martes, 31 de octubre de 2017

El imperio de la locura



Por Tom Engelhardt *

Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García

Tocando el violín entre el humo en 2025*

Estamos en enero de 2025; pocos días después de entrar en el despacho oval, el nuevo presidente ya se enfrenta con su primera crisis a escala real en el extranjero. Veinticuatro años después de que se iniciara la guerra contra el terror, desde Filipinas a Nigeria, continúa con todo encono. Solo en 2024, Estados Unidos realizó repetidos ataques aéreos contra 15 países (o, en unos cuantos casos, países que ya no lo son), entre los cuales Filipinas, Burma, Pakistán, Yemen, el antiguo Iraq, la antigua Siria, Kurdistán, Turquía, Arabia Saudí, Egipto, Túnez, Libia, Malí y Nigeria. 

En las semanas anteriores al inicio de su presidencia, una serie de acontecimientos agitó el Gran Oriente Medio y África. Ataques con drones y acciones de unidades de Operaciones Especiales de EEUU en Arabia Saudí –tanto contra rebeldes chiíes como contra combatientes del Daesh Global– mataron a un número importante de civiles, entre ellos a muchos niños. El alboroto fue importante en ese reino, cada vez más inestable, aumentando así la impopularidad de su joven rey y produciendo el abandono de Washington por parte del embajador saudí. En Malí, vestidos con uniforme de la policía y montando motocicletas, tres militantes árabes del frente Azawad, que en estos momentos controla la tercera parte del norte del país, consiguieron entrar en la nueva base militar conjunta de EEUU-Francia y, haciendo estallar sus cinturones explosivos, mataron a dos boinas verdes, a tres contratistas –los cinco, estadounidenses– y a dos soldados franceses; también hirieron a varios integrantes de la guardia del presidente de Malí. En Iraq, cuando acababa 2024, la ciudad de Tal Afar –que ya había sido “liberada” dos veces desde la invasión de ese país en 2003, la primera vez en 2005 por soldados estadounidenses y la segunda en 2017 por tropas iraquíes respaldadas por Estados Unidos– cayó en manos de militantes sunníes del Daesh Global. A pesar de que ahora está asediada por fuerzas del ejército de la república de Iraq del Sur apoyadas por la fuerza aérea de EEUU, todavía no ha sido recuperada. 

Sin embargo, la crisis del momento está en Afganistán, donde comenzó la guerra contra el terror. Allí, el Talibán; el Daesh Global (o GIS, por sus siglas en inglés), surgido del Daesh en 2019; y al Qaeda en Afganistán (o AQIA, por sus siglas en inglés), surgida a su vez da la al Qaeda original en 2021 controlan ahora un número cada vez mayor de capitales provinciales. Estas van desde Lashgar Gah en la norteña provincia de Kunduz, que al principio cayó brevemente en poder del Talibán (2015) y en estos momentos está en manos de combatientes del GIS. En el ínterin, el gobierno respaldado por EEUU en Kabul, la capital afgana, está –como lo estuvo en 2022, cuando una ofensiva realizada por 25.000 soldados estadounidenses y contratistas privados la salvó de caer en manos del Talibán– otra vez sitiada y nuevamente en peligro. El conflicto que el teniente general Harold S. Forrester, principal comandante estadounidense en Afganistán, ha definido recientemente como “una impasse” parece que ha sido delegado. Según se dice, lo que ha quedado de las fuerzas armadas afganas y sus soldados fantasmas, con un índice de deserción en aumento y sorprendentes cifras de bajas está al borde de la disolución. Esta semana, Forrester regresa a Estados Unidos para testimoniar ante el Congreso y solicitar al nuevo gobierno que busque en el país 15.000 soldados adicionales, incluyendo unidades de Operaciones Especiales, y otros 15.000 contratistas privados, como también más apoyo aéreo importante antes de que empeore la situación y se convierta en un verdadero desastre. 

Ahora, como muchos otros en el Pentágono, Forrester describe regularmente la guerra afgana como una “lucha eónica”; es decir, una que no se espera que termine en generaciones.

* * *

¿Piensa el lector que exagero? Cuando se trata de las interminables guerras de Estados Unidos en todo el Gran Oriente Medio y África, ¿es imposible imaginar un escenario futuro de más de lo mismo? Si, en 2009, ocho años después de lanzada la guerra contra el terror, mientras el presidente Obama estaba preparando el envío de una “oleada” de más de 30.000 soldados estadounidenses a Afganistán (al mismo tiempo que juraba que terminaría la guerra de Iraq), yo hubiera escrito semejante visión futurista de las guerras de Estados Unidos en 2017, es posible que usted habría sido igualmente escéptico.  

¿Quién habría creído en ese momento que los políticos de Washington y el comando superior de las fuerzas armadas pudieran continuar en el mismo estúpido camino (aunque tal vez sería más exacto decir autopista) durante ocho años más? ¿Quién habría pensado en ese momento que en el otoño de 2017 intensificarían sus ataques aéreos en todo el Gran Oriente Medio, todavía combatirían en Iraq (y Siria), apoyarían una desastrosa guerra saudí en Yemen, lanzarían la primera (o un conjunto más) mini-invasión en Afganistán, y así sucesivamente? ¿Y quién habría creído en ese momento que en pago por llevar a cabo inútiles guerras durante 16 años que tanto hicieron por la proliferación de organizaciones terroristas en toda una vasta región, tres generales estadounidenses serían los personajes más poderosos de Washington aparte de nuestro extravagante presidente (cuya elección nadie podría haber previsto hace ocho años)? He aquí otra cosa endiablada: ¿habría usted realmente presagiado que en pago por 16 años de guerrear infructuosamente, las fuerzas armadas de Estados Unidos (y el resto del estado de la seguridad nacional) estarían obteniendo aún más dinero de la elite política en la capital de nuestro país o serían consideradas por el público la mejor de todas las instituciones de EEUU? 

Bien, soy el primero en admitir que, como adivinos, los seres humanos somos patéticos. Escudriñar en el futuro con alguna exactitud nunca ha formado parte de nuestras habilidades. Así, mi versión de 2025 puede estar equivocada. Dado nuestro mundo actual, podría llegar a ser demasiado optimista en relación con nuestras guerras. 

Después de todo –solo por mencionar una sombría posibilidad de muestro tiempo– por primera vez desde 1945, las armas nucleares podrían ser utilizadas por cualquier país en el curso de una guerra localizada, con la posibilidad de incendiar Asia e incluso de dejar en ruinas la economía mundial. Y ni siquiera saco el tema de Irán, país al que con mucho cuidado –quizá con demasiada cautela– no incluí en mi lista de países bombardeados por Estados Unidos en 2025 (en comparación con los siete en estos momentos). Aun así, en el mismo mundo que está condenando el armamento nuclear de Corea del Norte, la administración y su embajador en Naciones Unidas, Nikky Haley, parecen estar trabajando arduamente en la creación de una situación en la que los iraníes podrían estar desarrollando una vez más sus propias armas nucleares. Se dice que el presidente está desesperado por enterrar el acuerdo nuclear que Barck Obama y los líderes de las cinco potencias más importantes firmaron con Irán en 2015 (a pesar de que en realidad todavía está en eso), y –en su propia administración– se ha rodeado de una notable panda de iranófobos, entre los que están el director de la CIA Mike Pompeo, el secretario de Defensa James Mattis y el asesor en Seguridad Nacional H.R. McMaster, todos ellos anhelando tener algún tipo de confrontación con Irán en estos años (conocida la última década y media de conflictos bélicos de EEUU en la región, ¿qué piensa el lector acerca del probable resultado de esta confrontación?). 

El Washington de Donald Trump, como apuntó John Feffer hace poco tiempo, respecto de Ppyongyang ahora está embarcado en una política estilo “los militares primero”, en la que los recursos, el dinero y el poder se dirigen prioritariamente hacia el Pentágono y el arsenal nuclear estadounidense, mientras que el resto del Estado es redimensionado a la baja. Obviamente, si es ahí donde van a parar los recursos pagados por el contribuyente, as ahí también donde irán el fruto de su trabajo y sus energías. Por lo tanto, no esperemos que haya menos guerras en los años por venir, más allá de lo inepto que ha demostrado ser Washington cuando se trata de hacer la guerra. 

Ahora, dejemos un momento a un lado esas guerras y volvamos al futuro.

* * *

Estamos a mediados de septiembre de 2025. Con otro diluvio, el huracán Wally acaba de inundar Houston; este huracán es el cuarto desde que el Harvey azotara la región en 2017. Es el tercer huracán de categoría 6 –vientos de 300 km/h o más– que castiga a Estados Unidos en lo que va de este año; los dos anteriores fueron el Tallulah y el Valerie, lo que constituye un récord (en 2022 se agregó la categoría 6 a la escala Saffir-Simpson de vientos huracanados después de que el huracán Donald devastara Washington DC). El nuevo presidente no visitó Houston. Su secretaria de prensa solo dijo: “Si el presidente visitara cada zona golpeada por el clima extremo no le alcanzaría el tiempo para supervisar la reconstrucción de Washington y gobernar el país”. La secretaria se negó a responder más preguntas; el Congreso no tiene planes para aprobar leyes de emergencia para auxiliar a la región de Houston. 

Gran parte de la población que ha quedado indemne en esa ciudad, o bien había escapado de la tormenta o bien se apretuja en los refugios de emergencia. Y como pasó en Miami Beach, en estos momentos se piensa que las zonas más propensas a la inundación de los alrededores de Houston nunca serán reconstruidas (algunas zonas costeras de Miami fueron en gran medida abandonadas después de que Donald las golpeara en 2022 en su trayectoria en dirección a Washington, en parte gracias a una nueva realidad: el nivel del mar está subiendo más rápidamente de lo que se esperaba debido a la aceleración del derretimiento de la capa de hielo de Groenlandia). 

Mientras tanto, la temperatura en San Francisco ha superado los 44 ºC, un nuevo récord para el mes de septiembre. Esto sucedió después de un verano en el que se experimentó el récord de 46 ºC, convirtiendo en un artefacto del pasado el dicho apócrifo de Mark Twain, “El invierno más frío de mi vida lo pasé en un verano en San Francisco”. En otro año sin el fenómeno de El Niño, la Costa Oeste volvió a estar en llamas y los trigales de la región central de Estados Unidos han sido devastados por una tenaz sequía que ya dura cuatro años. 

En todo el planeta, el calentamiento está aumentando, como lo hacen también las tormentas y las inundaciones; al mismo tiempo, la temporada de fuegos arrasadores continúa ampliándose globalmente. Mencionemos solo dos acontecimientos en la Tierra: en 2014, según el organismo de Naciones Unidas que se ocupa de los refugiados (UNHCR, por sus siglas en inglés), debido tanto a la diseminación de conflictos bélicos como a los fenómenos climáticos extremos, más personas han sido desplazadas –127,2 millones– que en ningún otro momento de la historia registrada, duplicando casi la cifra de 2016. La directora de UNHCR, Angélica Harbani espera que este guarismo sea superado una vez más cuando se contabilicen las cifras de este año. Además, el derretimiento más acelerado que lo que se esperaba de los glaciares del Himalaya, ha originado una crisis hídrica en zonas del sur de Asia, también castigadas por repetidos y desastrosos monzones e inundaciones. 

En Estados Unidos, una semana después de que el huracán Wally destruyera Houston, el presidente voló a North Dakota para poner en marcha arrogantemente las obras de construcción del ducto transcontinental para transportar las arenas bituminosas de Alberta, Canadá, a la Costa Este de EEUU. “Esta obra ayudará a garantizar”, dijo, “que Estados Unidos seguirá siendo la capital petrolera del planeta.”

* * *

Pensemos esto de este modo: en el horizonte se percibe un nuevo paradigma climático. Estados Unidos ha sido castigado duramente, desde la incendiada Costa Oeste a los maltratados cayos de Florida. Y se agrega otro fenómeno crítico: el crecimiento del poder en Washington –y no solo allí– del negacionismo del cambio climático de los republicanos. Pensemos en la unión de estos dos fenómenos como una alianza infernal. Hasta ahora, no existe evidencia alguna de que en un Washington cuyas agencias claves están bien provistas de negacionistas climáticos haya alguna probabilidad de transformación en el corto plazo. 

Ahora bien, mezclemos estos dos escenarios futuros que he descrito: la infructuosa prosecución de guerras interminables y la aumentada extremosidad climática en un planeta cada año más caliente (dieciséis de los 17 años más cálidos registrados se sitúan en el siglo XXI; el otro es 1998). Trate el lector de evocar un momento semejante mundo; se dará cuenta de que el daño posible podría ser enorme, incluso si la “superpotencia solitaria” del planeta sigue –solo durante un breve periodo– dando alas a la mayor amenaza que enfrentamos, incluso si Donald Trump no consiguiera ser reelegido en 2020 o se acercara algo peor que él. 

El recalentamiento de nuestro mundo 

En el planeta Tierra ha habido muchas potencias imperiales. Algunas de ellas cometieron enormes actos de horror –desde el imperio mongólico (cuyos guerreros saquearon Bagdad en 1258 y pegaron fuego a sus bibliotecas públicas; según se dice, ennegrecieron el agua del Tigris con tinta y dejaron sus calles rojas con la sangre derramada), el imperio español (famoso por su nefasto tratamiento de los habitantes de sus posesiones del “nuevo mundo”, hasta los nazis (no es necesario entrar en detalles). En otras palabras, todos ellos se han esmerado para dejar en claro cuál ha sido el peor de los imperios. Aun así, no imaginéis que Estados Unidos no ha hecho todo lo pasible por ser el número uno durante toda la eternidad (¡EEUU! ¡EEUU!). 

Según cómo acabe la política de este país y este siglo, la frase “tocando el violín mientras arde Roma” podría necesitar una seria revisión. En la versión estadounidense, habría que sustituir “tocando el violín” por “librando guerras interminables en todo el gran Oriente Medio, África y posiblemente Asia”; en cuanto a “Roma”, habría que reemplazarla por “el planeta”. Solo “arde” podría quedar igual. Al menos por ahora, sería necesario reemplazar al emperador romano Nerón (que es posible que tocara la lira, ya que por entonces el violín no existía) por Donald Trump, el tuitero en jefe, como también “sus” generales y todo su equipo de negacionistas climáticos que en estos momentos pululan en Washington, uno más ansioso que otro para liberar la toda potencia de los combustibles fósiles en una atmósfera ya sobrecargada. 

Algunas veces me resulta increíble que mi propio país, tan elogiado sin cesar por sus líderes en estos años, mientras la nación “indispensable” y “excepcional” del planeta, con “la más maravillosa fuerza de combate que el mundo ha conocido jamás” podría destruir el medio ambiente que ha nutrido a la humanidad durante miles de años. Mientras la “superpotencia solitaria” es la última en una alineación de grandes rivales que se remonta al siglo XV, qué ridícula resulta la arcaica visión de la historia como una marcha temporal hacia el progreso. Qué ridículo amenaza hacer el Estados Unidos de mi niñez, el que puso un hombre en la Luna e imaginaba que no había un problema en la Tierra que no pudiese ser solucionado. 

Imaginemos el gobierno de ese mismo país distraído con sus desesperadas guerras y las organizaciones terroristas que continúa generando, enfrentando el posible recalentamiento de nuestro mundo... y no mover un dedo para ocuparse del problema. En un Washington donde en cualquier aspecto menos es más, salvo las fuerzas armadas de Estados Unidos (para las que más es invariablemente menos), el mundo está patas arriba. Esta es la definición del imperio de la locura. 

¡Esperad un instante! Creo que en algún sitio oigo, débilmente, el sonido de un violín... tal vez sea mi imaginación, pero ¿siento acaso olor a humo? 

* El siguiente fragmento en cursiva, al igual que el otro más abajo (también en cursiva), están inspirados en pasajes de la espléndida novela distópica de John Feffer Splinterlands (Tierras fragmentadas) Haymarket Books, Chicago (Illinois), 2016. 

  • Tom Engelhardt es cofundador del American Empire Project, autor de The United States of Fear y de una historia de la Guerra Fría, The End of Victory Culture. Forma parte del cuerpo docente del Nation Institute y es administrador de TomDispatch.com. Su libro más reciente es Shadow Government: Surveillance, Secret Wars, and a Global Security State in a Single-Superpower World 



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