viernes, 6 de julio de 2018

La amenaza de separación familiar empieza a hacer mella en los migrantes que pretenden cruzar la frontera con EE.UU.



Por Nina Lakhani

Las mujeres y niños que confían en llegar a Estados Unidos se enfrentan a un dilema: quedarse y arriesgarse a morir o sufrir la separación forzosa en Texas.

 Migrantes centroamericanos protestan a su paso por la población de Nicolás Romero el martes 3 de abril de 2018 en el estado de Oaxaca (México). El Gobierno de México reiteró hoy la soberanía de su política migratoria y rechazó que esté 
Migrantes centroamericanos protestan a su paso por la población de Nicolás Romero en el estado de Oaxaca (México), en una imagen del pasado 3 de abril. EFE/LUIS VILLALOBOS

Son un grupo de mujeres, están cansadas y revisan una maleta llena de ropas usadas en el sombrío patio de un refugio para migrantes cerca de la frontera mexicana con Estados Unidos. Sus bebés toman el pecho o duermen la siesta en camas improvisadas. Los niños se turnan para tirarse por un tobogán pintado de brillantes colores.

La mayoría de las 60 mujeres que vive en el Madre Assunta Scalabrini, un refugio de monjas de Tijuana, se ha apuntado en una lista de espera que crece a toda velocidad para solicitar asilo junto a sus hijos al otro lado de la frontera, en San Diego. Allí esperan que las autoridades estadounidenses se apiaden de ellas.

Ana Ramírez, de 34 años, llegó hace 12 días desde la violenta ciudad costera de Acapulco, en el sur de México. Vino con tres hijos, de entre 11 y 17 años; y su nieto, de 18 meses. Huían de un grupo de hombres armados que amenazaba con matar a la familia si el hijo mayor, que tiene 14 años y está estudiando la secundaria, no accedía a vender drogas para la banda. Los mismos hombres se habían llevado a tres de sus compañeros de clase, desaparecidos desde entonces.

Ramírez denunció las amenazas ante las autoridades y allí fue donde les aconsejaron que se fueran: no podían garantizar la seguridad de la familia. Aterrados, dejaron su casa, su ropa, sus juguetes, el trabajo en el hotel y la escuela de los niños. Con dinero prestado volaron hasta Tijuana. El martes, la familia ya estaba en el puesto 400º de la cola para solicitar asilo. Habían avanzado un trecho desde el número por encima de 1.000 que les dieron al llegar.

"Si volvemos, nos matan a todos"
Como la mayoría de las mujeres en el refugio, Ramírez no sabe nada de las nuevas restricciones para solicitar asilo anunciadas la semana pasada por el fiscal general de EEUU, Jeff Sessions, que perjudican especialmente a las víctimas de violencia de las bandas y abuso doméstico.

El asilo es para los perseguidos por su religión, sus creencias políticas o su pertenencia a grupos sociales, dijo Sessions, y no para los que huyen del crimen.

Ramírez ha venido preparada con un informe policial con el que espera persuadir a las autoridades de inmigración estadounidenses para que le concedan el asilo. "Tengo pruebas, si volvemos, se llevarán a mi hijo o nos matarán a todos, estoy tratando de mantener a la familia unida. Estoy pidiendo asilo, no entraría de forma ilegal".

Hay al menos 3.700 niños separados de sus padres, un número que aumenta rápidamente por la política de tolerancia cero con que la Administración Trump pretende disuadir a inmigrantes y solicitantes de asilo. La mayoría de las familias separadas viene del triángulo norte de América Central: El Salvador, Honduras y Guatemala, la zona más peligrosa del mundo sin estar en guerra.

Amnistía Internacional ha calificado la práctica como tortura según el Derecho internacional. No hay un plan coherente para reunir a las familias.

Ramírez ha escuchado rumores de niños hondureños siendo separados de sus padres, pero sólo cuando son mayores de 14. Se echa a llorar y abraza fuerte a su nieto cuando le enseñan las fotos de niños en jaulas publicadas en los últimos días. "No dejaré que eso suceda, regresaré".

Algunas no han oído nada sobre esta polémica. Laura Ruiz, de 18 años, de Copán (Honduras), está amamantando a su niño de dos años, que a duras penas mantiene los ojos abiertos. Llegaron después de un viaje agotador y no han visto ninguna noticia ni han oído nada sobre lo que está ocurriendo a pocos kilómetros de allí, al otro lado de la frontera.

Su plan es cruzar de forma ilegal junto al padre del bebé, que vive en el refugio masculino de al lado. "Estamos tan cerca que tenemos que intentarlo".

Muchas de las mujeres entrevistadas por The Guardian mantienen la esperanza, alentadas por las historias de familiares y amigos que en los últimos meses y años sí pudieron solicitar asilo. Exactamente los casos que la Administración de Trump dice que quiere cerrar.

"¿Tú qué harías?"
Esther Castro, de 21 años, viaja con su pequeña y ruidosa hija de dos años, no puede dejar de llorar por el agotamiento, la desesperación y un punzante dolor de espalda que no ha podido curarse por falta de dinero. Es madre soltera, vino de Michoacán y lleva gravemente deprimida desde que la violaron a los 17 años.

En las últimas semanas, recibió una avalancha de llamadas anónimas de personas que la amenazaban con violarla a ella y a su hija. Se asustó tanto que metió algunas cosas en la maleta y se fue. "Voy a contarles mi historia, como te dije, y voy a tener fe en Dios y en que nos dejarán pasar... Si tratan de llevarse a mi hija, regresaré, no lo permitiré".

De acuerdo con los expertos consultados, no está tan claro que pueda regresar. Probablemente, dependa de su nacionalidad, del punto en el que entró a Estados Unidos y de la disponibilidad de los centros de detención.

En un año normal, el refugio Madre Assunta acoge a unas 1.200 mujeres y niños. Pero en los primeros cinco meses de 2018, el número se ha disparado hasta 1.560. En un cambio radical con relación a 2017, este año cerca del 80% ha venido de México, en su mayor parte de los castigados estados de Guerrero y Michoacán. Allí los grupos armados controlan todo, desde los mercados de drogas hasta las granjas de aguacate. El resto de las residentes del refugio proviene en su mayoría de América Central, y unas pocas de países africanos como Sudán y la República Democrática del Congo.

Con casi 30.000 asesinatos, 2017 fue el año más violento registrado en México. En lo que va de 2018, la tasa de asesinatos ha aumentado un 20%. En la frontera, muchas prefieren arriesgarse a una posible separación en EEUU antes que la violencia garantizada de sus hogares.

A Mary Galván, una trabajadora social de Madre Assunta, le horroriza la nueva política de Estados Unidos y le enoja que el Gobierno mexicano no la condene de forma inequívoca. "[Trump] Es el anticristo. Pero ponte en el lugar de estas mujeres, imagínate que tienes que elegir entre quedarte en casa y ser asesinada, o cruzar la frontera y arriesgarte a que tus hijos sean encerrados en jaulas y tratados violentamente, pero con un poco de esperanza, ¿tú qué harías?".

En esta crónica se han cambiado los nombres de los que participaron para proteger su identidad.

Traducido por Francisco de Zárate

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