Por Alberto Rojas Andrade
En Terror Sagrado (la transcripción de una conferencia), el destacado crítico literario Terry Eagleton no desea tratar el terror el por mayor a pesar de su pertinente cita del 11 de septiembre latinoamericano de Chile en 1973 (P.15) como ejemplo del mismo, prefiere adentrarse en el terror al menudeo el del santo o el mártir.
No obstante, como de pasada describe un árbol de familia tan trascendental como olvidado. Nos recuerda de entrada como la genealogía del adjetivo más empleado en los informativos de cualquier género en la actualidad (terrorista, terrorist, terroriste, etc.), es definitivamente burguesa (P.16), siendo utilizado el término primigeniamente por un contrarrevolucionario de la estirpe de Edmund Burke dos siglos atrás. Además de advertir que modernidad y terror van de la mano puesto que son hermanos, teniendo este parentesco un significado revelador de acuerdo al contexto en el cual lo menciona, aunque sin profundizar en ello (P.15).
Esto último no es poca cosa, si tenemos en cuenta que los planes de ajuste estructural tan en boga en el Tercer Mundo y ahora tomando al Primero, fueron justificados como una llegada a la modernidad, a una nueva, o a la posmodernidad dijeron otros.
Cuando inquiere sobre el ascendiente inmediato del terrorismo Eagleton arroja la verdad de un parentesco encriptado meticulosamente: “El terrorismo inicia su vida como terror de estado que por otro lado, es como ha continuado en su mayor parte” (P. 15).
Y como si fuese poseído por un furor anarquista sentencia que el terror no aparece “como una fanática conspiración secreta que golpea al estado, sino como una fanática conspiración secreta llamada estado” (P. 15). Un hijo no reconocido al vivo retrato del padre deja entrever.
También nos trae a la mente escenas cada vez más difundidas mediáticamente sobre las consecuencias de la obra de aquella parentela; al estado tan cercano al terror le es funcional la tecnología al ser óptima para matar a distancia, así “Como el poder está divorciado de la carne porque está separado del cuerpo, puede hacerle saltar por los aires sin demasiado reparo.” (P.19)
El distanciamiento de los humanos y la ciencia aplicada a fines prácticos (tecnología), respecto de lo social y sensible es cada vez más grande, pero no es un fenómeno nuevo:
“La tecnología y desde luego la sociedad, no es sino una extensión de nuestros cuerpos, pero siempre podemos extendernos más allá. Hasta llegar a ese punto en el que nuestra tecnología y nuestra sociedad ya no están con nuestros sentidos o con nuestro control instintivo, y de este modo ir más allá de nosotros mismos, sobrepasándonos en un movimiento que los antiguos griegos conocían como Hubris .” (P. 19)
Este concepto equivale a lo contemporáneamente tenido como incontrol de los deseos personales a la vez de desprecio a la individualidad de los demás; una particular arrogancia temeraria basada en la megalomanía, muy común y profunda en los actuales gobernantes occidentales.
Y regresando al nacimiento de la civilización occidental, el crítico manchesteriano nos advierte que ya ha habido terroristas reconocidos en la antigüedad: El dios griego Dionisio (Baco para los romanos) es un líder terrorista (P.20). Claro, deja tal calidad cuando es aceptado como deidad oficial pasando a ser meramente libertino o desviado, es decir terrorista legalizado, al por mayor; de lo profano a lo divino.
El juicio sobre la cultura estadounidense tiende a lo metafísico, siendo admonitorio y presentando una crítica del culto a la ambición, a la eternidad del ahora y el ensimismamiento:
“En general, no se da cuenta de que, como cualquier orden simbólico que no preserve su unidad con la realidad del fracaso, la finitud y la negatividad, no podrá jamás existir de forma duradera, no podrá sostenerse.” (P.21)
Eagleton no se detiene allí y va en pos de uno de los pilares de aquella cultura con una analogía:
“… para los protestantes nada es inherente en sí mismo, sino que lo es únicamente por decreto arbitrario, por voluntad de dios, mientras que para la tradición católica dominante las cosas si tienen sentido y valor en sí mismas. El mundo no está despoblado absolutamente de valor inherente”. (P. 22)
Si bien no intenta hablar de terrorismo en el sentido político, Eagleton incursiona en este terreno refiriéndose al poder. Declara que somos gobernados con base en una serie de tradiciones y usos, los cuales curiosamente implican un olvido otorgante de eso llamado legitimidad:
“La legitimidad es, en realidad, longevidad: si uno lleva mucho tiempo en el poder, se puede olvidar de sus orígenes.” (P.31) El poder siempre está determinado por la memoria humana que se desvanece (Ibídem), y la cual al mismo tiempo recobra corporeidad más a menudo de lo que los gobernantes quisieran.
El autor retorna al inicio de su disertación y ve el terror como forma de dominación última una vez los recuerdos de los orígenes de los gobernantes regresan en situaciones de extrema inconformidad a ser de dominio colectivo (P.37), como puede ser lo que acontece por estos días en el Reino Unido, Oriente Medio y otros lugares agitados.
Sin embargo, Eagleton insiste en aludir expresamente al terror al menudeo pero magnificado de aquellos sufrientes del terror al por mayor, es decir, el de quienes padecen el pánico global ejercido en otros lugares del mundo por potencias imperiales como la británica, unidas en esa noción más geográfica que cultural denominada Occidente, del cual dice:
“… parece no poder discernir una imagen de su propio rostro monstruoso, en la furia encolerizada que está a sus puertas, y ve como esa furia es, entre otras cosas, sus propias acciones en forma ajena. Por el momento occidente sólo es capaz de sentir terror pero no piedad.” (P.37)
El antídoto a esta insania vívidamente descrita, es uno mencionado repetidamente de manera cada vez más altisonante por gentes de todas las latitudes:
“… la única cura para el terror es la justicia, y el terror surge cuando la legitimidad se desmorona .” (P.37)
La legitimidad para Eagleton, podríamos resumir, se derrumba cuando las injusticias cíclicamente profundizadas nos conducen al origen espurio de los gobernantes ocultado por el tiempo.
Al final el autor de El Sentido de la Vida, tomando al terrorista prototipo del medio de comunicación omnipresente, expone su intención inicial de dar tintes metafísicos al terrorista por la vía del nihilismo, o del ‘artista demente’ (lo cual puede ser una redundancia); el terrorista más conocido en la vulgata planetaria sería un artista Avant Garde. (P.39). Es decir, un artista que intenta incomprendidamente hacer un borrón y cuenta nueva de la realidad socialmente establecida. No obstante, esta es construida como una compleja telaraña de conjeturas al decir de Jenofantes de Colofón, y por tanto es sabido, que dicha realidad social sólo puede ser transformada comunitariamente por muchos artefactos que se hagan explotar.
En consecuencia el terrorismo expuesto comúnmente es de hecho político por sus implicaciones, resultado de una desesperación respecto a la política como habitualmente la conocemos (P.49). Esa desesperación es la de aquel que nada tiene que perder (Ibídem), y sin embargo, favorece a quienes si pueden perder su inicuo bienestar en desmedro de los más, al crear pretextos a la mengua de los derechos arduamente conquistados durante siglos.
Desde el principio Eagleton menciona que Occidente ha expresado abiertamente su necesidad de tener constantes enemigos: “Si los soviets han desaparecido nos quedan los musulmanes” (P. 18). ¿Cómo aterrorizar a los enemigos internos? Lo metafísico puede ser aquí el disciplinamiento mediante el temor al diferente sustituyendo la curiosidad por saber de él.
La contraportada del volumen complutense hace un certero compendio de lo que puede inferirse de la conferencia: El terrorismo se presenta cuando las condiciones sociales permiten exponer la ilegitimidad del estado y este apela a la libertad absoluta que se atribuye para defenderse de quienes le cuestionan creando un imperio del terror que sirva de guardián de los estados. A pesar de su expresa intención contraria, Eagleton nos ha llevado a esta percepción directamente en conexión con lo político.
Con mayor detalle de conformidad con la amplia erudición del autor, Terror Santo tampoco busca ser un estudio sobre el Terrorismo, sino situar específicamente la idea en un punto metafísico. Desde allí afirma que “el terror nace como una idea religiosa” y hoy día continúa siendo así (Pag.14), a diferencia de su afirmación en el Terror Sagrado de que fue Edmund Burke quien introdujo el terror como concepto político.
Lo metafísico del terror viene sustentado de boca del grupo más renombrado en occidente acerca de este tema. Eagleton toma por confesión proclamas del protagonista absoluto del tema: “Una declaración de Al Qaeda advertía diciendo: <
Al finalizar el ensayo Eagleton lanza una sentencia que parece dirigida a los sumos sacerdotes de la escuela económica de Chicago, causando desgracias en el sur desde hace décadas y ya llegando al norte: “La nociòn absoluta de libertad llevada hasta el lìmite, lleva implícita una fòrmula de terror que se vuelve contra la finitud de la carne en el acto mismo de tratar de servirla.” (P.135) ¿Hilamos muy delgado si vemos una relación contemporánea entre el libre mercado y el terror? ¿Existe algo metafísico allí, desembocando a la vez en lo social?
Tanto la conferencia como el ensayo de Eagleton reseñados, a pesar de su intención declarada de dedicarse a lo metafísico, conducen inevitablemente a lo sensible de la realidad y su directa relación con el poder, un efecto no deseado por aquel, pero del cual nos beneficiamos al ser explorado ingeniosamente.
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