Por Mariano González
Desde el infame golpe de Estado del 28 de junio de 2009 la situación en Honduras se ha deteriorado fuertemente. Hay una continua y sistemática violación de derechos humanos cometidos contra el pueblo hondureño: amenazas, desapariciones, ejecuciones extrajudiciales, etc., especialmente dirigida contra los sectores sociales y populares organizados en la Resistencia. Dichos sectores han sufrido del acoso y continua represión llevada a cabo por el Estado hondureño, ahora bajo la presidencia de Porfirio Lobo.
Además de este ejercicio de violencia política (con niveles que podrían superar los de cualquier otro país de América Latina), el grave deterioro institucional producido por dicho golpe, ha dejado un vacío aprovechado por el crimen organizado (especialmente el narcotráfico con las múltiples influencias y contactos con el poder político y económico) que ha llevado las tasas de homicidio, de por sí altas, a cifras que convierten a Honduras en uno de los países más violentos del mundo.
Solo bajo esta perspectiva es que se puede entender el último acto de esta continua barbarie: el incendio en la cárcel de Comayagua que ya reporta más de 350 víctimas mortales y en el que también se han producido enfrentamientos entre los familiares y la policía hondureña.
Aunque se debe realizar una investigación exhaustiva sobre este suceso, desde ya es posible afirmar que dicha tragedia es responsabilidad estatal dadas las lamentables condiciones en las que mantiene los centros penales a su cargo. Pero además, se puede sospechar que dicho evento cae fácilmente en la política de “limpieza social” que realiza impunemente el estado hondureño.
Vale señalar la existencia de un bloqueo mediático que impide conocer efectivamente la extensión y profundidad de la grave situación hondureña. La represión política y el aumento de violencia (entre otros problemas), sólo se advierten cuando sucede un evento de esta magnitud.
Por todo ello, nuestra solidaridad con el pueblo hondureño.
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