miércoles, 29 de febrero de 2012
Arroz Amargo
Por Julio Escoto
En 1988 el sector arrocero generaba en Honduras 150,000 empleos directos e indirectos, y para 1990 el número de productores había ascendido a 25,000, según datos del Censo Nacional Agropecuario, convirtiendo a este artículo alimenticio en uno de los más prometedores para el sustento de la economía nacional.
De proseguir esa ruta podía ocurrir que en una década el arroz equiparara al café en cuanto a volumen de quintales colectados ––y que en la actualidad es exitoso generador de empleo gracias a la acción de sus 120 mil familias caficultoras, además de generoso socializador monetario y disolvente de la extrema pobreza.
Pero ese panorama oscureció súbitamente en 1991 cuando, según OXFAM, en plena cosecha el gobierno “decidió reducir bruscamente el arancel a las importaciones de arroz para cubrir el déficit provocado por una sequía. Esa medida provocó que se importaran en pocos meses más de 30,000 toneladas de arroz oro (sin cáscara) y 11,000 toneladas granza (con cáscara o en bruto) desde EUA.
Tales cantidades equivalían al consumo total de los años anteriores, por lo que los productores se encontraron súbitamente sin mercado en plena salida de la cosecha”. La biografía de la corrupción identifica a ese episodio como el arrozazo, de terrible daño ya que la avalancha del cereal estadounidense desgració y quebró en escasos meses a la generación local, con lucro delictivo para cierta élite de inescrupulosos políticos.
Para 1994 el valor del arroz hondureño había caído al mínimo y el gobierno prosiguió importándolo de Estados Unidos, que lo cultiva bajo subsidios y cuyo precio internacional es 20% menor que el costo de producción, obviamente un dumping constante. En 1998, contra pretextos del huracán Mitch, la importación se triplicó, por lo que al cabo de la década la producción interna se contrajo en 86 por ciento y el número de productores bajó a menos de 2000.
Y contrario a lo que se esperaba, que el precio favoreciera al consumidor, más bien se incrementó en 15% durante el mismo período.
Debido al Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Centroamérica y República Dominicana (TLC+DR) ––cuyos 22 capítulos con 3014 artículos resolvió en una sola noche el ilustrado congreso nacional de 2004–– los aranceles por ingreso de arroz estadounidense caerán a cero en pocos años y entonces será la debacle. Culminaremos el descenso de país productor —incluso de su dieta básica— a importador, atornillando así la dependencia y la entrega de la soberanía alimentaria. Nuestra destrucción será triunfo de la doctrina neoliberal y de políticas agrícolas malamente conducidas por la casta de ineptos, caterva de improvisados, que por una centuria condujeron los asuntos de la nación.
Fracasos en producción de maíz, arroz, vegetales (los importamos millonariamente de Guatemala), frijoles (traídos de Nigeria), sorgo, soya, frutas, y carencia de proyectos autogestionables de desarrollo rural; mientras que se exportan pescado y mariscos (cuya abundancia es acá legendaria), se les expende caro localmente; captamos US$ 120.00 por cada onza de oro que otros venden a US$. 1,800.00 en EUA y que debían integrar la reserva nacional.
En fin, estúpidos hemos de ser para consentir tanta torpeza… Y si el café no sufre similar ordalía es porque Estados Unidos no cultiva café…
Fracasos en explotación forestal, que puede salvar pueblos enteros: una plantación municipal socializada de mil hectáreas de caoba, para corte a 30 años, puede ser vendida tras su primer lustro y sostener al pueblo durante dos décadas, incluyendo los márgenes esenciales de necesidad social (escuelas, clínica, colegio, bomberos y casa comunitaria de cultura). Es, pues, hora de abandonar lo cierto y volcarnos a la esperanza, a lo iluso e impensable: darle vuelta a este país, como calcetín, para que acabe el lento perecer y se componga o descomponga todo de una vez. Si esta generación no lo hace, ni lo merece.
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