jueves, 3 de enero de 2019
El parte de la victoria
Por Rafael Poch
Sobre las últimos “éxitos” del zombi europeo
David Cameron y Angela Merkel en una reunión en la Unión Europea.
En la negociación del brexit, la Unión Europea tenía un solo objetivo principal: que el escenario de una salida del club se hiciera lo menos atractiva posible para otros socios escépticos. De forma declarada o difusa, en esa categoría entran muchos; desde Hungría hasta Italia, pasando por Polonia y acabando con Francia. Palabras mayores. Se trataba, pues, de lograr un brexit complicado y penoso, con aspecto de castigo, de humillante escarmiento que conjure cualquier tentación de abandonar el club.
Una vez más, los políticos alemanes –al fin y al cabo esta UE es la suya– han sido quienes mejor han dibujado la situación. El manso Michel Barnier era el negociador jefe oficial, pero la que corta el bacalao es Sabine Weyand, la enérgica negociadora principal adjunta. Weyand es la “alemana adjunta al francés”, una figura muy familiar en Bruselas donde casi todos los cargos importantes que no están en manos teutonas tienen a un adjunto de esa nacionalidad controlando que las cosas se hagan bien. Pues bien, Weyand, directora de muchas de las negociaciones secretas con Theresa May, se ha jactado de que prácticamente todas las líneas rojas marcadas por el Gobierno de May han sido quebradas por la UE.
“En una abrumadora proporción, la Unión Europea se ha impuesto”, ha resumido Jens Geier, jefe del grupo socialdemócrata alemán en el Parlamento Europeo. Tras su salida del club y durante varios años, la posición del Reino Unido será parecida a la de Suiza, explica este elocuente diputado: “Tendrán que asumir el grueso de las reglas europeas pero sin tener ya la menor voz en Bruselas”. Este ha sido el parte de la victoria: “Nos hemos impuesto”.
Y el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, el hombre que dice que “no hay democracia fuera de los tratados europeos” (tratados que no ha votado nadie y que no se pueden cambiar porque están blindados), ha remachado ese parte de victoria diciendo que el acuerdo alcanzado “es el único posible” y ha amenazado a los británicos con que si lo rechazan “quedarán decepcionados en los primeros segundos”.
La situación está imbuida en un ambiente coercitivo y facineroso del estilo de las “propuestas que no podrán rechazar” (las amenazas de muerte del Padrino) o de ese dicho de la mafia rusa según el cual la tarifa de ingreso en la hermandad es de un rublo pero la de baja cuesta dos… ¿Qué tipo de club es este que no se puede abandonar porque si te lo propones te amenazan? Todos se preguntan cómo reaccionará el Parlamento británico.
¿La Unión Europea no se da cuenta de que sus victorias no convencen (“vencen, pero no convencen”) y que eso incluye el riesgo de desatar a Némesis, la diosa de la justicia retributiva, entre las víctimas de sus excesos?
Con Italia está pasando algo semejante: ¿Qué sentido tiene disciplinar a Italia por prever un déficit del 2,4% del PIB en su ley de finanzas? La previsión francesa equivalente es del 2,8% y los italianos tienen a su favor que tras los desembolsos de la deuda su presupuesto es excedentario. El Gobierno italiano no parece dispuesto a ceder. Si le retiran las subvenciones europeas, Italia, que es un contribuyente neto al presupuesto europeo, podría dejar de pagar su contribución y su Gobierno contaría probablemente con un amplio apoyo popular…
Estas “victorias” agravan la enfermedad de fondo, es decir la desintegración paulatina de la UE como resultado de la aplicación de sus rígidas políticas neoliberales de piñón fijo germano e imposibles de cambiar sin desmontar todo el tinglado. Estas victorias incrementan todo aquello que se está desintegrando en la UE porque el europeísmo impuesto bajo coacción es una potente fuente de euroescepticismo.
Si se atiende a los perjuicios que la Unión Europea germano-neoliberal ha ocasionado en los últimos veinte años a la mayoría de los europeos –incluidos buena parte de los alemanes– en términos de recortes sociales, incremento de la desigualdad y menoscabo de derechos, el euroescepticismo –esa palabra fea en el diccionario del establishment– no es más que un estado de lucidez. Otra cosa es que esa lucidez tenga consecuencias electorales y sociales ambiguas y que sea capitalizada por la derecha. La izquierda cedió a la derecha (por absentismo) todo el terreno que había para defender derechos y conquistas sociales desde los estados nacionales, hasta el punto de haber convertido la crítica a la UE neoliberal en casi una autopista de sentido único para la ultraderecha. Muchos años después, esa crítica sigue bastante carente de argumentos de izquierda, lo que deja a la venganza de Némesis huérfana y a la deriva. Porque la diosa acudirá a su cita, no lo duden.
P.S. Cuando Georgia atacó Osetia del Sur con la bendición de George W. Bush en agosto de 2008, la UE, vía Nicolas Sarkozy, aún pudo desempeñar un papel mediador entre Rusia y Georgia. Ahora con el incidente en el Mar de Azov (un mar de aguas poco profundas no apto para los barcos de guerra de la OTAN), la UE se ha puesto inmediatamente detrás de Ucrania. El presidente, Poroshenko, podría haber escenificado esta situación pensando en las elecciones ucranianas de marzo a las que concurre en muy mala posición y, obviamente, con la bendición del Pentágono. Mientras Moscú habla de “provocación” y Kiev de “agresión”, la UE se posiciona del lado de la tesis ucraniana (y de la OTAN y de Washington), con lo que cualquier papel mediador-apaciguador resulta imposible. ¿Más sanciones contra Rusia?
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