lunes, 27 de febrero de 2012
Nos aplican la terapia del shock
Rebelión
Por Ollantay Itzamná
La conmoción y el pavor se apoderan de la población hondureña, hasta el límite de una colectiva coma epiléptica. Y no es para menos. Incendios infernales consumieron, en el lapso de menos de una semana, centenares de vidas humanas encarceladas (en Comayagua, cerca de Palmerola, la base militar norteamericana más importante de Centroamérica) y varios mercados populares (en la zona más populosa del corazón político de Honduras, Tegucigalpa).
A más de una semana de la aterradora incineración colectiva, los restos humanos de cerca de 360 presos asesinados en la cárcel, arrumados en bolsas plásticas, se exponen en Tegucigalpa, como una aterradora muestra ejemplar para infundir pánico y colapso psicológico en familiares y vecinos que exigen se les entregue el cuerpo de sus seres queridos.
El sábado pasado, mientras familiares de las víctimas e insumisos defensores de derechos humanos denunciaban la masacre carcelaria a mansalva en Honduras, desde diferentes rincones se inició un fuego colosal que convirtió en cenizas a 5 mercados populares de Tegucigalpa, dejando en el peor shock psicológico a más de 20 mil comerciantes, ahora, sin nada que vender e ingentes deudas que pagar.
Aprovechando el pánico popular, aparecieron en el lugar de los mercados convertidos en cenizas, el Presidente de Honduras y el Alcalde de la capital, como los mesías redentores prometiendo “ayuda económica inmediata” bajo el slogan de “primero los pobres”.
De esta manera, los principales responsables de la masacre carcelaria de Comayagua, limpiaron su imagen y repudio en el conmocionado imaginario colectivo de la teledirigida sociedad hondureña. En instantes los verdugos se convirtieron en redentores populares. Y, para limpiar “con profesionalidad” las evidencias criminales, confiaron las pruebas de los delitos (restos de reclusos, mercados y cárcel en cenizas) a investigadores y militares norteamericanos.
Todo hace ver que dicha investigación sólo servirá para que a futuro los delincuentes perfeccionen mejor el crimen y no dejen cuerpos perforados con balas en escenas de “incendios carcelarios”.
Doctrina del shock y capitalismo del desastre
Cuando uno/a observa el tétrico paisaje hondureño, convertido por sus verdugos en un aleccionador laboratorio del terror, replicable en los insumisos países vecinos de América Latina, desfila por la memoria el contundente contenido del libro de la canadiense Naomi Klein, titulado: Doctrina del Shock, el auge del capitalismo del desastre, publicado en 2008.
En dicho libro, la autora sostiene que: “El desastre original - llámese golpe, ataque terrorista, colapso del mercado, guerra, tsunami, o huracán- lleva a la población de un país a un estado de shock colectivo. Las bombas, los estallidos de terror, los vientos ululantes preparan el terreno para quebrar la voluntad de las sociedades tanto como la música a toda potencia y las lluvias de golpes someten los prisioneros en sus celdas. Como el aterrorizado preso que confiesa los nombres de sus camaradas y reniega de su fe, las sociedades en estado de shock a menudo renuncia a los valores que de otro modo defenderían con entereza” (KLEIN, 2008:23-24).
Esta doctrina es una práctica recurrente del gobierno de los EEUU en América Latina y Medio Oriente. Con esta doctrina, primero se genera el caos, la conmoción colectiva, para convertir a los pueblos en resistencia en tumultos desorientados, asustado y sin deseos de luchar. Una vez que se consigue ese estado de shock psicológico colectivo, se procede a implementar (imponer) las “soluciones” económicas (terapia económica) para los supuestos problemas que generaron el caos. Estas soluciones consisten en la destrucción (achicamiento) del Estado, privatización de los bienes comunes, servicios y empresas públicas. Si la población en estado shock se resiste, entonces, se le aplica la represión-tortura colectiva, como otro remedio añadido. Todo esto se hace en nombre de la “democracia” y de los “pobres”.
Si bien la finalidad de esta doctrina es saquear, mercantilizar y someter el planeta entero al poder de las corporaciones, en el fondo también busca borrar los recuerdos, la profunda memoria colectiva, de los pueblos, para que acepten con docilidad las más inhumanas y matricidas terapias económicas y políticas. Esta doctrina busca anular la capacidad de soñar de las personas. Convertir a los pueblos en harapientos zombis consumistas.
¿Cómo se aplica doctrina del shock en Honduras?
Lo que está ocurriendo en Honduras no es más que una reiterada aplicación disciplinada de los pasos de la doctrina del shock impuesto por el gobierno de los EEUU.
En 2009, ante la ampliación de la frontera rebelde del Sur hacia el Norte, el gobierno de los EEUU defendió incluso con un reiterado golpe de Estado su territorio de portaviones, Honduras. El golpe de Estado, en lugar de amedrentar y causar pánico en la población hondureña, fecundó la fuerza efusiva de resistencia popular sin precedentes en la región, que desafió al poder fáctico bajo la apabullante consigna de: “Nos tienen miedo porque no tenemos miedo”. Así se convirtió Honduras en un país donde se juega no sólo la frontera continental de la dignidad del Sur, sino la efectividad de la terapia del shock colectivo.
Si bien, durante y después del golpe de Estado se afianzó el sistema neoliberal en Honduras, hasta el límite de transferir ríos, playas y territorios a las empresas y corporaciones privadas. Sin embargo, la resistencia popular no desapareció. Más al contrario se convirtió en un “mal ejemplo” para la región, y desveló permanentemente la sistemática violación de los derechos humanos en el país, contribuyendo a deslegitimar la falsa imagen democrática y promotora de derechos humanos del gobierno de los EEUU. La consecuencia nefasta más inmediata del shock del golpe de Estado en Honduras fue y es la disolución estatal, desintegración social y la evaporación del sentido de nación.
A esta resistencia popular (algunas veces bulliciosa, otras veces silenciosa), que ahora se organiza electoralmente para desafiar en las urnas a las élites ejecutoras de la doctrina del shock, permanentemente se le aplicó y aplica la represión policial-militar como método de intimidación. Pero la resistencia, lejos de desaparecer, continúa fortaleciéndose social y políticamente.
Esta inesperada dignidad de un empobrecido y saqueado pueblo en resistencia le enfada al Imperio norteamericano. Pero más enfadados y avergonzados se encuentran sus títeres en el territorio hondureño quienes sienten que más temprano que tarde correrán la misma suerte que sus colegas de Bolivia, Ecuador y Venezuela. Por eso, ahora, el imperio del desastre y sus títeres hondureños aplican al país una sobredosis de tortura colectiva recargada, con la finalidad de infundir miedo y acobardar al pueblo en resistencia.
¿Cómo entender los últimos dos “incendios”?
Veamos en qué circunstancias se ejecutaron los dos últimos actos macabros. El pasado 11 de febrero, el Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP), en la ciudad de Tegucigalpa, realizó una inesperada y multitudinaria proclama política para participar en las próximas elecciones nacionales, con su propia organización política llamada Libertad y Refundación (Libre). Al tercer día, el 14 de febrero, los criminales ejecutan el macabro crimen colectivo de la matanza en la cárcel de Comayagua.
Desde hace algunos meses atrás, los movimientos sociales y organizaciones del FNRP, en su cometido de gritarle al mundo de que “el golpe de Estado continúa vigente en Honduras”, decidieron organizar el primer Encuentro Internacional de Derechos Humanos, nada menos que en Bajo Aguán (lugar donde se materializa la tiranía brutal y asesina de terratenientes en Honduras) entre los días 18 y 20 de febrero. Mientras se realizaba dicho encuentro, con cerca de mil defensores, activistas y comunicadores/as de derechos humanos provenientes de Latinoamérica, Europa y Norteamérica, los criminales incendian los mercados populares de Tegucigalpa para opacar dicho encuentro, y aparecer ellos como redentores de los pobres. De ese modo, el encuentro internacional sobre derechos humanos pasó casi desapercibido en los medios masivos.
De esta manera el Imperio del desastre y sus siervos intentan escarmentar al pueblo hondureño en su demanda de la democracia participativa. Pero, en Centroamérica y en la América del Sur del Siglo XXI no existe otro camino que no sea la democracia participativa y comunitaria para vencer en las urnas y desde las casas y calles al Imperio de la muerte. Honduras no caerá presa de la violencia armada fratricida, pero tampoco renunciará a su postergado sueño de transformaciones estructurales mediante una revolución democrática participativa. Honduras no está dispuesta más a seguir siendo la Malinche de Abya Yala, y seguir heredándole la vergüenza continental a sus hijos/as.
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