sábado, 14 de julio de 2018

No convertirse en “legitimadores” por izquierda de la operación continental de recolonización imperial en curso



Por José Ernesto Schulman

Una especie de Cóndor dos con máscara judicial y organizaciones internacionales de derechos humanos como garrote

El largo ciclo de luchas populares democráticas antidictatoriales erosionó el dominio imperial impuesto por la seguidilla de golpes de estado iniciado en Guatemala y Paraguay en 1954, continuado en Brasil (1964), Argentina (1966), Chile (1973), Uruguay (1974) y de nuevo Argentina (1976), para nombrar solo algunos porque de hecho, como señala el historiador venezolano Virgilio Beltrán, para 1968 el 62% de los países de Latinoamérica, África, Medio Oriente y Asia sudoccidental, estaban “gobernadas por dictaduras militares” impuestas por los EE.UU. y consentidas desde la lógica de la lucha anticomunista que se conoció como doctrina Kirkpatrick, por la representante ante la ONU de los EEUU desde 1980, que ella misma resumió brutalmente los gobiernos autoritarios tradicionales son menos represivos que las autocracias revolucionarias”. O lo que es lo mismo: sostendremos a todas las dictaduras anticomunistas y combatiremos cualquier gobierno que pretenda el menor nivel de autonomía de nuestro dominio.

Es patético como algunos prefieren idealizar a Patrice Derian, funcionaria de la misma época que aparentaba compasión con las victimas y prefieren olvidar a Kirkpatrick, a Kissinger, la Junta Interamericana de Defensa generando la falsa ilusión de “contradicciones al interior del bloque de poder imperial” y otras pamplinas de ignorante.

Para fines de la década del ochenta casi todos los gobernantes eran electos por mecanismos de participación popular en un formato institucional que hasta el final del siglo XX sería caracterizado por Eduardo Galeano como el de “democraduras”, para escándalo del progresismo que ya dominaba ampliamente en el movimiento popular de Argentina y América Latina (uno de los resultados tangibles de la tortura y la derrota de los 70, que el posibilismo no triunfó solo sino de la mano de los vencedores estratégicos).

En la Argentina, a los que nos atrevimos a descalificar el gobierno de Alfonsín como una “democracia restringida” (luego de la claudicación de Semana Santa de 1987 que clausuró por quince años el proceso de Memoria, Verdad y Justicia y clausuró el discurso de “transición democrática”) fuimos estigmatizados como “gente que subestima la democracia”, justamente nosotros que en aras de impedir el golpe de Estado de 1976 dimos vidas y militancia sin límite antes y después del triunfo de Videla.

Al ciclo de las “democracias restringidas”, tuteladas por los EE.UU. y monitoreadas por el FMI con el objetivo de reorganizar el capitalismo regional con el bastón financiero de la deuda externa y el consenso neoliberal de ajustes sin fin, con su crisis devastadora de pueblos y derechos, le siguió un ciclo de gobiernos populares (por su origen y basamento) distribucionistas (aunque no alteraron el patrón de producción ni de propiedad, se apropiaron de una parte de las rentas obtenidas de los commodityes para ampliar el consumo de millones) con opción por la integración latinoamericana no asimétrica y fuera del control absoluto que los yankee tenían desde los cincuenta del siglo pasado.

Si el símbolo del ciclo militar había sido la picana y el de las democracias restringidas la urna, el ciclo progresista quedará en la memoria por la presencia del pueblo en plazas y calles de Nuestra América, presencia importante pero no decisiva para romper la lógica del posibilismo progresista que no pudo (ni tampoco quiso, ni quiere) enfrentar los desafíos de un bloque de poder oligárquico enfurecido por las acciones y la palabra de este ciclo: Integración, Patria Grande, fin de la impunidad, aumento de salarios, prestaciones y subsidios, autonomía.

Aunque muchos creían en la existencia de una “derecha democrática” (como Verbitsky [1] y Natanson [2] se encargaron de estimular en Argentina) los gobiernos populares y/o progresistas (no entro en la discusión semántica ni rigurosa de la calificación, la dejamos para otra ocasión) sufrieron acoso e intentos de golpe de Estado desde el comienzo: en Venezuela en el 2002 y desde el 2017 otro en curso sin cesar, en Ecuador en 2010, en Bolivia una intentona fascista en Santa Cruz de la Sierra en 2008 que desembocaron en el nuevo ciclo de golpes de Estado en Honduras (2009), Paraguay (2012) y Brasil (2017) y a un nuevo ciclo de dominación que bien podemos simbolizar con la toga de los magistrados judiciales y la gorra del penitenciario carcelero. Moro y el carcelero de Lula.

Una verdadera operación continental de dominación colonial se lleva a cabo para tumbar los gobiernos del ciclo progresista que resisten del mejor modo, o sea del modo que pueden, con las fuerzas que cuentan y el respaldo popular y latinoamericano que conquistan; para debilitar la fuerza popular organizada en todos lados y cortar los lazos solidarios que vienen de Bolívar y San Martín, de Fidel y el Che, de Unasur y todas las luchas antiimperialistas, democráticas y de fortalecimiento de la causa única de Patria Grande Libre o colonias divididas; y todo con el objetivo evidente de arrasar con las conquistas (no solo de las logradas en la década sino en toda la historia) y que toda América, desde México a la Patagonia, sea patio trasero, playa de maniobras y tierra proveedora de riquezas para el imperio del Norte.

A esta altura de los hechos solo los que no quieren ver pueden alegar ingenuidad ignorante ante los pilares de esta operación colonial: el uso de los sistemas judiciales locales para fabricar causas falsas de corrupción sobre la base de “testigos arrepentidos” y la utilización de los espacios interestatales para acusar a los gobiernos de Cuba, Bolivia, Venezuela, Nicaragua y todo aquel que se atreva a desafiar su poder omnímodo de ser “violadores de los derechos humanos”.

En una reflexión sobre la relación entre los saberes populares, el sentido común y los proyectos imperiales, Eduardo Rosenzvaig se preguntaba por qué pudo implantarse la Ley Federal de Educación y la Reforma Educativa Neoliberal de los noventa en la Argentina, y se contestaba: por la misma razón que los judíos entraban desnudos a los falsos baños/cámaras de gases mortales; los judíos creían a los nazis cuando les decían que llevasen consigo sus objetos queridos para no perderlos y los intelectuales progresistas argentinos creyeron a Menem que iba a considerar la Educación Popular de Paulo Freyre o las ideas de Vigotsky.

¿Ingenuos? ¿crédulos? ¿suicidas? Diga Vd.

El imperio se aprovecha de nuestras conquistas, del periodo de vigencia de las constituciones y de algunas acciones de justicia contra el terrorismo de Estado del pasado. De ese modo “limpió” de culpas a un poder judicial heredero del orden colonial diseñado y formateado por la preeminencia indiscutible de la defensa del orden burgués y las relaciones de fuerzas nacionales e internacionales. El capitalismo y el Imperialismo.

El imperio hace un doble juego con la justicia y con las instituciones internacionales como la ONU, la OEA y los Institutos Jurídicos resultantes de la Segunda Guerra Mundial y los esfuerzos del siglo XXI por instalar un derecho internacional de los derechos humanos que vele por la dignidad humana más allá de los gobiernos nacionales: trata de destruirlo y de usarlo para su dominación exigiendo respeto a sus autoritarias decisiones.

Para ser concretos: el warfare no solo es una causa armada contra Lula o Milagro; también es el accionar internacional contra Venezuela, Cuba, Bolivia y Nicaragua. E igual que en los casos particulares, poco le importa al imperio la pureza inmaculada de dirigentes o procesos: lo que busca es estigmatizar, descalificar, enjuiciar, encerrar, derrotar, destituir como ya hizo en Honduras, Paraguay y Brasil con el mismo discurso.

Igual que desde el 2001 en todo el mundo. Invasiones en Libia, Irak, Afganistán, ocupación militar en Palestina, guerras en Siria, Yemen, etc. y en todos lados en defensa de los derechos humanos.

No se puede seguir alegando ingenuidad o ignorancia. Ya no.

No es cierto que la opción es la defensa de los derechos humanos o su violación por los regimenes corruptos, autoritarios, etc. de Maduro, Ortega o Assad, en todos lados la opción es imperialismo o autodeterminación de los pueblos. Y sin no, repasemos las acciones de la OEA, la ONU, la Corte Penal Internacional y los infinitos altos comisionados, comisiones, tribunales internacionales de garantías, etc. cuando los golpes de Estado en Honduras,en Paraguay, en Brasil, y los intentos de Bolivia, Venezuela, Ecuador, o la masacre de niñas y niños en Gaza por el Estado terrorista de Israel y su aliado el Estado terrorista mayor de los EE.UU.

No se trata de exigir igualdad de tratamiento en una absurda teoría de los dos demonios redimida, se trata de dejar de reconocer a las organizaciones internacionales el respeto que no merecen. Porque nunca lo merecieron puesto que nunca superaron el equilibrio de fuerzas (en el mejor de los casos y por poco tiempo) que se logró al fin de la Segunda Guerra Mundial por el esfuerzo de los gobiernos de los países socialistas, la izquierda revolucionaria comunista y las fuerzas democráticas de todo el mundo que conquistaron la declaración de los derechos humanos de 1948, la de castigo al delito de genocidio en el mismo año y el reconocimiento de los derechos económicos sociales en 1964. Pero nunca dejo de ser un reconocimiento forzado para el capitalismo, un reconocimiento en la forma y no en el acceso real a dichos derechos. De hecho luego de 1948 el mundo asistió a los mayores genocidios de la historia y a la más grande violación de derechos de las personas.

Nunca antes tantas personas han carecido de cualquier derecho y son tratadas como basura, literalmente, de verdad.

Pero al implosionar la Unión Sovietica y demolerse el mundo socialista, los EE.UU . empezaron un raíd que recorre las guerras de conquista en la década de los noventa (Panamá, Granada, Irak, Iran, Afganistán y siempre Palestina) para llegar al 11 de Setiembre del 2001, el Acta Patriotica y la demolición sistemática no solo de los principios de los derechos humanos sino del derecho mismo, reemplazado por el “derecho del enemigo” que sencillamente niega derechos a los que no comparten sus valores. Bullrich dixit.

Y todo eso se expresa en la subordinación de los aparatos judiciales país por país (salvo donde sobreviven gobiernos con alguna autonomía) y de los organismos internacionales de derechos humanos de manera absoluta, incluyendo las grandes federaciones, fundaciones y empresas de derechos humanos y/o ecológicos. Los hechos y los datos son tantos que cualquiera los puede econtrar solo, pero en mi texto La verdadera historia de Patrice Derian y Jane Kirkpatrick, el “destino manifiesto” de los EE.UU. y sus continuadores [3] doy abundante información comprobada.

Pero hagamos una última comparación, ¿qué hizo el sistema internacional de garantías de los derechos humanos por Santiago Maldonado, por Nahuel o por Milagro, Fernando y los otros presos políticos? ¿Alguien hablo de invadir Jujuy? ¿Los que hoy piden derrocar a Maduro y a Ortega, siquirea dijeron dos palabras por nuestros muertos? Son ellos los que ponen la doble vara, los que desprecian los derechos de las mayorías de Brasil, Venezuela, Colombia, Argentina, de Cuba con el bloqueo, de la América toda.

Aunque suene setentista, sigue siendo simple: patria o colonia.

Cada uno elige

Pero solo los que elijan patria, autodeterminación de los pueblos, antiimperialismo y rechazo a las imposiciones imperiales que pretenden aislar y voltear a los gobiernos que no se les someten podrán sostener la bandera de los derechos humanos.

La causa de los derechos humanos no se mancha con la OEA y los cipayos de Trump, Macron o Santos.

Notas:




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