Radio Progreso
Por Melissa Cardoza
A veces una se queda mirando la redonda brillantez de la luna o las ramas que se mueven suavemente en un viento de la tarde y sorprende la belleza, y a veces, junto a esa sorpresa una se encuentra pensando en cómo es que sobrevivimos a Berta. A su rotunda fuerza y calidez, a la sabiduría de sus palabras y la urgencia de sus llamados justos
Y da nostalgia porque quienes la quisimos y la conocimos tanto tratamos de cuidarla, protegerla y respetar sus decisiones de mujer autónoma y valiente; pero la alcanzó el crimen y la extrañamos. Cuesta no tomar demasiado personal su ausencia y entender que Berta Cáceres fue arrancada intencionalmente de la historia de este pueblo porque su altura ética era tal que sólo ruina se mira en su ausencia. Candidatos de vómito, espurios y emergentes personajes que sólo expresan la radiografía de un tiempo desesperado en el que ya se erige el todo es posible como divisa para oportunistas entre gente abatida por la dictadura nacionalista.
Una sabe que en este país hay gente que no va a caer en las trampas del dinero fácil o la componenda entre rufianes, personas nobles que llenan la matria con su esfuerzo cotidiano, sin cálculo para la ganancia, y con el don para compartir con otras y otros; esa gente que hace vivible la vida. Pero esas personas tan honestas como sólo puede haber aquí en medio de la barbarie no saben tomar el destino colectivo en su energía, porque no nacieron para eso, Berta sí.
Quienes la mataron lo sabían. No sólo entendieron que era imposible que vendiera la lucha del Río Gualcarque, ni cualquier otra; entendieron mucho más. Los banqueros, los militares, los políticos, los asesinos intelectuales de toda la ralea posible sabían a quién mataban. De ahí que bien lo han nombrado los abogados, el COPINH y la gente que anda tejiendo redes contra la impunidad en los últimos cinco años, Berta Cáceres no es un caso sino una Causa.
Finalmente el juicio ha tomado fuerza y velocidad y su condición pública es otro llamado de Berta al Despertemos que ya no hay tiempo, porque muestra los hilos del sistema judicial, las estrategias de quienes llevan su nombre en alto, las formas que articulan los defensores del acusado y sus grupos de respuesta en redes que tiran basura sobre el nombre de Berta para defender a su amigo. Las feministas sabemos que esa es la estrategia del poder patriarcal, hacer aparecer a las asesinadas como las de dudosa reputación, las que fallaron, las que se equivocaron, y que la gente olvide que son ellas, que es BERTA CÁCERES la que fue asesinada. La que no está en esta triste hora de Honduras.
Pero la gente que entendemos estos mecanismos no nos dejamos sorprender. A fuerza de tanto golpe e impunidad el pueblo de Honduras conoce la lengua viperina de los banqueros y sus negocios; reconoce el olor a infamia en los que pagan sicarios; entiende en carne propia cómo se hacen las componendas para que quienes roban y matan aparezcan maquillados como blancas palomas con su desfile de periodistas y religiosos abriéndoles el paso.
Son años de aprendizaje, un tiempo en que hemos aprendido a distinguir los colores de la mentira y a nombrar a quienes son los que siguen llevando sólo desgracia a nuestras casas; desde antes de la pandemia y más ahora que son los héroes de la malicia y el descaro con las cuentas bancarias ahogadas de dinero en medio de la más grande miseria conocida.
El juicio que está desarrollándose estos días ha sido ganado a pulso por muchas personas, por la perseverancia lenca, y la rebeldía de gente que aunque sabe que la casa de la justicia es un templo de encantadores de serpientes, como dice el poeta Sosa, hasta ahí hay que irlos a buscar y tendrán que escuchar las palabras poderosas y sencillas del pueblo de Berta.
Berta es la Causa. No sólo la Causa Berta sino la que combustiona que sigamos estando con quienes llevan en hombros cada lucha en cada territorio, en cada cuerpo y en cada pensamiento que cruza la calle para gritar contra la injusticia. Berta es la causa de sentirla en tantos actos de rebeldía, de inconformidad y vitalidad. El juicio contra Roberto David Castillo es uno más de sus actos de insurrección; su condena ya es un hecho.
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