viernes, 17 de abril de 2020

Economía y medio ambiente: externalidades y fallos del mercado


Rebelión

Por Federico Aguilera Kilnk *

Me sorprende que personas tan diferentes en sus perspectivas como Stern y Chomsky “coincidan” en sus diagnósticos al referirse a determinados problemas.

Así, Nicholas Stern en su Informe de 2006 sobre el cambio climático considera que el cambio climático es el principal fallo del mercado “Las emisiones son claramente una externalidad y, por ello, un fallo del mercado (…) Las emisiones de gases de efecto invernadero son el mayor fallo del mercado que el mundo haya visto”. https://www.politicaexterior.com/articulos/libros-4/la-economia-del-cambio-climatico-el-informe-stern/

Por su parte, Chomsky comparte el mismo concepto y diagnóstico para referirse al problema creado por el coronavirus. “…la pandemia es otro caso de la falla masiva del mercado, como el calentamiento global”. https://rebelion.org/la-pandemia-es-otro-caso-de-la-falla-masiva-del-mercado-como-el-calentamiento-global/

Desde mi punto de vista, ambos diagnósticos son erróneos puesto que el concepto de fallos del mercado, repetido hasta el aburrimiento en las facultades de economía, es erróneo y muestra que la manera tan mayoritaria como disparatada que tienen los economistas de conceptualizar (etiquetar) y abordar los problemas ambientales explica el disparate ambiental en el que nos encontramos.

Para empezar, la economía que se enseña en la Universidad ignora la relación  de interdependencia entre la naturaleza o el medio ambiente y la propia economía, es decir, se enseña una economía que no utiliza recursos naturales ni genera residuos, sino que funciona con variables exclusivamente monetarias.

Y para referirse a los problemas ambientales se emplean dos términos o etiquetas que son: A) las externalidades y B) los fallos del mercado, ninguno de los cuales tiene la más mínima capacidad explicativa. Por otro lado, cualquier mención de variables biológicas o ecológicas como el deterioro de los ecosistemas, la pérdida de biodiversidad o la capacidad de asimilación ambiental es inexistente, excepto en los pocos cursos de Economía Ecológica.

El término ‘externalidades’ ambientales hace referencia a impactos externos o ajenos a los modelos monetarios que afectan, ‘ocasionalmente’, a otras personas o al medio ambiente. Esto se ilustra con ejemplos como el humo de un tren o el de una fábrica, los vertidos a un río y sus posibles efectos, como la muerte de peces sin más detalles… etc. Más recientemente ya se habla incluso del cambio climático pero sin cuestionar la racionalidad económica. Sin embargo, en ningún caso se menciona que estos efectos no tienen nada de ‘ocasional’ sino que, al ser los procesos económicos unos procesos biofísicos, y de acuerdo con la ley de la conservación de la materia y la energía que estudiamos desde el bachillerato, es normal e inevitable que en todo proceso los recursos se transformen ‘inevitablemente’ en residuos, aunque algunos de estos se puedan reciclar parcialmente. Esto quiere decir que la etiqueta ‘externalidades’ no tiene ninguna capacidad explicativa.

Por otro lado, y de acuerdo con un uso elemental de la segunda ley de la termodinámica, todo residuo no es nada más que desorden irreversible pues en toda actividad siempre hay pérdidas inevitables y deterioro de la calidad. En otras palabras, mientras una actividad económica siempre tiene que dar un resultado monetario final mayor que el inicial para que sea ‘rentable’, en términos físicos ocurre lo contrario pues, inevitablemente, la eficiencia física siempre es menor que 1. Esto se ve muy claro con el motor de un coche. Una parte de la gasolina se transforma en trabajo-desplazamiento, otra en calor y otra se ‘pierde’ al salir por el tubo de escape, así es que la eficiencia final es bastante menor que 1 y el deterioro de la calidad del recurso debido a su combustión es inevitable pues la gasolina se transforma en calor y gases.

Si hubiéramos incluido la variable capacidad de asimilación ambiental de los residuos emitidos (como hicieron, entre otros, Kapp, Ayres y Kneese y Pearce sin que se les hiciera caso) quizás hubiéramos empezado a comprender mejor el problema que la economía ( los llamados procesos de producción (extracción-fabricación) y consumo estaban generando, consistentes en que esos residuos pueden superar la capacidad de asimilación, tal y como ocurre con el CO2 emitido que da lugar al cambio climático, pero la economía académica todavía sigue ignorando esta variable y solo trata de asustar con el tema de los costes monetarios del cambio climático que, honestamente, son incalculables, por muchas cifras elevadas que nos digan.

Además,  y si aceptamos pensar en términos de sistemas, resulta obvio que el sistema socioeconómico se relaciona con, y depende de, el sistema ambiental o medio ambiente (no hay economía ni sociedad sin interacción con el medio ambiente) por lo que no hay ningún efecto externo o externalidad sino que, al contrario, todo impacto es interno al sistema e inevitablemente interdependiente. Lo demás son entelequias absurdas. Como señalaba Kapp en 1976, “Pensar en términos de sistemas interdependientes es una innovación y presupone una nueva perspectiva que exige el abandono del viejo conocimiento «antes de que el nuevo pueda crearse». 10 Por regla general, una innovación de este tipo se siente como fuente de molestia y disgusto, como un destructor de la rutina, como un minador de la complacencia. 11 Difícilmente puede esperarse que las innovaciones de esta clase provengan de estudiosos con un criterio convencional, ya que exigen una gama de referencia más amplia que la que los representantes de la ciencia «normal» aportan para dominar su material de estudio”. 

Finalmente, calificar estos problemas como fallos de mercado muestra que no se sabe lo que es un mercado, algo que no es de extrañar pues los manuales más utilizados suelen decir que un mercado es una interacción entre la oferta y la demanda para generar un precio, sin decir nada sobre las reglas bajo las que funcionan esos mercados ni sobre quién las ha creado ni con qué criterios ni con qué objetivos. En consecuencia, afirman los manuales y repiten profesores y estudiantes, las externalidades son fallos del mercado, queriendo dar a entender que habitualmente los mercados funcionan adecuadamente (y si no es así debería “intervenir” el Estado, otra majadería) cuando lo que ocurre es que el esquema conceptual económico que se enseña, ignora al medio ambiente (y al papel del Estado que se identifica y descalifica como “intervención”, indeseable claro, siempre que no beneficie a los poderosos, en cuyo caso se habla de política económica). Por eso, lo cierto es que no hay tales fallos del mercado sino fallos del marco institucional bajo el que esos mercados funcionan, es decir, que lo que fallan son las reglas de juego que permiten, toleran o ignoran esos impactos ambientales y permiten que los empresarios se desentiendan de ellos y no se sientan responsables de los posibles daños, como hace más de medio siglo mostraron Kapp y Mishan, entre otros economistas ignorados por su lucidez.

En definitiva, todo esto está muy claro desde hace mucho tiempo pero la economía académica convencional lo sigue ignorando, consciente o inconscientemente, mientras que los empresarios se benefician de estas enseñanzas majaderas y saben perfectamente lo que ocurre y por qué pero dejan a los académicos que sigan jugando a su docta ignorancia.

En realidad, el tema clave consiste en definir con claridad qué es un coste y qué debería ser tenido en cuenta como coste y en qué unidades, lo que permitiría o evitaría, estableciendo responsabilidades claras, determinadas actividades y procesos económicos. Pero para que esto ocurra es necesario tener claro algo que no se enseña bien en las facultades de Economía y es que la clave de los mercados consiste en el establecimiento de las reglas bajo las que queremos que funcionen, y eso es una cuestión de poder y de justicia que a la mayoría de los economistas les molesta.

Por eso hay que volver al origen e insistir en que el problema no consiste, como de manera ignorante se repite una y otra vez, en más o menos regulación sino en a quién beneficia la regulación. Seguir repitiendo que estamos atrapados por la desregulación es no entender bien lo que ocurre que no es otra cosa que una regulación o re-regulación en beneficio de los poderosos realizada por ellos mismos. Y es que, como decía Adam Smith, el crimen más atroz era el que iba contra el bienestar de la comunidad y consistía en la traición a esa comunidad por sus representantes políticos que se doblegaban ante los empresarios poderosos pues, como sabiamente apuntaba, “…aquellos que tienen más interés en defraudar y en engañar al público son los que con frecuencia dictan la regulación del comercio” o cualquier otro tipo de regulación. Por ahí andamos.

*  Federico Aguilera Klink es un economista ecológico español, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de La Laguna, Tenerife, Canarias, desde 1981. En el 1979 contribuyó a implantar, por primera vez en una facultad universitaria española una asignatura que relacionaba la economía con el medio ambiente y, posteriormente, la economía con la ecología.

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