lunes, 25 de abril de 2016

Fiscales en apuros

Rebelión

Por Guido Eguigure

“Pobre del país
que ve la justicia hecha añicos
por la voluntad del rico
o por orden militar.”
Rubén Blades, Prohibido Olvidar

Una vez más el Grupo Teatral Memorias ha puesto en escena una excelente obra, con un montaje muy bien logrado, ya que además de mantener expectante al público, retrata con una gran dosis de realismo, ironía y talento los entresijos del poder, de la política y los políticos, y de la justicia, tal cual es en nuestro país en la actualidad.
Fiscales en Apuros, del autor francés Marcel Aymé (1902-1967), bajo la adaptación y dirección de Tito Ochoa y con un elenco de actores y actrices de la talla de Jean Navarro, José Luis Recinos, Oscar Quiróz, Inma López, Marey Álvarez y Fabricio Raudales, merece, nó solo nuestro aplauso y entusiasmo, sino la obligada reflexión sobre lo que actualmente ocurre en nuestro país. La obra es una historia de amor imposible entre un ciudadano común, atrapado en un dilema legal fuera de su control y una dama de alcurnia, cuyo romance transcurre en medio de una zaga de eventos que describe, de cuerpo entero, la realidad de la justicia, que no tiene nada que envidiarle a la Honduras de hoy, cuya población se ve sacudida frecuentemente en su conciencia por escándalos que la hacen perder su capacidad de asombro.
El cinismo y la ambición de la clase gobernante queda retratada de cuerpo entero en la obra de Aymé. Aunque fue escrita hace muchas décadas y referida al contexto francés de entonces, el parecido con nuestra realidad, no es pura coincidencia.
El director utiliza notables y variados recursos escénicos para llevar de la mano a la audiencia en la trama que muestra al desnudo, los vericuetos del poder, la desfachatada corrupción, la verdadera cara de la clase gobernante, la doble moral, la venta de conciencias al mejor postor, la farsa publicitada a través de los medios y las revistas de sociedad, la justicia que se tuerce ante la supremacía del dinero, el odio visceral hacia los pobres, el sicariato y la delincuencia armada, uniformada y con licencia, y; de telón de fondo, el dogma del neoliberalismo, la promesa del sueño capitalista: todos podemos ascender en la escala social, sólo necesitamos esforzarnos lo suficiente. Nada más falso, pero tan efectivo aún en el imaginario colectivo.
Utilizando técnicas de la comedia, del drama, incluso, del teatro callejero -que nos rememora al Rascaniguas- Tito Ochoa y su elenco, nos muestran cuan cruda es la realidad del poder en la Honduras actual. El manoseo de la política, el abuso del recurso de la violencia por quien tiene la función de prevenirla, de la seguridad manejada por el crimen, del aparato de justicia desnaturalizado, del derecho usado al revés, del legislativo favoreciendo al poder, en fin… Todo se muestra con tal realismo e ironía que el público vive la obra y en el ínterin, construye una identidad con los personajes. El performance consigue entonces una respuesta vigorosa de los espectadores. Por momentos se traduce en gritos, abucheos para los malos, aplausos, ovaciones, todo vinculado a esa omnipresente realidad que nos ofende demasiado: la del crímen gobernando Honduras.
Nuestro país no deja de sorprendernos. Los omnipresentes mass media martillan a diario el subconsciente colectivo. Espléndidamente lubricados con cientos de millones de lempiras que fluyen desde el poder cada año, vierten toneladas de basura en las mentes de la gente, que termina actuando contra su propio interés. En esa vía, algunos de los más notorios periodistas aspiran a entrar en la política,  y se ofrecen con maquiavélicas formas, al mejor postor. Sus ansias de participar en el despojo, los hacen estar dispuestos a cualquier cosa con tal de conseguir su parte del pastel. A cambio están preparados a convertir la más dura realidad en un etéreo sueño.
En la obra, la existencia transcurre de forma trivial y hasta grotesca. En las altas cumbres del poder, las cosas más importantes como la vida de las personas se decide con veleidad hasta por cosas banales, lo que resulta cruel y brutal. La frescura con que se envía a un inocente a la cárcel -que nos lleva irremediablemente a pensar en Kevin- es dura y salvaje, o la forma cómo se deciden los juicios -dependiendo no de qué tan bien habla el abogado, sino de quien es quien, cuánto tienes o, en que cumbre del poder te ubicas- son definitivamente los temas que determinan las discusiones y por supuesto, las decisiones finales que pueden llevar a la gloria, o al infierno, a quienes tienen la desgracia de ponerse en la mira de los poderosos.
Las relaciones carnales entre los protagonistas nos muestran otro aspecto que trasciende las tablas. La intimidad de las élites suele ser aún más aberrante y degenerada que como se muestra en las escenas. Los intercambios de parejas, el abuso de las drogas, la puesta de cuernos, el incesto, en fin, todo lo contrario a lo que nos acostumbran las satinadas -y escasas de seso- revistas de la sociedad hondureña. Hay quienes se deslumbran con ellas, pero deben tener en cuenta que hasta la porquería puede resplandecer con photoshop.
La búsqueda del amor vano y fatuo, puede llevar a cualquiera a renegar de sus valores y principios, si alguna vez los hubo. Aún más, la promesa de un amor encumbrado, de una carne blanca y unos ojos finos, pueden enajenar a quien sea que no tenga los pies en la tierra. Hay quienes pierden sus orígenes, sea por amor, o más seguro, por amor al dinero, como puerta al placer y al gozo. La vida política de nuestro país está plagada, en su historia moderna, de fidelidades y traiciones. Pero lo peor está aún por venir. Los camaleones y los lobos vestidos de oveja van transmutando a sus verdaderas caras con el sonido metálico que el titiritero mayor maneja. Sus aviesas intenciones son tan visibles y tan tenebrosas que muchos han preferido irse antes que quedarse a ver lo que nos viene.    
No es a propósito y menos por casualidad lo que ocurre en Honduras hoy. Cómo en la obra, existe un guión preestablecido con la escenografía, el sonido, los personajes y sus roles en todo detalle. La diferencia es que la tragedia hondureña se escribe con sangre y dolor todos los días. Los pobres son los que juegan el peor papel. Todos los días llenan los medios con sus trágicas historias que vuelven insensible a la gente, hasta que irremediablemente, le llega también su día. Como lo dijo Brecht, pero ya es demasiado tarde.
Pese a los nubarrones que ensombrecen el horizonte, a lo pesimista que puedan parecer los pronósticos y al trágico final que desde la trama del poder nos cuentan por todos los medios, no debemos perder ni la esperanza, ni la fe, ni el ánimo de continuar luchando por construir una verdadera Honduras. Porque es cierto también que existe otro guión, otros actores y otro final posible que depende en mayor medida de lo que estemos dispuestos a hacer por el cambio que este nuestro país requiere con urgencia. Lo contrario es el abismo. La paz y la vida son nuestro camino. Estamos convencidos de eso. 

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