domingo, 18 de octubre de 2009
Como dueles, Honduras
Por Maggie Marín* - Adital
Escribí recién en Bohemia que Honduras es una presencia constante que llena de admiración, pero que duele. Lacera mucho, en efecto, esa Honduras corajuda, que a su pesar sigue estrangulada por un régimen que nos obliga a mirar de nuevo y cara a cara a lo peor que sufrió la América Latina en el siglo XX.
¿Cuántas muertes más necesitará la Casa Blanca?, preguntaba hace unos días con mucho tino Atilio Borón. En su artículo contaba el politólogo argentino que el último informe del Comité por la Defensa de los Derechos Humanos de Honduras (CODEH) responsabiliza al presidente de facto y líder de los golpistas, Roberto Micheletti, por "más de 101 muertes extralegales y sumarias perpetradas desde el 28 de Junio hasta la fecha".
Y claro, ni el profesor ni nadie medianamente informado le ha pedido a Barack Hussein Obama que envíe a esa república centroamericana a sus valientes muchachos de pelo rubio y ojos rubios (aunque en verdad a la guerra mandan ahora inmigrantes de pelo negro y ojos marrón) para que le saquen las castañas del fuego a nadie. De hecho, a Honduras le sobran los casi 700 gringos que desde la base aérea de Palmerola operan un comando antidrogas que en verdad desarrolla otras múltiples tareas, todas con etiqueta interventora en asuntos latinoamericanos.
Lo que se le reclamó y se le exige a Obama, Premio Nóbel de la Paz (¡di tu!), es que aísle y demuestre fehacientemente a los golpistas que la Unión Americana rechaza de plano sus fechorías.
Por supuesto, es un absurdo total reclamarle tamaña cosa al Pentágono, a las multinacionales, a los organismos financieros… Pero el pedido sirvió al menos para revelar que el actual inquilino de la Casa Blanca es ciertamente un político hábil, simpático y carismático, pero que nos subestima, y es también a su manera más desarrollada y sofisticada, la cara y el gesto con que pretenden atemperarnos los que detentan el poder real en Gringolandia.
Pero en esa Honduras que tan intensamente nos llega a diario lo que está en cuestión es más que la restauración de la democracia y el retorno a la constitucionalidad, aunque pareciera que las cartas en juego no tienen otro objetivo. Así, mientras representantes del presidente Manuel Zelaya y del régimen de facto siguen enfrascados en el archifamoso diálogo de otro insólito Nóbel de la Paz, Óscar Arias (por la pura estrategia gringo-golpista de ganar tiempo), no se aborda cuál será el futuro del país centroamericano: ¿El que se empezó a entrever tras las medidas populares adoptadas por Zelaya, o el que le impuso Estados Unidos como destino manifiesto desde comienzo del siglo XX?
Y ese es sin dudas, en mi opinión al menos, el tema clave.
¿Alguien serio y digno espera que se consiga finiquitar la crisis mediante las elecciones presidenciales de noviembre próximo? ¿Sí? Pues que valore de entrada que el candidato de las fuerzas populares, Carlos H. Reyes, anunció su retiro si el país sigue bajo régimen militar.
En tanto, lo verdaderamente contundente tras 109 días de batalla es que la resistencia popular sigue mostrando capacidad, fortaleza, ingenio y perseverancia, aunque crecen las cifras del abuso y de la violencia que, en consecuencia, amplían el riesgo de que la nación, una de las más pobres de Latinoamérica, perdure como una suerte de caserío del oeste norteamericano donde policías, militares y ladrones sigan actuando al margen de la ley y de los derechos civiles y humanos.
Y ese pueblo, hoy virtualmente insurrecto, es el que reitera que en ningún caso aceptará un proceso electoral espurio. Su lucha es por el regreso de Zelaya para que culmine su período el 27 de enero de 2010, sí, pero también por el restablecimiento de una serie de beneficios que las borrascas golpistas se llevaron, por el reingreso al ALBA y a PETROCARIBE, y por la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente que abra espacios hasta ahora inéditos al desarrollo económico y social de Honduras.
Lamentable e increíblemente, los días siguen pasando y no se vislumbra una solución real. Aumenta, así, el riesgo de que la mal llamada "crisis hondureña" comience a extenderse por la región.
* Periodista de la revista centenaria cubana Bohemia
Escribí recién en Bohemia que Honduras es una presencia constante que llena de admiración, pero que duele. Lacera mucho, en efecto, esa Honduras corajuda, que a su pesar sigue estrangulada por un régimen que nos obliga a mirar de nuevo y cara a cara a lo peor que sufrió la América Latina en el siglo XX.
¿Cuántas muertes más necesitará la Casa Blanca?, preguntaba hace unos días con mucho tino Atilio Borón. En su artículo contaba el politólogo argentino que el último informe del Comité por la Defensa de los Derechos Humanos de Honduras (CODEH) responsabiliza al presidente de facto y líder de los golpistas, Roberto Micheletti, por "más de 101 muertes extralegales y sumarias perpetradas desde el 28 de Junio hasta la fecha".
Y claro, ni el profesor ni nadie medianamente informado le ha pedido a Barack Hussein Obama que envíe a esa república centroamericana a sus valientes muchachos de pelo rubio y ojos rubios (aunque en verdad a la guerra mandan ahora inmigrantes de pelo negro y ojos marrón) para que le saquen las castañas del fuego a nadie. De hecho, a Honduras le sobran los casi 700 gringos que desde la base aérea de Palmerola operan un comando antidrogas que en verdad desarrolla otras múltiples tareas, todas con etiqueta interventora en asuntos latinoamericanos.
Lo que se le reclamó y se le exige a Obama, Premio Nóbel de la Paz (¡di tu!), es que aísle y demuestre fehacientemente a los golpistas que la Unión Americana rechaza de plano sus fechorías.
Por supuesto, es un absurdo total reclamarle tamaña cosa al Pentágono, a las multinacionales, a los organismos financieros… Pero el pedido sirvió al menos para revelar que el actual inquilino de la Casa Blanca es ciertamente un político hábil, simpático y carismático, pero que nos subestima, y es también a su manera más desarrollada y sofisticada, la cara y el gesto con que pretenden atemperarnos los que detentan el poder real en Gringolandia.
Pero en esa Honduras que tan intensamente nos llega a diario lo que está en cuestión es más que la restauración de la democracia y el retorno a la constitucionalidad, aunque pareciera que las cartas en juego no tienen otro objetivo. Así, mientras representantes del presidente Manuel Zelaya y del régimen de facto siguen enfrascados en el archifamoso diálogo de otro insólito Nóbel de la Paz, Óscar Arias (por la pura estrategia gringo-golpista de ganar tiempo), no se aborda cuál será el futuro del país centroamericano: ¿El que se empezó a entrever tras las medidas populares adoptadas por Zelaya, o el que le impuso Estados Unidos como destino manifiesto desde comienzo del siglo XX?
Y ese es sin dudas, en mi opinión al menos, el tema clave.
¿Alguien serio y digno espera que se consiga finiquitar la crisis mediante las elecciones presidenciales de noviembre próximo? ¿Sí? Pues que valore de entrada que el candidato de las fuerzas populares, Carlos H. Reyes, anunció su retiro si el país sigue bajo régimen militar.
En tanto, lo verdaderamente contundente tras 109 días de batalla es que la resistencia popular sigue mostrando capacidad, fortaleza, ingenio y perseverancia, aunque crecen las cifras del abuso y de la violencia que, en consecuencia, amplían el riesgo de que la nación, una de las más pobres de Latinoamérica, perdure como una suerte de caserío del oeste norteamericano donde policías, militares y ladrones sigan actuando al margen de la ley y de los derechos civiles y humanos.
Y ese pueblo, hoy virtualmente insurrecto, es el que reitera que en ningún caso aceptará un proceso electoral espurio. Su lucha es por el regreso de Zelaya para que culmine su período el 27 de enero de 2010, sí, pero también por el restablecimiento de una serie de beneficios que las borrascas golpistas se llevaron, por el reingreso al ALBA y a PETROCARIBE, y por la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente que abra espacios hasta ahora inéditos al desarrollo económico y social de Honduras.
Lamentable e increíblemente, los días siguen pasando y no se vislumbra una solución real. Aumenta, así, el riesgo de que la mal llamada "crisis hondureña" comience a extenderse por la región.
* Periodista de la revista centenaria cubana Bohemia
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