lunes, 1 de mayo de 2017

El lenguaje del poder

Rebelión

Por Antonio Lorca Siero

Con la pretensión de mostrarse cercano, el poder se expresa oralmente a través de los que lo ejercen. Pero siempre surge la duda de si sus manifestaciones serán las del propio poder o las del grupo dominante. De inmediato se despeja la incertidumbre, porque si se plantea la cuestión en términos de política, tratándose de lucha por el poder, lo probable es que la voz del poder sólo refleje los intereses del dominante. Este lenguaje suave, que contrasta con el la expresión enérgica de la solemnidad del poder, sin duda está orientado a vender algún producto político, usando de similares características que la publicidad comercial, que para distinguirla se suele llamar propaganda. Sin embargo ambas coinciden en dos puntos sustanciales, como tratar de educar a las masas en términos de mercado y sujetarlas al canon de la estupidez.
La pesada carga de lo impositivo trata de aliviarse con una táctica cercana al diálogo, pero haciendo uso del monólogo puesto que no hay contraste de opiniones, aspirando a que de ella resulte una comunicación fluida entre los que ejercen el poder y las masas. Podría decirse que la propaganda es el lenguaje coloquial del poder cuando pretende hacerse grato al auditorio. A veces está presente incluso cuando se expresa en términos oficiales a través de disposiciones jurídicas, tratando de justificar sus determinaciones y lo expresa en términos de exposición de motivos. A cada paso que dan los que ejercen el poder no pueden prescindir de este instrumento de persuasión, de ahí que si hablamos de política, sigue siendo válida la afirmación de Bartlett de que la propaganda se respira en el aire. En la actualidad su presencia ha ido en aumento, entre otras razones porque la mentalidad política se define en términos electorales. Unos se expresan, mientras la otra parte escucha, y al final responde de uno en uno a través del voto.

Tal vez bajo otras expresiones el término siempre haya estado presente en los asuntos de la gobernanza. Se dice que fue con el nazismo cuando adquirió su punto álgido en su sentido moderno y se le etiquetó con una significativa carga peyorativa. Acostumbrados a entender la comunicación desde valoraciones como bueno-malo, frente a lo útil-inútil, la propaganda se encasilla entre los primeros. Pero el hecho es que gobernantes y gobernados conocen las reglas del juego, están conformes y ninguna de las partes renuncia a ella, ya que en el fondo unos necesitan engañar y los otros desean ser engañados, tal vez porque la realidad se digiere mejor con florituras lingüisticas y tocando pensamientos elevados. De ahí que las relaciones con los elementos del poder inevitablemente se soporten en el lenguaje de la apariencia, porque los gobernantes tienen que ejercer el noble papel que les asignan los gobernados y estos sentir permanentemente reavivada la llama de la ilusión, simplemente para sobrevivir.

Si bien serviría como medio de comunicación, resulta que al no haber igualdad de partes la propaganda se convierte en un instrumento para imponer la voluntad de los que ejercen el poder por medio indirecto, es decir, haciendo trampa.

Aunque a la parte receptora del mensaje le satisfaga ser engañada, afectada de cierta carga de masoquismo, su ingenuidad contrasta con los propósitos interesados del gobernante, que no son otros que la permanencia en el poder a cualquier precio. Por eso hay que convencer acudiendo a medios que permitan decir lo que se quiere oír, silenciando cualquier voz discordante, y ofrecerlo como verdad exclusiva y excluyente. El proceso responde a pulsar las claves de la emotividad para facilitar la recepción abierta. Lo que se completa con la repetición machacona de los puntos sustanciales del dogma, tratando de buscar asiento en la memoria de los afectados, para no dejar espacio que ocupar a cualquier otro. Hay una trampa añadida, porque lo que se quiere oír es lo que previamente el poder ha suministrado en su mensaje subliminal como dogma. Como no hay posibilidad de contrastar otras versiones, la verdad oficial resulta ser la única verdad al jugar con ventaja no solamente de medios, sino acudiendo al lavado de cerebro colectivo.

Se habla de persuasión, pero la propaganda es sencillamente imposición del más fuerte y resignación del débil. A nivel individual la debilidad es evidente, la cuestión es determinar si las masas aceptan la imposición. Pero, como dice Le Bon, las individualidades al pasar a ser multitud adoptan una mentalidad colectiva uniforme distinta al sentir individual por el efecto contagio, con lo que resulta más sencillo convencer utilizando las técnicas adecuadas.

Cualquier particularidad, amparada por un grupo que llame la atención mediática para vender y que permita dar juego al poder oficial, es utilizada por la política para elevar su consideración social con finalidad electoral en su calidad de protectora. Ya no sólo el poder en ejercicio, sino un partido que aspire a ser realidad de poder se disputa la digna tarea de capitalizar electoralmente toda peculiaridad respaldada por un grupo vocero de derechos personales, al punto de que un sinfin de anécdotas domina el panorama de lo común. A todo esto se llaman derechos individuales, realmente destinados a arrasar con los derechos reales de la generalidad. Estos derechos que ilusionan a parte de las masas y que avanzan imparablemente en términos de generaciones se han convertido en el objeto predilecto para practicar la propaganda, al comprobarse que se vota más al que más derechos ofrece.

Con la mercantilización de derechos se entra en una dinámica delicada. De un lado implica entregarse a los designios del poder, porque no se puede entender que desde unos derechos manipulados desde la propaganda se pueda hablar de conquista social. De otro imponer lo particular sobre lo general con la finalidad de obtener réditos electorales de partido es la cara visible de la política, que solamente favorece a la clase. En cuanto al gobernante, al pasar a ser árbitro o tutor de los mismos, consigue reforzarse como poder. A tal fin se han utilizado instrumentos de manipulación del pensamiento colectivo, de tal manera que la peculiaridad de moda, utilizada con fines políticos, pueda llegar a ser entendida como representación real de derechos y libertades individuales por los que deba pasar la conciencia colectiva. A medida que avanzan los derechos de papel aumentan las obligaciones ciudadanas, pero lo más significativo es que crece el tamaño del poder. Al acentuarse la distancia entre elites y masas, la tutela secular adquiere mayores dimensiones y la posibilidad del autogobierno de las masas se difumina.

Jugando con los derechos y otras bagatelas a la usanza del momento, a través de la propaganda, usando el lenguaje suave, el que ejerce el poder trata de imponer opiniones de manera concertada que alcanzan el nivel de doctrina a nivel de la generalidad, puesto que las ampara la autoridad de quienes gobiernan. Esta es la finalidad de la propaganda oficial, correa de trasmisión de los intereses del grupo dominante. Con ella se trata de ganar el mayor número de adeptos, puesto que en ello reside la fuerza del poder, dotándola de versatilidad para que pueda llegar a cualquier punto. De ahí que, como observa Sparks, la capacidad de difusión sea determinante. Asesorada por una intelectualidad a sueldo del aparato estatal permite que se soporte en cierta solidez argumental, acompañada del prestigio prefabricado del nombre que la respalda. A lo que sigue dotarla de facilidad de asimilación reconduciéndola en gran medida a lo visual y expresando su razón en términos minimalistas y excluyentes, al estilo de los términos bueno-malo. Crear la noticia y controlarla hace que el mundo se mueva sin salirse un ápice de lo propagandístico, mientras la realidad camina al margen, es la nueva creencia dominante. De tal manera que aunque todo se derrumbe, si la propaganda oficial dice que todo va bien hay que creerlo. A toda esta parafernalia argumental hay que añadir la amplia disponibilidad de medios y la solemnidad con que se reviste, junto con el carisma de los líderes que la promueven, todo ello la da un valor añadido a los ojos de los receptores y limita las opciones de la competencia.

Como complemento de la norma imperativa la propaganda, en su propensión educadora, difunde la doctrina como método para persuadir a las masas al objeto de que asuman librementela verdad oficial. Dado que cualquier alternativa educadora juega con desventaja de medios, el pensamiento colectivo resulta dirigido por el grupo que ejerce el poder. A la libertad legal no sigue la libertad real, porque la propaganda no permite otras opciones. Pero ya en el terreno de la praxis, a medida que avanza el espíritu de totalidad que anida en la propaganda, se llega al extremo de que lo discordante con la verdad oficial establecida por el grupo dominante, ya no cae en la persuasión, sino abiertamente en la imposición. A tal fin hay una jauríadispuesta a lanzarse a la orden de su amo contra los disidentes, estos son los que discrepan de la propaganda de grupo, se acercan a lo común y pulsan la verdad de la generalidad libre de influencias.

Las leyes represivas refuerzan la persuasión propagandística porque entran en acción cuando se las cuestiona. El delito individual acecha tras la libertad, hasta llegar al punto de que todo puede ser delito, en función del dictado de la propaganda, y para no incurrir en el castigo hay que echar mano del catecismo para examinar la versión oficial del buen ciudadano. Es decir, que para encontrar el sosiego hay que estar plenamente con la verdad oficial, porque entregarse a cualquier otra verdad encierra riesgo de condena. Pese a sus inconvenientes hay que señalar un ventaja, y aquí puede estar el valor de la propaganda, alivia a las masas de la carga de reflexionar sobre lo real porque ya se lo dan hecho, aunque como contraprestación las obliga a pasar por las determinaciones del grupo dominante.

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