domingo, 27 de diciembre de 2009

Bienaventurados los que no van en pos del oro, Parte III (final)

Diario Tiempo


Por Efrén Delgado Falcón

Mientras escribo, hay un movimiento político-social profundo ocurriendo en el país. Se pueden observar signos por doquier. Es importante entender que los mecanismos del cambio suelen ser impredecibles; con reorientaciones súbitas, con eventos detonantes imprevistos, con reacciones inesperadas de los pueblos. El cambio en Honduras no inició con el golpe de Estado. El proceso de cambio en este país, lleva muchas décadas gestándose, probablemente siglos. Y también es fundamental entender, que este tipo de procesos sociales, lentos y sinuosos, son irreversibles. Obviamente, un error monumental como el golpe de Estado del 28 de junio, es un evento doloroso y terrible, pero dentro del proceso histórico, funciona como un potente catalizador. Porque la interrelación de eventos y la naturaleza de las respuestas de una sociedad, determinan la duración y las características del proceso de cambio. E independientemente de las acciones que se planifiquen y realicen para contrarrestar la movilidad social, el cambio persistirá y tendrá un punto de llegada donde finalmente desembocarán todas las fuerzas gestoras [que será, probablemente, el punto de inicio para un nuevo proceso de cambio futuro]. En Honduras jamás ha habido democracia. Todos los intentos de lograr una democracia sostenible, verdaderamente participativa y perdurable, han sido siempre desbaratados por intereses de pequeños grupos, élites corruptas y deshumanizadas, generalmente. Nuestro país ha sufrido colonización, invasión, usufructo transnacional y/o alquiler, desde hace más de cinco siglos. Los sencillos pobladores de este país no han disfrutado --nunca-- de una vida digna. La razón para la cual fue constituido el Estado de Honduras, sigue siendo trágicamente utópica. El Artículo 1 constitucional dice: “Honduras es un Estado de derecho, soberano, constituido como república libre, democrática e independiente, para asegurar a sus habitantes el goce de la justicia, la libertad, la cultura y el bienestar económico y social”. Son palabras hermosas, pero vacías, si se les contrapone a la realidad. Todo ello indica, que el proceso de cambio que observamos en estos momentos, tiene sus raíces en comprobables realidades históricas. Y estas raíces no se las puede llevar el viento.

Indudablemente, los recientes eventos son inéditos en la historia del país, la respuesta de los sectores marginados ante la mascarada de democracia que vivimos --y de otros sectores mejor integrados al orden de cosas--, no tiene precedentes similares. Los signos de estos tiempos, inequívocamente, apuntan hacia cambios muy importantes. El ciclo de la farsa democrática agoniza, y si bien ha sido un ciclo relativamente corto, se encuentra en la víspera de su deceso. Aunque como con casi todo en la vida, no podemos establecer con precisión el día ni la hora, pero gracias la serie de eventos que mantienen a un “dictador constitucional” al frente del país, a un presidente electo de facto a la espera de presidir un gobierno ingobernable --heredero directo del “coup d’état”--, y al único presidente real, encarcelado, podemos vislumbrar que el proceso de cambio social del país ha entrado en una etapa crítica. Nuevamente, es difícil predecir lo que sucederá, y cómo sucederá, pero indudablemente, estamos ante circunstancias que darán --más temprano que tarde-- un nuevo rumbo a la historia del país.

La presencia y la formación del movimiento político y social de La Resistencia, representa la personificación ciudadana del cambio. Nació para condenar un golpe de Estado y todo lo que éste implica, pero su existencia adquiere carácter histórico, cuando se ve como el natural protagonista de la canalización de todas las fuerzas de cambio que han venido evolucionando por siglos en estas tierras que Cristóbal Colón maldijo --sin proponérselo--. La Resistencia parece predestinada a materializar el cambio inevitable que deberá sufrir la sociedad hondureña. Y la lectura --y sobre todo la respuesta-- que los sectores reaccionarios, internos y externos, hagan de esta coyuntura, será un factor muy importante para configurar los detalles de la ruta inexorable hacia el cambio. Los últimos eventos, como las elecciones írritas y la campaña mediática adjunta, o el intento de sacar al Presidente Zelaya del país, para neutralizarlo a través de una reunión con Porfirio Lobo Sosa en la República Dominicana --instigada por algunos presidentes regionales socios del Departamento de Estado-, en vez de estropear el paso irrevocable del cambio, se convierten en agentes catalizadores del mismo. Todas las acciones, con segunda intención y mala fe, tendientes a hacer prevalecer las élites, que son ejecutadas contra la verdadera voluntad del pueblo mayoritario de Honduras, no servirán para alcanzar los fines que determinaron su génesis, sino que servirán como auténticos propulsores del cambio. La secta del golpismo, sus incautos simpatizantes, y aún, las poderosas fuerzas de la ultraderecha internacional, serán simplemente incapaces de detener la historia.

Esta es la tercera conclusión sobre la que he querido elaborar: La Resistencia, fruto de lentas e históricas fuerzas de cambio, y de dos realidades meridianas que desnudó el golpe de Estado --la primacía de EE.UU. en la vida nacional, y la verdadera naturaleza de nuestra democracia del statu quo, por el statu quo y para el statu quo [partes I y II de este escrito]--, no es una coyuntura en sí, no es un partido político en ciernes, no es la agrupación espontánea y efímera de sectores particulares, ni es una coordinadora de marchas interminables. El Frente Amplio de Resistencia Nacional es la coincidencia histórica de innumerables factores de cambio, que se han venido acumulando a lo largo de toda la vida del país, desde Valle y Herrera hasta Zelaya, pasando por Morazán, Walker, Soto, Zemurray, Carías, Villeda, López --y los otros militares golpistas--, y la seguidilla de presidentes pseudo-democráticos desde 1982 a 2005. El Frente Amplio de Resistencia Nacional es el futuro de Honduras, su papel se manifiesta tan irreversible como el proceso de cambio mismo. El protagonista único, debe ser un pueblo apremiado por cambios profundos en su vida, por un país mejor, por un país para todos. Del liderazgo y las circunstancias de los que asuman este reto inmediato, dependerá el éxito en este tramo temporal del devenir del cambio, pero si estos líderes no pueden triunfar, vendrán nuevos líderes a sustituirlos. La suerte parece inapelablemente echada bajo la rueda inexorable de la historia, sólo es cuestión de tiempo. «Iniqua nunquam regna perpetuo manent». Amén.

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