domingo, 11 de octubre de 2009
Día ciento cinco, 10 de octubre de 2009
Fuente: HablaHonduras
Para comprender la reacción del pueblo hondureño al golpe de Estado del 28 de Junio y su posterior lucha de resistencia, se hace necesario comprender el origen mismo de la lucha popular en los últimos 30 años. Por esa razón, comprendiendo que la izquierda en Honduras no es un bloque único de demandas e identidades sino por el contrario, es una mezcla compleja de experiencias y aprendizajes que se han venido formando en el país desde hace décadas y encuentra hoy día su punto climático, hacemos un espacio para buscar comprender las características que formaron la estrategia de lucha de la Resistencia en contra del golpismo.
Desde la década de los sesenta y a partir de la experiencia que trajo la gran huelga de 1954 en contra del enclave bananero de la costa norte, la lucha pacífica ha sido el principal medio de las organizaciones populares para hacer valer sus demandas y lograr sus reinvindicaciones.
Para la izquierda hondureña, la guerra centroamericana de los 80 dejó una secuela de división, traición y desconfianza entre los actores sociales tradicionales, que a diferencia de los demás países de la región centroamericana no lograron acumular el movimiento de masas capas de invertir la correlación de fuerza con la oligarquía dominante. Hasta ese momento las organizaciones de vanguardia eran las asociaciones campesinas, obreras y estudiantiles, blanco principal de la doctrina de seguridad nacional. Si bien hubo intentos de llevar adelante la lucha armada revolucionaria, lo cierto es que nunca se concretizaron las condiciones materiales para que la misma creciera efectivamente entre los sectores populares.
A principios de los años noventa COPINH surge en el escenario político nacional con una enorme peregrinación a la ciudad capital en reclamo por mejora de sus condiciones de vida. De esa forma surgieron actores sociales nuevos que ampliaron las demandas incorporando la temática indígena, de género, gremiales, de derechos sexuales y reproductivos.
A finales de la década y luego de los desastres dejados por el huracán Mitch en noviembre de 1998, las organizaciones populares conceden un período de gracia de 2 años al gobierno de Flores Facussé “como aporte solidario al sacrificio que llevará la reconstrucción nacional”. Dicha gracia facilitó la gobernabilidad en la administración, si bien se perdió nuevamente la oportunidad de renovar el plan de nación y la gran desigualdad existente entre los más pobres y los más ricos por el contrario creció. Las organizaciones populares perdieron a su vez, la oportunidad de forzar a la clase dominante a consultar con las organizaciones del pueblo en relación de uso de los recursos de la reconstrucción post Mitch.
Es precisamente al final del gobierno de Carlos Flores que el problema de las pandillas juveniles se comienza a visualizar y con ello la incapacidad de respuesta a las demandas del pueblo en temas tan vitales como la seguridad, pero también la vivienda, la salud, la educación, el desempleo y migración entre otros. La clase dominante aprovechó la problemática para desviar la atención social de las precarias condiciones de vida de la mayoría de la población ignorando a su vez la corrupción de la clase gobernante, creó la ilusión social que el combate de las pandillas en las zonas urbanas eliminaría además todos los problemas del país.
La mano dura o cero tolerancia del gobierno de Maduro apeló al miedo y las organizaciones sociales cayeron en la dinámica oficial ignorando en gran medida la práctica represiva de la policía y organizaciones paramilitares. Después de todo, se decía en la época incluso en el ceno de las organizaciones sociales, los muertos no eran sino jóvenes marginales y delincuentes.
Al llegar Manuel Zelaya a la presidencia, si bien los pandilleros habían desaparecido de la prensa y su visualización había sido reducido considerablemente, lo cierto es que la promesa de paz y desarrollo había nuevamente fracasado. Igual seguían las condiciones infrahumanas en los barrios populares, igual la corrupción de la clase gobernante, igual la violencia social, el hambre, el desempleo, la salud, todas demandas que el estado se mostraba incapaz de satisfacer y por el contrario insistía en ignorar; como que cerrando los ojos al problema este desaparece.
La organización de masas de los sectores populares siempre se caracterizó en ser reacción de las iniciativas oficiales. Si bien activa y en constante crecimiento, las distintas organizaciones populares permanecieron durante toda la década del 2000 fuertemente disgregada; jamás necesitaron de recursos distintos a la lucha pacífica para hacerle frente a la represión porque para el sistema oligárquico nunca fue un peligro real.
Cuando se vino el golpe de Estado y nos sorprendió a todos un trauma que creíamos enterrado en los rincones oscuros de la historia del continente, el frente de resistencia hizo uso del recurso que había venido usando durante los últimos 30 años: la lucha no violenta, la negociación, la apelación a la cordura de una clase que jamás ha estado interesada en consensuar ideas y proyectos.
La resistencia en contra del golpe de Estado comenzó marchando, porque marchar y gritar fue la forma como aprendimos a enfrentarnos al sistema. Nunca hicimos uso de estrategias alternativas a las pacíficas porque nunca las necesitamos. Hasta cuando la represión creció.
Luego del retorno clandestino del Presidente Zelaya al país, el escenario de la lucha de resistencia cambió considerablemente. La represión se extendió a los barrios y colonias de la ciudad de Tegucigalpa, porque la resistencia se replegó expontáneamente a un territorio más seguro. Muchas de las personas que actualmente forman parte de la resistencia no están organizados más allá de la resistencia misma, eso impide a la dirección compartir una línea estratégica efectiva con todos los sectores involucrados. La dictadura reconoce esa realidad y para quebrar la resistencia impone primero el toque de queda prolongado, luego el estado de sitio acompañado por el cierre de los medios de comunicación desarticulando de esta forma a la resistencia.
Luego del cierre de los medios de comunicación, el canal primordial para compartir estrategias con la resistencia no articulada, es la marcha. Por esa razón el ejército y la policía reprimen fuertemente las mismas impidiendo que se desarrolle el programa de forma efectiva rompiendo así la cadena. Dos días después del cierre de Radio Globo, la mayor parte de la resistencia desconocía cual sería el próximo lugar para concentrarse y de esa forma las marchas fueron reduciendo en presencia. Veinte minutos después de concentrada la resistencia, en casi cada lugar en donde deciden realizar mítines, la policía disuelve inmediatamente la misma.
Pero el aprendizaje de la resistencia también ha sido grande. Un ejemplo fue la marcha de ayer por la mañana en donde la convocatoria de la resistencia se dio en Plaza Miraflores. Cuando la policía llegó al lugar y se preparó para dispersar la concentración, la misma había desaparecido. Poco a poco y en grupos pequeños la gente se fue dispersando confundiéndose con el resto de los transeúntes. Los antimotines se quedaron solos, perfectamente formados, pensando en si lanzar bombas al centro comercial nomás por diversión, o volverse al cuartel. A un kilómetro del centro comercial, la resistencia se había reagrupado para reclamar frente al Hotel Clarión en donde se realiza la mesa del diálogo.
La resistencia llegó en pequeños grupos al Hotel Clarión. Dispersos por las cuadras adyacentes esperaban que más gente llegara para luego agruparse frente al lobby a gritar consignas contra el golpe de Estado. Tomó veinte minutos para los antimotines llegar al lugar y en cuanto se bajaron del camión se alinearon para reprimir a los protestantes. Lanzaron gas y la resistencia nuevamente se dispersó entre las calles vecinas. La policía siguió un pequeño grupo de jóvenes que se replegaron hasta el Hospital Escuela en donde luego se confundieron con los transeúntes que, confundidos, se preguntaban a quien seguían los cobras.
Paralelamente y mientras los policías apagaban una llanta solitaria frente al Hospital Escuela, frente al Hotel Clarión la resistencia se había reagrupado continuando con su protesta. Los elementos represores regresaron corriendo para desalojar, nuevamente, a la resistencia. Lanzaron gas y agua desde la tanqueta y al igual que las dos ocasiones anteriores la resistencia se dispersó entre las calles aledañas. La policía buscó darles seguimiento pero no encontraron sino inocentes ciudadanos que confundidos reclamaban el tráfico provocados por los elementos policiales. El juego se repitió dos o tres veces más, hasta que comenzó la lluvia.
Más allá de lo divertido que pueda resultar la escena, hay que resaltar el aprendizaje que la resistencia ha demostrado en las últimas marchas en las cuales, por mucha buena voluntad que pueda tener la policía de reprimir con toda la saña acostumbrada, no han logrado capturar a nadie.
De este juego del gato y el ratón, en el cual la policía muestra la falta de una táctica efectiva en contra de la protesta callejera de pequeños grupos con creciente capacidad de dispersión, la resistencia va aumentando en su confianza para hacerle frente a los antimotines, inventando nuevas formas de hacer la lucha callejera.
Y es que resulta necesario aprender a hacerle frente a la represión del sistema, porque en la medida los días avanzan, las esperanzas de llegar a una solución mediada por la OEA desaparece y todo indica que el régimen se pondrá más agresivo.
El famoso decreto presidencial del estado de sitio no ha sido derogado y se encuentra en un limbo jurídico. No podrá hacerse efectivo sino hasta que se publique y no se publicará porque tienen claro el diálogo no va a avanzar y saben lo han de necesitar nuevamente.
Las organizaciones populares hondureñas nunca necesitaron aprender alternativas violentas pro revolucionarias.
La lucha pacífica, más que una opción hasta el momento ha sido la única opción. Pero eso no quiere decir que no hay capacidad de aprendizaje. En la medida el régimen continúe cerrando las opciones y la represión se recrudezca, la paz, la tan anhelada paz que dice buscar la dictadura, irá desapareciendo y esta vez, los gritos libertarios de las cuadras y callejones, se sustituirán por estruendos que nos harán cuestionarnos cómo fue que llegamos hasta este punto.
¡NO PASARÁN!
Para comprender la reacción del pueblo hondureño al golpe de Estado del 28 de Junio y su posterior lucha de resistencia, se hace necesario comprender el origen mismo de la lucha popular en los últimos 30 años. Por esa razón, comprendiendo que la izquierda en Honduras no es un bloque único de demandas e identidades sino por el contrario, es una mezcla compleja de experiencias y aprendizajes que se han venido formando en el país desde hace décadas y encuentra hoy día su punto climático, hacemos un espacio para buscar comprender las características que formaron la estrategia de lucha de la Resistencia en contra del golpismo.
Desde la década de los sesenta y a partir de la experiencia que trajo la gran huelga de 1954 en contra del enclave bananero de la costa norte, la lucha pacífica ha sido el principal medio de las organizaciones populares para hacer valer sus demandas y lograr sus reinvindicaciones.
Para la izquierda hondureña, la guerra centroamericana de los 80 dejó una secuela de división, traición y desconfianza entre los actores sociales tradicionales, que a diferencia de los demás países de la región centroamericana no lograron acumular el movimiento de masas capas de invertir la correlación de fuerza con la oligarquía dominante. Hasta ese momento las organizaciones de vanguardia eran las asociaciones campesinas, obreras y estudiantiles, blanco principal de la doctrina de seguridad nacional. Si bien hubo intentos de llevar adelante la lucha armada revolucionaria, lo cierto es que nunca se concretizaron las condiciones materiales para que la misma creciera efectivamente entre los sectores populares.
A principios de los años noventa COPINH surge en el escenario político nacional con una enorme peregrinación a la ciudad capital en reclamo por mejora de sus condiciones de vida. De esa forma surgieron actores sociales nuevos que ampliaron las demandas incorporando la temática indígena, de género, gremiales, de derechos sexuales y reproductivos.
A finales de la década y luego de los desastres dejados por el huracán Mitch en noviembre de 1998, las organizaciones populares conceden un período de gracia de 2 años al gobierno de Flores Facussé “como aporte solidario al sacrificio que llevará la reconstrucción nacional”. Dicha gracia facilitó la gobernabilidad en la administración, si bien se perdió nuevamente la oportunidad de renovar el plan de nación y la gran desigualdad existente entre los más pobres y los más ricos por el contrario creció. Las organizaciones populares perdieron a su vez, la oportunidad de forzar a la clase dominante a consultar con las organizaciones del pueblo en relación de uso de los recursos de la reconstrucción post Mitch.
Es precisamente al final del gobierno de Carlos Flores que el problema de las pandillas juveniles se comienza a visualizar y con ello la incapacidad de respuesta a las demandas del pueblo en temas tan vitales como la seguridad, pero también la vivienda, la salud, la educación, el desempleo y migración entre otros. La clase dominante aprovechó la problemática para desviar la atención social de las precarias condiciones de vida de la mayoría de la población ignorando a su vez la corrupción de la clase gobernante, creó la ilusión social que el combate de las pandillas en las zonas urbanas eliminaría además todos los problemas del país.
La mano dura o cero tolerancia del gobierno de Maduro apeló al miedo y las organizaciones sociales cayeron en la dinámica oficial ignorando en gran medida la práctica represiva de la policía y organizaciones paramilitares. Después de todo, se decía en la época incluso en el ceno de las organizaciones sociales, los muertos no eran sino jóvenes marginales y delincuentes.
Al llegar Manuel Zelaya a la presidencia, si bien los pandilleros habían desaparecido de la prensa y su visualización había sido reducido considerablemente, lo cierto es que la promesa de paz y desarrollo había nuevamente fracasado. Igual seguían las condiciones infrahumanas en los barrios populares, igual la corrupción de la clase gobernante, igual la violencia social, el hambre, el desempleo, la salud, todas demandas que el estado se mostraba incapaz de satisfacer y por el contrario insistía en ignorar; como que cerrando los ojos al problema este desaparece.
La organización de masas de los sectores populares siempre se caracterizó en ser reacción de las iniciativas oficiales. Si bien activa y en constante crecimiento, las distintas organizaciones populares permanecieron durante toda la década del 2000 fuertemente disgregada; jamás necesitaron de recursos distintos a la lucha pacífica para hacerle frente a la represión porque para el sistema oligárquico nunca fue un peligro real.
Cuando se vino el golpe de Estado y nos sorprendió a todos un trauma que creíamos enterrado en los rincones oscuros de la historia del continente, el frente de resistencia hizo uso del recurso que había venido usando durante los últimos 30 años: la lucha no violenta, la negociación, la apelación a la cordura de una clase que jamás ha estado interesada en consensuar ideas y proyectos.
La resistencia en contra del golpe de Estado comenzó marchando, porque marchar y gritar fue la forma como aprendimos a enfrentarnos al sistema. Nunca hicimos uso de estrategias alternativas a las pacíficas porque nunca las necesitamos. Hasta cuando la represión creció.
Luego del retorno clandestino del Presidente Zelaya al país, el escenario de la lucha de resistencia cambió considerablemente. La represión se extendió a los barrios y colonias de la ciudad de Tegucigalpa, porque la resistencia se replegó expontáneamente a un territorio más seguro. Muchas de las personas que actualmente forman parte de la resistencia no están organizados más allá de la resistencia misma, eso impide a la dirección compartir una línea estratégica efectiva con todos los sectores involucrados. La dictadura reconoce esa realidad y para quebrar la resistencia impone primero el toque de queda prolongado, luego el estado de sitio acompañado por el cierre de los medios de comunicación desarticulando de esta forma a la resistencia.
Luego del cierre de los medios de comunicación, el canal primordial para compartir estrategias con la resistencia no articulada, es la marcha. Por esa razón el ejército y la policía reprimen fuertemente las mismas impidiendo que se desarrolle el programa de forma efectiva rompiendo así la cadena. Dos días después del cierre de Radio Globo, la mayor parte de la resistencia desconocía cual sería el próximo lugar para concentrarse y de esa forma las marchas fueron reduciendo en presencia. Veinte minutos después de concentrada la resistencia, en casi cada lugar en donde deciden realizar mítines, la policía disuelve inmediatamente la misma.
Pero el aprendizaje de la resistencia también ha sido grande. Un ejemplo fue la marcha de ayer por la mañana en donde la convocatoria de la resistencia se dio en Plaza Miraflores. Cuando la policía llegó al lugar y se preparó para dispersar la concentración, la misma había desaparecido. Poco a poco y en grupos pequeños la gente se fue dispersando confundiéndose con el resto de los transeúntes. Los antimotines se quedaron solos, perfectamente formados, pensando en si lanzar bombas al centro comercial nomás por diversión, o volverse al cuartel. A un kilómetro del centro comercial, la resistencia se había reagrupado para reclamar frente al Hotel Clarión en donde se realiza la mesa del diálogo.
La resistencia llegó en pequeños grupos al Hotel Clarión. Dispersos por las cuadras adyacentes esperaban que más gente llegara para luego agruparse frente al lobby a gritar consignas contra el golpe de Estado. Tomó veinte minutos para los antimotines llegar al lugar y en cuanto se bajaron del camión se alinearon para reprimir a los protestantes. Lanzaron gas y la resistencia nuevamente se dispersó entre las calles vecinas. La policía siguió un pequeño grupo de jóvenes que se replegaron hasta el Hospital Escuela en donde luego se confundieron con los transeúntes que, confundidos, se preguntaban a quien seguían los cobras.
Paralelamente y mientras los policías apagaban una llanta solitaria frente al Hospital Escuela, frente al Hotel Clarión la resistencia se había reagrupado continuando con su protesta. Los elementos represores regresaron corriendo para desalojar, nuevamente, a la resistencia. Lanzaron gas y agua desde la tanqueta y al igual que las dos ocasiones anteriores la resistencia se dispersó entre las calles aledañas. La policía buscó darles seguimiento pero no encontraron sino inocentes ciudadanos que confundidos reclamaban el tráfico provocados por los elementos policiales. El juego se repitió dos o tres veces más, hasta que comenzó la lluvia.
Más allá de lo divertido que pueda resultar la escena, hay que resaltar el aprendizaje que la resistencia ha demostrado en las últimas marchas en las cuales, por mucha buena voluntad que pueda tener la policía de reprimir con toda la saña acostumbrada, no han logrado capturar a nadie.
De este juego del gato y el ratón, en el cual la policía muestra la falta de una táctica efectiva en contra de la protesta callejera de pequeños grupos con creciente capacidad de dispersión, la resistencia va aumentando en su confianza para hacerle frente a los antimotines, inventando nuevas formas de hacer la lucha callejera.
Y es que resulta necesario aprender a hacerle frente a la represión del sistema, porque en la medida los días avanzan, las esperanzas de llegar a una solución mediada por la OEA desaparece y todo indica que el régimen se pondrá más agresivo.
El famoso decreto presidencial del estado de sitio no ha sido derogado y se encuentra en un limbo jurídico. No podrá hacerse efectivo sino hasta que se publique y no se publicará porque tienen claro el diálogo no va a avanzar y saben lo han de necesitar nuevamente.
Las organizaciones populares hondureñas nunca necesitaron aprender alternativas violentas pro revolucionarias.
La lucha pacífica, más que una opción hasta el momento ha sido la única opción. Pero eso no quiere decir que no hay capacidad de aprendizaje. En la medida el régimen continúe cerrando las opciones y la represión se recrudezca, la paz, la tan anhelada paz que dice buscar la dictadura, irá desapareciendo y esta vez, los gritos libertarios de las cuadras y callejones, se sustituirán por estruendos que nos harán cuestionarnos cómo fue que llegamos hasta este punto.
¡NO PASARÁN!
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