lunes, 14 de diciembre de 2009

La otra Honduras

Vos El Soberano

Por Efrén Delgado Falcón

Hay dos tipos de medios de comunicación -una dicotomía poco ortodoxa, pero aplicable en la práctica-: Aquellos cuya meta primordial es llegar, como trasmisor, a la mayor parte de receptores posible; y aquellos cuya finalidad fundamental es la de servir como soporte para el desarrollo de cualquiera de las áreas del quehacer humano.

En un sistema de valores donde se mide a las personas por lo que tienen, como el que se ha ido implantando en nuestra sociedad, los medios de comunicación donde la obtención de dividendos -a través de su poder de ventas, debido a su auditorio- es lo esencial, se han convertido en la regla. Los propietarios de estos medios saben que el prestigio es el pilar de su negocio. Prestigio que se puede obtener por un largo bregar, o por el apego profesional a una conducta intachable y fiel a la verdad, a la solidaridad humana y a la ética.


Es perturbador llegar a la desgraciada conclusión de que una inmensa mayoría de los medios de comunicación hondureños -casi todos reconocidos por su larga existencia-, cuando es preciso, se convierten en herramientas perniciosas que defienden, aún a costa del profesionalismo, la verdad y la ética, los intereses específicos de sus propietarios.

En países empobrecidos, como el nuestro, un medio de comunicación, bien orientado, puede acarrear beneficios colaterales enormes. Y de la misma manera, en este país donde todo parece estar por hacerse y donde el desarrollo humano del grueso de los hondureños es sencillamente deprimente, un medio de comunicación, mal orientado, puede provocar males ingentes.

Muchos crecimos escuchando estaciones radiofónicas y televisivas que se volvieron parte de nuestra vida, leyendo diarios que se volvieron entrañables. Conocimos a periodistas cuyas palabras considerábamos como una orientación diáfana sobre la realidad del país, y del mundo. Entonces ignorábamos que esos medios eran poseídos por empresarios que tenían intereses en otras áreas de la vida económica nacional; desconocíamos que obtener una licencia, un espacio en el aire libre, era temiblemente difícil; no teníamos presente que el oligopolio de los medios podía hacer causa común, y burlar a toda una nación. En ese entonces, nada nos había mostrado con claridad que esos periodistas, esos que nos decían las verdades y criticaban al gobierno, y muchos de los que les siguieron: son capaces de torcer el concreto armado con sus bocas: cubren, tergiversan, inventan, manipulan, ensucian, pisotean, distorsionan y violentan la verdad. Pueden jurar hincados ante la biblia que dicen respetar, o ante la memoria sagrada de su madre, que defienden la verdad, cuando en realidad no hacen más que defender su trabajo, o agenciarse rentas extraordinarias, a costa de su integridad y la de su profesión. Es una tranza infame: credibilidad por estabilidad, ética por abyección, profesionalismo por monedas de oro.

De repente, uno se puede acordar del gremio, del Colegio de Periodistas de Honduras, y puede preguntarse con curiosidad para qué sirve. Pero basta con echar un vistazo a otros gremios profesionales para darse cuenta que no sirven para casi nada, al menos -valga el apunte-, para nada edificante. El Colegio de Periodistas parece haber desaparecido. Su Código de Ética -aprobado en Asamblea Extraordinaria el 22 de septiembre de 1979-, son palabras barridas por los vientos del golpismo. No es beligerante, deja hacer: calla. Y callando, otorga. No importa que sus agremiados mientan consuetudinariamente ante un micrófono. No importa que defiendan a los violadores de la Constitución. No importa que inventen encuestas y difundan datos falsos [según los cuales Elvin Santos, días antes del 29 de noviembre, estaba a punto de superar a Pepe Lobo en la intención de voto presidencial], imposibles de sustentar. No importa que miren para otro lado, cuando en las calles se violan los derechos humanos de muchísimos hondureños. No importa que callen cuando se reprime a ciudadanos indefensos, por ejercer su legítimo derecho a manifestarse contra los que han hundido a este país en la inopia. No importa que se acomoden a sus intereses, en pro de otros intereses -que chocan con ferocidad contra los del pueblo llano-. No importa la traición a la ética, que es uno de los estandartes más valiosos de su profesión, ni importa la vil deslealtad hacia el pueblo del que nacieron.

Por supuesto, entre la vastedad oligopólica de los medios que erigen realidades paralelas, verdades trocadas y gobiernos bastardos, existen las radios que como Progreso, Uno, Gualcho, Globo; los diarios como Tiempo, El Libertador; y los canales como Cholusat Sur, que aunque, en general, no siempre son objetivos o ajenos a intereses privados, sin duda alguna, han cumplido su papel de informar de manera alternativa y de servir de válvula de escape para la manifestación indignada del pueblo de Honduras.

Es indispensable, vivir en el entendido que los medios de comunicación han jugado un papel determinante en la prolongada -sin visos de concluir a corto plazo- crisis política, institucional y económica que atraviesa el país. Nuestra clase media, previsible motor intelectual y supuesto sustento de cambios trascendentes, dentro de las sociedades, está truncada, está disminuida. Ha sido vergonzosamente engañada por los medios que reproducen realidades paralelas. Que han distorsionado la percepción de su propio país, y han convertido a un sector enorme de la clase media, en un conglomerado alienado, cegado, manipulado e incapaz de entender que su estulticia y su estado de coma intelectual, los convierte en cómplices repugnantes de la secta golpista, atentando suicidamente, contra sí mismos y contra su descendencia. Viviendo en una Honduras creada a imagen y semejanza del statu quo: falsa, aberrante y abyecta. Viviendo en una Honduras de “moles”, de franquicias extranjeras, de medios heroicos, de militares protectores, de empresarios ejemplares y de políticos que aman la democracia, la paz y la libertad. «Stultorum infinitus est numerus» Así es.

Efrén Delgado Falcón

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