domingo, 28 de agosto de 2011

Los dos capitalismos


Rebelión


Galapagos

El capital está desunido ante la crisis. Y se demuestra por la discusión de estos días abierta por el multimillonario Warren Buffett según el cual los ricos deberían pagar más impuestos. En la misma posición, en Italia, se ha colocado Rossi di Montelera (1), mientras en el lado opuesto Murdoch y, en Italia, Berlusconi no quieren ni oír hablar de impuestos sobre el patrimonio o sobre el capital o la riqueza; sólo aceptan la llamada “contribución solidaria”. En el espíritu de Berlusconi, la palabra solidaridad equivale a la limosna que los ricos entregan a los pobres, algo voluntario y revocable.

Hay una pugna dentro del capitalismo, no sólo ideológica: todos están convencidos de su superioridad, pero la viven de manera diferente y las diferencias están también influenciadas, en parte, por los ámbitos en los que operan los contendientes. Para Berlusconi y Murdoch el sistema productivo es la comunicación, en el que, entre otras cosas, no hay grandes problemas salariales pero sí de acopio de cerebros. A diferencia del caso de la persona que se enfrenta al mercado con productos que incorporan un producto social que se tiende a sustraer al trabajo. Quien consigue hacerlo más y mejor es un óptimo capitalista, pero cuando todos los capitalistas tienden a expropiar el trabajo es inevitable que estalle la crisis por la desproporción entre el exceso de capacidad productiva y la baja capacidad de consumo.

Sucedió en 2008, a pesar de que el detonante fue la burbuja financiera, y está pasando ahora, porque todos o la mayoría de recursos de los Estados los recursos han sido desviados al salvamento de las finanzas mismas. Es decir a la conservación de las relaciones de clase y no a la ayuda al empleo y los ingresos de aquellos que fueron expulsados ​​del sistema de producción. El número de desempleados, en EE.UU. como en Italia, es superior a la tasa oficial de desempleo.

En este contexto, con el fin de salvar el capitalismo hay personas que están dispuestas a compromisos como la introducción de la Tasa Tobin. La ideología no tiene nada que ver, lo que cuenta es ser pragmático. He aquí el impuesto sobre el patrimonio y la Tasa Tobin, que la izquierda propone en vano desde hace 40 años y que ahora tal vez imponga el eje París-Berlín. Pero, mucha atención: al volver la esquina de este redescubrimiento “reformista” de exaltación de la producción y de absoluta condena de la especulación financiera, es probable que se oculte una consecuencia fatal para el trabajo: un capitalismo progresista en lucha contra la especulación y que hace que los ricos paguen más impuestos, pero que somete el trabajo de modo que no discuta las opciones de inversión, el aumento de la productividad y la flexibilidad de un sistema salarial subordinado. Un retorno al capitalismo puro y duro, no sujeto a las sacudidas financieras.

Federico Caffè (2) escribió sobre la “soledad del reformista”, de su ridiculización por la opción por los pequeños pasos. El reformismo y los pequeños pasos en el corto plazo pueden estar bien, pero con una condición: no molestar al maquinista.

Notas del traductor:
(1) Una de las mayores fortunas de Italia y del mundo, aristócrata y ex propietario de Martini-Rossi, vendida a Bacardi en 1994 por 1.400 millones de dólares. 
(2) Economista y profesor italiano, ya fallecido, representante del reformismo keynesiano en el pensamiento económico italiano de posguerra. Fue columnista en Il Manifesto. 

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