sábado, 12 de mayo de 2018

El día más letal para los periodistas en Afganistán desde al menos 2002



Por Mujib Mashal y Fahim Abed

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Los periodistas y otras personas que acudieron al lugar tras producirse la primera explosión en Kabul 
quedaron atrapados como víctimas de la segunda (Omar Sobhani/Reuters)

Dos atentados acaecidos en Kabul el pasado lunes mataron al menos a 25 personas, entre ellas nueve periodistas. Fue el ataque más mortífero en el que se han visto involucrados periodistas en Afganistán desde al menos el año 2002, y uno de los más letales en todo el mundo, según el Comité para la Protección de los Periodistas.

Un décimo periodista, del servicio afgano de la BBC, fue asesinado a tiros en un ataque distinto que también se produjo el lunes en las afueras de Kabul.

Los atentados constituyen el último espasmo de un conflicto que se inició hace más de década y media y que no muestra signo alguno de atenuarse.

A través de un ataque perpetrado en dos etapas, los terroristas detonaron un primer artefacto en la hora punta matinal y un segundo apenas 40 minutos después, matando a los trabajadores de los servicios de emergencia y a los periodistas que se habían acercado al lugar, según declaraciones de las autoridades.

Una rama del Estado Islámico reivindicó después su responsabilidad en dichos ataques, que se produjeron justo ocho días después de que el grupo asumiera la responsabilidad de otra explosión que mató a 57 personas que hacían cola para registrarse para votar.

Un portavoz de la policía afgana, Hashmat Stanikzai, declaró que en los ataques de Kabul del lunes habían muerto al menos 25 personas, incluyendo cuatro agentes de policía, y hubo también 49 heridos, pero las autoridades y los testigos presentes en el lugar dijeron que era muy probable que la cifra final de víctimas fuera más elevada.

Nueve periodistas murieron, incluido el principal fotógrafo en Afganistán de la Agencia France-Press, Shah Marai, que llevaba veinte años cubriendo la guerra que asola su país desde. [Véase aquí parte del importante legado que ha dejado su trabajo.]

El gobierno afgano dijo en un comunicado que los atentados constituían un ataque contra el Islam y describía el asesinato de los periodistas como un “crimen imperdonable”.

Los ataques pusieron de relieve la naturaleza interminable de la violencia en Afganistán, que lleva sufriendo oleada tras oleada de guerras civiles, invasiones extranjeros y golpes de Estado durante el último medio siglo.

La fase actual del conflicto empezó en 2001 con la invasión liderada por los estadounidenses que derrocó al régimen de los talibán, a los que nunca ha llegado a expulsar por completo, tampoco a otros grupos extremistas emergentes, como el Estado Islámico.

Las autoridades afganas y estadounidenses creen que algunos ataques son el resultado de la colaboración entre elementos del Estado Islámico y los talibán.

A pesar de más 100.000 millones de dólares en ayuda y la continuada presencia de soldados estadounidenses en el país y que el gobierno afgano que apoya Occidente ha luchado para lograr el control total sobre su territorio, sus fuerzas han perdido incluso el control de una ciudad importante en dos ocasiones.

Los ataques urbanos contra los civiles se han convertido en ley de vida, transformando la existencia diaria en una lotería. Desde que comenzó el año, más de 210 personas han sido asesinadas en espacios públicos.

El presidente afgano, Ashraf Ghani, ofreció recientemente un acuerdo de paz a los talibán, que controlan o disputan más de 40% del territorio afgano, según datos del ejército de EE. UU. publicados en enero. Pero semanas más tarde, los talibán anunciaron una nueva operación contra los estadounidenses y sus partidarios.

El atentado del lunes se produjo en un contexto de renovado compromiso estadounidense con la contrainsurgencia en Afganistán. A pesar las promesas iniciales de frenar la implicación en Afganistán, el presidente Trump decidió enviar más tropas el pasado verano.

Los ataques aéreos estadounidense sobre el país han alcanzado una intensidad no vista desde 2012, según los registros militares. Más de 14.000 soldados estadounidenses están ahora estacionados en Afganistán, lo que supone un descenso importante desde los 100.000 que había en 2010 y un incremento desde los 9.800 de 2015.

Desde 2002, alrededor de 2.400 soldados estadounidenses han muerto asesinados en suelo afgano, pero una investigación de la Universidad Brown sugiere que los civiles afganos que han perdido la vida a causa de la violencia en ese mismo período superan la cifra de 31.000.

“No creo que haya ningún analista serio de la situación en Afganistán que crea que la guerra puede ganarse”, dijo Laurel Miller, ex representante especial en funciones para Afganistán y Pakistán en el Departamento de Estado, en un podcast del pasado verano.

Según el Sr. Stanikzai, de la policía afgana, el caos del lunes empezó a las ocho de la mañana, cuando un terrorista que circulaba en motocicleta se inmoló en el distrito de Shah Darak, en el centro de Kabul. El ataque tuvo lugar cerca de una calle vigilada que va por la parte posterior de la embajada de EE. UU. y que conduce a muchas oficinas, incluidas las de la agencia de la inteligencia afgana.

La segunda explosión, que se ha descrito como mucho más intensa, alcanzó a los trabajadores de la ayuda de emergencia que se congregaban cerca del cordón policial que bloqueaba la zona.

Algunos funcionarios afganos dijeron que el segundo terrorista iba disfrazado de fotógrafo, aunque no ha habido confirmación independiente.

“La segunda explosión fue enorme y se produjo entre la multitud, en la que había periodistas y funcionarios del gobierno que esperaban para ir a la oficina”, dijo Muhammad Yunus, un testigo de 38 años. “Me encontraba muy próximo a la segunda explosión y vi docenas de cuerpos tirados por el suelo”. Final del formulario

Familiares, colegas y amigos rezan junto al cuerpo de Shah Marai, 
fotógrafo-jefe para Afganistán de la Agencia France-Presse
(Rahmat Gul/Associated Press)

El fotógrafo Shah Marai había expresado con anterioridad lo orgulloso que se sentía de ser a menudo de los primeros periodistas en llegar al lugar de un atentado.

Como uno de sus colegas no pudo llegar de inmediato el lunes al lugar del primer atentado, Marai le envió un mensaje tranquilizándole, diciendo que él ya estaba trabajando en el sitio.

“No te preocupes, estoy aquí”, escribió por WhatsApp, en un mensaje publicado después por su agencia.

Momentos después, explotaba la segunda bomba.

Según Nai, una ONG afgana que trabaja por la libertad de los medios, cuatro reporteros de emisoras de noticias afganas murieron también allí asesinados. Radio Free Europa informó después que tres de sus actuales empleados habían muerto, lo que elevó la cifra total de periodistas muertos a nueve.

Uno de los periodistas asesinados, Yar Mohammad Tokhi, un cámara de 54 años de Tolonews, iba a casarse este mes, según manifestó un amigo y antiguo colega, Rateb Nuri.

Otra de las víctimas fue Abdullah Hanazai, periodista de 28 años de REF/RL en Kabul, que era el principal sostén de su familia y llevaba casado sólo siete meses, según su colega Ibrahim Safi.

La BBC anunció que a un décimo periodista –Ahmad Shah, de 29 años, reportero del servicio afgano de la BBC-, le habían disparado unos pistoleros desconocidos en otro ataque perpetrado en la provincia de Khost.

Ese mismo lunes, en un tercer ataque, un terrorista suicida empotró un vehículo contra un vehículo blindado rumano junto a una mezquita en la zona sur de la ciudad de Kandahar, provocando una explosión que mató a 11 niños e hirió a 16 personas, según manifestaron las autoridades.

En un cuarto episodio de ese mismo día, en la zona oriental de Afganistán mataron a un soldado estadounidense y otro resultó herido, según anunció el ejército de EE. UU.

Esta reciente oleada de violencia plantea nuevas preocupaciones sobre si los servicios de seguridad afganos pueden garantizar un entorno que sea lo suficientemente seguro como para que se puedan celebrar en septiembre elecciones parlamentarias.

De los 7.355 colegios electorales existentes en Afganistán, casi 1.000 están fuera del control del gobierno, según funcionarios de seguridad.

Se teme ya que la participación sea baja; sólo 190.000 de los 14 millones de posibles votantes se han inscrito para votar en la primera semana de registro. Porque muchos de los votantes se sienten decepcionados ante la extendida corrupción que impregna la política afgana y por las sucesivas elecciones fraudulentas.

Fatima Faizi y Jawad Sukhanyar han contribuido a la elaboración de este artículo con sus informaciones desde Kabul, y Patrick Kingsley desde Londres.

  • Mujib Mashar, nacido en Kabul, es corresponsal de The New York Times en Afganistán. Antes de incorporarse al periódico trabajó para The Atlantic, Harper’s, Time y otros. Fahim Abed colabora con The New York Times en Afganistán y con Pajhwok Afghan News.


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