domingo, 12 de febrero de 2012

La triste historia del liberalismo

Vos el Soberano

Por Aníbal Delgado Fiallos

El Partido Liberal fue, hasta mediados del siglo XX, el partido de los grandes oligarcas rurales y sus abogados, ubicados estos en el Congreso, la Corte Suprema, a veces en la presidencia de la República cuando no era un caudillo militar.

En sus listados de apenas unos cuantos años aparecían apellidos que identificaban el poderío político real en las diferentes regiones del país: los potentados de oriente, occidente, Olancho, el sur…, en las convenciones ellos manejaban además de la línea política, las credenciales de los representantes municipales, gente humilde, para que la asamblea nacional determinara lo conveniente.

En la década del 50 Villeda Morales rompió este monopolio; recorrió el país con un mensaje fresco; muchos de los puntos de su programa en 1954 fueron tomados prestados del Partido Demócrata Revolucionario Hondureño (PDRH) fundado a fines de la década del 40 por militantes marxistas.

La lucha entre el liberalismo de los viejos caudillos y la nueva dirección social-demócrata de Villeda Morales, fue dura; el atractivo planteamiento villedista, el villedocomunismo como lo llamaban, escocía la sensibilidad conservadora de los hacendados y la figura joven del nuevo líder se impuso en una sociedad ansiosa de cosas nuevas.

A partir de la reforma social de Villeda Morales se fue formando una tendencia nueva, de factura estudiantil, profesional, artesanal y obrera, que pronto superó el planteamiento villedista: era antimilitarista al rojo vivo, solidaria con la Revolución Cubana y con la causa antisomocista, de gran cercanía con el movimiento obrero y campesino, ilustrada…

A medida que esta corriente adquiría expectativas en el partido, fue emergiendo un bloque hegemónico que durante cincuenta años ha venido galvanizando el partido de aquella influencia de centro izquierda y liquidando los movimientos progresistas internos; son fuerzas conservadoras y oportunistas que han puesto el partido al servicio de intereses oscuros, del militarismo y la intervención foránea.

Y ese bloque está allí pegado en la axila de la dirigencia central, buscando formas para quedarse; es el que condena al liberalismo a ostentar una posición oficial cómplice con el golpe de Estado, a poner en manos de gente inepta las riendas del partido y sus candidaturas y a impedir el camino de la unidad.

Allá en lo más recóndito de la militancia liberal aún se alienta la esperanza de un rescate por parte del aún palpitante pensamiento progresista marginado y maltratado; a eso se debe la movilización permanente de una base visionaria. ¿Se logrará?

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