jueves, 13 de enero de 2011

A propósito de lobos y lobystas

Por Víctor Meza


Fue en 1982, veníamos de Europa, luego de una intensa gira de reuniones que habían incluido al entonces todavía candidato presidencial del Partido Obrero Socialista Español (PSOE) y, cinco meses después, primer presidente socialista de España desde la guerra civil, Felipe González, cuando Edén Pastora, el célebre por legendario “Comandante Cero”,  y yo, visitamos Washington. Entonces conocí, por primera vez, a un “lobysta”. Un personaje interesante, culto, bien formado y presentado. Una mezcla de dandy ilustrado y cosmopolita agradable. 
 
Bien relacionado, mejor conectado con los principales resortes del poder en la capital norteamericana. Se presentaba – y, de alguna manera, lo era – como un resorte elegante e indispensable entre el solicitante de favores políticos y el hombre o mujer poderosos que estaban en capacidad de concederlos o facilitarlos. Sus servicios eran caros o, al menos, así nos lucieron. Edén, hombre de controles estrictos y visión rígida con respecto a los gastos cotidianos, rechazó de inmediato las pretensiones pecuniarias del lobysta. “Es muy caro, nos dijo, podríamos lograr lo mismo por otros medios y a menor precio”. Tenía y no tenía razón. Por el mismo precio se lograba el mismo contacto, pero no el mismo tiempo ni la misma calidad de la entrevista. El lobysmo, -lo aprendí entonces– es un arte, más complicado y delicioso de lo que a simple vista parece. Es una ciencia, sin dejar, por ello, de ser un arte.
 
Cuando comenzaron las negociaciones en Tegucigalpa, en el último piso del hotel, en torno al llamado Diálogo Guaymuras, que luego concluyeron en el Acuerdo Tegucigalpa/San José, acabé de descubrir el verdadero sentido del rol que desempeñan los señores “lobystas”. En el segundo piso del hotel en donde nos reuníamos las dos comisiones negociadoras, la del gobernante usurpador Roberto Micheletti y la del presidente Manuel Zelaya, se alojaban y habían montado una oficina especial los consejeros y lobystas norteamericanos del gobierno de facto. Hasta ahí bajaban, con ignominiosa frecuencia, los negociadores del gobernante golpista. 
 
Consultaban con los lobystas gringos sus “estrategias”, sus pasos a dar, sus respuestas a la prensa, sus actitudes y gestos, todo, absolutamente todo. Era, realmente, vergonzoso. Y, además, algunos de ellos (los negociadores), al parecer, cobraban honorarios como si se tratase de abogados y clientes, empleados y patrones, en donde unos prestan sus servicios y otros pagan por ellos, Lo que no fue obstáculo para que, meses después, algunos recibieran condecoraciones como si hubiesen sido fieles y heroicos servidores de la patria. Vaya charlatanería, tan grotesca como ofensiva y, a la vez, tan necesaria de ser conocida y divulgada entre la población entera.
 
Pero, así son las cosas en ese mundo laberíntico de las negociaciones y los cabildeos locales e internacionales. Así son los hechos en las relaciones con los cabilderos profesionales. El gobierno actual, aconsejado por diplomáticos de la vieja escuela, sin duda, acaba de contratar los onerosos servicios del señor Lanny Davis, un antiguo y habilidoso lobysta de Washington, que sabe combinar su condición de ex compañero estudiantil de la señora Hillary Clinton con la ingenuidad provinciana de clientes subdesarrollados en el patético tercer mundo. No ha vacilado, el señor Davis, de prestar sus servicios al dictador de Costa de Marfil, en África,  como no vaciló en ofrecérselos y dárselos a ese tiranillo de opereta que se llama Roberto Micheletti. A ambos les sacó dinero, a los dos les ha exprimido el jugo y, a todos, incluido don Porfirio Lobo, sin duda, les ha tomado el pelo, incluyendo tontos embajadores, supuestos líderes políticos, declarados artífices de soluciones imposibles y, por desgracia, también a presidentes electos con “la mayor suma de votos” en “las elecciones menos votadas”. ¡Vaya paradoja y vaya ironía de la reciente historia de este desventurado país!

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