jueves, 24 de mayo de 2018
Y que no se rinda tu madre
Eso mismo, que no se rinda, porque las madres igualmente no se rinden, sino que van en el camino reelaborando una maternidad que tantas veces se ha hecho identidad política y se resignifica en las luchas populares, colectivas, cotidianas.
El día de la madre, designado para desmontar la fuerza de las mujeres y convertirlas en productos comerciales y comerciables donde se alude a un inexistente instinto de cuidar a crías propias y ajenas, es un evento más de estos calendarios del mercado, es cierto. Pero no solamente es tal cosa.
Tan ninguneadas las madres como ausentes los padres, el vocabulario patriarcal ha construido una serie de frases célebres que ponen en el centro esta figura para desprestigiar o para vanagloriar la fragilización de lo femenino y la exaltación de su opuesto. Hecho sistemático que hace el patriarcado con tantos símbolos y construcciones culturales que de repetirlos se hacen costumbre.
Que se rinda tu madre, dicen algunos en la Nicaragua combativa de hoy haciendo eco de otros tiempos. Y las madres y sus tribus de mujeres arrechas andan en las jornadas contra la violencia desatada por Ortega-Murillo en contra no solo de sus hijos, sino de toda la gente que al igual que aquí, está harta del abuso, de las mentiras, del cinismo y la violencia contra los pueblos.
No es por madres que andan en esas jornadas, pero también es por ello.
Madres que son parte de un movimiento de mujeres enorme y poderoso que en ese país ha tenido desde tiempos añejos una capacidad increíble de mantener la vida, y luchar por la paz no solo sin armas, sino con justica, contra el poderoso monstruo de la guerra que siempre se alimenta de la masculinidad, en donde la madre que debe mostrarse llorosa y boba, se desplaza por el rostro heroico del hombre/pater capaz de morir y matar como requisito para mostrar su poder.
De lo que pasa en el querido territorio nica sabemos hace mucho. Desde sus inicios el orteguismo ha perseguido a las feministas, y a otras mujeres que no lo son. Su rencor al ser evidenciado y condenado socialmente por la violencia sexual contra su hija de crianza, denuncia hecha por ella misma, apuntaron las políticas de su régimen a inhabilitar leyes y condiciones institucionales logradas a pulso por el esfuerzo sostenido de luchadoras sociales desde hace décadas, y los costos sobre los cuerpos de mujeres han sido altos.
Esas oprobiosas victorias del orteguismo fueron tales gracias a la alianza de ese gobierno con los sectores enemigos de la autonomía y la buena vida para las mujeres, operadas con tal cinismo que cada movilización era disuelta con violencia, pero eso si, con mujeres policías y con el mismo estúpido sonsonete que usan en este Honduras de que el feminismo es una invención de la derecha.
Hoy, mientras los aliados internacionales de Ortega salen a defenderlo, más que debatiendo, amenazando con retóricas monocromáticas, elevando invocaciones sobre el bien y el mal marxista donde no cabe el pensamiento ético, crítico ni histórico, en las ciudades de ese país se libran batallas contra las acciones de esa izquierda que se enriquece con las manos ensangrentadas de empresarios y transnacionales a los que les importa el negocio no los credos ideológicos.
Es tal la complicidad de un gran sector de la izquierda hondureña que el asesinato de jóvenes les parece un acto menor, matizable, comprensible, mientras se indignan con la derecha de aquí que usa los mismos modos de justificación. No es que la situación en Nicaragua, ni la de la izquierda no requiera análisis complejos, de hecho, urge hacerlo. Por eso no deja de sorprenderme la necesidad de la adhesión como un acto de profesión de fe que procuran en los discursos de este tiempo. Acaso no es una oportunidad de profundizar sobre lo que está sucediendo en ese país, en la izquierda del mundo, en los movimientos que buscan otras gramáticas y formas de vida. Pero aquí, en la pequeña tierra en que habitamos se desoye cualquier comentario disidente anticipadamente, lo cierto es que, si toda esa lucha en Nicaragua está protagonizada por “agentes de la derecha”, preocupa que haya llegado a tener tanta fuerza y poderío como suena en las voces de estudiantes y campesinas.
La condena a muerte que encierra expresiones como “turbas” “mareros y vándalos” impacta sobre seres humanos que según esta lógica no merecen la vida, por tanto, da igual que su sangre sea arrastrada por las lluvias de mayo.
Que les digan eso a las madres de esos jóvenes, que están ahí en la primera fila, junto a las que no lo son, o ni se lo plantean como proyecto de vida. Están ellas como lo han estado las de la plaza de mayo que son escuela de resistencia, las de los presos políticos en Honduras por la liberación de sus hijos, las madres de Ayotzinapa, de Palestina, las de Siria, las de las migrantes en los caminos al norte, las de la niñez en la calle y de asesinadas por ser mujeres, las de las defensoras de la tierra que se preocupan por los que vienen en el tiempo.
Todas que hacen pensar en un feminismo que se pregunta en una tierra con historia y nombre en el que la maternidad, la obligada y no deseada, sigue siendo un lastre opresivo; pero en la que la otra, tantas veces no decidida, pero asumida como proyecto vital es también una fuerza que por muchos años nutre la rebelión ante los poderes patriarcales, y las dictaduras criminales.
En los tiempos recientes de las represiones contra las universitarias hondureñas escuché a una mujer contestarle a un comisionado de la policía que preguntaba por la madre de una de las muchachas, Yo soy su mamá, ellos son hijos de todas nosotras. Y ahí escuché con claridad la palabra mamá como escudo, como consigna y programa político.
Interesante pensar en esta maternidad beligerante que, por actos de responsabilidad, amor, miedo, culpa, confusión, sabiduría, fuerza nos pone delante de un elemento que hay que levantar en brazos en territorios como Palestina, Nicaragua, Estados Unidos y Honduras, se trata del valor de la vida toda, de la legitimidad de la existencia sin jerarquías, en un mundo tan agonizante que demanda una ética mucho más poderosa que solo la doctrinaria.
Y que no se rindan las madres, ni las hijas, ni nadie se rinda ante la represión de gobiernos que en nombre del bien común fracturan a su pueblo, persiguen y asesinan a jóvenes, y tratan de someter a las mujeres rebeldes y sus victorias para todas.
Que pare la violencia de quienes tienen las armas, y las palabras que no tienen pólvora ocupen su lugar.
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