jueves, 21 de enero de 2021

Redes y medios, el paraíso de los conspiranoicos

El Diario

Por Pascual Serrano 

Varios centenares de negacionistas, convocados por la Plataforma Policías por la libertad. EFE/Rodrigo Jiménez

Como no comprenden el mundo, no comprenden la ciencia, no comprenden los razonamientos políticos e ideológicos, comienzan a ver oscuras y ocultas intenciones y poderes

Que si las vacunas llevan un chip, que si el coronavirus se transmite por la red 5G, que si los demócratas estadounidenses son pedófilos satánicos, que si Soros anda moviendo los hilos a favor del independentismo catalán y Putin desestabilizando las elecciones de Estados Unidos. Grupos de tarados obsesionados con paranoias absurdas siempre los ha habido, pero hemos de reconocer que nunca como hoy han tenido tanta capacidad y poder para convencer y movilizar, incluso a manifestarse por miles. Nunca las instituciones y la ciencia han debido hacer tanto esfuerzo para explicar hechos científicos o desmontar fabulaciones tan absurdas. ¿Cuál es el motivo actual de su éxito y constante presencia? Sin duda la existencia de un nuevo ecosistema comunicacional idóneo para ellos.

Los llamados conspiranoicos surgen desde cualquier parte del espectro ideológico. Por eso coinciden ultraderechistas y ácratas en manifestaciones contra las mascarillas y las vacunas. Todos contra el Estado opresor y controlador (precisamente el Estado que otros pedimos que incremente su capacidad de acción para ofrecer sanidad, educación o pensiones). Las dos posiciones se arrogan lo rebelde, lo políticamente incorrecto, el creerse orgullosamente distintos del rebaño. Pero, como en toda campana de Gauss, uno se puede salir por la orilla de los listos o por la orilla de los imbéciles. Ellos, claro, siempre se consideran de los listos.

La prepotencia y soberbia que les impide percibir algo fuera de sus orejeras suele ser su mecanismo de defensa ante una sociedad y un ambiente que no comprenden o en el que no saben desenvolverse, ello los lleva a reivindicar opciones peregrinas con tal de ubicarse fuera de la información oficial y de las instituciones. Al igual que sucede con los dogmas religiosos, ellos no soportan las deficiencias de la ciencia y necesitan vivir con certezas, aunque para ello deban expulsar la razón. Les ocurre como con los nacionalismos, en tiempos de incertidumbres y complejidades lo mejor es reivindicar la tierra, los orígenes y los ancestros, ahí no puede haber error ni nada malo. Si para el nacionalista su terruño es la Arcadia feliz que le ofrece las seguridades, para el conspiranoico lo es su teoría en torno a la cuál giran todas sus certezas.

Como no comprenden el mundo, no comprenden la ciencia, no comprenden los razonamientos políticos e ideológicos, comienzan a ver oscuras y ocultas intenciones y poderes. La necesidad de mantener una mínima dignidad ante el exterior los lleva a optar por reafirmarse en sus ideas por absurdas que sean, y como tampoco soportan que directamente se les ignore, creen que sufren una persecución organizada y la censura de sus ideas, lo que aumenta su orgullo y sensación de poder. Son peligrosos.

Como decía anteriormente, estos perfiles mentales siempre fueron anecdóticos e irrelevantes en cualquier sociedad. Pero ahora, la llegada de internet, pero sobre todo con las redes sociales que les han abierto toda una ventana de protagonismo. Ellos, que nunca tuvieron a más de dos personas escuchándolos, ahora pueden dirigirse a toda la humanidad desde su Facebook o a los 20 miembros de su grupo de Whatsapp del trabajo o de la familia, toda una multitud para alguien al que nunca nadie le hizo caso. Mi abuela decía que era mentira que el hombre hubiera llegado a la luna, que todo era un montaje. Evidentemente, ninguno le hacíamos caso, pero ahora tendría cientos de seguidores en Facebook y seguro le llamarían en alguna televisión.

No es solo esto lo que les permiten las redes. Gracias a los algoritmos y a los filtros creamos una burbuja ideológica en nuestras redes donde solo nos relacionamos a los que piensan como nosotros. El conspiranoico, que antes se sentía solo en el pueblo o en el barrio, ahora se encuentra con sus iguales y todos ellos se reafirman en su verdad de la buena y la persecución a la que se ven sometidos por su rebeldía e incorrección.

También nuestro ecosistema mediático opera a su favor. Si en nuestros medios se premia lo espectacular, lo curioso, lo extravagante, qué mejor noticia que unos tipos que dicen que las vacunas llevan un chip, que las antenas 5G transmiten el coronavirus o que Putin está detrás del procés catalán. Si lo espectacular termina siendo la noticia con la que se consigue más éxito, más audiencia, más clicks, más likes, lo verdaderamente importante es que sea espectacular, no que sea verdad, que la protagonizan unos descerebrados o que sea irrelevante. Doscientos terraplanistas manifestándose en la Gran Vía madrileña, con el aspecto, la indumentaria, las pancartas y los slogans que ustedes se puedan imaginar, dan para una buena noticia de televisión. Nada comparable a lo aburrido de dos mil trabajadores con banderas sindicales gritando contra un cierre de la empresa.

Lo grave de todo esto es lo peligrosas que pueden ser corrientes de iluminados en tiempos de pandemia, en tiempos de amenazas de populismos fascistas que embisten contra las instituciones de convivencia, iluminados que se dicen rebeldes pero que tienen como enemigos a la ciencia, pero no a la banca usurera o a multinacionales que saquean recursos naturales y explotan trabajadores. Y que están aprovechándose de lo peor de un sistema de redes sociales que ha democratizado la inseguridad informativa y el caos, y un sistema de medios tradicionales que están abandonando el rigor y la investigación para premiar la espectacularidad y el sensacionalismo.


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