sábado, 28 de junio de 2014
Fútbol como política y la política como fútbol
Rebelión
Por Román Munguía Huato
Parafraseando a Carl von Clausewitz (teórico de la guerra moderna), el fútbol es una continuación de la política por medio del deporte, de un deporte mercantilizado y enajenante. Nunca, al parecer, ningún Mundial de Fútbol como éste en Brasil había tenido tanta trascendencia mediática. Antonio Gramsci decía y decía muy bien: "Todo es político… es decir la vida misma.” Toda relación humana, toda relación social, es una relación política. Aristóteles, el filósofo, lo decía muy claro: el hombre es un animal político [zoom politikón]. Nada tan cierto como eso, y el fútbol, se perciba como mero deporte amateur (actividad lúdica) o como deporte mercantilizado (negocio capitalista), o como ambas cosas, es un hecho político, es una relación política; una relación entre los propios sujetos deportistas y, en su caso, entre los jugadores profesionales y el público espectador.
Depende de las relaciones políticas que se establecen entre los propios hombres, pues hay de relaciones políticas a relaciones políticas. La naturaleza humana es muy diversa y compleja, y depende de la relación entre los sujetos, pues una cosa es la relación de convivencia entre iguales y otra cosa es una relación de autoridad jerárquica entre los sujetos; una relación de poder, de poder político de uno sobre otro. Esto acontece con las relaciones de poder entre las clases sociales; y el fútbol no escapa a tal condición social. La historia verdadera del fútbol tiene cientos de ejemplos al respecto. Más aún, impera el racismo en la fanaticada xenófoba hacia los jugadores negros, mulatos o morenos. En la España de hoy y en algunos países europeos eso está sucediendo. Y el racismo es una forma extrema de relación clasista.
Pero, ¿por qué esta Copa Mundial de fútbol tiene tal trascendencia inédita? Una posible respuesta de la crítica de la economía política del fútbol es la profunda imbricación entre la problemática social brasileña, su pobreza ancestral, y el despilfarro de grandes recursos económicos en la construcción de infraestructura y equipamiento para tal acontecimiento deportivo-mercantil y político. Las fuertes protestas populares masivas no surgen de la nada, y en este caso surgen de un profundo malestar social por problemas endémicos de una calidad de vida precaria para la mayoría de la población brasileña. Los enfrentamientos violentos entre los manifestantes que exigen un gasto público hacia las prioridades sociales y las fuerzas represivas del gobierno de “populista” neoliberal forman parte de una conflictualidad social que va más allá de este espectáculo mundial. El contraste de calidad de vida entre una oligarquía burguesa y la gente plebeya trabajadora es abismal. Guardando las proporciones, podemos imaginarnos, por ejemplo, el despilfarro monetario supermillonario gastado en la infraestructura de los Juegos Panamericanos realizados en Guadalajara en el 2011 y la omisión de las necesidades sociales de la población metropolitana y de la entidad. Hubo saqueo, robo; además, una profunda corrupción impune. “Pan y circo”, pero hoy más circo que pan es una consigna visible en un mundo con muchísimas carencias económicas, sociales, educativas, médicas, culturales, etcétera.
Dilma Rousseff, la mandataria brasileña, destinó una enorme inversión financiera a las obras del Mundial también para propósitos electorales; sin embargo, no pudo hacer ninguna declaratoria inaugural este 12 de junio por el visible rechazo popular a su gestión política y el temor a un abucheo. Hay un antecedente ocurrido en la Copa de las Confederaciones de 2013, el 15 de junio del año pasado Rousseff fue objeto de una generalizada rechifla cuando expresó las palabras de apertura en el Estadio Nacional Mané Garrincha. Como bien señala Ernest Cañada en su excelente artículo: Brasil 2014. El campeonato de la desigualdad: “La protesta ciudadana en Brasil se ha organizado fundamentalmente a través de los Comités Populares da Copa… En ellos se han encontrado movimientos sociales, organizaciones civiles y sectores universitarios. Sus movilizaciones han variado en función de las agresiones particulares sufridas por la población local en cada lugar: expulsiones de población en barrios pobres, incremento del gasto público en estos fastos y desatención de las necesidades de la mayoría, explotación laboral, elitización, limitación del trabajo comercial de amplios sectores, injerencia de la FIFA en la política local, represión y criminalización de la protesta, y un largo etcétera.” Rousseff tuvo su “Maracanazo” político.
El fútbol politizado exalta fanáticamente los nacionalismos más retrógrados, que de por sí lo son en general. En México, ha tomado visos grotescos de una Razón de Estado donde la Selección Nacional es investida oficialmente por el presidente del país en turno para generar un nacionalismo fútil. Solamente falta que Enrique Peña Nieto viaje a Brasil para ponerse la camiseta verde y echarle porras a su “dream team”. Hemos visto en los palcos de los estadios brasileños a mandatarios europeos, a políticos estadounidenses y africanos. En cierta forma es una pasarela para una proyección nacionalista en la cual el poder político se funde es una sensiblería mediática. Como bien señala mi estimado Guillermo Almeyra, “El capitalismo actual sabe utilizar la industria del espectáculo (el del fútbol-mercancía) como herramienta para la dominación.” Por lo mismo, como acertadamente señala Jules Boykoff: “Hay que apoyar al equipo de los que protestan”; al equipo de quienes protestan y luchan contra la pobreza social, la injusticia, la inequidad social, la corrupción, el autoritarismo, la monarquía, el militarismo, la violencia, el ecocidio… “En la Copa habrá lucha”… en las canchas callejeras del mundo también.
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