jueves, 8 de junio de 2017

Aporofobia, el rechazo al pobre, emocionalmente placentero



Por Francisco Muñoz Gutiérrez

A miles de kilómetros de mapamundi, allá por Brasil, el pasado 9 de mayo, tuvo lugar un acto en la Universidad Nacional de Rosario promovido por la Cátedra del Agua, un departamento de la Facultad de Ciencias Sociales, coordinado por el prof. Anibal Faccendi, para llevar a cabo una Declaración sobre la ilegalidad de la pobreza. 
Mientras acá, por España, recién emergía por las librerías un libro singular de 196 páginas sobre un concepto con estirpe etimológica del más puro ancestro griego; “Aporofobia, el rechazo al pobre”. Concepto acuñado por Adela Cortina en los años 90, y que ahora presenta en sociedad en 2017 con el sugerente subtítulo de “Un desafío para la democracia.” 
La editorial que lo publica es Planeta, cosa que tiene su interés en un libro de pobres para; ¿académicos? ... ¿intelectuales? ¿políticos ilustrados? ... Lo digo porque la duda nace en el mismo acto de la compra dado que los 20 euros del precio son ya dolosos incluso para los obispos creyentes de la Santa Madre Iglesia habituales especialistas en pobres y pobrezas. 
A partir de ahí el libro es extraño porque su índice se asemeja más a una experiencia de cinemática popular de rebote de una piedra lanzada tangencialmente sobre la superficie del agua y que finalmente en el capítulo 7 se sumerge para diluirse en las profundas oscuridades del capítulo octavo. Sin más. 
Pero si su final es sumamente volatil, su preludio y cima son, sin embargo, sumamente interesantes, aunque de cocina rápida y aliñado con exceso de intelectualidades que no terminan de recalar en suelo firme; porque la primera cuestión que surge es si el título no obedece más a una operación de marketing editorial, que a un ensayo sobre materias tan dispersas como la “neuroeconomía”, la “pirámide de Abraham Maslow”, o la “biomejora moral”. 
Pocos pobres leerán tan especial ensayo, y bastantes menos podrán entenderlo ya que su forma y desarrollo parece que más bien responde a compendiar un marco académico sobre el problema fundamental de toda la civilización occidental, y por ende, de toda la humanidad; la pobreza. Cosa que no es poco, y que tiene gran mérito, ya que ofrece al lector una visión trascendente de la principal, y más profunda, anomalía de nuestro paradigma cultural –y de pensamiento–, acuñado por sedimentos ancestrales de emociones silvestres. 
Adela nos muestra en el capítulo sexto del libro que “es imprescindible modificar también las emociones, que son las que están ligadas a la motivación.” Una observación trascendente toda vez que, tal y como muestra la autora, las últimas tendencias científicas revelan que “nuestras disposiciones morales tienen una base biológica, que son las emociones, y que están estrechamente ligadas a la motivación.” 
Es decir; que las mismísimas “tablas de Moises” tienen base biológica; que ni siquiera son un producto cultural. Y esto lo afirman las conclusiones técnico–científicas de las llamadas neurociencias. 
A Galileo lo condenaron en 1633 por separar ciencia y teología. No sabemos qué pasará con las neurociencias en el siglo XXI por presentar la Ley Moral divina como una secreción emocional de base biológica. Algo próximo a una exudación neuronal que la autora de libro califica de “Biomejora moral”. 
Pero de ser cierta esta tesis, la revolución que comporta dejará al racionalismo científico de Galileo reducido a una mera anécdota en la historia de las ideas que emergen de los distintos procesos de ilustración vividos en Occidente. 
Para empezar, la propuesta de Adela Cortina toca con gran “chispazo” la charca de la conciencia y la reputación para recabar en la observación de Maquiavelo cuando recordaba al príncipe que «todos ven lo que pareces, pocos palpan lo que eres», toda vez que la tesis de Adela Cortina defiende, junto con Nietzsche y Mounier que “saber movilizar las emociones es la clave del éxito.” 
“Nuestro tiempo –afirma Adela–, es el de las reputaciones, no el de las conciencias” (pág, 95). Pero las reputaciones obedecen a códigos parroquiales de carga emocional donde la moralidad “une y ciega” (pág. 118). Sin embargo la autora reconoce más adelante que; “frente al mundo antiguo y medieval, la clave del mundo moderno es el individuo con sus derechos” (pág. 138), siendo que lo justo debe tener primacía sobre lo bueno (pág, 140). 
Y es justo en esta deontología “de lo justo” donde entra en juego el Estado democrático de Derecho cuando la autora recala en las conocidas tesis de John Rawls por las que la sociedad está obligada a garantizar a todos sus ciudadanos unos mínimos materiales además de la protección de unos derechos y libertades incuestionables. 
Ya en el territorio de John Rawls recapitulamos un poquito y vemos cómo Adela Cortina se aleja definitivamente de la anomalía de las emociones y plantea en el capítulo séptimo del libro la disyuntiva del deber de la justicia contra la obligación de la beneficencia en la sociedad del intercambio. Se trata de una senda encrespada y afilada con profundos acantilados que la autora recorre con el piolet de Amartya Sen y su idea de la pobreza como falta de libertad. “Somos –asegura la autora–, un híbrido de autonomía y vulnerabilidad” (pág. 131). 
En su alpinismo académico Adela Cortina maneja con destreza las polainas de la falta de libertad asociada a la desigualdad para enfilar la cuestión de la pobreza como un problema de dignidad dado que; “la desigualdad es relevante por motivos de equidad y justicia social” (pág. 143). Una conclusión poco novedosa a estas alturas del siglo XXI. 
Conclusión clásica que Adela Cortina envuelve en el celofán académico de un híbrido integrador de dos especies históricamente antagónicas (el bien y el mal), que ata en una difusa convicción darwinista que sumerge en las profundas oscuridades de la caverna platónica cuando dice: “las personas son híbridos del homo oeconomícus y del homo reciprocans, el hombre que sabe cooperar, distinguir entre quienes violan los contratos y quienes los cumplen, castigar a los primeros y premiar a los segundos” (pág. 148). 
El libro de Adela Cortina es todo un Titanic literario que termina hundiéndose cargado de tesoros intelectuales. Realmente merece la pena leerlo y abrir todos sus armarios, pero no desde la perspectiva de pobre, o amigo de los pobres, toda vez que la pobreza no es una patología económica, sino un síntoma de nuestra profunda y ancestral patología emocional que condiciona íntimamente nuestra racionalidad. 
¿Acaso nuestra fiesta nacional taurina no es un catecismo de emociones que nos adoctrina constantemente sobre cómo la astucia “inteligente” (el torero) maneja a su antojo (arte) la fuerza bruta (vitalidad) de las nobles criaturas sin astucia ni mala voluntad (el toro)? 
¿Acaso el torero no es el “modelo” que reproduce la incuestionable racionalidad de “el empresario” en el manejo a su libre antojo (arte gestor) de la fuerza bruta (producción) del ganado vitalista de las fuerza productiva (los pobres asalariados)? 
Lo que el libro de Adela muestra es la imposibilidad de abolir la pobreza dentro del actual paradigma racional, toda vez que la igualdad carece de fundamentos emocionales suficientes como para si quiera enfrentarse contra el torrente de emociones que continuamente se vuelca sobre la “lógica” de la sociedad actual a través de las películas de “acción” y terror; los videojuegos; los telediarios; las fiestas populares; etc, etc, y donde continuamente se embadurna a todo ser humano con todas las emociones que genera la desigualdad. 

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