lunes, 12 de julio de 2021

Cobardes


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Por Miguel Lorente Acosta 

No son cobardes, son hombres que deciden asesinar a sus mujeres o a sus hijos e hijas. Su conducta violenta no tiene nada que ver con la cobardía ni con el valor.

Cuando se produce algún homicidio por violencia de género se escucha con demasiada frecuencia esa referencia a la idea de “cobardía” (un “crimen cobarde”, un “hombre cobarde”, una “conducta cobarde” …), quizás buscando criticar al hombre que se comporta de esa manera, pero en realidad más que una crítica se le hace un favor.

Insistir en la idea de cobardía en los asesinos por violencia de género es caer en otra de las trampas del machismo que presenta a los hombres cargados de valor, criterio y determinación, para hacer creer que el hombre que asesina y maltrata “no es hombre”, o no es todo lo hombre que debería ser, puesto que carece de los elementos esenciales que la identidad androcéntrica sitúa en la masculinidad. Así se deja el mensaje de que “los hombres de verdad” no maltratan ni matan.

Y esa cobardía enunciada se traduce en falta de valor, y la falta de valor en ausencia de hombría; por lo que el individuo en cuestión pasa “de gallo a gallina”, o lo que es lo mismo, deja de ser hombre.

Sólo hay que darse una vuelta por el diccionario para ver el sentido que esconde este tipo de expresiones. La cobardía es definida como “falta de ánimo y valor”. No tener “ánimo” es carecer de actitud, de disposición, de energía, esfuerzo, intención, voluntad y carácter. Y no tener “valor” es carecer de actitud para acometer grandes empresas y enfrentarse a peligros. Por lo tanto, un cobarde, desde el punto de vista práctico, es una persona sometida a las influencias de las circunstancias que actúa sin ningún criterio, determinación o voluntad para salir de una situación concreta sin enfrentarse a ella, o sea, para huir del problema que se le ha presentado. Todo lo contrario, a lo que haría un hombre.

La idea de presentar a los asesinos y maltratadores como cobardes tiene dos consecuencias inmediatas, que definen el significado de lo ocurrido con la violencia y le dan trascendencia en una dirección u otra.

La primera de ellas, como hemos indicado, es que son presentados como “no hombres”, es decir, como hombres que no lo son, que contienen los elementos formales para serlo, pero carecen de los valores y de los elementos que definen la identidad masculina. Serían una especie de “hombres de garrafón” en los que el contenido no se corresponde con la etiqueta.

La segunda es que se trata de personas sometidas a las circunstancias, es decir, que no responden como lo haría un hombre, el cual actuaría desde el criterio, la determinación y la voluntad, sino que lo hacen bajo los elementos del contexto y los factores del momento, con lo cual se manda el mensaje de que no son responsables de una conducta que ha sido impuesta por los acontecimientos. Esta es la razón por la que este tipo de homicidios son presentados con tanta frecuencia como causados por las circunstancias, no por su voluntad, argumento que siempre ha estado presente en la forma de considerar los homicidios por violencia de género, como, por ejemplo, cuando se habla de “crimen pasional”, de “arrebato”, de “obcecación”, de “tras una fuerte discusión” … Todo ello busca presentar a los elementos del contexto como responsables de la conducta violenta, no la decisión y voluntad del hombre que la ha materializado.

Todos estos argumentos y explicaciones se resumen en dos grandes conclusiones,que siempre acompañan a las críticas dirigidas contra las medidas destinadas a erradicar la violencia de género y a su negación:

No todos los hombres pueden llegar a ser maltratadores, ni dentro de ellos cualquiera puede aumentar la violencia hasta matar. Sólo lo pueden ser aquellos hombres que no son capaces de mantener su criterio y voluntad ante las circunstancias que surgen dentro de la dinámica de la relación. 

Los hombres que no son capaces de actuar con racionalidad en determinados momentos y se dejan superar por las circunstancias, son “no hombres”, o sea, cobardes; esos “hombres de garrafón” que mantienen la apariencia de las etiquetas con un contenido falso, para que nadie los pueda descubrir hasta que son puestos a prueba.

En definitiva, lo que se consigue con todos estos razonamientos trampa es reforzar la idea impuesta por la construcción androcéntrica que hace pasar un problema estructural y social, como es la violencia contra las mujeres y las niñas, como una situación individual que ni siquiera depende de los hombres que la llevan a cabo, sino de las circunstancias en las que se ven envueltos. 

Es la idea de los “malos hombres”, o lo que es lo mismo, de los “no hombres”. Hombres que actúan “fuera de sí”, bien por los acontecimientos o bien por el efecto de elementos de carácter tóxico (alcohol y drogas), que los llevan a comportarse como nunca lo haría un “hombre de verdad”. Porque un “hombre de verdad”, con toda su racionalidad, valor, criterio… posee un ánimo y una energía capaz de enfrentarse a todo, incluso a los peligros, con determinación.

No son cobardes. Los hombres que asesinan a las mujeres con las que comparten o han compartido una relación de pareja y a sus hijos e hijas no son cobardes. No podemos en caer en las trampas de un machismo doblemente responsable de la violencia de género. Por un lado, por dar las razones y motivaciones para que los hombres entiendan que la violencia es un instrumento adecuado para lograr sus objetivos; y por otro, por imponer toda una serie de justificaciones que le dan un significado diferente y le restan trascendencia desde el punto de vista social, para dejarlo todo como un problema individual.

El ejemplo más gráfico de todo lo que explicamos está en la paradoja que revela el hecho de que, mientras que una gran parte de la sociedad ve a los asesinos por violencia de género como “cobardes”, muchos hombres, especialmente los que ya ejercen la violencia y los que exhiben su machismo en cada una de sus palabras, los ven como “valientes” y como hombres que los tienen “bien puestos”.

El machismo nos engaña, no caigamos en sus trampas.


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