Por Karthik Ram Manoharan *
En este artículo el autor defiende una lectura universalista de los trabajos de Fanon, cuya lección más importante es que toda lucha por una sociedad mejor es una lucha contra la opresión, pero la lucha contra la opresión no es necesariamente una lucha por una sociedad mejor. En este sentido, en estos tiempos, en los que la obsesión por las particularidades de la raza, la etnia y la religión ha alcanzado proporciones fetichistas tanto entre la derecha como entre la izquierda, el universalismo de Fanon y su llamamiento a desafiar las limitaciones de todas las identidades fijadas no puede ser más pertinente.
¿Por qué Fanon?
“Nunca ha sido más difícil leer a Fanon que hoy”, señaló el filósofo Achille Mbembe en una conferencia en la Colgate University en 2010. Frantz Fanon (1925-1961), un humanista existencialista de Martinica profundamente influenciado por Jean-Paul Sartre, trabajó como psiquiatra en la Argelia colonial y más tarde se unió a la resistencia argelina contra el colonialismo francés. Popularmente conocido por su Los condenados de la tierra, Fanon fue el autor de obras que ofrecen críticas del colonialismo y el racismo, que a menudo son prescritas como guías por muchos movimientos identitarios radicales incluso hoy. Aunque de hecho la práctica de la lectura de Fanon nunca ha perdido popularidad, se debe fomentar la lectura popular de Fanon si se va a recuperar un fanonismo radical. Este artículo defiende una lectura universalista de Fanon, que llamó a una interrogación crítica de todas las identidades.
Leí por primera vez a Fanon en 2008. Era una época turbulenta para mí como escritor y activista tamil. En un país no lejano de mi hogar en el sur de la india, la resistencia tamil estaba haciendo un último y desesperado intento contra el ataque sin límites del Gobierno de Sri Lanka. Como yo, muchos otros tamiles en India y la diáspora en países occidentales, protesron contra Sri Lanka y los Estados que apoyaban su brutal campaña militar.
En ese período, Los condenados de la tierra fue para mí dinamita intelectual. “La violencia puede entenderse, así como la mediación perfecta. El hombre colonizado se libera a sí mismo en y mediante la violencia”. Al leer su obra magna en aquellos tiempos, su relativamente sencillo (o eso parecía) primer capítulo sobre la violencia atraía más que los otros, que abordaban asuntos bastante complejos. Mi Fanon era un maniqueo, que estaba en contra la violencia del opresor y legitimaba la violencia del oprimido. Como varios de sus admiradores juveniles en el Tercer Mundo, yo también le leí como profeta de la violencia. La violencia era liberadora, la violencia era catártica, y la violencia era el ser. Sus llamamientos en pro de una lucha incesante parecían ser la única opción disponible en un mundo desesperanzadamente injusto.
Sin embargo, sentía que estaba perdiendo de vista algo crucial.
Contextualizar a Fanon
El Fanon que llegué a descubrir en una lectura más atenta es totalmente diferente del personaje que leía por partes mientras perdía de vista el conjunto. Lo que era radical en Fanon, y lo que es más relevante para nuestros tiempos, son sus intentos de desestabilizar tanto las identidades del opresor como del oprimido hacia una universalidad radical. Leyendo a Fanon con disciplina y sobriedad, pude apreciar su teoría como un intento consistente y riguroso de entender la paradoja de la identidad.
Es importante contextualizar a Fanon. Durante su vida política, Fanon fue un outsider. Un martiniqués negro en Francia, un ciudadano francés en África, y alguien de origen cristiano entre musulmanes árabes. Aunque estaba plenamente comprometido con la lucha anticolonial argelina, nunca fue completamente argelino incluso a los ojos de sus camaradas. Su comprensión de la historia precolonial argelina fue, como mucho, difusa. Los escritos de Fanon muestran claramente que su comprensión del islam como un factor sociopolítico en Argelia era superficial y lo veía solo en términos instrumentales frente al colonialismo francés. El racismo antinegro entre árabes, el papel árabe en la esclavitud y el patriarcado islámico fueron todos temas que evitó.
Crítico destacado del imperialismo occidental, Fanon exhaló sus últimos alientos bajo los ojos de la CIA en un hospital estadounidense donde había llegado en busca de tratamiento para leucemia. Murió a finales de 1961; Argelia conseguiría la libertad formal al año siguiente. La Argelia independiente fue destruida por la guerra civil entre el Gobierno y los islamistas, matando a más gente que el colonialismo francés. Uno podría decir que Fanon tuvo suerte de no haber sido testigo de esto: su mujer Josie Fanon se suicidó por la angustia por la degeneración de un proyecto anticolonial en una salvaje y cínica lucha por el poder.
Él sigue siendo una figura marginal en el imaginario intelectual tanto de Francia como de Argelia. Sin embargo, desde los años 80 ha vivido un renacimiento académico en el mundo anglosajón, principalmente en los departamentos de estudios poscoloniales y raciales, donde es leído principalmente como un pensador ‘negro’, un identitario, un poscolonialista, o como un defensor/analista de la violencia anticolonial. Sin embargo, lo que es más importante respecto a Fanon, y lo que es su aspecto más inquietante, es su universalismo revolucionario, algo que pierden de vista tanto críticos como admiradores.
Aunque Fanon se ha vuelto un nombre que ha sido asociado con la violencia, gracias principalmente a intervenciones de críticas influyentes como Hannah Arendt y partidarios como el movimiento Black Power en EE UU, el propio Fanon tenía una postura cauta respecto al potencial de la violencia. Se debe apuntar que su consideración de las posibilidades emancipadoras de la violencia ocupa solo un capítulo de toda su obra. Por otro lado, el último capítulo de Los condenados de la Tierra se preocupa explícitamente por los efectos psicológicos perniciosos que la violencia indiscriminada como represalia puede tener sobre aquellos que participan en ella. Fanon ve la violencia de forma instrumental, su enfoque sobre la violencia es más descriptivo que prescriptivo. Tanto los críticos liberales de Fanon como tristemente sus defensores demasiado entusiastas pierden de vista este matiz, tanto negros como blancos. Filósofos como Sartre y Walter Benjamin han producido obras más exhaustivas sobre la violencia; indica cierto prejuicio que sus nombres no provoquen una asociación espontánea con la violencia mientras el de Fanon sí lo hace.
Respecto a la violencia, un reciente documental de Goran Olsson, un director de cine sueco refuerza también el estereotipo del ‘hombre negro enfadado’, aunque involuntariamente. El documental de Olsson coge pasajes seleccionados de Los condenados de la Tierra para argumentar contra el colonialismo europeo. El Fanon que vemos aquí es un antieuropeo, que rechazaba todo lo que Europa defendía. Sí, Fanon estaba enfadado de forma genuina contra la brutalidad del colonialismo europeo, pero no obstante creía que había algo digno de redención en la tradición europea.
Fanon escribe en la conclusión de Los condenados de la Tierra —y este es un fragmento que el documental pasaba por alto convenientemente—: “Todos los elementos para una solución de los grandes problemas de la humanidad existieron en un momento u otro en el pensamiento europeo. Pero los europeos no actuaron en la misión que se les designó”. Estas no son las palabras de un hombre que odiaba Europa; son las palabras de un hombre que acusaba a Europa de no cumplir sus propios valores igualitarios. Éste es un Fanon que ni la derecha ni la izquierda reconocen, y este es el Fanon que se necesita desesperadamente ahora. El “profeta de la violencia” que supuestamente odiaba todas las cosas europeas es una persona a la que Fanon habría detestado. Pero supongo que este es el destino que acontece a todos los grandes pensadores. Nietzsche subrayó que los discípulos de un mártir sufren más que el mártir. Lo que debería haber añadido es que los principios de un mártir sufren más en manos de sus discípulos.
Fanon y la violencia identitaria
La postura matizada de Fanon sobre la violencia identitaria es digna de considerar, especialmente tras las protestas violentas en Ferguson, Baltimore y otros lugares de Estados Unidos por los asesinatos policiales de personas negras. Aunque la élite dominante la condenó, la antiélite dominante celebró la violencia como el comienzo de un alzamiento revolucionario. La defensa de la violencia indiscriminada para combatir los centros de poder racistas blancos no es nada nuevo. En el pasado, activistas negros como Eldridge Cleaver defendieron la violación de mujeres blancas como una forma de resistencia al racismo blanco, aunque más tarde expresó arrepentimiento por ideas de este tipo. La vida cerró el círculo cuando eventualmente se unió al Partido Republicano y se volvió un conservador cristiano. ¿Qué dice esto?
La realidad es que el sistema estadounidense es más que capaz de defenderse contra excesos violentos de este tipo por sus minorías. Si acaso, preferiría mimar esta política identitaria minoritaria particularista porque la lógica posmoderna del capitalismo global requiere las proliferaciones de múltiples identidades minoritarias. Esta violencia impotente de política identitaria particularista, alimentada solo por el resentimiento antiblanco, crea más fronteras y no se acerca en absoluto a destruirlas, que por sí solo sería la acción realmente radical hoy. Así que los racistas blancos que tienen fobia a los “negros brutales” y la izquierda multicultural que, para superar un sentido de culpa equivocado, celebran “la resistencia negra por cualquier medio necesario” están en realidad adaptándose a la lógica del mismo sistema.
Afrontémoslo: Estados Unidos es la potencia militar más fuerte del mundo con el arsenal más poderoso nunca reunido en la historia humana; derriba gobiernos en todo el mundo a voluntad; ha hecho de la contrainsurgencia no solo un asunto de práctica estratégica sino una forma de pensar; y los avances científicos estadounidenses afectan no solo a cada alma humana en este planeta, sino también al espacio exterior. Si el periodista blanco que se sienta en un cómodo despacho de Wall Street condenando la violencia de una sección racializada y pobre del país contra una potencia de este tipo es moralmente malo, el académico blanco de izquierda progresista que tiene un puesto permanente en una universidad pija y consiente de forma entusiasta la violencia de una sección racializada y pobre del país contra una potencia de este tipo es directamente estúpido.
Si Estados Unidos va a cambiar a mejor, solo puede ocurrir mediante una reforma radical constituida por fuerzas democráticas populares de todos los segmentos de la población. Dado el tipo de poder que Estados Unidos tiene, los actos de violencia aislados por parte de grupos identitarios son estériles, si no suicidas. En este sentido, sería más inteligente leer a Fanon con Martin Luther King que con Malcolm X. Tanto Fanon como King se oponían a la idea del separatismo basado en la identidad y en su lugar defendían una lucha basada en la identidad que trascendiera a sí misma hacia una lucha por un cambio estructural de la sociedad como un todo. Esto por supuesto no es un llamamiento al pacifismo progresista; ni Fanon ni King lo defendían. Pero más bien necesitamos entender que las formas de protesta que pudieron haber tenido algún efecto en el siglo pasado no tendrán ninguno en éste. El fanonismo es, entre otras cosas, un método para entender la dialéctica de la historia.
Hablando pragmáticamente, la lucha por los derechos de los negros en Estados Unidos no se puede llevar a cabo aislada de las otras luchas. Y es aquí donde el universalismo de Fanon, y la necesidad de ir más allá de la propia identidad, es más relevante. En Piel negra, máscaras blancas, desafiando la práctica de fijar identidades rígidas y cerrar la posibilidad de la universalidad, Fanon argumentó que aquellos que adoran a la persona negra están tan enfermos como aquellos que la odian. En la comprensión (lacaniana) de Fanon, la persona negra que emula la blanquitud no solo es patológica; la persona negra que busca una auténtica negritud lo es igualmente. Oponiéndose al determinismo, también dice: “No haré de mí el hombre de ningún pasado. No quiero exaltar el pasado a expensas de mi presente y de mi futuro”. Desgraciadamente, la izquierda progresista parece haber abandonado el universalismo a favor de una forma muy problemática de política de la identidad particularista, narcisista y contraproducente.
Universalismo y solidaridad
La razón por la que Fanon sospechaba de la política de la identidad negra particularista de negritud, popular en su época, no era solo debido a su glorificación de infinidad de pasados, sino también porque el mapeo binario y simple de blanco y negro ofuscaba más que revelaba, silenciando a menudo otras voces más críticas y radicales de los colonizados. ¿No es esto lo que ocurre ahora en los debates alrededor del islam? Se puede observar una monopolización del discurso sobre el islam por parte tanto de islamistas duros como blandos, que está siendo asistida activa o pasivamente por la izquierda progresista multicultural occidental, al coste de aquellos dentro del denominado ‘mundo musulmán’ que están trabajando hacia la lucha política radical y la reforma social en el interior de sus propias comunidades. ¿Cómo explicamos el casi total silencio entre la izquierda dominante sobre la lucha progresista más importante en Oriente Medio, la de los kurdos? La realidad es que la prioridad multiculturalista de voces musulmanas, tanto islamistas fundamentalistas como ‘moderadas’, contribuye a un mayor silenciamiento de aquellos que rechazan la política de la identidad basada en la religión y buscan alternativas en proyectos políticos emancipatorios radicales.
Como tamil, realmente apreciaría una crítica honesta e inmisericorde de la política tamil, la ideología tras ella, y la identidad que contempla, por aquellos en la izquierda occidental incluso cuando yo critico los valores occidentales, o su ausencia. Este tipo de compromiso político mutuamente crítico, no delicadezas culturales y una tolerancia paternalista barata, por sí sola puede garantizar que los progresistas del mundo puedan crear una plataforma universalista de lucha, mientras simultáneamente se socavan las narrativas de intolerantes racistas en occidente sobre los “otros” incapaces de progresar. Si la izquierda progresista occidental no quiere hacer esto, lo menos que puede hacer es evitar apaciguar a los intolerantes del ‘mundo musulmán’, del ‘mundo hindú’ y de otros mundos culturales-religiosos fijados determinísticamente, y dar espacio a aquellas voces políticas que creen en valores emancipatorios genuinos.
Ésta es una lección crucial de Fanon: cada lucha por una sociedad mejor es necesariamente una lucha contra la opresión, pero no toda lucha contra la opresión es una lucha por una sociedad mejor. Y ésta es una lección que la izquierda progresista nunca ha aprendido. En sus fervorosos intentos de luchar contra el “Patriarcado Capitalista Imperialista Blanco”, la izquierda, o las voces que más se escuchan en ella, se ha vuelto una apologista de las más horribles formas de fundamentalismos del Tercer Mundo. En sus ilusiones de que están combatiendo a Occidente, legitiman lo peor para el resto.
En estos tiempos, cuando la obsesión por las particularidades de la raza, la etnia y la religión ha alcanzado proporciones fetichistas tanto entre la derecha como entre la izquierda, el universalismo de Fanon y su llamamiento a desafiar las limitaciones de todas las identidades fijadas no puede ser más pertinente. Como dijo al final de Piel negra, máscaras blancas, “es mediante el esfuerzo de volver a capturar el ser y escudriñar el ser, es mediante la perdurable tensión de su libertad como los hombres podrán crear las condiciones ideales de existencia para un mundo humano”.
* Karthik Ram Manoharan enseña ciencias políticas en la Universidad de Essex.
Traducción: Eduardo Pérez, para El Salto.
Fuente (de la traducción): https://www.elsaltodiario.com/pensamiento/releer-franz-fanon-hoy
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