lunes, 31 de mayo de 2021

«Los bárbaros están volviendo»


Publico.es

Foto: Costa-Gavras — Luis Otero

Cineasta tan célebre como personal, extrovertido y políglota, pletórico de forma y lleno de lucidez, Costa-Gavras (Atenas, 1933), el autor franco-griego de Z (1969) y Desaparecido (Missing, 1982) sintetiza en esta entrevista una vida apasionante y ofrece su perspectiva sobre España y el mundo actual

Costa-Gavras llegó a Francia en los primeros años 50. Formado en el prestigioso Institut des Hautes Études Cinématographiques (IDHEC), su trayectoria, un montón de filmes míticos, destaca por su capacidad de construir relatos de género que van del thriller al drama, del filme judicial a la narración social, en los que la política y el entorno social son esenciales. Depredador de todo totalitarismo, comprometido con la realidad, Costa-Gavras va en dirección contraria a muchos de los directores de la época, al tiempo que atraviesa un período fértil y revelador en la historia sociopolítica y artística europea con el respaldo de público, crítica y profesión, alcanzando los principales premios (Oscars, Globos de Oro y triunfos en Cannes y Berlín). 

¿Cómo son sus orígenes en el cine? 

El cine que había en Francia no me interesaba. Ya lo había visto en Grecia, un cine estandarizado, de acción, de humor, etcétera. Sin embargo, en Francia, a pesar de hacer estudios de Literatura, encontré la Cinemateca, donde había cine clásico. Fue un descubrimiento importantísimo y me interesó mucho. Primero, quise aprender a escribir, y fui a la Escuela de Cine, al IDHEC, estudié dos años, y después, con una suerte extraordinaria, me pidieron hacer un primer trabajo de cine por unos días. El primer ayudante era Claude Pinoteau, que luego fue director. Así entro en el cine francés, lo que era bastante difícil, especialmente para un extranjero. Además en el puesto de ayudante. En ese momento era posible trabajar con gente como René Clair, Jean Cocteau, René Clément, Henri Verneuil, Jacques Demy, Clouzot… Fui ayudante de alguno de ellos. Conocí también a todos los grandes actores, pues en este período los ayudantes hacían el casting y había una relación muy próxima con ellos. Conocí a Montand, Piccoli, Trintignant… La primera película fue como un ejercicio escolar desde hacer el guión. El director de estudio leyó el guión y así se hizo. En la medida en que yo tenía un guión, el thriller, que era atractivo, generó interés y tuvo un gran reparto. La película funcionó muy bien.

Era Los raíles del crimen (Compartiment tueurs, 1965)…

Sí, y la segunda, Sobra un hombre (Un homme de trop, 1967), sobre la Resistencia francesa, fue un fracaso. Lo curioso es que ahora salió en DVD por primera vez y triunfó, tuvo unas críticas extraordinarias. Después hice Z (1969), donde está lo que me interesó siempre del cine. Cuando mi primera película tuvo éxito en los Estados Unidos, Harry Saltzman [el productor de James Bond] me propuso hacer una. Me preguntó: «¿Que película quieres hacer?». Yo le dije que La condición humana, de André Malraux. Dijo: «¿Qué? Hacen falta muchos chinos, no se puede» [ríe].

Lo que no había en el cine era un tipo de película acerca de la condición humana, de las revoluciones, las luchas cotidianas, las luchas no solo políticas sino también sindicales. No las había en este período. En Francia había la Nouvelle Vague, nos interesaban otro tipo de películas después de las grandes películas de los años 50, 60… Yo quería volver a este tipo de cine, influido posiblemente por películas americanas como Las uvas de la ira y cierto cine social muy interesante. 

¿Qué tipo de películas le gustan o le interesan? En alguna entrevista hablaba de Avaricia (Greed, 1924), de Stroheim, como una revelación para usted. 

Greed es una película de varias horas que parecía una tragedia, como la antigua tragedia griega. Había la posibilidad de hacer en el cine ese tipo de películas, cine no solo para divertir, como el fútbol.

Desde Latinoamerica a Europa, el mundo corporativo, la banca, las empresas y esas luchas cotidianas o los sistemas totalitarios… De alguna manera su cine recorre toda la historia de su época, de aquellos sistemas políticos o sucesos que ocurrieron en la realidad a su alrededor. ¿Existe desde el principio en su cine la voluntad de contar relatos sociales o es algo que va sucediendo sobre la marcha? 

De base, siempre me interesaron la resistencia y el poder. Y cómo en nuestra sociedad el poder participa como represión en nuestra vida diaria. Además, el poder es algo que tenemos todos. No es solo el poder político, eclesiástico, económico, nosotros tenemos poder sobre algunas personas y hay personas que lo tienen sobre nosotros. Esta relación con el poder me interesa mucho porque de ella dependen la felicidad y la infelicidad. Después viene también la resistencia. Cómo resistimos a lo negativo. Resistir es lo más importante, si no, nos convertimos en esclavos. Son los temas que hay en mis películas, lo que a mí me interesa. 

Hay un elemento singular en sus películas que es que ese análisis o crítica al poder va dirigida a todos los tipos de poder. Pueden ser los tupamaros, el retrato de Arthur London en La confesión (L’aveau, 1970), la ocupación alemana, el nazismo, el golpe de Pinochet… Recuerdo El sendero de la traición (Betrayed, 1988), donde se habla también de la banalidad y de la normalidad del mal. De cómo bajo un hombre común pueden ocultarse formas inquietantes de poder. 

Porque el poder es como una droga, cuando tienes poco quieres más y más. ¿Y cómo hace uno para alcanzarlo? Algunas veces va por direcciones legítimas, pero puede optar por otros caminos. Como el dictador griego de Z, Papadópoulos, que no era un general, era un coronel que alcanzó un poder enorme. El poder es seguramente el aspecto humano más importante. 

Después del éxito de Z, ¿tiene libertad creativa para hacer sus películas? 

Absolutamente. Es la ventaja de tener éxito con una película. La confesión era un libro imposible, enorme, 500 páginas, cuando la gente lo veía no lo creía posible. Semprún y yo hablamos mucho y, finalmente, resultó fácil de hacer. 

En ese momento, todas las películas empiezan a tener proyección internacional. 

Sí, es decisivo tener buenos actores. Les llaman stars porque son buenos actores. Aunque también hay stars que no lo son. 

Hay varios rodajes en los que tiene producción estadounidense. ¿Percibe diferencias en esto además de en la parte cultural?

Las primeras películas, las que más me interesaron, las hice en Estados Unidos. Me ofrecieron hacer El Padrino, y no me interesó nada. El libro, para mí, no era un buen libro. Coppola hizo una película extraordinaria que yo no podría hacer porque yo no era americano. Sí que acepté hacer Missing (Desaparecido) pidiendo a cambio controlar también el casting. Y aceptaron. Además, hice la posprodución en Francia. Fueron las condiciones que puse y me dieron libertad.

Hay un debate, casi siempre que el cine toca la política, sobre la forma, sobre cómo se cuentan las historias. Con usted, con Ken Loach y con otros cineastas, siempre se discutió que se acercaran a formas populares, lo que permite que sean más accesibles. ¿Que opina de eso? 

Este fue un debate muy potente, especialmente con la Nouvelle Vague. La tradición de la construcción de un guión es de origen griego. El teatro griego es un thriller, todas las tragedias griegas lo son en cierto modo. En esta construcción el interés va en aumento para llegar al final. Eso me parece esencial. No se puede hacer siempre con esa simplicidad, pero generalmente esa es la dirección que yo tomé desde mi primera película. 

Siempre me interesa saber qué proyectos quedaron por el camino, qué obras se frustraron o no llegaron a ser realizadas

Había un proyecto del que hicimos el guión, El cormorano, la historia de una gran compañía internacional que cambió la política del Estado, como sucedió en cierto momento en Portugal. No debemos dar el nombre del país, dejaba todo y se marchó a otro país. Pasa cada día, pero no encontré el dinero para hacer este proyecto. Nadie quiso. William Holden había aceptado hacerla, pero no encontramos inversión. Los americanos habían aceptado, hablé con actores como Meryl Streep y Al Pacino, pero dije que había que hacerla en China. Fui allí, primero querían hacerla, pero después querían cambiar todo el guión. Finalmente, acepté que no se podía hacer. Precisábamos el paisaje chino. Intentamos realizarla en otros países y los americanos propusieron reproducir todo en Hollywood, pero era imposible. Se dieron las condiciones económicas, pero no de localización.

¿Encontró alguna vez dificultades o intromisiones de los productores por la audacia política, o porque eran temas que no interesaban? 

Sí, con algún proyecto. Con Z, por ejemplo, la gente decía que nunca funcionaría. Pero había que insistir, y finalmente se hizo, los actores aceptaron y la película se hizo porque Jacques Perrin había luchado mucho y también los argelinos, pues Argelia es el país donde se rodó.

En algunas de sus últimas películas, como Arcadia (Le couperet, 2005) y El capital (2012), analiza las estructuras económicas próximas a la parte sociopolítica. ¿Es esa su visión de la sociedad y enlaza con todas las películas anteriores? 

La sociedad ha cambiado. Todo el mundo habla hoy de democracia, pero hay otro poder que ha llegado llegó, que existe hoy, que es el dinero, el súper capitalismo. En el cine, los temas de poder están aquí hoy, en la economía. No se habla de otra cosa. Todo el mundo conoce el Dow Jones. 

Otros tipos de totalitarismo, Stalin, el nazismo y ahora este capitalismo… 

Exactamente, son otro tipo de totalitarismos. 

Me gustaría que hablara ahora de Semprún, que fue guionista en tres de sus películas (Z, La Confesión y Sección especial) y de la idea que tiene sobre España, un país con una historia convulsa en el siglo XX y hasta la actualidad. Con Semprún llegó a haber un proyecto sobre Yoyes, la etarra asesinada… 

Él no podía hacerlo en ese momento porque era ministro, y yo no quería hacer un tema español sobre alguien que no conocía. Pero después, con Jorge, hicimos películas sobre verdaderas historias, pero siempre tuvimos el problema de escoger personajes y situaciones. Porque una película como La confesión o como Z podía durar horas. Hablé con Jorge de hacer una película sobre Malraux, una oportunidad para hablar sobre España y sobre cómo se hace el cine en España. Cómo Malraux cambió completamente, cómo conoció el PC, llegó a Francia y dijo: «Se acabó», esa declaración extraordinaria al llegar a Francia. Además, había una historia de amor muy interesante. Hablamos e hicimos un primer trabajo muy largo. Primero trabajamos el libro y después el guión. Cuando terminó, Jorge fue al hospital con dolor de espalda y le detectaron cáncer. Duró semanas. Con él había intención de permanencia, de hacer algo juntos, algo que nos había interesado a los dos, sobre Francia y España.

Alberto Costa-Gravas. — Luis Otero

Curiosamente, en España, Semprún es una figura respetada pero su obra es muy poco conocida, como pasa con otros personajes de la resistencia y el exilio. 

Es curioso, sí. 

En los últimos años hubo tentativas de revoluciones democráticas, un caso es Grecia.

Un caso muy particular. A lo largo de la historia, Grecia siempre ha sido un laboratorio. Tsipras empezó muy joven, con un problema de deuda enorme. Imposible de pagar. Había que encontrar soluciones. Además no tenía todo lo poder. Tenía el 36% de los votos. Va a Europa, sin experiencia con los europeos, que son monstruos de la economía. Tiene cerca de él a Varoufakis y esta relación es importante. Pero, ¿qué hacen los europeos? Todo lo que pueden para separarlos. Y lo consiguen. Merkel, que le prometió todo a Tsipras, que participó en esta separación, pensaba al principio que había algunos gestos para mejorar la situación en Grecia. Pero 300.000 jóvenes se fueron del país, una pérdida enorme para el futuro. Los salarios bajaron un 40 %. Todo esto se volvió contra Tsipras y Alemania no hizo el mínimo gesto, al contrario. Pidió más y más y más. Los griegos votaron una segunda y una tercera vez a Tsipras porque no había otro.

La historia va muy rápido y Tsipras poco menos que cayó en el olvido. Aquello ha quedado como un movimiento político abortado que acabó entrando en las convenciones. ¿Qué piensa de algunas de las cosas que suceden ahora? El Brexit, Trump, la ultraderecha en Francia… 

Estamos entrando en un período de barbarie. La extrema derecha ha vuelto a Grecia. Amanecer Dorado celebra el nacimiento de Hitler. Eran muy pocos, pero con el drama económico griego ahora son un 13% o un 15 % ya. Y no solamente en Grecia. En Francia, con la vieja historia de Le Pen, pero también en Austria, en Alemania… Los bárbaros están volviendo. Y lo peor es en América. Recuerdo un detalle, cuando hice Bretrayed…

Betrayed parece una película anticipatoria…

Sí. Y muchos americanos me dijeron: «¿Dónde has visto esto? No existe en los Estados Unidos». Pero yo lo había visto en la gira que había hecho por el país. Decían que éramos comunistas que veníamos de Europa.

¿Qué relación ha mantenido estos años con Grecia? Llegó a Francia en los años 50, a veces se habla de usted más como francés y se olvidan sus orígenes. 

Yo son bígamo [ríe]. Pasé casi 20 años en Grecia, y Grecia no se olvida. Pero Francia me lo dio todo. Nunca soñé que habría podido tener la vida que tengo en Francia. No sólo en lo profesional, sino que me piden que participe en la vida política y cultural. Grecia no me lo dio, al contrario, yo escapé de allí. Mis raíces son griegas, pero culturalmente soy más francés que griego. 

En España estamos interesados en cómo nos ven desde fuera. ¿Qué opina de lo que ocurre en este país? ¿Cómo ve nuestra sociedad? ¿Cree que hay posibilidad de ascenso de la extrema derecha aquí?

Es una situación muy difícil y también muy peligrosa, porque si se usa la violencia, y no las vías democráticas, para resolver el problema de Cataluña, las consecuencias pueden ser muy graves. No hay que tomar posición por unos o por otros, es una cuestión española. Hay que salvar a Europa también. Yo creo mucho en Europa, estas cosas me parecen importantes por la problemática española. No sé qué va a pasar después de las elecciones, pero el uso de la violencia me parece muy, muy negativo. Los problemas humanos deben solucionarse con el diálogo y con la cesión por ambas partes para llegar a una solución que pueda contentar a todos, porque si no podemos acabar en una guerra civil, como ya pasó aquí y en Grecia.

En cuanto a los Estados Unidos, ¿piensa que Trump viene a demostrar la actitud demasiado cómoda o de dependencia que tuvo Europa con los Estados Unidos en muchos aspectos? 

América no es lo que la gente quiere que sea. También es esto. Lo peor de todo es el problema ecológico. No hablamos mucho de ello, pero la población aumenta y somos un cáncer para la tierra. Destruimos todo. Hoy pensaba desde el avión que somos cómo animales que devoran la sustancia de la tierra. ¿Qué va a pasar cuándo se agote por completo? Nadie lo piensa. No será en mi generación, pero tengo nietos, ¿qué van a hacer aquí? ¿Cómo van a vivir? Se dice que en algunas pequeñas islas, en Tahití, por ejemplo, la gente está pensando en construir muros para evitar la subida de las aguas. Además, está el colosal problema de la emigración. Es un problema que no va a acabar, mire lo que está pasando en algunos países, la situación es terrible y la gente quiere una vida mejor. Ese problema no parece interesar a los jefes de Estado. No se preocupan de esto, solo piensan en las próximas elecciones. 

Esta entrevista se publicó originalmente en gallego en la revista Luzes https://luzes.gal.  Ahora Público la reproduce como parte de un acuerdo de colaboración con la revista. https://blogs.publico.es/publico/2020/02/25/el-periodismo-pausado-e-inconformista-de-luzes-ahora-tambien-en-publico/ . Aquí puedes encontrar más artículos de Luzes en Público. https://www.publico.es/luzes

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