jueves, 15 de febrero de 2018
El diálogo del verdugo
Por Galel Cárdenas
Se califica de verdugo a aquella persona que se encarga de ejecutar a los condenados a muerte, pero, a la vez, el diccionario correspondiente describe al verdugo como la persona cruel que maltrata a tortura a los demás.
Y se denomina dictador a quien ejerce un régimen político en el que gobierna una persona con un poder totalitario, sin someterse a ley alguna, ejerciendo la facultad ilimitada de romper la institucionalidad de un estado determinado.
Unidos ambos términos se puede establecer que el dictador del Estado hondureño, JOH, posee ambos caracteres, primero domina omnímodamente los tres poderes de la república y la institucionalidad toda de lo que Althusser llama “aparatos ideológicos de Estado”, tanto los represivos como los mediáticos.
Los hechos producidos —de choque pacífico de la oposición política hondureña contra los organismos milito-policiales— han dejado al menos unas 40 víctimas mortales desde el día posterior a las elecciones del 27 de noviembre retro-próximo, más un centenar de presos políticos judicializados con todo el rencor posible por los protagonistas funcionarios de la dictadura omni-ubicada en la estructura normativa del gobierno.
Todo el poder del estado esta subsumido por sus manos poderosas que empuñan el totalitarismo vergonzoso, cruel y cínico. No se mueve hoja alguna en la super estructura de la sociedad nacional sin su consentimiento. Su dominio de la cosa pública es omnipresente.
La parafernalia del sistema capitalista de carácter internacional como la OEA y la ONU han abordado el problema del fraude electoral con las manos de seda que las caracteriza cuando se trata de defender el poder mundial reflejado en el poder local. Y sus proyecciones en el país serán como un dicho que se puso de moda hace algún tiempo: serán siempre lo mismo de lo mismo.
El dictador ya instituido para un período presidencial de cuatro años más, tiene todo bajo su control absoluto y con el ánimo de proseguir en la línea del tiempo, al igual que su padre putativo el General Tiburcio Carías Andino.
Todos sus diálogos, por tanto, son putrefactos, pues la institución estatal mercenarizada por el dinero que ha repartido a manos llenas, desde la base hasta la cúpula de su claque personal, ha logrado permear los últimos rescoldos de la moral pública.
Su supervivencia está basada en la monetarización de la fuerza armada que en sus manos es una mascota sumisa, dócil y obediente como la que más.
Comprada esa armada constitucional, en vez de evitar la violación tormentosa de la Carta Magna, se ha dedicado a afianzar la dictadura, usando lo que les ha caracterizado, la persecución, la tortura y el asesinato declarado o disimulado, utilizando también la argumentación anticomunista como plataforma ideológica de justificación, a fin de detener la avalancha popular de la protesta ciudadana enardecida contra la dictadura.
¿Si tiene el rey la armada, la corte, los bufones, los aduladores, junto a los sacerdotes embebidos por la billetiza millonaria, y adjunto los señores feudales, qué más puede querer el monarca?
Lo único que le falta es el prestigio internacional, la imagen pública límpida, la confianza popular, la aceptación de la fuerza opositora, la voz de la honestidad y honradez.
Sus diálogos, en fin, son bailes de comparsas de payasos, de saltimbanquis, de verborreicos adulantes, de títeres marcenarios, etc.
Si alguien en su sano juicio o razón desequilibrada tiene toda la gama de fuerza militar institucional en su poder ¿cuál será entonces la motivación para el diálogo?
En primer lugar el rostro lavado de su dictadura; en segundo lugar la conservación del poder; en tercer lugar evitar a toda costa la vindicta pública y el castigo por alta traición a la patria y los demás delitos de orden penal referidos al latrocinio, al asesinato, a la venta del territorio nacional, incluyendo el recurso hidrográfico de la hondureñidad.
El verdugo sabe de guillotinas, lazos y trampas de ahorcamiento, de cuchillos degollantes, de sillas eléctricas, de ametralladoras, pistolas y revólveres, y también de procedimientos de sadismo, sufrimiento y psicopatía social.
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