miércoles, 14 de julio de 2021

San Ignacio de Loyola y la misión de la Compañía de Jesús


Radio Progreso

Por Ismael Moreno (P. Melo)

El 31 de julio la Iglesia Católica celebra la fiesta de San Ignacio de Loyola, fundador de la orden de la Compañía de Jesús, cuyos miembros son universalmente conocidos como los Jesuitas, quienes forman parte de una tradición de varios siglos y cuya misión se extiende en los cinco continentes en el marco del servicio a la Iglesia y a la sociedad desde la identidad que le da la Fe y la Justicia, la interculturalidad, el diálogo interreligioso y su servicio a la reconciliación de la sociedad.

Los jesuitas y la Compañía de Jesús nacieron en 1539 bajo la inspiración de San Ignacio de Loyola, nativo del País Vasco en España, un hombre profundamente religioso y visionario, que supo unir la fe con el servicio, la oración con la acción, la gratuidad con la eficacia. El tiempo de San Ignacio de Loyola correspondió con la crisis que generó en el cristianismo la Reforma Protestante en una época de muchas transformaciones económicas, políticas, culturales y religiosas. Ignacio de Loyola supo interpretar los signos de los tiempos que demandaban renovación en la vida y misión de la Iglesia.

San Ignacio de Loyola puede perfectamente entenderse como un verdadero reformador de la Iglesia, desde dentro de ella. Un servicio que significó la apertura de la Iglesia a las necesidades de los pobres, y dentro de ella, la necesidad de una formación honda en la espiritualidad, la ética y las ciencias filosóficas, humanas y teológicas con el fin de responder a los grandes desafíos que demandaban los convulsos cambios que operaba la sociedad de aquella época.

Ignacio de Loyola impulsó una espiritualidad en la Iglesia de apertura a la sociedad, justamente cuando la institucionalidad eclesiástica se esforzaba en cerrar sus puertas como respuesta defensiva ante los aires transformadores y cuestionadores de una sociedad europea que se abría a las ciencias, a la explicación de la vida, la naturaleza y la sociedad ya no solo a partir de lo divino, sino a partir de la razón. Ignacio de Loyola fue un impulsador del diálogo de la fe con las ciencias, de la fe con la razón, rompiendo así el paradigma eclesiástico de reducir toda explicación de la historia de los acontecimientos desde una concepción providencialista, como si todo el mundo se mueve por un destino divino sin la participación creadora de los seres humanos.

Al romper con el paradigma eclesiástico de ver el mundo a partir de la providencia de Dios, Ignacio de Loyola y la Compañía de Jesús por él fundada puede muy bien definirse como el puente entre la religión y la sociedad, la fe y la razón, la fe y la vida, la oración y la acción. Para la Compañía de Jesús nada de lo humano queda fuera de la misión. Por eso no es extraño encontrar jesuitas en parroquias y en universidades, en zonas de alta conflictividad social y política como en centros astrológicos y de investigaciones científicas.  

Siguiendo el lema apostólico de Ignacio de Loyola de buscar la mayor Gloria de Dios y bien de las Almas, los jesuitas, muy pronto, extendieron su misión en la Europa del siglo XVI, especialmente a través del apostolado educativo, y en seguida los jesuitas extendieron su misión a los confines del Japón y de la India por medio de San Francisco Javier, entrañable amigo de Ignacio de Loyola y miembro del grupo fundador de la Compañía de Jesús.

En América Latina fue destacada universalmente, la experiencia de las Reducciones del Paraguay, una propuesta de evangelización y sociedad alternativa a la propuesta española basada en la esclavitud y la explotación de los aborígenes. La población guaraní desarrolló en muy pocos años sus capacidades productivas, educativas, organizativas y espirituales como muy pocos pueblos lo habrían de lograr en la historia latinoamericana.  

Hoy en día la Compañía de Jesús a nivel de todo el mundo define la búsqueda de la mayor Gloria de Dios y bien de las almas como un servicio a la fe y la promoción de la justicia desde la inculturación, el diálogo inter religioso para así contribuir a la reconciliación de los seres humanos entre sí, con la naturaleza y con Dios, y atendiendo a cuatro preferencias apostólicas universales: una, mostrar el camino hacia Dios mediante los Ejercicios Espirituales y el discernimiento; dos, caminar con los excluidos; tres, acompañar a los jóvenes en camino; cuatro, cuidar de nuestra Casa Común.

Un jesuita se define a sí mismo como hombre pecador, y sin embargo llamado por el Señor a una misión eclesial desde las encrucijadas de la historia, la ideología, la política y la cultura, y ha de estar por igual en la disposición de vivir y compartir la vida y angustias de la gente más empobrecida, y con esa misma disposición llegar al Congreso de los Estados Unidos o a otras instancias que concentra poderes de este mundo para defender la causa de los pobres.

Si a un jesuita le tocara elegir, uno esperaría que sin dudarlo preferirá compartir la suerte por entero de la gente que sufre las consecuencias de las injusticias, preferiría estar en un campo de refugiados que en oficinas en donde se investiga y se defiende la causa de esas poblaciones; deberá preferir compartir la ingrata vida y el camino de peligros de la juventud migrante y en alta situación de riesgo, en lugar de estar en centros sociales que estudian, investigan las causas de la marginalidad juvenil y del fenómeno migratorio. Y lo mismo se puede decir del laicado que comparte la misión y el andar apostólico.

Siempre, en toda circunstancia, los jesuitas y el laicado que comparte la misión, han de estar en condiciones de ser mal vistos y generar sospechas entre la gente poderosa de la sociedad, por el inconfundible compromiso en defensa de los derechos de los sectores oprimidos, denunciar las violaciones de los derechos humanos, proponer junto a otros sectores un modelo alternativo al dominante, y por compartir con los pobres su suerte y su caminar, porque a fin de cuentas, a los jesuitas y laicado corresponde poner “el amor más en las obras que en las palabras”.


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