Por Ricardo Salgado
Quizá el punto en el que todos los hondureños podemos estar de acuerdo es que, después de casi doscientos años de la independencia de España, nuestro país es uno de los puntos extremos de pobreza y atraso en Latinoamérica. Sin importar la posición política o ideológica en que nos encontremos, la realidad expresa con crudeza la miseria que impera, con el agravante de que la llamada “clase media” experimenta desde hace varios años, un “impulso” hacia la línea de pobreza, lo que hace difícil prever un cambio cualitativo positivo en el país, a pesar de la abundancia en que vive un reducido sector de la sociedad.
Naturalmente, con el pasar de los años hemos ido siguiendo un proceso de descontextualización de este problema; unos porque entienden como buena su propia situación, y otros que son orillados a aceptar porciones de la práctica cotidiana como producto de la fatalidad “desteorizada” de su realidad diaria. En general, es más fácil asimilar la realidad como un divorcio sistemático de la práctica, que integrar ambas para plantear los problemas centrales del país. A los ciudadanos seguramente nos vendría bien que se nos planteara en “blanco y negro” toda la subjetividad y la objetividad detrás de la disputa por el asunto del modelo económico, la relación que este tiene con la democracia y, en especial, con nuestras vidas.
Diremos que el país que tenemos es en sí mismo una prueba irrefutable de que lo que se ha hecho hasta ahora no está bien, que nos ha llevado por el camino del fracaso. Este no es un postulado antojadizo, aun aquellos que amasan inmensas fortunas saben que este país se encuentra sumido en una crisis material profunda, y que insistir en la aplicación de dosis letales de este modelo solo puede precipitar un desenlace de fatales e incalculables consecuencias. Como no soy experto en las materias que hacen falta para explicar la mecánica del neoliberalismo, se me ha ocurrido hacer un ejercicio en el que planteo una forma, para que los teóricos nos expliquen esto que todos deberíamos conocer de algún modo.
Antes de desarrollar esta idea debemos convenir que la pobreza de la que hablamos no radica en la capacidad del país o sus pobladores para generar riqueza; ni entendemos a esta última en su forma de acumulación incontrolada de capital. Luego diremos que el modelo neoliberal es la fase mas reciente de capitalismo, que no niega la naturaleza de esta formación social, pero que multiplica las posibilidades de recrear las condiciones que el mismo necesita para existir.
Este modelo, ya se encontraba en su etapa de estudio a finales de la década del sesenta del siglo anterior, pero se propone su aplicación mundial a principios de la década de los ochenta, con la llegada de Ronald Reagan a la presidencia de los Estados Unidos y Margaret Thatcher en Inglaterra, y se propagaría durante toda la década en todo el mundo. En esencia no se puede sostener que el modelo en si está destinado a producir la pobreza, ni que es obra de la maldad de algunos. En su naturaleza, este modelo apunta a concentrar enormes cantidades de riqueza, reducir el tamaño del Estado, y eliminar cualquier control que regule las relaciones en el mercado. Así se trata de maximizar la función esencial del capitalismo; acumular.
Este es un hecho concreto del que, según sus defensores, se alcanza la capacidad máxima de los individuos y de la sociedad en su conjunto de progresar y sostener el desarrollo material. El modelo en si, no toma en consideración ni las desigualdades (que no son un asunto ideológico) existentes en las relaciones que se dan en la producción (entre individuos dueños de capital y trabajadores dueños de fuerza de trabajo), ni las asimetrías que existen entre países ricos e industrializados, y pobres con poca capacidad de producción.
Frente a la carencia de un enfoque directo que involucre el desarrollo de los individuos y las naciones menos desarrolladas, los teóricos del neoliberalismo apuestan a lo que se conoce como “Teoría del derrame”, en la que hacen la analogía de un vaso en el que se ira acumulando la riqueza, hasta el punto de sobrepasar su capacidad, momento en que las riquezas se “derramaran” sobre aquellos mas vulnerables. En la práctica, se evidencio que el “vaso” crecía al menos al mismo rito que la riqueza que iba acumulando, por lo que el rebalse de la riqueza que se acumulaba, finalmente no se produciría.
La analogía del vaso ilustra la manera en que en la medida en que se acumula riqueza en un espacio cerrado (muchos preferimos llamarlo “en pocas manos”), los que esperan el famoso derrame, van aumentando no solo en número sino en carencias. Aunque la globalización en las comunicaciones, producida por el desarrollo tecnológico, permite la aceleración e intensificación de la actividad de los mercados, su influencia y sus efectos no se producen de igual manera en todos los países.
En general, países como Honduras, no superan sus condiciones de atraso, aunque si se incrementa drásticamente la pobreza de la población. Además, debido a la partición del mercado (se espera que cada segmento del mismo proporcione lo que le es “natural”), nuestro país alcanza virtualmente el máximo desarrollo de sus medios de producción, ya que se restringe a la venta de materias primas, o productos de bajo valor agregado. El mercado no necesita computadoras hondureñas, ni vehículos, ni software; requiere postres, metales en bruto (como en el caso del oro que sale en forma de broza del país, por lo que el Estado recibe regalías, y no participa de las ventajosas fluctuaciones del valor del metal precioso en el mercado bursátil), o ropa (sector en el cual se compite con gigantes, lo que produce la depresión en los beneficios derivados de los puestos de trabajo que genera).
Además de que la condición necesaria para que funcione la ficción de las exportaciones es que las mismas sean masivas (grandes extensiones de tierra fértil del país son dedicadas a producir para la exportación), se vulneran sensiblemente sectores estratégicos de la nación, como la soberanía alimentaria. Sumaremos a esto el tipo de relaciones de producción que se producen en el proceso de producción para exportación. De ellas, la maquila es la única que produce condiciones contractuales claras (lo que define bien el asunto central de la jornada de trabajo, por ejemplo). Las demás se dan en ámbitos poco controlados, y van desde condiciones cuasi feudales, hasta intensas relaciones mercantiles de oferta y demanda, todo ellos dentro de un denominador común: la sobre explotación de la fuerza de trabajo.
El planteamiento sistémico es claro, producir intensivamente lo que compra el mercado, e invertir lo menos posible en el proceso. Hasta aquí podemos percibir que, aunque cumple con la lógica del modo de producción capitalista, el modelo aumenta las carencia y multiplica los necesitados, al tiempo que genera constantemente nuevos problemas, que surgen a medida el proceso de producir va haciéndose menos dependiente de la fuerza de trabajo, y entra en etapa de tratar la misma como una mercancía secundaria. En términos reales, la cantidad de beneficiarios de la actividad productiva son cada vez menos.
La dinámica del modelo tiende también a limitar las posibilidades de la iniciativa privada, pues los medios para producir fuera del patrón designado (exportación, y venta de bienes y servicios básicamente) son escasos y existen múltiples barreras para diversificar la producción. Un productor de frijoles, por ejemplo, tiene menos posibilidades de conseguir financiamiento, o tecnología para mejorar su productividad, que un inversionista de melones, de camarones o de café. Al mismo tiempo, con los mercados abiertos, los productores nacionales tienen que enfrentarse a la competencia de productos de otros mercados de costos menores. La consecuencia directa de este comportamiento es la reducción de inversión de capital en productos básicos, o nuevos emprendimientos, con lo que se limita la creación de fuentes de trabajo.
De este mismo comportamiento sistémico, la inversión en la modernización del país se hace cada vez menos atractiva para los empresarios ya existentes, quienes se mueven cada vez con mayor celeridad a la comodidad que brinda la especulación financiera, de bajo riego, innecesaria productividad y alta volatilidad. De este modo, los inversionistas locales van insertándose cada vez mas en la actividad alrededor del trabajo del Estado, cuya capacidad es el corazón de la seguridad del patrimonio de quienes mas tienen, consolidando una clase especial, acumuladora de privilegios extremos, a la que llamamos normalmente “oligarquía”.
Vemos pues que el modelo neoliberal, no por obra de la acción maligna de una mano “invisible”, tiende no solo a concentrar riqueza y poder en pocas manos, sino que además limita o nulifica la capacidad creadora de la inversión privada en sectores que no son de interés a los mercados. Así podemos notar que en nuestro país no se desarrolla tecnología; se compra. La cultura tampoco es una prioridad, esa es producida y globalizada desde otros centros de dominación, y la educación esta sujeta a las necesidades del mercado, no a los intereses de la sociedad. La salud se puede vender y comprar. Las reglas del mercado marcan todos los sectores vitales para la existencia de la sociedad.
Como es razonable, no debemos asumir que este es un proceso súbito, ni que la resolución de los problemas que genera se dará mediante decretos. Este modelo ha seguido una ruta a lo largo de muchos años, y sus efectos están presentes en todos los ámbitos de la actividad humana. Más allá de la economía, alcanza a condicionar incluso la conducta individual y colectiva, al tiempo que marca el comportamiento aun de las instituciones más conservadoras, como las iglesias o las fuerzas armadas.
Debemos tener presente que la posición ideológica del sistema a esta altura se mueve en la dirección de decirle a las mayorías que la ideología no es buena, y que es mejor ser “neutro”; lo que importa es producir, y producir buenos indicadores; su ideología tiene su punto fuerte precisamente en la descalificación de la misma. Esto es razonable para su punto de vista, en la sustracción de la discusión ideológica se fortalece la enajenación, al tiempo que esta última es fundamental para neutralizar la primera. En palabras mas sencillas, conocedor de su tendencia a aumentar la desigualdad (de nuevo no en abstracto, la gente que vive con un dólar al día, es real), el modelo debe desarticular las capacidades de discernimiento de quienes son víctimas de sus resultados.
También vale la pena tener en consideración que las condiciones de dependencia que se han desarrollado históricamente en Honduras, especialmente a lo largo del siglo XX, se han acentuado. De este modo, al consenso de Washington, que sirve para imponer las reglas del juego económico a las naciones pobres América Latina, se sumó el conocido como Consenso de Santiago que buscaba formas de atenuar el “vértigo” que producen las relaciones económicas en países pobres. Incluso se ha tenido que recurrir a categorizaciones de los países por su capacidad de inserción en la dinámica del modelo (o salir de él), como es el caso de los Países Pobres Altamente Endeudados que se encuentran atrapados en un círculo vicioso de deudas (interna y externa) impagables, e interminables.
Dentro de la mecánica sistémica, las sociedades más frágiles son también las más proclives a recibir los impactos más duros de las crisis globales, y, en contraposición, aquellas que buscan opciones paralelas al modelo para crecer logran una posición más favorable para sortear las dificultades. En otras palabras, las evidencias nos muestran que los países con posiciones anti sistémicos son más fuertes no solo frente al sube y baja de los mercados, sino que tienden a consolidar su institucionalidad.
Es preciso que abramos un debate sobre este tema, entendiendo que el mismo es el eje central de los problemas que debemos solucionar si hemos de cambiar a Honduras para bien de las mayorías; hoy dejar de lado el tema, es imperdonable. Mientras más debate tengamos, y más gente se involucre, más posible es que saquemos de su lógica anticomunista a los creadores del fantasma implantado en nuestras mentes desde hace casi un siglo.
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