sábado, 13 de agosto de 2011

Los comunicadores y la cultura


Vos el Soberano

Gustavo Zelaya

Buena parte de la cultura dominante, burguesa, neoliberal, postmoderna, se fundamenta en tres ideas fundamentales: la existencia de unos principios morales aplicados al trabajo que califican a la persona por su capacidad de integrarse a la comunidad gracias al trabajo productivo; una concepción de la familia nuclear como el lugar en donde se funda y reproduce la propiedad y las normas morales necesarias para el Estado; y la noción del derecho como el facultado para establecer leyes y códigos que regulen y mantengan casi inalterable la vida social. Todo ello es la garantía para la buena marcha de la sociedad y para que la persona valore su actividad dentro de los límites de la sociedad y según las funciones asignadas. Eso es lo que exige la cultura y el Estado burgués: que cada quien se mantenga dentro de los marcos establecidos. En esto contribuyen con gran eficacia los llamados formadores de opinión y los educadores en la escuela pública. En esa línea van también los que aspiran a que no se discuta sobre los problemas que aparecen en el campo de los comunicadores, por creer que se puede fomentar la división y se denigre a quienes han defendido a la Resistencia ya que el enemigo, dicen, está en otro lado.

En tal concepción es inaceptable que alguien violente los roles indicados; de tal manera que los sindicalistas sólo deben luchar por lo determinado en el código de trabajo y los profesores centrarse en la defensa del estatuto de su gremio. Sin embargo, acatar esa imposición del sistema significa renunciar a la libertad de debatir, organizarse y oponerse a ese orden social. Igualmente conduce a dejar los temas de la guerra, la política, la información, la economía, el gobierno, la educación, los derechos humanos y otros de importancia social en manos del experto, del técnico, del periodista, del caudillo, del dirigente, del comisario político; todos esos asuntos propios de la vida cotidiana y que nos afectan de distinta forma se convierten en compartimientos separados y conocidos por los especialistas. Hasta los temas divinos sólo pueden ser resueltos e interpretados a cabalidad por el pastor, el profeta o el cardemal. A los demás nos corresponde esperar la respuesta técnica, perfecta, inamovible, de esos iluminados que velan por nosotros y que se encargan de conducirnos por los enredijos de la vida.

La mayoría de los especialistas se encargan de enaltecer los elementos positivos del sistema y las dificultades y la crisis son expuestas como “oportunidades” para nuevas cosas… dentro del sistema, como el espacio para perfeccionar lo establecido sin transformarlo. Igual se sienten conformes con el sistema electoral o con la forma en que gobierna el continuador del golpe de estado. Todo ese afán de poner sus concepciones como si fueran verdaderas son un ejemplo de su desprecio por otras formas de vida y criterios acerca de las relaciones entre personas. Aquí, en nuestro país, tienen que haber muchos que piensan de ese modo y que suponen también que sus opiniones deben ser aceptadas y toleradas por todos.

Ni siquiera imaginan que su opinión apenas es una entre miles y que puede ser superada por otras. De esos expertos en asuntos públicos hay que cuidarnos en especial cuando se trata de religiosos, economistas, políticos, militares y periodistas. Aunque no tengamos muchas opciones hay alguna posibilidad de acudir a los llamados medios alternativos y de informarnos para fundamentar mejor las ideas. Se debe ser más culto, cuestión que no significa poseer lenguaje refinado ni popular, y ser teóricamente fuertes para enfrentar a cardenales arrogantes, políticos de discurso fácil, periodistas con ínfulas de estrellas de la comunicación, funcionarios prepotentes y todos esos peritos enfundados en vestimentas elegantes y en discursos vulgares que tienen como herramienta de “persuasión” al insulto y el altísimo volumen de sus gritos para aplastar a quien se oponga. Las herramientas críticas y que pueden utilizarse para tratar temas como los del papel del periodista y su trabajo como informador y formador de opinión no deben verse como ataques a las personas o a los medios sino como una forma de esclarecer en qué consiste, por ejemplo, el derecho a la información, a la réplica, la responsabilidad y la veracidad.

Pues bien, es probable que el instrumento principal para abordar esos temas sea el debate bien argumentado. Sobre todo por el listado de problemas propuesto por Dick Emanuelson, bastante extenso y complejo, sólo vean lo que enuncia: “¿Qué es una fuente fidedigna para el periodista? ¿Qué responsabilidad tiene el periodista y los jefes de un medio sobre la veracidad del tema tocado? ¿Cómo valoramos el derecho universal de “réplica” a un objetivo, persona, organismo sindicado, señalado y acusado por x motivo? ¿Hasta donde puede llegar una investigación y cómo elaboramos un texto, las palabras y las imágenes visuales en su publicación? ¿Podemos entregar datos al público como nombres, datos, relaciones personales sin tenerlas debidamente verificadas? ¿Qué significado tiene la dependencia de un medio a la publicidad cuando hacemos una investigación periodística sobre el cliente que coloca publicidad en el medio de comunicación? ¿Cuál es el comportamiento del periodista, y hablamos en este caso de los medios audiovisuales en el estudio y en relación a las personas que llaman o comentan diferentes temas en donde el periodista, en el estudio, no esta de acuerdo con el contenido de la llamada? ¿Debe el periodista “corregir” a las personas, tanto las que llaman o que son invitadas? ¿Cuál debe ser el lenguaje del periodista ante las cámaras o los micrófonos? ¿Tiene el periodista derecho de expresarse con palabras como “putas”, “es un hijo de puta”, “es maricón”, “es un indio penco”, etcétera? ¿Qué valor tiene la palabra “imparcial” en un medio?”

Y hay mucho más todavía como cuando se tilda al movimiento estudiantil de “despije” porque el periodista cree que es desorganizado o porque está cuestionando al gobernante y a su política educativa. Esos temas y otros que puedan derivarse podrían ser enfrentados discutiendo alrededor de dos nociones: el respeto y la tolerancia. Voy a tratar de exponer un punto de vista sobre esto, que quede claro, sólo es un criterio y tal vez sea bastante subjetivo de tal modo que otras personas puedan mejorarlo o rechazarlo.

Lo que está en cuestión no sólo es la dudosa tesis de que todas las opiniones deben ser respetadas o ser toleradas. Sino también la forma en que se expresan las ideas. Hay que tener presente que tolerar no es igual a anular las diferencias o que respetar opiniones no es aceptación de ellas. Toda la historia nacional es una demostración acerca del fracaso de un tipo de ideas políticas que nos han conducido a la dependencia, a la entrega del territorio, al atraso material y a la incultura general. Y ese tipo de ideas políticas dominantes han generado incluso la existencia de conductas serviles que muchos consideran naturales, normales. De tal modo que en la discusión pública se espera que exista respeto al adulto y que se muestren formas “civilizadas” en el debate. Así, nadie incomoda con su atrevimiento verbal y todas las opiniones son aceptables y serían aceptadas como verdaderas. Pero esas opiniones deben ser contrastadas con otras, conocer sus limitaciones, someterlas a crítica para tratar de conservar sus aspectos positivos y desechar lo insustancial. Es decir, todas las opiniones vertidas en cualquier medio, en cualquier foro de discusión están expuestas a la crítica para mejorarlas, no están para ser respetadas, sino para ser debatidas, renovadas, superadas. Lo único respetable en este asunto es la persona que expone ideas, pero no sus ideas. Sobre todo si tienen que ver con temas políticos, científicos y éticos.

Si el problema fuera respetar y tolerar todas las ideas, se corre el riesgo de convertirlas en asuntos de fe, en dogmas rígidos que deben ser aceptados porque sí. Viendo la experiencia nacional no hay forma de aceptar las ideas que justifiquen la violencia contra la mujer, la represión de la protesta popular, los golpes de estado, la injusticia, la tortura, el servilismo, la explotación del trabajo humano, la impunidad, el alquiler del territorio nacional, el despilfarro de los recursos naturales o las ideas racistas generadas por el neoliberalismo y el gobernante de turno. Ideas de ese tipo y que son parte esencial del capitalismo no pueden ser toleradas ni respetadas.

La constante práctica de las ideas que sirven de fundamento a las instituciones nacionales como el sistema de justicia, los partidos tradicionales, la religión y la estructura de gobierno no han hecho más que profundizar la corrupción, el deterioro del ambiente, la dependencia y la degradación moral de muchos hondureños. Y en esto han desempeñado un papel de primer orden los medios de comunicación y el sistema educativo, desde ellos se ha formado una especie de conciencia nacional conservadora, tradicionalista y dispuesta a la entrega al poderoso. Al menos así ha sido práctica histórica desde casi 1821. Toda esa fuerza de la tradición política formada en las ideas liberales no ha frenado el surgimiento de otras formas de conciencia individual y colectiva y de organizaciones populares que se han opuesto al atraso y al entreguismo de los grupos oligárquicos. Al respecto, al menos existen dos ejemplos notables de la capacidad de respuesta del pueblo contra la injusticia: la huelga bananera de 1954 y las luchas populares contra el golpe de estado del 2009.

En el espacio en donde hacen labor los comunicadores, en donde se discute y se dan a conocer opiniones, se ha creído que hay un poderío importante de los medios de comunicación y que ello ayuda a dinamizar el desarrollo social. Puede ser cierto. Pero también ha dado lugar a una cultura de la imagen y del entretenimiento que va creando imágenes visuales muy superficiales y con poca sustancia, ahí está el ejemplo del “Hombrón de la Televisión”, de la ”televisión educativa nacional”, de los “medios de prensa de la resistencia” o la creencia en la “objetividad” de la verdad que trasmiten los periodistas y científicos sociales. Desde esos medios y con esos íconos se producen invasiones en la privacidad y nos edifican repetidas ficciones que llegan a ser tan eficaces como la realidad física. Por ello es que los grupos económicos y políticos controlan la mayor parte de esos medios.

Incluso, el surgimiento de nuevos canales de televisión, de emisoras de radio, el despliegue de medios digitales y el Internet, fomentan la creencia de que hay una continua democratización y masificación de todas las comunicaciones, y muy poco se habla de su control en manos de unos cuantos capitalistas y gobiernos. En nuestro país sectores muy reducidos de empresarios, generalmente relacionados con los bancos y el capital gringo, conocen del valor estratégico de ese sector de la economía, saben que desde ahí se puede ir forjando la conciencia para hacer creer que el sistema social debe ser conservado para aprovechar sus bondades.

Con ayuda de esos medios y de la educación oficial nos han impuesto una noción de la política como la herramienta indispensable para lograr trabajo y acceso al tesoro nacional, la política vernácula que nos da prestigio a medida que estemos cerca del “líder” y que trabajemos en su proyecto. Así se supone que la política es sucia y que es un arte para engañar incautos. Si en verdad nos preocupamos por superar el atraso y la incultura, tendríamos que activar también por superar esa concepción tradicional de la política para ir construyendo “La Política” que ayude a ver a los demás como iguales y emprender la organización de espacios sociales más humanos.

Aquí es donde comunicadores y educadores deberían desempeñar roles importantes, fortaleciendo la lucha popular, indicando la necesidad de respetar las diferencias, generando discusión para tratar de encontrar consensos, pero sin olvidar que no son ellos los únicos formadores de opinión ni son los únicos portadores de la objetividad. Ese papel formador se complica cuando las prácticas del mercado también funcionan en el periodismo y en la educación, es cuando todo lo que ahí existe puede ser convertido en objeto de intercambio y es valorado por sus aspectos externos, por la brillantez de la vestimenta y se deja de lado sus contenidos hasta el punto de no interesar el argumento fundamentado sino la expresión bulliciosas y que dice algo al oído. Puros aspectos formales, superficiales, que llenan de luces el escenario y que oscurecen lo esencial.

Por eso es que se cuestiona a algunos educadores y periodistas supuestamente identificados con la Resistencia popular y por tal motivo es que debe insistirse en la formación política e ideológica que colabore en la búsqueda de la libertad, que ayude a rebatir los ataques de la oligarquía. Esa es una de las tareas necesarias que a veces se rehúye y que algunos la ven como de segundo orden. No se trata de teorizar como puro ejercicio mental sino de prepararse para efectuar prácticas y acciones más concientes. La capacidad de movilizar al pueblo y de ser teóricamente fuertes son elementos que ayudan a superar el atraso, la dependencia, la corrupción, la impunidad y la incultura que genera el capitalismo neoliberal.

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