Por Julio Escoto
El historiador autodidacta que fue don Rafael Elvir contaba sobre la ciudad de Tela y sus momentos nostálgicos: “Algunos desfiles fúnebres tenían su origen frente a la iglesia Anglicana y eran acompañados hasta el cementerio con banda, cuyos participantes, en mayoría, eran negros de Jamaica, Belice y Barbados, quizás los mismos de los conjuntos musicales del [salón] Palm Grove.
Era muy impresionante escuchar las marchas fúnebres para despedir a uno de los miembros de esa iglesia: todos vestidos de negro y púrpura, ataviadas de sombreros las damas y con simbólicas espadas los caballeros.
Con paso cadencioso al ritmo de la música y en perfecto alineamiento, el desfile se conducía a lo largo de la calle de Tela Nuevo hasta su destino; a su regreso la banda entonaba alegres melodías con un significado trascendente: el difunto gozaba ya de una vida de paz y gozo eternos”.
Y recuerdo la cita porque voy a dar sepultura en mis artículos a una materia que me ocupó buena tinta en los recientes 24 meses, el golpe de Estado.
Gracias a la gubernativa Comisión de la Verdad -a la que, insistí, debía escucharse y en lo oportuno felicitar o contradecir, sin malgastar energía en anticipadas condenaciones- y a pesar de sus dudosos criterios jurídicos, ya es obvio que proveyó un referente universal apto para emprender acciones legales contra los autores de aquel triste desaguisado. Sin pretenderlo le arrancó la impunidad a los protagonistas, les retiró la alfombra justificativa de la “sucesión presidencial”, los develó en su quintaesencia de traidores no solo del espíritu constitucionalista, sino de la legalidad. Ahora arribará la Comisión de Verdad, sustentada en reclamos populares, a aplicarles tiro de gracia. Sin más trueno y bombo que los de la condena pública; sin más música fúnebre que la de un eterno abucheo histórico, descansen sin paz.
Pero para cerrar ese capítulo debe por fuerza manifestarse la causa. Y la sustantiva es que el juicio moral que merecían los violadores ha sido expresado ya por una instancia internacional y que en delante solo los necios recurrirán a aquel torpe y capcioso argumento, sofista por demás.
Los fanáticos de la violencia contra las instituciones -sean conservadores, fundamentalistas de derecha o fascistas- ven caer su máscara y se revela cual son, inmorales. Pues la clave de la resistencia al golpe no es porque se apartó a un caudillo (Zelaya) para elevar otro (Micheletti), concepto mezquino, ni porque se remachó la dependencia con Estados Unidos (pues los gringos locales soportaron pero nunca quisieron a los golpistas, el tiempo reconocerá a Hugo Llorens como valiente y democrático) sino por motivación ética.
Haber violado la ley por satisfacer mezquinos intereses presidencialistas; defenestrar al propio partido político en ruin acto de Judas y haber construido toda una plataforma de engaño y mentira en conjunto con los poderes del Estado a fin de recobrar el mando y usufructuar sus beneficios, solo tiene parangón con acciones de delincuentes y salteadores de camino, que eso espiritualmente son.
El golpe fue un acto volitivamente inmoral y quienes participaron en él -civiles, militares y religiosos- fueron y son personas que evidentemente actuaron sin ética.
Mostrémosle desprecio a los fulanos de esa ralea. Y si los reencontramos un día, como personas educadas es probable que los saludemos pero deben leer de nuestros ojos lo que pensamos: el daño que su comportamiento provocó a la patria, sus mártires, sus muertos, sus golpeados, el vicio, el robo y la corrupción, son consecuencia de la inmoralidad que exhibieron.
Perdone el que quiera pero es injusto y cobarde olvidar. Celebramos pues sus muertes virtuales, son cadáveres para la historia, y el próximo informe de la Comisión de Verdad será clavo a la tapa. Luego llegará la justicia, la real, y entonces sí la banda entonará alegres melodías de reconciliación y paz.
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