“Aquí estamos 3.000 obreros de Colombia para notificarle a la Tropical que hemos resuelto no seguir siendo esclavos”.
Raúl Eduardo Mahecha en una manifestación popular en Barrancabermeja, década de 1920.
A finales de la década de 1910 en una zona del Magdalena Medio, en inmediaciones donde hoy se encuentra la ciudad de Barrancabermeja, se estableció un enclave petrolero por parte de la empresa estadounidense Tropical Oil Company, una filial de la Standard Oil Company del magnate Rockefeller. Tras la llegada de esa empresa a la región, se produjo una transformación total del espacio y de la sociedad donde se implantó la economía de enclave, la cual necesitaba de un gran contingente de trabajadores asalariados.
Al ritmo vertiginoso del capital, con su nueva “racionalidad” económica y productiva, con su aceleración del tiempo y su contracción del espacio, en Barrancabermeja se transformaron la vida de hombres y mujeres y los paisajes naturales. Se desmontó selva, se abrieron trochas de penetración, se talaron árboles para construir campamentos y viviendas, se perforaron pozos, se construyeron carreteras y tramos férreos, se empalmaron líneas telegráficas y telefónicas, se erigieron cercas y mallas metálicas y se construyeron oleoductos. Todo eso era inusitado para el tiempo y el espacio agrícola y precapitalista que hasta entonces había dominado la región. Lo que no fuera funcional a ese ruidoso capitalismo, tanto desde el punto de vista humano como espacial, tenía que desaparecer (allí ya no tenían cabida, por supuesto, los campesinos y menos los indígenas Yariguíes). La transformación territorial estuvo marcada desde un comienzo por la impronta del petróleo.
La represión ocupaba un puesto central y singular en ese dispositivo espacial. En la década de 1920 se articularon no uno sino tres cuarteles de policía (nacional, departamental y local) y luego uno para el Ejército. Esos espacios estaban subordinados a la actividad central del enclave (extracción y procesamiento del crudo), para que la fuerza policial velara por su adecuado funcionamiento y mediante el control militar se mantuviera a la población a raya, literalmente hablando en este caso, y sometida a las nuevas imposiciones sociales y económicas tendientes a controlar a la fuerza de trabajo y asegurar su venta permanente a la compañía. Era tan importante la policía para la empresa, que ésta no dudó ni un instante en proporcionarle las habitaciones para que se albergaran los primeros contingentes, así como también le prestó un local como sede del telégrafo.
En términos espaciales se configuraron dos hábitats urbanos antagónicos: de un lado, la ciudad de la Troco (El Centro) donde se erigió un tipo de vivienda, típica de algunos lugares de los Estados Unidos, con construcciones amplias y aireadas, con hospital y servicios públicos adecuados. Este era el llamado barrio “Staff” donde vivían los técnicos y administradores extranjeros, que incluso hoy un siglo después nos asombra por sus comodidades: “El barrio Staff semejaba una bucólica aldea poblada de pequeñas y atractivas villas, como manufacturadas en serie. En la colonia más elevada y dominando el panorama se construyó la Casa Loma, hacia 1928, con destino a la residencia del gerente general de la Tropical. Con planos originales y con una típica arquitectura colonial norteamericana, la casa se edificó con amplio vestíbulo, circundantes pasillos y espléndidas habitaciones dotadas de muebles importados que aún conserva. La sala, el comedor y el porche forman un hermoso conjunto que la hace saltar a la vista como un fino retrato de mansión palaciega”[1].
Al lado del barrio Staff, fueron apareciendo otros barrios, que en 1928 agrupaban a unos 4.000 trabajadores, la mayor concentración de proletariado de todo el país. Estos trabajadores habitaban en rústicos campamentos, con pésimas condiciones higiénicas y sanitarias, y soportando todo tipo de enfermedades tropicales.
Además, estaba la cabecera municipal, el antiguo Puerto Santander, transformada en un gran poblado y luego en una ciudad, caracterizada por el hacinamiento, casuchas de madera, sin servicios públicos, plagada de enfermedades, como signo material de una notable división entre la “barranca estadounidense” y la “barranca colombiana”. Las dos ciudades estaban separadas por una impenetrable alambrada que impedía el paso de los colombianos hacia al lado donde estaba la Troco, una frontera que separaba a Colombia de Gringolandia.
Desde un comienzo la compañía actuó bajo el criterio de separarse espacial y socialmente de todo aquello que fuera colombiano, en la cabecera municipal construyendo campamentos y en las zonas rurales fundando caseríos. Esos terrenos eran para uso exclusivo de la compañía y estaban vedados para quienes no formaran parte de ella. Con la malla se ejercía una violencia física y simbólica y se segregaba a los colombianos, puesto que se convirtió en protección para los residentes extranjeros y en cárcel para los trabajadores nacionales. Tenía connotaciones militares, al estar protegida por celadores de la compañía adentro en la ciudad gringa y afuera por la policía nacional, que controlaba la vía de acceso a las instalaciones de la Troco. Lo mismo se puede decir de la “Armada Nacional” que circulaba por el río y luego del ejército que se ubicó en una óptima posición para proteger los pozos y los tanques. Las dos ciudades eran distintas y entre ambas, a manera de protección, se encontraba un colchón de seguridad, proporcionado por el Estado colombiano para defender a la compañía estadounidense y para impedir que los colombianos penetraran en la zona vedada.
La separación espacial era una clara muestra de la segregación social entre los estadounidenses y los colombianos como se experimentaba en el ferrocarril de la Troco, en el que estaba dispuesto un vagón especial, con todas las comodidades para los estadounidenses; otro para los oficinistas, los capataces y sus familias; otro para los familiares de los obreros casados; y el último para los obreros solteros que viajaban en “cuarta categoría”, en vagones destartalados y sin asientos, en los que se amontonaban al lado de los materiales de construcción.
Formación de los trabajadores petroleros
El naciente proletariado petrolero tuvo un origen geográfico, social y étnico muy diverso. En términos sociales, la mayor parte de los trabajadores colombianos era de origen campesino. Muchos de ellos eran pequeños colonos y minifundistas, sin ninguna experiencia laboral como trabajadores asalariados, y fueron atraídos por la leyenda que empezó a circular en varios sitios del país sobre la bonanza económica que producía el oro negro y los altos salarios que ofrecía la Troco. En cuanto a lo geográfico se refiere, provenían de distintos lugares del país, preferentemente de las empobrecidas montañas antioqueñas, las sábanas de Bolívar y la Costa Atlántica, así como de las zonas circundantes de Santander y de otros lugares del interior del país.
En lo relacionado a la configuración étnica de los primeros núcleos obreros, sobresalieron las influencias afrocampesinas, puesto que gran parte de los emigrantes provenían de las sábanas de Bolívar, Sucre y Córdoba y otras regiones de la costa atlántica. Como estos pobladores era el producto de una mezcla racial de varios siglos entre “blancos”, indígenas y negros, lo que en realidad se estaba reproduciendo en Barrancabermeja era la cultura triétnica, tan importante para determinar lo propio de los habitantes del bajo y medio Magdalena. No por azar, los primeros contingentes de trabajadores de la Tropical, aquellos que abrían trocha eran de color oscuro, por su probada resistencia y fortaleza para asumir las duras labores de descuajar monte a punta de machete. Estos macheteros se cuentan entre los primeros afiliados de la Unión Obrera, desde su fundación en 1923, por el influjo que tendrían dos personajes, vinculados social y étnicamente con ellos, Raúl Eduardo Mahecha y Escolástico Álvarez, ambos coparticipes en la organización inicial de los trabajadores petroleros en la región de Barrancabermeja. No sobra recordar que a Mahecha le decían familiarmente el “negro” Escolástico Álvarez era, efectivamente, un personaje con rasgos faciales negros.
Del exterior también llegaron trabajadores, pues la Troco enganchó obreros calificados de origen caribeño y antillano, conocidos con el apelativo de Yumecas, negros fuertes y resistentes que habían demostrado su capacidad de trabajo en empresas y enclaves de banano, azúcar y otros productos. Paradójicamente, los yumecas fueron considerados por los trabajadores colombianos como parte de la elite de la empresa, que los incorporó como personal fijo y los “alojó” en instalaciones muy superiores a los campamentos miserables y desvencijados en los que residían los obreros colombianos. Los yumecas tenían una ventaja con respecto a los trabajadores colombianos, puesto que hablaban inglés y tenían experiencia en trabajos similares en otros enclaves del Caribe (tal como el del Canal de Panamá), lo cual les permitía relacionarse de manera más fácil y directa con los capataces, administradores e ingenieros de la Tropical.
Como resultado de diversas influencias étnicas, Barrancabermeja se convirtió desde la década de 1920 en un crisol cultural, como lo registró pocos años después el escritor y poeta Tomas Vargas Osorio: “Japoneses menudos y avellanados; chinos reverentes y humildes; gringos con camisas de kaki fuerte y botas ferradas; alemanes de cabeza rasurada, blancos y rollizos; negros de Cuba, mulatos de la costa, hombres de Antioquia y de Santander con sus camisas blancas de seda y su andar ligero y vivo”[2].
El naciente proletariado petrolero se desempeñaba en disímiles actividades, empezando por las relativas a la extracción (perforación y sondeo de los pozos) y procesamiento del crudo, que en un comienzo eran realizadas por trabajadores calificados de Estados Unidos o por algunos yumecas pero que luego fueron efectuadas por obreros colombianos. La configuración productiva del enclave precisaba de un variado número de actividades, en las que también se formó el proletariado de la región. El desmonte de selva, la construcción de carreteras, tramos férreos, instalaciones de la compañía, campamentos y el tendido de un oleoducto de más de 500 kilómetros hasta la Costa Atlántica fueron algunas de las actividades desempeñadas por los primeros trabajadores. Junto a estas se desarrollaron otras labores complementarias, como las realizadas en Barrancabermeja, donde existía un grupo dedicado a cocinar, lavar, limpiar los campamentos y habitaciones de la compañía, que configuraron un heterogéneo grupo de trabajadores asalariados, formado por hombres vinculados a la empresa, ya que las mujeres trabajadoras se desempeñaban, algunas por su cuenta y riesgo, en las actividades de cocinar, atender sitios de fritanga, limpiar los hoteles, labores que se llevaban a cabo en la cabecera municipal. Estas labores eran complementarias al trabajo masculino en los campos petroleros y se originaron por la implantación del enclave en la región.
Desde un principio, la Troco se preocupó por no vincular a los trabajadores de manera indefinida para evitar conflictos sindicales y para impedir que los obreros colombianos adquirieran conocimientos especializados sobre la industria petrolera. Por estas razones, en los primeros años del enclave existía una población flotante, de trabajadores y de otras personas, que iba tras una ganancia rápida que le permitiera regresar luego a sus lugares de origen, tal como era el caso de comerciantes y prostitutas. Sobre esta población flotante se tejió toda una leyenda negativa, como lo expresaba un policía de Barrancabermeja, que pedía mano dura contra esos indeseables que merodeaban en el puerto: “La apreciación pública es que hay cerca de 3000 personas que imponen constante preocupación, las cuales precisa expulsar paulatinamente, siendo conveniente establecer en seguida una oficina autorizadora de inmigrantes ante certificados honorables si conviene o no su arribo al lugar. […] Con 80 o 100 policías… tanto aquí como en las Infantas se puede garantizar que en 90 días queda saneada la comarca. Si no se hace con severidad y rigor lo que deje anotado más tarde será difícil debido al crecimiento que hay de gente extraña todos los días, perversa en parte considerable”[3].
A pesar de la afluencia masiva de gentes hacia Barrancabermeja, existían momentos en que a la compañía le faltaban brazos para trabajar. Cuando esto acontecía, se recurría al sistema de enganche, encargando a los capataces para que salieran a buscar trabajadores en otras zonas del país. Los enganchadores vinculaban a los trabajadores prometiéndoles lo divino y lo humano, aunque cuando los nuevos obreros llegaban se decepcionaran muy rápido al ver que las promesas no coincidían con la realidad. Y esto por varias razones. Primero, las condiciones climáticas y ambientales eran muy difíciles, en un medio dominado por un clima cálido, tropical húmedo, con una temperatura promedio de 35 grados centígrados, en un medio asolado por multitud de mosquitos que producían enfermedades como el paludismo y la fiebre amarilla.
Segundo, no existía un adecuado aprovisionamiento de agua potable para el consumo humano, pues no había plantas de tratamiento ni acueducto. Por eso, proliferaban enfermedades estomacales, como la disentería y la gastroenteritis, lo que se complementaba con la mala de los alimentos y las condiciones antihigiénicas en que se preparaban y suministraban.
Tercero, las condiciones de trabajo tampoco eran atractivas, ya que los obreros laboraban en extensas jornadas de 10 y 12 horas, de lunes a sábado, recibían una pésima alimentación y eran alojados en campamentos inadecuados, sin ningún tipo de servicio sanitario ni de protección que impidiera la entrada de mosquitos. Además, recibían muy mal trato por parte de los capataces, nacionales y extranjeros.
Tanto los rigores del trabajo como las enfermedades tropicales minaban la salud de los obreros y la empresa no mostraba ningún interés en reponer su integridad física. Por ello, en principio no dispuso la construcción de un hospital o un centro de salud adecuada para ellos, sino un sitio desvencijado y mal atendido, aunque sí tenía uno de primera categoría para el personal estadounidense.
Fundación de la Sociedad Unión Obrera
En vista de las condiciones laborales y de vida imperantes en el enclave, las protestas de los trabajadores no se hicieron esperar. En un principio fueron espontáneas, individuales y desorganizadas. Las quejas se referían al pésimo estado de los campamentos, las continuas enfermedades, la inexistencia de hospital, la mala calidad de la alimentación y al mal trato a que eran sometidos los trabajadores colombianos por los capataces, en su gran mayoría coterráneos. Algunas de esas quejas se hicieron oír tímidamente fuera del marco de la Troco y de los límites de Barrancabermeja, porque fueron conocidas por personas que visitaban la región o difundidas por la prensa nacional. A pesar de todas esas dificultades, el 10 de febrero de 1923 fue fundado en la clandestinidad La Unión Obrera o la Unión Obreros, los nombres originarios de la Unión Sindical Obrera (USO). Antes de describir este hecho, miremos las razones que explican la aparición de una organización sindical en el seno del enclave petrolero de Barrancabermeja.
Su fundación debe ser relacionada con razones objetivas y subjetivas, que confluyeron en ese momento y la hicieron posible. Entre los factores objetivos se encontraban las pésimas condiciones materiales de vida y de trabajo que tenían que soportar los trabajadores (jornadas extenuantes, pésima alimentación, falta de hospitales y servicios médicos), las cuales fueron evidentes desde el mismo momento de llegada de la Tropical Oil Company al Magdalena Medio en 1916.
Junto a las difíciles condiciones materiales en que se fueron formando los trabajadores asalariados en el enclave petrolero de la Tropical, deben destacarse los factores subjetivos que hacen posible la constitución de una embrionaria conciencia de clase, la cual sólo se adquiere y se consolida mediante la lucha contra la explotación y la opresión. Desde los primeros momentos de implantación del enclave se fue gestando un sentimiento de dignidad y de justicia por parte de los trabajadores. Desde 1916, en virtud de “los abusos que han cometido las autoridades colombianas de aquel lugar para complacer a los Empresarios, y que éstos recompensan por medio de sobresueldos”, “un grupo de honorables vecinos, inspirándose en sentimientos de humanidad y patriotismo, fundaron un periódico manuscrito, para censurar aquellos funestos procedimientos, a la vez que impulsar la prosperidad de su tierra”[4]. Este periódico hecho enteramente a mano, del cual solo se alcanzó a publicar un número, era una muestra de la dignidad que asumieron importantes sectores de trabajadores y de inmigrantes relacionados directamente con ellos. Ese periódico llevaba como nombre “El dedo en el ojo del” y se presentaba como un Semanario de Intereses Generales, trayendo además la ciudad y la fecha: Barrancabermeja, octubre 15 de 1916. Escrito a dos columnas y a mano, como muestra de las difíciles condiciones allí imperantes, donde era obvio que no debía existir nada que hiciera posible la publicación de un periódico “normal” (tipografías o cosas parecidas), era un indicador de un sentimiento nacionalista y antiimperialista.
Como una muestra de lo que iba a venir en los años posteriores, debido a la intolerancia de la Tropical a cualquier intento de organización de los trabajadores, “dicha hoja, fundada con fines tan laudables y nobles, no tuvo larga duración, porque tan pronto como apareció el primer número, se prohibió la publicación y circulación por medio de un Decreto dictado por el inspector y Corregidor. Tal medida fue puesta en práctica tan solo porque en el mencionado papel hay un sueldo (sic) tendiente a censurar la conducta de los Americanos”[5].
Desde luego, en la zona de Barrancabermeja incidieron los cambios políticos que se presentaron en el país después de 1918, con la oleada de huelgas y de luchas sociales, que se expresaron en la fundación del Partido Socialista en Bogotá, organización que adquirió una notable fuerza en las riberas del río Magdalena, donde se empezó a escuchar una prédica social en la que se hablaba de terminar con la clerical y retardataria hegemonía conservadora.
En 1921 llegaron a Barrancabermeja Carlos Avendaño y Teodoro Lozano, enviados por el Comité Regional Socialista de Antioquia. Ellos intentaron organizar una marcha para el primero de mayo de ese año, exigiendo como primera reivindicación la destitución de un odiado capataz de la Troco, Rafael Ariza, medida que fue respaldada por los trabajadores. La respuesta de la Compañía fue negativa, argumentando que los delegados de los trabajadores no eran empleados de la empresa. En respuesta se intentó organizar un paro, que fue reprimido y los socialistas fueron expulsados de Barrancabermeja.
Durante los primeros años, cuando las condiciones de organización, movilización y lucha de los trabajadores eran muy complicadas, la empresa y las autoridades locales optaron por la represión y la persecución de cualquier intento de protesta adelantado en la región. Se recurría a las fuerzas policiales para expulsar a las personas que protestaban catalogándolos como sujetos malsanos e indeseables. Así, en agosto de 1922, Martiniano Valbuena, Comisario de Policía, procedió a desterrar a José Calixto Mesa, por haber intentado organizar una huelga contra la Troco, “determinando la pena de expulsión por el término de seis meses del territorio santandereano adyacente a las laderas del Magdalena y sobre el cual tiene jurisdicción esta Comisaría”[6]. Esto hizo parte de una serie de protestas en 1921 y 1922, lo que produjo pánico tanto a la empresa como a la policía nacional, el servicio de seguridad de la Troco, que registraba con temor la llegada de “elementos socialistas”, y las proclamas en las que se convocaba a la resistencia obrera contra los desmanes de la empresa y se anunciaba una próxima huelga.
En 1922 se presentó un cambio significativo en las condiciones de organización y de lucha de los trabajadores petroleros, cuando llegó a la región el curtido líder obrero y popular Raúl Eduardo Mahecha, con experiencia combativa en diversos lugares del país, en especial en los puertos del río Magdalena. En septiembre de ese año, Mahecha se instaló como un inquilino más en una de las atiborradas casas de la población, ofreciendo sus servicios como abogado para solucionar todo tipo de pleitos. Inmediatamente, inició un trabajo de organización en la zona de colonización, desde donde influyó en las cuadrillas de perforación de la Troco. Mahecha empezó organizando a los campesinos, para lo cual fundó una tienda, administrada por Jesús Piedrahita,
en la cual los colonos compraban a bajo costo los artículos de primera necesidad. Estos campesinos fueron afiliados a una organización que Mahecha denominó La Sociedad Unión Obrera o Sociedad Unión Obreros o simplemente Unión Obrera. Aunque todas estas actividades eran clandestinas, la Tropical las descubrió y valiéndose del recién llegado comisario de policía Martiniano Valbuena, desalojó con violencia a Jesús Piedrahita y decomisó los alimentos de la tienda.
El 10 de febrero de 1923, en la clandestinidad se reunió la primera junta directiva de la Unión Obrera, a orillas de la quebrada La Putana. Entre las personas que se encontraban ese día estaban los dirigentes socialistas Manuel Francisco Hernández, José María Blanco, Pedro Sosa, Dionisio Vera, Juan F. Moreno, Víctor Pájaro, Alfredo Campos y Rozo Carrascal, quienes declararon fundada la Sociedad Unión Obrera y distribuyeron los cargos directivos. El primer presidente de la Sociedad Unión Obreros, su denominación original, fue E. Sánchez Sanmiguel y como Secretario General fue escogido Raúl Eduardo Mahecha. Pese a que este último sólo fue designado presidente hasta 1924, era el nervio de la embrionaria organización de trabajadores, su promotor y constructor. Para posibilitar el funcionamiento del naciente sindicato se aprobó una cuota de 10 centavos por afiliado, la cual empezó a ser cancelada por una importante cantidad de trabajadores, a pesar de que representaba un gran porcentaje de su salario. Según información de prensa, en 1923 el sindicato ya contaba con más de 400 colonos y 1.500 afiliados, y un año después la cifra de afiliados llegaba a los 3.000.
Con respecto a la fundación de la USO, es necesario hacer dos clarificaciones, con referencia a la fecha en que por primera vez se reunió el sindicato y al nombre utilizado. En cuanto a la fecha, reiteramos que el 10 de febrero de 1923 fue fundada la USO y no el 12 de febrero de ese año y tampoco ninguna otra fecha de 1922. La duda queda zanjada de una vez por todas con el breve documento, que más adelante citamos en su totalidad, que constituye la primera referencia de la Unión Obrera o de la Unión Obreros, en donde se dice: “La junta Directiva UNION OBREROS de esta localidad… en su sección (sic) inaugural del 10 del Pte….”. No hay duda alguna, el documento fue emitido el 12 de febrero, pero la reunión clandestina inaugural se llevó a cabo el día 10 de febrero de 1923.
En cuanto al nombre utilizado para denominar a la organización, es pertinente indicar que se empleó no uno, sino por lo menos tres, a saber: Unión Obrera, Unión de Obreros y Unión Obreros. Estas tres denominaciones aparecen en el documento que abajo citamos. Hasta ahora se había dicho que el nombre inicial era el de Unión Obrera, tomando como fuente una afirmación de Ignacio Torres Giraldo, historiador de las gestas populares de comienzos del siglo XX, que después casi todos los historiadores han repetido. La referencia original de este autor dice así: “Pero ya el 12 de febrero de 1923 se había creado la ‘Unión Obrera’ de Barrancabermeja que habría de conducir grandes batallas por la soberanía nacional y los derechos de los trabajadores”[7]. Por nuestra parte, hemos tenido la fortuna de encontrar unos documentos de 1923 en los que queda claro que el primer nombre que empleó, lo que luego se llamaría la USO, no fue el de Unión Obrera sino Unión Obreros. Podría pensarse que es un error tipográfico, pero cuando en dos documentos de 1923 y 1924 aparece este nombre se disipan las dudas. En efecto, la comunicación original dice así:
“UNIÓN OBRERA
(PRESIDENCIA)
Barrancabermeja, Febrero 12 de 1923
Señor
Presidente del Consejo Municipal HH. Consejales (sic)
E. S. D
La junta directiva UNIÓN OBREROS de esta localidad, que me honro en presidir en su sección (sic) inaugural del 10 del Pte, aprobó la siguiente proposición: La Junta directiva al iniciar sus labores en pró del obrerismo de este Municipio, se permite saludar atenta y respetuosamente a las Autoridades de la República y al Honorable Consejo Municipal, esperando obtener los sagrados derechos de protección, apoyo y garantías para la UNIÓN de OBREROS. Dios guarde a ustedes”[8].
No hay duda de la originalidad del documento, pues aparece a máquina, con la fecha del 12 de febrero de 1923 y con las firmas de Sanmiguel y Mahecha. Debe ser un documento originario del Concejo de Barrancabermeja, aunque no lo localizamos allí cuando visitamos ese archivo a mediados de 2005.
Un documento posterior, de octubre de 1924, confirma que se usaba con más frecuencia el nombre Sociedad Unión Obreros. El documento en mención está dirigido al Gerente de la Tropical Oil Co. y constituye el Pliego de Peticiones de aquel año, el cual, en vista del rechazo de la empresa, originó la primera huelga petrolera en Barrancabermeja. El encabezado de ese documento, escrito a máquina, dice así en su parte superior: “REPUBLICA DE COLOMBIA/ Departamento de Santander/ SOCIEDAD UNION OBREROS/ PRESIDENCIA/ BARRANCABERMEJA”. Y el texto se inicia de la siguiente manera: “Tengo el gusto de transcribir a usted, la proposición aprobada por unanimidad de votos de la Junta Directiva de la Sociedad Unión Obreros de esta localidad, en su sesión del cuatro del presente mes y año, para los fines del caso”[9].
De tal manera que una de las primeras denominaciones del sindicato fue la de Unión Obreros, apelativo que de manera directa daba a entender el sentido de la recién creada organización: era una unión de obreros establecida para luchar contra el pulpo imperialista de la Tropical Oil Company, como se verá en su primera prueba de fuego en 1924, cuando organizó la primera huelga de los trabajadores petroleros en Colombia.
Comunicación oficial donde la Unión Obrera anuncia su constitución el 10 de febrero de 1923
NOTAS
[1] Miguel Ángel Santiago Reyes, Crónica de la Concesión de Mares, Empresa Colombiana de Petróleos, Bogotá, 1986, p. 57.
[2] Tomas Vargas Osorio, “La ciudad junto al río”, en Tomas Vargas Osorio y Segundo Algevis, Santander, alma y paisaje, Editorial UNAB, Bucaramanga, 2001, pp. 41-44.
[3] Informe de Policía, 1922, Archivo General de la Nación, Fondo Ministerio de Gobierno, Sección Primera, Tomo 899, fs. 440-441
[4] Comunicación de Carlos Neira al Ministro de Obras Públicas, Bogotá, diciembre 9 de 1916, en Archivo General de la Nación, Ministerio de Minas y Energía. Serie Minas, Transferencia 2, Tropical Oil Company, f. 197.
[5] Ibid., f. 197.
[6] Archivo General de la Nación, Fondo Ministerio de Gobierno, Sección Cuarta, Tomo 156, f. 493.
[7] I. Torres Giraldo, Los Inconformes. Historia de la Rebeldía de las masas en Colomba, Tomo 4, Editorial Latina, Bogotá, 1978, p. 724.
[8]. Carta al Concejo Municipal, Barrancabermeja, febrero 12 de 1923, Archivo USO, Carpeta No. 45, Concejo Municipal Barrancabermeja, 1922-1923, 1930/33, 1948.
[9] Carta de la Sociedad Unión Obreros al Gerente de la Tropical Oil Co., Barrancabermeja, octubre 5 de 1924, en Archivo USO, Carpeta No. 45 Consejo Municipal Barrancabermeja, 1922-1923, 1930/33, 1948. (Énfasis nuestro).
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