Desde que tembló la tierra, Dieumny sueña con su papá. Imagina cada noche que se acuesta a su lado y, de a ratos, le pasa cariñosamente la mano por la espalda. Pero desgraciadamente todo queda en sueños. Al amanecer, la pequeña vuelve a abrir los ojos al dolor. Y es que esta niña, a sus escasos doce años, carga demasiados pesares. Las sacudidas de enero le llevaron a 16 familiares, entre ellos al más querido.
Ahora Dieumny duerme con su mamá en las calles de esta ciudad.
Ayer los niños sudaron al ritmo pegajoso del compa haitiano.
Ayer los niños sudaron al ritmo pegajoso del compa haitiano.
Ayer la niña dibujó, cantó, bailó... y conoció nuevos amigos: Cadet, Serafina e Ivenson, quienes llegaron también con la sonrisa ausente y la mirada temerosa. Para ellos Dieumny, y varios infantes más, hicieron dibujos cargados de flores. Pero eso sucedió ayer. Cuando deambular por las calles y el mal recuerdo de una tarde de martes eran más cercanos y nítidos, las crayolas que movían sus dedos solo trazaban familiares muertos, casas destruidas, rostros tristes, desolación... Este miércoles cuando la sicóloga Mariela puso colores en las manos de Dieumny, salieron mariposas.
Como ella 357 niños pasan juntos muchas horas en las alturas de Impasse Miyambó, la colina desde donde se descubre un Puerto Príncipe golpeado como cada uno de los pequeños que cada mañana alargan su mirada allí. Hace más de dos meses este era un lugar tranquilo, sosegado, donde el abuelo Paúl Benito descansaba sus 70 años arañados a una dura vida. Pero esos amaneceres apacibles parecen haber sucedido hace muchos años. Hoy el abuelo despierta con la algarabía de cientos de niños que se la pasan gastando energías desde el alba.
Y es que el anciano no se quedó sentado en la silla de siempre luego de que su país temblara sin piedad. Sin dudarlo abrió las puertas del hogar para que los pequeños sin familias, sin casa, sin amores, encontraran allí paz. Algunos vienen todas las mañanas y se van en la tarde, a otros 50 los espera la noche allí, esa que los sorprende bajo toldos y encima de una cuidad casi en penumbras. En la casa del abuelo Paúl faltan muchos recursos, sin embargo, sobra la buena voluntad. Por eso hasta allí subieron los médicos cubanos, no sin antes jadear en cada escalón de la empinada escalera donde la mochila repleta de medicamentos y las cajas de leche encuentran segundos de descanso.
Según explicó a Granma la doctora Tania Pérez Xiqués, miembro de la Coordinación de la Brigada Médica Cubana en Haití y quien ya sube con ligereza la empinada colina, este es un proyecto para ayudar a mejorar la atención médica y sicológica de los niños que viven en orfelinatos. "Para ello hicimos un equipo multidisciplinario donde participan sicólogos, médicos, estudiantes haitianos de quinto año de Medicina y enfermeras. El objetivo es llegar a las instituciones e identificar las necesidades de cada niño. Los caracterizamos de manera general, e individualmente, para brindarles la atención que precisan. También llevamos cajas de leche donadas a la Brigada por organismos internacionales".
Dice la doctora Tania que el proyecto tiene la intención de llegar a varias de estas instituciones en Puerto Príncipe, donde los cubanos colaborarán con equipos haitianos que trabajan en estos lugares, muy dañados por el terremoto del 12 de enero. Por esta razón fue Impasse Miyambó el primer sitio donde "aterrizaron" nuestros médicos. Allí trece jóvenes voluntarios cuidan por primera vez a niños, y la asesoría cubana es bien agradecida. Quizás por eso cuando nuestros doctores terminan la jornada de trabajo, el abuelo Paúl pide a Dios para que vuelvan al otro día.
Y parece que las oraciones de Paúl están siendo escuchadas en el cielo al que mira buscando ayuda. Más de una semana lleva la argentina Vanesa Oria, graduada de la Escuela Latinoamericana de Medicina, sanando en "la colina de los niños". En medio de decenas de diminutos pacientes que hacen cola para la consulta, Vanesa cuenta a este diario cómo llegó a Haití.
"Estaba en mi país cuando ocurrió el terremoto, enseguida me anoté en Médicos sin Fronteras pero no pude venir por esa vía, intenté luego con Médicos de Contingencia de Argentina pero tampoco lo logré. Hasta que surgió la convocatoria de Cuba y me dieron la oportunidad. No pudo ser mejor, después de haber pasado siete años de mi vida allí". Hoy Vanesa cura a los pequeños de la colina, mientras añora poder empezar la especialidad de Pediatría, esa que posterga por urgencias como la de Haití.
Atendemos a los 357 niños, dice Vanesa. "La mayoría ha sido víctima del terremoto. Ocho son huérfanos de padre y madre, y 50 viven aquí por diversas razones. Los demás vienen de los campamentos de refugiados para estar con otros niños y ver a un médico". Agrega la doctora que muchos de ellos padecen enfermedades infecciosas, y nunca los ha tocado un doctor.
Mientras Vanesa ausculta, pone termómetros, diagnostica y de paso acaricia con ternura a cada pequeño, en otro lado del patio una cubana se pierde entre un grupo de niños. Es la sicóloga Mariela Almenares, inmensamente pequeña y amorosa, quien intenta convencer a los infantes de que la vida continúa y es hora de volver a sonreír. Así les habla: "Todos hemos sufrido, hemos perdido mucho, pero cuando eso nos pasa tenemos que combatir la tristeza con alegría, alejar el miedo. Y ¿cómo podemos lograrlo?", pregunta entonces. Voces más confiadas dicen: bailando, cantando, dibujando... regresando a la escuela, opina Keddy.
Para Mariela conocer a estos niños ha sido un privilegio. La inocencia de los pequeños que aun en medio de la tragedia vuelven a sonreír, la alecciona a cada paso. "Ellos presentan mucho daño emocional. No concilian el sueño, no duermen bien. Tienen pensamientos recurrentes, piensan mucho en lo que vivieron, en el día del terremoto. Tienen miedo a estar solos y que la tierra vuelva a temblar. Este espacio que hemos creado aquí los ayuda a socializarse, a ventilar emocionalmente lo que sienten". Tanto es así que ayer sudaron al ritmo del compa haitiano, tararearon la Guantanamera y corearon en español números y vocales.
Así terminó el día de ayer en la colina. Cuando los médicos de la Brigada dijeron adiós y hasta mañana, ellos gritaron mési (gracias en creole). Quizás estos niños no sepan que son los doctores cubanos y los jóvenes graduados de la ELAM, quienes regresan a sus campamentos dándoles gracias por la fuerza que sus sonrisas insuflan.
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