El Tábano Economista
Por Alejandro Marcó del Pont
La realidad ha mostrado que la mano invisible del mercado necesita la mano visible del Estado cuando conviene
Hay relatos que pasan inadvertidos a fuerza de parecer ocurrentes y, en realidad, son aterradores. Para exponerlo en un ejemplo tomaremos a los opositores matutinos argentinos que dejaron entrever que, ante una solidaria orden del presidente de Estados Unidos, llegarán al país 900 mil dosis de vacunas de la empresa británico-sueca AstraZeneca. Lo que no explicaron, y nadie entiende aún, es porque decena de millones de dosis de esta vacuna que no ha sido aprobadas por Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) de los EE.UU se encuentran inmovilizadas en Estados Unidos cuando un gran número de países las necesitan urgentemente.
Se supo, además, que Estados Unidos “prestó” a México unos dos millones y medio de vacunas mientras que a Canadá le entregó un millón y medio. Se conoció también que la condición del préstamos para de la entrega de vacunas estaba sujeta a la aplicación de severas medidas para reducir la afluencia récord de adolescentes y niños centroamericanos y que México se comprometía a acoger a más familias centroamericanas “expulsadas” por orden de la emergencia sanitaria de Estados Unidos. Se desconoce las solicitudes a Canadá y Argentina, pero las mieles de los favores suelen ser muy amargas.
Las musas del libre comercio parecen haberse extraviado con la cuarentena mundial, dando lugar a un nuevo significado llamado, de forma graciosa, “proteccionismo inverso” (el neoliberalismo es una fuente inagotable de manipulación de palabras). Esta idea trata de una custodia interna de suministros de los países centrales, que no impiden la entrada de importaciones, sino que limitan la salida de suministros cruciales, en este caso, vacunas.
El Reino Unido y los Estados Unidos fueron los primeros en adoptar esta nueva y despiadada política comercial: los ciudadanos querían vacunas y sus gobiernos se propusieron proporcionárselas por cualquier medio. Londres y Washington se basaron en contratos confidenciales con fabricantes de vacunas y, en el caso de Washington, los poderes otorgados por la Ley de Producción de Defensa.
Para ser un poco más claros, no es necesario limitar las exportaciones, es decir, poner aranceles, cupos, restricciones de cualquier tipo, es más fácil hacer contratos confidenciales donde se obliga a dejar la producción en sus países, y el mercado ni se entera. Primero bajo Donald Trump, y luego bajo el presidente Joe Biden, se acordó comprar toda la producción disponible de las vacunas de Pfizer y Moderna durante 2020-2021, asegurando cientos de millones de dosis. Si con precios elevados de pedidos por anticipado no alcanza, hay una treta más, los bienes estratégicos y la vendita Seguridad Nacional, para evita su exportación de facto. Esto se suele llamar política de Estado con amnesia de mercado.
Aquí comienza una parte del juego del olvido del mercado por la guerra de las vacunas. Durante décadas, y aún ahora, la gente creyó que podían delegar de manera segura decisiones económicas cruciales sobre la oferta y la demanda a los mercados globales y tecnócratas internacionales, de hecho la postura estadunidense que ha dominado desde la época de Reagan, es que “el gobierno no es la solución a nuestro problema, el gobierno es el problema”. No es que la idea se haya modificado en profundidad, pero los gobiernos establecieron estándares de seguridad para los productos farmacéuticos de manera que se pudiera regular el mercado. Los europeos dejaron en manos de su Comisión la negociación con las compañías farmacéuticas en nombre de todos sus miembros con la vacuna del Covid-19, y los resultados fueron desastrosos. No recibió vacunas, porque se exportaban, y el precio no resultó el pactado, elevado en extremo.
La geopolítica de la vacuna no solo está sepultando al libre mercado, peor aún, está exponiendo su inexistencia. Mientras el proteccionismo inverso juega su papel, hay países ricos que pueden sobrevivir, e incluso prosperar, en este nuevo mundo, y los Estados más débiles y más pobres deben decidir cuál es la mejor manera de proteger sus intereses.
El libre comercio siempre va acompañado de reglas sobre disputas entre inversores y propiedad intelectual que rara vez benefician a los Estados menos poderosos, por lo que aparecieron en escena los rusos y los chinos. Ni la vacuna rusa Sputnik V ni la china Sinopharm han sido aprobadas todavía por la Agencia Europea de Medicamentos, pero dada la urgencia, algunos del grupo de Visegrado (Eslovaquia, Hungría, Polonia y la República Checa) no tienen problema en salirse del guion de Bruselas alegando la defensa del interés nacional. Mientras que la discusión sobre el pasaporte de vacunas se agudiza, China permite el ingreso a su país a quienes estén vacunados con su vacuna. Y ambos venden vacunas en la UE, África y América Latina.
Poco tiene que ver con las bondades del mercado cuando el Estado intervine o enmienda las fallas del mismo, manteniendo compañías en ruinas, por ejemplo. Esta intervención encubierta es especial de algunos partidos políticos, como el Republicano, que se pasaron décadas alineándose con la comunidad empresarial y sus preferencias por impuestos más bajos, menores regulaciones y exenciones, como durante la reforma fiscal del 2017, que redujo el impuesto a las corporaciones del 35 al 21%. Esto es un ida y vuelta de favores entre empresas y gobierno, sin mercado, por supuesto, y evitando contabilizar los costos impositivos para la población.
Resulta que los queridos republicanos de Georgia, para ser más exactos, el gobernador Brian Kemp, promulgó una ley general que apunta a penalizar a los votantes afroamericanos de manera que no asistan a sufragar con una precisión racial asombrosa. Algunas empresas, como Coca-Cola, Delta Air Lines, las mayores contratistas del Estado, condenaron públicamente la aprobación de la ley. La respuesta del partido republicano fue votar en contra de la exención fiscal de U$S 35 millones sobre combustibles de la empresa aérea, por oponerse a la ley de votación.
Esta justificación fue encubierta con otra nueva acepción de “empresas que despertaron”, o que comenzaron a funcionar y, por lo tanto, no necesitarían ayuda estatal, apropiándose los republicanos de una responsabilidad fiscal desconocida en su historia. Ante esta ensalada en la que a nadie le interesa el déficit fiscal, solo a los que están bajo la órbita del FMI, los demócratas presentaron la propuesta de aumentar los impuestos a las corporaciones multinacionales para financiar el paquete de infraestructura del presidente Joe Biden.
El presidente norteamericano propuso cambiar la forma en que las empresas calculan el impuesto, sobre todo sus operaciones en el extranjero, lo que tiende a reducir sus facturas tributarias. Propuso exigir a las empresas que calculen el impuesto país por país, cosa que ya hacen para evadir. Los senadores sugieren permitir que las empresas dividan sus facturas entre países con impuestos altos y países con impuestos bajos, bajo la teoría de que sería más fácil de administrar.
“El sistema tributario internacional debería centrarse en recompensar a las empresas que invierten en Estados Unidos y en sus trabajadores, dejar de incentivar a las corporaciones para trasladar empleos e inversiones al extranjero”. “Estas reformas no solo mejorarían nuestro sistema fiscal internacional, sino que también pueden generar los ingresos necesarios para invertir en Estados Unidos”. Bienvenidos a quienes pagarán los gastos de infraestructura de Norteamérica. Adiós al libre mercado y a los incentivos a la inversión. Todas esas cosas quedaron para subdesarrollo.
Cobrarle más impuestos a las multinacionales y que el mundo pague la reactivación americana forma parte del nacionalismo económico, la propuesta de campaña de Elizabeth Warren. Para ella, las empresas americanas tienen como única lealtad a sus accionistas, de los cuales un tercio son inversores extranjeros. Si pueden cerrar una fábrica estadounidense y enviar trabajos al extranjero para ahorrar un centavo, eso es exactamente lo que harán: abandonar a los trabajadores estadounidenses leales y vaciar las ciudades estadounidenses en el camino.
La mirada de Biden no es tan agresiva porque las compañías globalizadas y maximizadoras de beneficios, con ayuda pública, fueron las que lo depositaron en la presidencia. Entendió también que el mercado no solo es un pésimo asignador de recursos estratégicos, necesarios para que el proteccionista Estados Unidos, en este caso, pueda dar pelea. Según el presidente demócrata, “nadie debería poder quejarse de elevar la tasa de impuestos al 28%, que sigue siendo más baja que la tasa entre la Segunda Guerra Mundial y 2017″.
Parece que, después de 50 años de caída de las tasas de impuestos corporativos, esta tendencia finalmente podría estar llegando a su fin, al menos en los EE. UU. Sin mercado, como cuando las tasas fueron reducidas, la idea es poner a Norteamérica de vuelta en el centro del mundo y las competencias, libertades y el mercado, no pueden hacerlo.
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