martes, 21 de febrero de 2012
Comayagua, la cárcel donde huele a muerte
Vos el Soberano
Por Ignacio de los Reyes, Enviado especial de BBC Mundo a Honduras
Sobre la puerta del penal de Comayagua, en Honduras, reza una leyenda: "Hágase Justicia aunque el mundo perezca". Los familiares de los más de 350 reos muertos en el incendio del martes no podrían estar más de acuerdo.
En esta localidad del centro del país se puede respirar la muerte. La que dejó el mayor incendio registrado en el mundo en una cárcel en la última década.
Un hito incluso para Honduras, donde los motines y enfrentamientos están a la orden del día.
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Por eso, en la usualmente apacible Comayagua, a camino entre Tegucigalpa, la convulsa capital, y San Pedro Sula; una de las urbes con mayor índice de homicidios del mundo; huele ahora a los cuerpos calcinados de los presos de la Granja Penal.
La indignación de los familiares en Comayagua
El enviado especial de BBC Mundo a Honduras, Ignacio de los Reyes, estuvo en el penal de Comayagua con las familias de los presos después de que más de 350 personas fallecieran en un incendio.
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Una prisión de delgadas paredes en amarillo y blanco, donde los internos usaban celular a su antojo, donde las maras o pandillas imponían su ley; un horno del que, 24 horas después, seguían saliendo los cadáveres.
En Comayagua huele a muerte. Y a sudor. Al de los cientos de soldados -hondureños, pero también de Estados Unidos- que con tapabocas transportan los cadáveres a la morgue de Tegucigalpa, al de los forenses y activistas de Cruz Roja que atestan la cárcel.
Sin respuesta
Bomberos sin fuego ya que apagar, repartidores de comida rápida para los militares, electricistas revisando el cableado del edificio y policías custodiando una entrada que, salvo los familiares de los reos, cualquiera puede atravesar sin despertar muchas sospechas...
Hasta en su día más negro, la cárcel tenía que estar abarrotada.
Unos 400 sobrevivientes al incendio viven en lo que queda del edificio, en tiendas de campaña que aislen el calor tropical y la humedad de esta región, rodeada por montañas y lagos, y durmiendo a sólo unos metros de sus compañeros muertos.
El ministro de Seguridad de Honduras, Pompello Bonilla, reconoce a BBC Mundo que por ahora hay pocas alternativas para realojarlos; el sistema penitenciario del país está colapsado.
"Nosotros somos un país sumamente pobre. Y en los últimos años ha aumentado el crimen organizado del narcotráfico. Eso ha impedido dar una respuesta cabal al tema" de las cárceles, dice Bonilla.
"Como puerquitos"
Las 24 grandes prisiones de esta nación centroamericana sufren un severo problema de superpoblación. En Comayagua, un centro para unas 400 personas, había 800 en el momento del incendio, algo que a pocos sorprendió.
Esperando lo peor desde la cárcel
Cientos de personas se concentraron a las afueras de la cárcel de Comayagua para tratar de saber si sus familiares y amigos están entre las más de 350 víctimas mortales del incendio desatado en ese recinto en la madrugada.
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"Todos duermen como puerquitos, sin organización, todos en una misma camilla que llega a lo alto. Yo le decía bromeando a mi hijo que un día tocaría el techo y podría escaparse por el tejado, y eso es precisamente lo que tuvo que hacer el martes", dice la madre de un sobreviviente.
Sus palabras, a las puertas de la cárcel, se repiten una y otra vez entre los parientes de los presos. Porque en Comayagua también huele a desconfianza y resignación.
"¿Dónde están las llaves de las celdas que no abrieron?", grita desesperada una mujer frente a una hilera de policías.
El incendio en este centro evidenció las carencias en protocolos de emergencia, y algunos sobrevivientes denunciaron que nadie abrió las celdas cuando llegaron las llamas, que las salidas estaban bloqueadas y que tuvieron que echar abajo las paredes para escapar.
Ya en 2003 y 2004 se habían producido otros fuegos mortales en Ceiba y San Pedro Sula. Pero como en otros países de la región, el sistema penitenciario hondureño ha quedado a merced de bandas criminales que operan tras las rejas o abandonado al descuido.
El gobierno del presidente Porfirio Lobo ha prometido una investigación para depurar responsabilidades por la tragedia y ha removido a sus altos funcionarios de la red de prisiones.
Ahora el país debate una reforma drástica de las cárceles, incluyendo la opción de la privatización de estos centros o concesión a empresas de seguridad, le dijo a BBC Mundo el ministro de Obras Públicas, Miguel Rodrigo Pastor.
Aunque hayan cometido sus errores...
A un costado de este centro, los funcionarios dan sus entrevistas, tapando con mascarillas el hedor; a unos 300 metros del lugar, las viudas y huérfanos que se agolpan -también hay sobrepoblación de víctimas en este penal- y prenden velas.
En los alrededores de la cárcel el olor es insoportable.
Algunos gritan en reproche a las autoridades; muchos lloran porque aún no saben si su ser querido está en la lista de fallecidos.
Otros, como Sulla Padilla, candela en mano, guardan luto. El de ella, por la muerte de sus dos hermanos; uno que pasó 4 años en la cárcel; el otro, 7 meses.
"Es ilógico que estuvieran en esas condiciones, son seres humanos aunque hayan cometido sus errores. Tienen derecho a vivir", le dice a BBC Mundo.
A Sulla se le ha muerto el mundo. Por eso se indigna cuando descubre lo que dice el mensaje a la entrada de la Granja Penal de Comayagua.
"Sabemos que aquí en Honduras no va a pasar nada, todo se pasa por alto", se queja.
Y es que en Comayagua huele a muerte, pero se respiran más fuertes las ansias de Justicia.
Por Ignacio de los Reyes, Enviado especial de BBC Mundo a Honduras
Sobre la puerta del penal de Comayagua, en Honduras, reza una leyenda: "Hágase Justicia aunque el mundo perezca". Los familiares de los más de 350 reos muertos en el incendio del martes no podrían estar más de acuerdo.
En esta localidad del centro del país se puede respirar la muerte. La que dejó el mayor incendio registrado en el mundo en una cárcel en la última década.
Un hito incluso para Honduras, donde los motines y enfrentamientos están a la orden del día.
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Por eso, en la usualmente apacible Comayagua, a camino entre Tegucigalpa, la convulsa capital, y San Pedro Sula; una de las urbes con mayor índice de homicidios del mundo; huele ahora a los cuerpos calcinados de los presos de la Granja Penal.
La indignación de los familiares en Comayagua
El enviado especial de BBC Mundo a Honduras, Ignacio de los Reyes, estuvo en el penal de Comayagua con las familias de los presos después de que más de 350 personas fallecieran en un incendio.
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Una prisión de delgadas paredes en amarillo y blanco, donde los internos usaban celular a su antojo, donde las maras o pandillas imponían su ley; un horno del que, 24 horas después, seguían saliendo los cadáveres.
En Comayagua huele a muerte. Y a sudor. Al de los cientos de soldados -hondureños, pero también de Estados Unidos- que con tapabocas transportan los cadáveres a la morgue de Tegucigalpa, al de los forenses y activistas de Cruz Roja que atestan la cárcel.
Sin respuesta
Bomberos sin fuego ya que apagar, repartidores de comida rápida para los militares, electricistas revisando el cableado del edificio y policías custodiando una entrada que, salvo los familiares de los reos, cualquiera puede atravesar sin despertar muchas sospechas...
Hasta en su día más negro, la cárcel tenía que estar abarrotada.
Unos 400 sobrevivientes al incendio viven en lo que queda del edificio, en tiendas de campaña que aislen el calor tropical y la humedad de esta región, rodeada por montañas y lagos, y durmiendo a sólo unos metros de sus compañeros muertos.
El ministro de Seguridad de Honduras, Pompello Bonilla, reconoce a BBC Mundo que por ahora hay pocas alternativas para realojarlos; el sistema penitenciario del país está colapsado.
"Nosotros somos un país sumamente pobre. Y en los últimos años ha aumentado el crimen organizado del narcotráfico. Eso ha impedido dar una respuesta cabal al tema" de las cárceles, dice Bonilla.
"Como puerquitos"
Las 24 grandes prisiones de esta nación centroamericana sufren un severo problema de superpoblación. En Comayagua, un centro para unas 400 personas, había 800 en el momento del incendio, algo que a pocos sorprendió.
Esperando lo peor desde la cárcel
Cientos de personas se concentraron a las afueras de la cárcel de Comayagua para tratar de saber si sus familiares y amigos están entre las más de 350 víctimas mortales del incendio desatado en ese recinto en la madrugada.
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"Todos duermen como puerquitos, sin organización, todos en una misma camilla que llega a lo alto. Yo le decía bromeando a mi hijo que un día tocaría el techo y podría escaparse por el tejado, y eso es precisamente lo que tuvo que hacer el martes", dice la madre de un sobreviviente.
Sus palabras, a las puertas de la cárcel, se repiten una y otra vez entre los parientes de los presos. Porque en Comayagua también huele a desconfianza y resignación.
"¿Dónde están las llaves de las celdas que no abrieron?", grita desesperada una mujer frente a una hilera de policías.
El incendio en este centro evidenció las carencias en protocolos de emergencia, y algunos sobrevivientes denunciaron que nadie abrió las celdas cuando llegaron las llamas, que las salidas estaban bloqueadas y que tuvieron que echar abajo las paredes para escapar.
Ya en 2003 y 2004 se habían producido otros fuegos mortales en Ceiba y San Pedro Sula. Pero como en otros países de la región, el sistema penitenciario hondureño ha quedado a merced de bandas criminales que operan tras las rejas o abandonado al descuido.
El gobierno del presidente Porfirio Lobo ha prometido una investigación para depurar responsabilidades por la tragedia y ha removido a sus altos funcionarios de la red de prisiones.
Ahora el país debate una reforma drástica de las cárceles, incluyendo la opción de la privatización de estos centros o concesión a empresas de seguridad, le dijo a BBC Mundo el ministro de Obras Públicas, Miguel Rodrigo Pastor.
Aunque hayan cometido sus errores...
A un costado de este centro, los funcionarios dan sus entrevistas, tapando con mascarillas el hedor; a unos 300 metros del lugar, las viudas y huérfanos que se agolpan -también hay sobrepoblación de víctimas en este penal- y prenden velas.
En los alrededores de la cárcel el olor es insoportable.
Algunos gritan en reproche a las autoridades; muchos lloran porque aún no saben si su ser querido está en la lista de fallecidos.
Otros, como Sulla Padilla, candela en mano, guardan luto. El de ella, por la muerte de sus dos hermanos; uno que pasó 4 años en la cárcel; el otro, 7 meses.
"Es ilógico que estuvieran en esas condiciones, son seres humanos aunque hayan cometido sus errores. Tienen derecho a vivir", le dice a BBC Mundo.
A Sulla se le ha muerto el mundo. Por eso se indigna cuando descubre lo que dice el mensaje a la entrada de la Granja Penal de Comayagua.
"Sabemos que aquí en Honduras no va a pasar nada, todo se pasa por alto", se queja.
Y es que en Comayagua huele a muerte, pero se respiran más fuertes las ansias de Justicia.
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