jueves, 6 de enero de 2022

El Darién, barrera natural que intenta ahogar los sueños del migrante

Radio Progreso

Migrantes llegando a la Estación de Retención Migratoria en Lajas Blancas en Metetí en El Darién.

El Darién en Panamá es una de las selvas más grandes y peligrosas de Centroamérica. Son 500 mil hectáreas de extensión, muchas de ellas zonas impenetrables. La carretera panamericana muere a medida se avanza por los verdes y asfixiantes paisajes.

Esta selva se ha convertido en paso obligado para quienes intentan avanzar hacia Centroamérica con camino al norte del continente, migrantes que en búsqueda de oportunidades o que salen huyendo para salvar sus vidas.

Se pueden ver algunos caminos de acceso, pero la ruta que toman los migrantes no tiene carretera, es la selva de la muerte. Cruzar de Colombia a Panamá por esa barrera natural representa rifarse la vida en medio de la nada.

Tras caminar varios días muchos migrantes sobreviven pero con marcas imborrables en sus cuerpos y en sus mentes.

Entre los viajeros identificamos a un haitiano de apenas 30 años. Salió de su país hace 7 años como consecuencia de la convulsión política y social que atraviesa esta nación que se ahoga entre el abandono y la pobreza.

Su destino fue Brasil. Pero en este 2021 tuvo que salir de allí porque las cosas se complicaron con la pandemia. No hay empleos. Su misión, dijo en Radio Progreso, es llegar a Costa Rica, y allí buscar nuevas oportunidades. El joven no va solo, lo acompaña su esposa y su hijo de 11 años.

Al igual que toda la población migrante, tuvo que sortear la vida en la selva del Darién, el paso obligado para avanzar hacia el norte. La mayoría de los migrantes van con rumbo a Estados Unidos.

Muchas nacionalidades, una realidad

Familias completas de haitianos cruzan la selva fronteriza entre Colombia y Panamá.

Los migrantes que cruzan de Colombia a Panamá son de diversas nacionalidades: caribeños y extracontinentales. Viajan ciudadanos y ciudadanas de Haití, de Cuba, Venezuela, Bangladesh, Senegal, Ghana, Uzbekistán, India y Nepal. Vienen de Asia y África. Huyen de la difícil realidad por la que atraviesan sus patrias.

En la Estación de Retención Migratoria San Vicente en Metetí, estaban retenidos cinco ciudadanos nepalíes. Uno de ellos accedió a una entrevista con Radio Progreso (RP).

RP. ¿Qué rutas tomaron para llegar hasta aquí?

Nepalí: Salimos de Nepal para Dubái, de Dubái para Reino Unido, luego a Francia y de Francia hasta Chile, luego tomamos a Bolivia, de Bolivia a Perú, luego a Colombia y llegamos a Panamá.

RP. ¿Qué dificultades tuvieron?

Nepalí: No hubo mucha dificultad, la primera parte la hicimos en avión, al llegar a la selva caminamos cinco días, ha sido lo más difícil.

RP. ¿Cuántas personas viajan?

Nepalí: Éramos 8, pero ahora sólo somos cinco porque tres ya siguieron su camino.

RP. Y ustedes ¿cuándo piensan salir del Darién?

Nepalí: Esta noche salimos pero no sabemos cuándo vamos a llegar.

RP. ¿Cuál es su destino?

Nepalí: Estados Unidos de Norteamérica.

RP. ¿Qué buscan?

Nepalí: Estamos buscando trabajo.

Tan cerca de Dios y tan lejos de Estados Unidos

En la ruta se pueden ver a muchas mujeres, algunas incluso embarazadas que van en busca de nuevas oportunidades.

Elías Cornejo es el Coordinador de Servicio Migrante de Fe y Alegría en Panamá. Al visitar la zona comprobó, una vez más, ese drama humano que no sólo se vive en el triángulo norte de Centroamérica (Honduras, El Salvador y Guatemala) y en su ruta hacia Estados Unidos, una de más mediática en esta crisis mundial del derecho a la movilidad humana.

“Yo lo definiría como tan cerca de Dios y tan lejos de los Estados Unidos. Es una experiencia difícil, es una experiencia de fe y de esperanza en medio de las dificultades y en medio de un montón de desafíos”, dijo Cornejo.

Contó que el Estado panameño apoya con techo a los migrantes en condiciones que no son las mejores. Hasta ahora, dijo, es una realidad que el Estado panameño ha invertido 20 millones de dólares en apoyo a los migrantes en tránsito, pero reconoció que el problema con los organismos del Estado es la burocracia para responder a una realidad para la que no estaban preparados.

“Tiene que ser la sociedad civil la que ha respondido de manera lenta porque Panamá no es sujeta de ayuda, porque supuestamente tiene un nivel de vida muy alto en relación al estándar de Centroamérica”, dijo Cornejo.

En nuestro diálogo recordó que el Estado nunca visibilizó la crisis humanitaria, y cuando ha tratado de responder le ha quedado grande y requiere ayuda, requiere de una respuesta regional y no sólo de Panamá.

El gobierno de Panamá registra, hasta a inicio de octubre de 2021, el rescate de unos 50 cuerpos sin vida encontrados en la selva fronteriza entre Colombia y Panamá.

Teléfono y Western Union

Clara Meza es una Misionera del Vicariato Apostólico del Darién. Narró que los migrantes que vienen de Necoclí, en el departamento del Chocó, Colombia, entran a Panamá y llegan a Puerto Baldío, luego pasan por las Tres Bocas para llegar la comunidad de Bajo Chiquito donde está el primer puesto de Estación de Recepción Migratoria, ERM.

“Allí descansan para el día siguiente trasladarse a Lajas Blancas en Metetí donde les hacen una biometría para saber si tienen algún caso penal en sus países, luego les dan la autorización de que se pueden ir siempre y cuando tengan 40 dólares para su traslado hacia Los Planes de Gualaca que queda en Chiriquí, frontera con Costa Rica”, dijo Meza.

Asegura que trabajar de cerca con el flujo migratorio es una experiencia fuerte, sobre todo ver esos rostros que tienen esperanza. Contó que antes los migrantes caminaban 12 días por la selva, pero hoy sólo son tres días.

¿Qué cambió?, se le preguntó. Ha cambiado la manera como los trasladan, respondió. Dijo que hay más gente que los trasladan por otros medios. En la ruta por la selva se enfrentan días inhóspitos, las mujeres eran violadas, los migrantes eran robados. Llegan con sus pies heridos algunos. Hoy hay más posibilidades de ser trasladados por piraguas (pequeños cayucos con motor). Reconoció que  son coyotes que los mueven, y  quienes se lucran del tráfico de humanos.

Los migrantes pagan sus traslados y lo hacen en dólares. Desde Bajo Chiquito a la Estación de Retención Migratoria, ERM, en Lajas Blancas o en San Vicente en Metetí, les cuesta 25 dólares y eso representa cuatro horas sobre río.

“Si no tienen el dinero ellos tienen la facilidad de conseguirlos con sus familiares, ya hay puestos de la remesadora Western Unión en los puestos de estación migratoria. Los migrantes que vienen a Panamá y que van hacia el norte saben que tienen que venir con dinero”, dijo la misionera Clara Meza.

Bajo Chiquito

Nelson Ají, dirigente de Bajo Chiquito.

Radio Progreso tuvo la oportunidad de viajar a la comunidad de Bajo Chiquito ubicada en la comarca Emberá, un caserío indígena en medio de la selva. Llegar allí significó 4 horas de viaje en una Piragua saliendo desde Metetí.

“Es una comunidad de 359 habitantes”, dijo en Radio Progreso Nelson Ají, dirigente de Bajo Chiquito. Aseguró que les ha tocado hacer un gran esfuerzo durante todo el año para recibir a los migrantes.

Según datos del Servicio Nacional de Frontera, Senafront, sólo en el mes de octubre, pasaron por Bajo Chiquito unos 29 mil 604 migrantes. Por El Darién han cruzado más de 125 mil migrantes durante todo el 2021.

“Les damos la bienvenida a nuestra comunidad y lo poquito que tenemos nosotros se los ofrecemos a ellos. Hay personas que vienen sin ropa, vienen sin comida, sin dinero, nosotros le ayudamos en el hospedaje donde se van a quedar”, dijo Ají.

Sin embargo, Radio Progreso pudo constatar que los migrantes que llegan a Bajo Chiquito, pagan todo lo que consumen. Los habitantes les cobran la dormida en sus casas, les venden la comida y hasta pagan 25 dólares para ser trasladados al siguiente punto que es la Estación de Retención Migratoria de Lajas Blanca o San Vicente.

“En Bajo Chiquito hace un mes (octubre) pasaban de mil a mil 200 migrantes cada día y les cobraban 25 dólares el traslado en Piragua, se calculaban unos 25 mil dólares al día con lo que se estaban lucrando la comunidad”, cuenta la religiosa Clara Meza.

El migrante que llega a Bajo Chiquito debe registrar su entrada en un puesto de control del Servicio Nacional de Fronteras de Panamá, Senafront. Son los militares designados por el gobierno panameño para la protección de las fronteras.

Una vez registrado el migrante recibe una ración de comida enlatada y un chequeo médico a cargo de la organización internacional Médicos Sin Fronteras. Luego debe buscar donde pasar la noche y si necesita ropa seca debe comprarla.

Las casas de los habitantes se convirtieron en improvisados alojamientos. Sólo dan a sus huéspedes unos viejos colchones y allí duermen hacinados. Sus casas también se convirtieron en tiendas de venta de ropa y comida. Hasta una discomóvil funciona todos los días y hasta altas horas de la noche vendiendo bebidas alcohólicas y otras hierbas.

¿Por qué del cobro a los migrantes para trasladarlos al siguiente punto?, se le consultó al jefe de la comunidad de Bajo Chiquito, Nelson Ají, “se cobra 25 dólares por persona, van 13 en cada piragua, 12 que pagan y uno de apoyo. De esos 25 dólares se sacan otros gastos: alquilar motor, piragua, comprar gasolina, motorista y palanquero, y ahora nos exigen que cada piragua tiene que tener su salvavidas”, dijo.

Control migratorio

El Servicio Nacional de Fronteras, Senafront, tiene el control del paso de los migrantes por Panamá.

Uno de los viajeros en la piragua es un elemento militar del Servicio Nacional de Frontera, Senafront. “Lo hacemos por la seguridad de los migrantes”, contó un oficial que pidió omitir su nombre al no estar autorizado para hablar con los medios de comunicación. Sin embargo, todo migrante que entra o que sale de Bajo Chiquito es registrado por Senafront.

“Se hace un registro para tener control, Bajo Chiquito es el primer punto de chequeo. Nosotros somos servidores públicos y nuestro trabajo es salvaguardar la vida de todos los ciudadanos que están bajo nuestra responsabilidad”, dijo la fuente.

El oficial de Senafront dijo que durante noviembre el flujo de migrantes bajó y estaban recibiendo entre 80 a 100 personas diarias, pero meses anteriores recibían un promedio entre de mil personas diarias. ¿Cuánto tiempo se pueden quedar aquí?, se le consultó, “el tiempo que ellos decidan”.

Una fuente anónima nos contó que la orden del gobierno es controlar el flujo migratorio, registrar su paso por la frontera y asegurarse que salgan en un transporte directo a la frontera con Costa Rica. Por esta razón necesitan 40 dólares para pagar el bus, que también va custodiado  por Senafront con rumbo a la frontera norte.

Pero, debido a la inseguridad y violencia expresada en robos, asaltos y agresiones sexuales, los migrantes están cambiando de ruta tomando por el océano Pacífico. “Llegan a Jaqué, luego al puerto Kimba y finalmente a Metetí, donde están las estaciones receptoras de migrantes o albergues”, contó el oficial de Senafront.

Mujeres, las más violentadas

En la ruta se pueden encontrar a muchas mujeres. Sobresalen las haitianas que buscan un mejor porvenir para ellas y para sus hijos. Pero las hay de Venezuela y también de Colombia.

Muchas de las mujeres sufren agresiones físicas, sexuales y son víctimas de racismo y odio por los mismo hombres que viajan en la ruta, incluso por las autoridades de los países que cruzan.

Tras concluir nuestra visita a Bajo Chiquito, volvimos a la Estación de Retención Migratoria en Lajas Blancas. Una mujer iba y venía de un lado a otro. Varios migrantes la saludan y tiene buena relación con los militares de Senafront.

Hola, le dijimos para acercarnos. ¿Cómo está?, preguntamos. Estoy bien, respondió. Su nombre es Sandra Yaneth Arcila Roldán de Medellín, Colombia. Lleva muchos meses esperando respuesta a la solicitud de asilo en Panamá. Ella dice que en Colombia estaba en peligro de muerte.

RP. ¿Hace cuánto tiempo estás aquí?

Diez meses. Estoy esperando el refugio, pero en vista que me lo negaron, yo apelé y estoy esperando la respuesta.

RP. ¿Cómo han sido estos 10 meses?

Duritos, pero hay que saberlo soportar porque, cómo hace uno para sobrevivir.

RP. ¿Qué le dice su familia en Colombia?

Mi hija está muy preocupada. Ella me dice que averigüe entonces cómo es, si me voy o me quedo porque nadie me dice nada.

RP. ¿Dónde se quiere quedar usted?

Acá en Panamá

RP. ¿No quiere ir a Estados Unidos?

No, yo no quiero porque yo no tengo familia allá.

RP. ¿Su misión es salvar su vida?

Sí, yo solamente tengo a mi hija y ella no tiene los recursos para ayudarme para seguir, entonces prefiero quedarme acá y también salvando mi vida.

RP. ¿Cómo fue el paso por la selva?

Duro, fue muy duro. Gracias a Dios a mí no me violaron, no me robaron pero fue muy duro, aguantando hambre, durmiendo en la intemperie.

RP. ¿Qué hace en este campamento?

Para entretenerme cuido a los niños haitianos cuando vienen solos, ayudo en la logística a entregar el desayuno, almuerzo y cena, ayudo a acomodar cuando vienen sin saber dónde dormir, me entretengo para que se me vaya el tiempo fácil y ligero.

RP. ¿Hay muchas mujeres migrantes?

Sí, haitianos si, demasiadas mujeres haitianas. Le tengo mucho pesar a esa población porque es la más vulnerable por el momento, vienen los niños muy enfermos, con diarreas.

Sandra demuestra que en medio de las dificultades la solidaridad entre migrantes hace la diferencia. Ella no tiene asegurado nada, ahora le alegra estar viva en Panamá e intenta apoyar para hacer que el peso sea más liviano para los migrantes que sobreviven a la selva.

Sandra sabe que cruzar Darién es haber sobrevivido a la ruta de la muerte para los migrantes.

Una producción de Radio Progreso en colaboración con Fe y Alegría Panamá y la Red Jesuita con Migrantes Centroamérica, RJM


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