martes, 15 de septiembre de 2009

Un día en la marcha de resistencia nacional

Galel Cárdenas
Unión de Escritores y Artistas de Honduras

En Tegucigalpa hasta el día que escribo este artículo, se han desarrollado 79 marchas continuas en la capital de Honduras, Tegucigalpa. La consigna cada día es: a 79 días de lucha aquí nadie se rinde.



Asistir a una de estas marchas es participar de una conciencia colectiva donde florece el sentido comunal, el sentido del todo, allí donde uno deja de ser el individuo para convertirse en una masa plena de conciencia política, donde la utopía es acción, donde el pacifismo es masa pletórica de consigna, de canto, de abrazo, de risa, de grito, de sudor, de caminata, de sombreros, gorras, pancartas, pintas paralelas a la marcha, de beligerancia, de lecturas de los periódicos populares que han florecido en el medio de la efervescencia.

En las marchas son pocos los que se conocen, es decir son más detectados los dirigentes nacionales, y talvez los intermedios. Pero aquellos líderes de barrio, de colonias, de aldeas, de caseríos, ellos son uno más en estas marchas, donde uno camina con sombrillas, paraguas, sombreros y pañuelos que van atados al cuello, toma y suena su pito, su cuerno o su pitoreta como le decíamos cuando éramos niños.

No sabe uno quien está a nuestro lado, otro más, pero sabe uno que quien está en la fila atrás o adelante, en la fila de en medio o en la fila del otro lado (son tres filas debidamente ordenadas y conscientes de la protesta), todos ellos son hermanos, compañeros (compas), amigos de la marcha del día, allí se comparte el grito, la consigna, el canto, el comentario, la indignación, las noticias, la burla sobre el dictador, el chiste político del día, en fin.

Allí vamos marchistas pacíficos, al frente, en medio, al final, comprando y compartiendo agua, chucherías del trabajo informal que nos venden enchiladas, pastelitos de perro (empanadas), tamales de maíz, tortillas con chicharrón, naranjas peladas, bananos, confites, cigarros, gorras, sombreros, cintas, pañuelos, paletas, raspados (hielo raspado del bloque al que se le cubre con una miel casera de colores amarillos, rojos, o azules), elotes y algunos derivados alimenticios del maíz de la cocina típica nacional. Nos acompañan en carretas de mano, o con destartalados carros que ofrecen sus servicios culinarios.

En carros de organizaciones populares, debidamente acondicionados para trasladar los altoparlantes al frente, y con energía provista por motores eléctricos móviles, los compañeros dirigentes van explicando el motivo político, o van aconsejando y difundiendo las medidas de seguridad de la marcha misma, al momento en que ésta despega. Con los altoparlantes se agita para el entusiasmo, la efervescencia, y el grito unánime, que toda la marcha unísonamente expresa con voces femeninas, varoniles y hasta adolescentes.

A veces es tan grande la marcha que si uno sube una cuesta se ve a lo lejos el agitar de las banderas, rojas, amarillas y las de la patria con sus colores combinados de blanco y azul y sus cinco estrellas tanto que parecen subir hasta el cielo ondeando la utopía, el sueño colectivo, la nueva patria que habrá de fundarse tarde o temprano. En las banderas van impresas las figuras de Francisco Morazán, Lempira, José Trinidad Cabañas, el Che Guevara. Y las organizaciones populares portan sus mantas que las identifican.

Acompañan en los últimos días, a la marcha, grupos de policías fuertemente armados, dizque para disuadir cualquier desorden o caos que provoque la muchedumbre, pero los policías son atendidos con agua, con confites y alguna que otra chuchería no por el ánimo de comprarlos si no de que compartan lo que toma y come la marcha. La mayoría de ellos rechaza la invitación.

A veces se ponen atrás de la marcha, acompañados por una tanqueta que expulsa un líquido rojizo que provoca diarrea si le cae en la piel a uno. En otras ocasiones cuando se pasa cerca del lugar donde se ubica la casa presidencial, los soldados son situados en las bocacalles que se dirigen hacia el edificio del asiento presidencial. En la medida en que desfila la marcha, se van gritando consignas, algunos marchistas les dicen sus groserías que son ahogadas por el estruendo de los lemas vociferados con fuerza ardiente.

Y las frases que forman parte del ánimo colectivo se van repitiendo, mediante el corifeo que grita el inicio y el coro que responde el resto: ¿Están cansados? No, entonces, adelante, adelante que la lucha es constante; y los golpistas, fuera; Si este no es el pueblo, el pueblo donde está, el pueblo está en las calles exigiendo libertad; cuál es la ruta, sacar ese hijueputa (Michletti).

Allí vamos todos hacia la conquista del futuro, de la esperanza y de la utopía, va la marcha exigiendo la instalación de la Asamblea Nacional Constituyente y gritando no a las elecciones donde se vota por los mismos para lo mismo.

Así va el pueblo junto, unido como nunca, inaugurando el siglo XXI, peleando, gritando eufórico por que ha descubierto que sólo el pueblo salva al pueblo.

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