viernes, 7 de septiembre de 2012

Soy parte de una generación que vivió en medio de la violencia revolucionaria


Rebelión

Por Mario Hernández

La cosa sería entre asesinar y no asesinar. Eso es lo que se juega en la historia. 
 La muerte nunca puede ser utilizada como un símbolo. Me refiero, por ejemplo, a la figura de Aramburu. 
 Allí se comenzaron a usar las categorías del enemigo. El hecho llevó a que todo el espectro político-social resistente estuviera marcado desde los que dan la muerte. 
 El terror fue una respuesta contra la rebeldía social: también ellos tenían miedo. 
 “Diálogo con León Rozitchner: Violencia y Contraviolencia” en Diálogos de Vicente Zito Lema 

Mario Hernandez (MH): Buenos días Doctor Honoris Causa. Estoy en la radio, no tan bien como vos que gracias a nosotros tuviste el privilegio de desayunar en la cama, compartiendo el aire con Héctor Freire y Fernando Krichmar, realizador de “Seré millones”, una película documental que aborda el robo al BANADE en enero de 1972, el denominado “robo del siglo” ya que fueron casi U$S 10.000.000. ¿Lo recordás?

Vicente Zito Lema (VZL): Tengo muy buena memoria.

MH: Ese dinero sirvió, entre otras cosas, para financiar la fuga del penal de Trelew, meses después, lugar al que volviste al cumplirse 40 años de la masacre.

VZL: Fue la primera vez en que los familiares de las víctimas se pudieron reunir. Es muy complejo entender por qué hasta ese momento nunca lo habían hecho, pero así son las cosas, la vida está llena de complejidades, de angustias, de situaciones, no descubro nada nuevo diciendo esto.

Fue un momento inolvidable para mí ver a tantos familiares reunidos en una mesa. Se consiguió un quincho, cerca de la playa Unión, en Rawson, y ahí todos los familiares juntos, alegres y llorando, esas cosas tan latinas nuestras, compartiendo un pedazo de pan y carne, se pudo hacer una especie de recordación viva donde cada uno trajo sus recuerdos, sus angustias y alegrías, todo lleno de una honestidad gigantesca y una necesidad de tocarle la cara al otro, de verse en sus ojos.

Es muy difícil para mí, por más que trabajo tantos años con las palabras, poder recordar y transmitir esa mesa de la playa en Rawson, rodeado de casi 40 o más familiares de los compañeros masacrados en Trelew.

También debo decir y ruego que se entienda que no lo hago por darme importancia, soy casi uno de los pocos que por edad y haber conocido a los compañeros, los familiares podían como sentir que yo representaba algo y entonces me hicieron parte de esa misma ceremonia y recibí un cariño gigantesco que quedará para siempre en mi recuerdo.

MH: Quería conversar sobre Diálogos, tu último libro editado por Topía, aunque sea brevemente.

Dentro de 2 semanas vamos a recordar a León Rozitchner al cumplirse un año de su desaparición física, no intelectual, con tu participación, la de Enrique Carpintero y James Petras.

Te decía que quería referirme a Diálogos. Encuentro con Jacobo Fijman, Enrique Pichon Rivière, Fernando Ulloa y León Rozitchner, particularmente, como empezamos recordando el 22 de agosto de 1972, sobre León, con quien abordás el tema de la violencia y la contraviolencia.

El texto me dejó una sensación que te la manifesté por email y ahora aprovecho para preguntártelo al aire. Si bien hay una especie de recreación intelectual, me llamó poderosamente la atención la posición de Rozitchner en relación a la violencia porque me hizo recordar, en alguna medida, a “la teoría de los dos demonios”. Fue un tema que me impactó mucho de la lectura de tu libro.

VZL: Es muy fuerte lo que decís y me quedo pensando mientras vos estás hablando. Es una situación compleja. Quiero aclarar que todo lo que pongo en boca de León, doy fe de honor, es cierto. Es un diálogo pero León ya no está y entonces queda en nuestra buena fe interpretar sus palabras.

Doy fe pública que todo lo que dice León en el diálogo es lo que ha dicho. Es obvio que cuando hay un escritor que trabaja con personajes puede ser que a veces cambie alguna cosa porque todo lo que pasa por uno siempre queda marcado por una subjetividad. En este caso la situación era, diría yo, traumática, porque soy parte de una generación que tuvo que vivir en el medio de la violencia revolucionaria. Es muy complejo recordar todo como fue, pero en el momento concreto que se da el diálogo con León debo decir que pensaba tal como queda en el libro. Este es un punto de partida como límite. Lo que dice León es lo que pensó.

También es un momento concreto de su vida, lo que no quita, como diría Spinoza, ese filósofo del que tanto se nutrió León y yo también, que en tanto acto de un sujeto implica el pensamiento en un momento dado de su vida, lo cual no quita que en otro haya pensado o actuado desde otras coordenadas, desde otras dimensiones políticas y psicológicas diferentes. Cuando se da el diálogo es lo que realmente él piensa y si lo digo en relación al conjunto de los pensamientos que le he escuchado, diría que León no siempre pensó como lo hizo en ese momento.

Por más que yo sea un escritor, no puedo en la especificidad concreta de lo que estamos hablando decir que lo que dice León es lo que pensaba siempre, que es el resumen de su pensamiento. Para eso hay que recorrer su obra, pero estoy absolutamente convencido que en los últimos años de su vida pensaba tal como aparece en el diálogo.

Ese es el León Rozitchner de los últimos años y no quita, porque lo conocí bien, que en otros años haya tenido un pensamiento, diría yo, no tan drástico, no tan dramático, no tan angustiante en relación a la violencia.

En sus últimos años, y cuesta explicarlo, León que tenía una formación marxista muy estricta, deja la categoría divisoria de aguas que es la lucha de clases para entrar, pienso yo, en una división más de tipo idealista, poniendo en un lado el bien absoluto y del otro al mal absoluto, más bien de tipo espiritual.

Por eso es la complejidad que trae este último León Rozitchner que sentía que la muerte en sí misma era algo tan absolutamente negativo, una especie de dialéctica de la negación, que no entendía que en pos del bien o de una revolución, para decirlo menos filosóficamente y más claro, alguien que quiere practicarla, incluso un oprimido que sufre toda la indignidad de la opresión, practicara la violencia. El sentía que en la violencia estaba el mal civilizatorio, que había que trasponer la opresión sin quedar marcado, confundido, con la manera violenta que se ejerce el dominio por parte de las clases dominantes.

Lo digo con respeto, pero me viene como metáfora directa León convertido en un león que quiere comer nada más que el pasto.

MH: Un León hervíboro.

VZL: Esa es la palabra que no me animaba a decir. Es lo que siento, por supuesto, con una dignidad propia de un pensador de su tamaño.

Nuestros héroes de Trelew no querían la violencia

MH: Ultimamente siempre que te entrevisto armás unos líos bárbaros, la última vez fue con Haroldo Conti.

VZL: Somos parte de una generación muy compleja y no es tan simple. Justamente en el acto más grande por Trelew, Hilda, la compañera de uno de los héroes, dijo algo que puede ser importante. Trato de transmitirlo: ‘va a ser siempre difícil que la gente entienda que nuestros héroes de Trelew no querían la violencia, pero tuvieron en un momento histórico, ellos que no eran violentos, que practicarla para que no siguiera destruyéndonos’.

Esa es la gran angustia existencial. Seres, y me incluyo porque fuimos una generación, que amábamos la vida, obligados en su defensa a practicar la violencia porque sino la vida no es, se termina en las manos estranguladoras de los que tienen el poder histórico, económico, cultural, que tienen el dominio sobre nuestras vidas. La vida de una mayoría de la sociedad se va convirtiendo diariamente en muerte.

La pregunta de fondo sería: ¿Transitar por los caminos de la muerte para llegar al bien, la vida y la libertad, es posible? Cada una tendrá que plantarse frente a un espejo y contestar de buena fe. Yo me planto frente al espejo de la historia, humildemente, sin representar a nadie, hablando desde lo hondo de mí y creo que no había otra manera de enfrentar a la dictadura militar de la época sino desde la forma en que buena parte de nuestra generación lo hizo. ¿Nos guiaba la violencia? No, nos guiaba la vida y hubo que vencer en nuestro interior esa misma violencia que, por supuesto, no es en sí misma buena pero en pos de un sentido reivindicativo profundo de la existencia humana fue un instrumento que hubo que practicar, con un dolor gigantesco, porque el que crea que nuestra generación gozó con la violencia, sinceramente no comprendió nada de esa generación ni de la historia.

Tampoco vamos a pensar que aquí hubo dos demonios. Hubo uno solo y una generación que lo enfrentó y tuvo que usar todo lo que la historia puso a su alcance para enfrentarlo.

La muerte de cualquier ser humano siguió siendo el dolor de aquéllos que amamos la vida. Es una contradicción profundísima, casi imposible de resolver desde la palabra, pero no dudo que desde el profundo fondo del corazón humano nuestra generación no se sintió agobiada por practicar la violencia, sino que lo hizo sabiendo que se iba hacia la alegría profunda de la libertad humana que es mucho más que la violencia. Es el sujeto en acción en toda la potencia de la vida.

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