia de detalles y de información precisa solamente puedo enunciar algunos de esos momentos violentos que han dejado profunda huella en muchos seres humanos, huella de odio y rencor en algunos, en otros sentimientos serviles hacia el imperio. De los últimos tenemos muchos en nuestro país, especialmente entre los llamados “analistas” y otros escribidores de esa calaña. De todo existe en este mundo. Y si en algo me equivoco, me hago cargo de ello aunque el causante de mis posibles errores es el discurso de Barak Obama al recibir el Premio Nobel de la Paz.
Algunos hechos: en la segunda guerra mundial entre 1939 y 1945, 55 millones de muertos y 3 millones de desaparecidos. De ellos, como muestra de las guerras “justas” y “moralmente justificables” en donde ha participado el imperio norteamericano, el 6 y 9 de agosto de 1945 se efectuaron los dos únicos bombardeos nucleares registrados en la historia sobre Hiroshima y Nagasaki, dos objetivos civiles y con Japón prácticamente derrotado, 140,000 muertos y 80,000 en una y otra ciudad. Después miles siguieron muriendo debido a las lesiones y enfermedades atribuidas a la radiación.
Entre 1950 y 1953 y durante la guerra de Corea, bajo el ropaje de las Naciones Unidas pero con el peso recayendo sobre el aparato militar norteamericano, solamente 3 millones muertos. Poco tiempo después y sin poder negarse a la misión divina, ese pueblo de Dios se involucró en lo que se convertiría en la mayor derrota militar y moral de los nuevos cruzados, la guerra de Viet Nam. De 1965 a 1975 se registran 3.8 millones de muertes y gravísimos daños a los ríos y los bosques vietnamitas, planificados y coordinados con la precisión matemática de Robert McNamara y Henry Kissinger, también Nobel de la Paz y formados a la sombra de grandes transnacionales como Ford Motor y Rockefeller Trust. Sólo en ese heroico país 58 mil muertos norteamericanos, 300 mil heridos, miles de mutilados, adictos a las drogas y cientos desadaptados sociales deambulando por las ciudades norteamericanas. Y la estadística de muerte parece no terminar: Camboya, de 1969 a 1975, 2 millones de muertos; en la primera guerra de Irak con el viejo Bush en el poder, año de 1991, 10 mil muertos; Somalia, mil muertos; Granada, en 1983, 75 muertos, Panamá llamados por el cielo para derrocar a Noriega en 1989, 7 muertos. Como en Honduras después del 28 de junio de 2009 apenas se contabilizan un poco más de 30 muertes, no es tan importante el asunto de acuerdo al criterio autorizado del obispo auxiliar de Tegucigalpa Darwin Andino. Al parecer, para este individuo los conflictos sociales pueden ser calificados en su gravedad con simples criterios contables. Unos muertes más, unos muertes menos. De eso se trata: simples cuentas, simples números en juego.
Entre 1946 y 1975, Estados Unidos utilizaron la fuerza militar en 215 ocasiones. Y esto si tomar en cuenta las intervenciones militares ocurridas entre 1911 y 1973 en China, Nicaragua, Honduras, Guatemala, Sudan, Haití, Irán, Libia, Somalia, Filipinas, Yugoslavia, Rusia, Chile, El Salvador.
Sobre todo hay dos lugares donde las cifras y el dato estadístico desbordan sangre y dolor por todas partes, en donde la magnitud del daño contra las personas es incalculable a pesar de los esfuerzos de los expertos y los cientistas sociales; es lo más inmediato y que demuestra en qué consiste la gracia divina derramada sobre Estados Unidos. Según cálculos de las Naciones Unidas el costo humano de la guerra en Irak, hasta la fecha asciende a 1.5 millones de muertos, 4.5 millones de desaparecidos, 2 millones de viudas, 5 millones de niños huérfanos. En la primera guerra del golfo a Irak se le provocaron 750 mil niños muertos por culpa del embargo impuesto por la OTAN y los gringos a la cabeza; quedaron 340 toneladas de uranio diseminados, los efectos de la radiación pueden durar 4,500 años, aumentó también la mortalidad por cáncer se multiplicó por 11 y se registraron 15 mil civiles muertos. Y todos estos acontecimientos violentos y en extremo sangrientos, ocurridos en la tierra de los profetas, en la tierra santa de las religiones que sirven de pretexto ideológico a los gobiernos norteamericanos. El cinismo de Obama llega a tan altos niveles que no le importa admitir que “En las guerras de hoy, mueren muchos más civiles que soldados… las economías se destruyen; las sociedades civiles se parten en pedazos, se acumulan refugiados y los niños quedan marcados de por vida”. Toda esa palabrería no altera en nada la grave situación de todas las zonas en conflicto en el mundo entero, desde Gaza a Kabul, desde Tegucigalpa a Bogota.
En Afganistán la sangría sigue sin parar y aumenta la cantidad de muertes, de inocentes sacrificados y clasificados como efectos colaterales, puro accidente que abarca familias enteras desarmadas y masacradas. Tal agresión no ha impedido que ese lugar se haya convertido en los últimos cuatro años en el mayor productor mundial de opio y heroína y en un centro de experimentación de equipos militares. Sin embargo, tantas muertes y tanto dolor provocado no hacen mella en la política norteamericana ni en Obama ya que dijo al recibir el Nobel de la Paz: “soy responsable por desplegar a miles de jóvenes, a pelear en un país distante. Algunos matarán. A otros los matarán”. Igual de responsables han sido Kennedy, Johnson, Nixon, Reagan, Clinton y los Bush, y ninguno ha sido condenado por sus crímenes. La continuidad de la guerra en el medio oriente, la presencia diaria de la muerte gracias al aumento de la presencia militar norteamericana ordenada por Obama no es algo que impida que él expresara en su discurso que “habrá ocasiones en las que las naciones… concluirán que el uso de la fuerza no sólo es necesario sino también justificado moralmente”.
Desde 1960 Cuba ha sido sometida a un cruel bloqueo, a una verdadera guerra económica no justificada por ninguna norma del derecho internacional, un daño que sobrepasa los 82 mil millones de dólares, sin considerar en estas cuentas los daños a objetivos económicos y sociales provocados por sabotajes y acciones terroristas organizadas, financiadas y dirigidas desde el territorio norteamericano y por agencias del gobierno norteamericano. Sin importar el color del gobierno de turno, republicano o demócrata, el bloqueo ha continuado y se profundiza en cada administración norteamericana, a pesar del rechazo mundial en todas las asambleas de las Naciones Unidas, hasta llegar a amenazar a otros países y empresas que comercian con Cuba, estableciendo un carácter extraterritorial al bloqueo. Algunos de los ejecutores de esas acciones terroristas contra la isla caribeña, estuvieron en Honduras como “observadores” de las elecciones, agredieron a personas y se convirtieron en verdaderos activistas del golpe de estado. Muchos se ofrecieron y otros fueron contratados por el régimen golpista como asesores y unos cuantos fueron condecorados con altas distinciones nacionales. Para vergüenza absoluta de muchos hondureños.
Ese criminal bloqueo ha perturbado la alimentación, afectando la fuente de proteínas del pueblo cubano y dañando la producción de comestibles; a pesar del desarrollo en el sistema de salud, hay carencias de medicamentos y equipos en toda la red de salud; hay también dificultades en la adquisición de material educativo y de medios de transporte público; todo el sistema económico, social, cultural, etc., sigue negativamente impactado por el bloqueo. Y de parte del gobierno de Obama continúa la retórica y tibios pronunciamientos sobre la reversión del bloqueo.Tal y como ocurrió en tiempos de Bill Clinton. Es decir, sin cambios sustanciales en sus relaciones con Cuba.
Coincidiendo con las celebraciones internacionales acerca de los derechos humanos y la entrega del Premio Nobel de la Paz el presidente norteamericano lo recibió y habló en su nombre y en nombre de la política norteamericana. Dijo que “es un premio que habla de nuestras mayores aspiraciones, que a pesar de toda la crueldad y las adversidades de nuestro mundo… nuestros actos pueden cambiar el rumbo de la historia y llevarla por el camino de la justicia”. Parece, pues, que esta nueva noción de justicia contiene como elemento necesario la muerte y la sangre de miles de personas sacrificadas en los conflictos que Obama está alimentando. Y es tanta la arrogancia imperial que no duda en ningún momento en afirmar que la estrategia de la guerra preventiva es el fundamento de la doctrina militar de su gobierno, bien aprendida y transmitida por anteriores gobernantes, tal es el, ejemplo de Bush y de Reagan, y de Kennedy, de Nixon, en fin, es la esencia de la política norteamericana. Obama lo expresó de esta forma: “Me reservo el derecho de actuar unilateralmente si es necesario para defender a mi país”. Y en tal dirección propone un nuevo nombre para los ejecutores directos de su política guerrerista, ya no los llama soldados, a los que recibe sea envueltos en bolsa plásticas negras o andando en propio pie, dice que “los homenajeamos no como artífices de guerra sino como promotores, como promotores de la paz”. Esa es su paz, la que se edifica sobre millones de muertes y miles de litros de sangre derramada por el mundo entero. Es la paz verdadera de Obama.
No es una retórica elegantemente expresada, al calor de lámparas nórdicas y el fino champán francés, y la vestimenta de Calvin Klein o el smoking impecable frente a las cámaras de la prensa y la nobleza europea. No es como se repite en muchos medios y se escucha en boca de mucha gente. No es cierto la vieja creencia en la doble moral del discurso oficial norteamericano, la dualidad aquí no es más que un artificio retórico para encubrir una política sostenida, cínica, coherente durante el transcurso de los años y que no se altera con los cambios de gobierno. Es la vieja política del gran garrote, de la diplomacia del dólar, del palo y la zanahoria, de los conflictos de baja intensidad, la guerra fría, el poder inteligente, el CAFTA, esos son algunos nombres que muestran cómo la política imperial toma en cuenta los cambios históricos para ponerse a tono con los tiempos. Y que es capaz de obtener premios por promover la paz, hasta de consolarse ante los ojos del mundo diciendo con la mayor hipocresía que “Sí, se han librado guerras terribles y se han cometido atrocidades. Pero no ha habido una tercera guerra mundial.”.
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