sábado, 17 de junio de 2017

Revolución pasiva. Usos y abusos en América Latina del concepto gramsciano



Por Massimo Modonesi

El de revolución pasiva es uno de los conceptos más relevantes y, al mismo tiempo, complejos y problemáticos del arsenal conceptual forjado por Gramsci en la cárcel. En las siguientes páginas, en aras de buscar claves de lectura que esclarezcan y asienten su sentido, trataremos de ordenar los usos, abusos y olvidos de que fue objeto en América Latina.
A pesar de que un tratamiento a profundidad requeriría analizar el conjunto de la recepción de la obra de Gramsci en América Latina para discernir con precisión el lugar del concepto, en este trabajo me limitaré a registrar puntualmente los usos de la noción de revolución pasiva y tratar de ordenarlos en función de algunos criterios de distinción 1 .
Criterios relativos a cinco dimensiones: los países de origen de los autores; el contexto histórico – desde los años ’70 a la actualidad; una utilización sistemática versus una tangencial u ocasional; la colocación disciplinar en el eje historia-ciencia política-análisis político; un uso temático en relación con procesos de diferente naturaleza, en particular dictaduras militares y/o gobiernos populistas.
Entrecruzaremos estos criterios colocando en el centro el último ya que nos interesa, en clave interpretativa, poner en evidencia el uso del concepto al análisis de los fenómenos que en América Latina fueron nombrados nacional-populares y/o populistas y fueron objeto de un debate trascendental y fundacional del pensamiento social y político latinoamericano.
Un debate con profundas implicaciones político-estratégicas y que todavía está en curso, tanto respecto a relecturas del pasado como de interpretación de fenómenos recientes y en curso (Svampa, 2016) y que puede ser, a mi parecer, enriquecido en clave gramsciana haciendo referencia al concepto de revolución pasiva (y de sus correlatos de cesarismo y transformismo), en tanto pone en evidencia la tensión entre procesos de reformas modernizadoras y dinámicas de pasivización o subalternización así como las determinadas y cambiantes combinaciones de rasgos progresivos y regresivos que los caracterizan, marcan sus transformaciones internas y los distinguen entre sí (Modonesi 2012, 2015 y 2016).
Con esta preocupación de fondo, para fines de claridad expositiva, siguiendo un criterio geográfico y cronológico, estructuraremos este capítulo partiendo de la revisión de los usos del concepto por parte de los más destacados e influyentes gramscianos latinoamericanos entre los años ’70 y ’80 para posteriormente registrar las utilizaciones más recientes y trazar algunas consideraciones de balance sobre el estado de la cuestión.
Latencia del concepto de revolución pasiva en los “gramscianos argentinos”
A contramano de lo que se pudiera esperar, no se encuentra un uso sistemático y desarrollado del concepto de revolución pasiva ni una aplicación al análisis de los procesos históricos latinoamericanos por parte de los llamados “gramscianos argentinos” (Burgos, 2004), en particular en la obra de José Aricó y Juan Carlos Portantiero, los dos autores más representativos e influyentes del grupo de Pasado y Presente surgido en Córdoba a inicio de los años ’60.
Empezaremos con Portantiero porque el propio Aricó, en un sucinto balance de los usos del concepto, le atribuye un desarrollo importan- te en esta dirección. Sin embargo, como intentaremos demostrar, se trata más de una valoración o una recuperación general que de una utilización específica, la cual queda simplemente esbozada en algunos pasajes de su obra y es ausente o aparentemente latente en otras.

Es cierto que puede darse la sensación de que la noción de revo- lución pasiva sea un elemento ordenador de la obra de Portantiero ya que el único momento en donde es objeto de un tratamiento a profundidad es en el primer capítulo de Los usos de Gramsci, uno de los libros más importantes e influyentes en la historia de la difusión del pensamiento de Gramsci en América Latina.

No obstante, resulta que este capítulo, titulado Estado y crisis en el debate de entreguerras, fue escrito en 1981, posteriormente a los capítulos que le siguen en el libro, capítulos en donde el concepto no es siquiera mencionado. Por otra par- te, el texto no contiene una aplicación del concepto a la realidad histórica o política latinoamericana, sino que está orientado a dar cuenta de la elaboración de Gramsci para caracterizar un momento histórico del siglo xx y pensar la crisis en clave anti-catastrofista.

La aparición del concepto en la reflexión de Portantiero se inspira en la lectura del texto de Franco De Felice sobre americanismo y revolución pasiva (Portantiero, 1981: 53 s) y, probablemente, aunque no esté citado, por el de la Buci-Glucksmann y a quien Portantiero conoció personalmente. La relevancia del texto radica en que Portantiero vincula explícitamente la cuestión de la hegemonía y de la guerra de posiciones con la noción de revolución pasiva (Portantiero, 1981: 44, 50), lo que no había hecho en ningún trabajo anterior y no hará tampoco posteriormente.

Al mismo tiempo el interés por el americanismo como revolución pasiva expresa- do de forma muy elocuente en las últimas páginas del ensayo, quedará sorpresivamente sin mayor transcendencia en términos de su “traducción” en relación con el pasado y el presente latinoamericano.

En los siguientes ensayos que forman Los usos de Gramsci, escritos entre 1975 y 1980, no aparece la noción de revolución pasiva a pesar de que la temática que abarcan la evoca.

El momento de mayor aproximación puede encontrarse en una página del capítulo titulado ¿Cual Gramsci? (1975) donde Portantiero recurre a las nociones de cesarismo y de transformismo. Tampoco aparece el concepto a la hora de la elaboración más original y latinoamericana del texto, cuando Portan- tiero desdobla la noción de occidente y le atribuye a América Latina el carácter de «occidente periférico».

El único pasaje directamente alusivo a la noción de revolución pasiva es cuando se asocia a los fenómenos reaccionarios militaristas de los años ’70 en América Latina a un «pro- ceso de revolución-restauración».

La tercera etapa es la actual, en la que la burguesía para recomponer las condiciones de la acumulación desquiciadas por el populismo, reorganiza al estado e intenta (con éxito variado, según las características de cada sociedad) poner en marcha un proceso de revolución-restauración (Portantiero, 1981: 131).

Esta misma asociación será más explícita en 1978 en una ponencia titulada Gramsci para latinoamericanos:

Se trata de procesos de «revolución pasiva» o de «modernización conservadora» en el significado de Barrington Moore que, según los obstáculos que encuentren a su paso, pueden tomar distintas formas: desde el autoritarismo estamental vigente en los países del Cono sur, hasta el mantenimiento de mecanismos liberal representativos. (Portantiero, 1980: 41)

Pero tampoco en este texto pasará de ser una simple alusión y en ningún otro momento Portantiero desarrollará esta hipótesis, a lo mejor porque no lo convencía demasiado y simplemente era una ocurrencia que surgía de la urgencia de interpretar políticamente la coyuntura de las dictaduras militares en el Cono Sur, el horizonte de época que tenía en frente.

En Notas sobre crisis y producción de acción hegemónica, la ponencia que Portantiero presentó en el Coloquio de Morelia en 1980, tampoco aparece el concepto de revolución pasiva, aún en medio de reflexiones sobre la relación entre lo nacional-popular y la hegemonía en América Latina. Cabe señalar que en este texto destaca el intento de distinguir lo nacional-popular del populismo, rescatando la «presencia política de las clases populares».

La preocupación por este tema y en estos términos había surgido antes en la obra de Portantiero, en particular en su Estudios sobre los orígenes del peronismo de 1971, escrito en colaboración con Miguel Murmis. Un texto en el cual no se menciona
explícitamente a Gramsci a pesar de que se lee el proceso en clave de hegemonía y el Estado es visto como “equilibrador” y “moderador” del bloque de poder y la alianza de clases, «asume la tutela» y busca «unificar en su seno los compromisos inestables entre clases».

Una de las tesis fundamentales consiste en refutar la idea de pasividad obrera en el origen del peronismo (Murmis-Portantiero, 2004, 97-98, 143-48), lo cual nos proporciona una pista para explicar el escaso interés de Portantiero respecto de la noción de revolución pasiva para pensar circunstancias que, en el cruce entre lo nacional popular y el populismo, leía a contrapelo de la tesis comunista que caracterizaba estos fenómenos como fascistas, de manipulación de las masas, reconociendo por el contrario la existencia de cierto grado de espontánea activación desde abajo.

Bajo este prisma, se podría explicar la ausencia del concepto en Lo nacional popular y los populismos realmente existentes, escrito con Emi- lio De Ípola y en Gramsci en clave latinoamericana, escrito una década después. La ausencia es indiscutiblemente voluntaria en el segundo, Portantiero ya había escrito el primer capítulo de Los usos de Gramsci en 1981 pero no sabemos si lo es también en el primer texto que por la temática debiera o pudiera haber convocado la noción de revolución pasiva, considerando que en aquél momento los autores esgrimían argumentos anti peronistas y se acercaban al radicalismo alfonsinista.

En todo caso, no terminó por incorporarla posteriormente así que debemos concluir que descartó su vinculación con el análisis de los fenómenos y procesos nacional-populares. ¿Por qué?

¿Por qué mantenía la interpretación anti-pasiva del peronismo histórico? ¿Por asociar- la con fenómenos de tipo fascista o de corte dictatorial? ¿Por vincularla más bien a procesos de transformación productiva al estilo del americanismo? ¿Para evitar la ambigüedad o la confusión que pudiera generar?

Opciones, dilemas y disyuntivas propiamente argentinas pero, al mismo tiempo, similares a las que aparecen en otros autores y pasajes de la historia de los usos, abusos y omisiones del concepto en América Latina y en otras partes del mundo. De todas formas, el hecho que no se recurra a la noción de revolución pasiva deja un vacío en la argumentación gramsciana de Portantiero ya encajaba muy bien en el esquema analítico gramsciano construido por Portantiero para enfocar la cuestión política e históricamente crucial de lo nacional-popular y el populismo en Argentina y en América Latina.

Amén de la reflexión sobre el surgimiento del peronismo, Portantiero tampoco explicitó la discriminante activación-pasivización para caracterizar el surgimiento y la institucionalización de fenómenos nacional-populares y populista, una cuestión central a la que invitaba y sigue invitando el concepto de revolución pasiva.

¿Fue la de la lectura de los orígenes del peronismo una simple interferencia o una postura general sobre la incompatibilidad entre procesos de revolución pasiva y aquellas dinámicas de activación, en parte autónomas y espontáneas pero fundamental y tendencialmente subordinadas y controladas, propias de los populismos latinoamericanos?

En todo caso, a pesar de ser uno de los gramscianos latinoamericanos más originales y sugerentes, posiblemente el más destacado en términos de elaboración propia y de capacidad de teorización, Portantiero no deja un desarrollo original del concepto, ni un uso sistemático respecto de los procesos históricos y políticos de la región 2 .

Tampoco encontramos aportaciones de este alcance en la obra de su amigo y compañero José Aricó, el gramsciano latinoamericano más sobresaliente por su labor de traducción, edición y divulgación y, al mismo tiempo, junto a Portantiero, por su preocupación por la formulación de un marxismo latinoamericano en clave gramsciana (Cortés, 2015). Más que una resistencia al uso del concepto en relación con la cuestión de lo nacional-popular y el populismo, en Aricó encontramos que las referencias ocasionales al respecto resultan atinadas y sugerentes pero carecen de sistematicidad y de desarrollo.

A finales de los años ’70 en sus clases en el Colegio de México, Aricó definía la revolución pasiva como «proceso de transformaciones estructurales que se ope- raba desde la cúspide de ese poder, porque la clase dominante podía acceder a algunas demandas de las clase dominada, subalterna, con el fin de prevenir o evitar una revolución» en relación con la capacidad de «practicar reformas para calmar, cooptar, liquidar o desgastar la resistencia de la clase dominada» (Aricó, 2011: 69).

Unas páginas más adelante planteaba de forma muy sugerente y original lo siguiente:

La revolución pasiva puede ser ejercida a través de las tendencias autoritarias centralizadoras, caso de un Estado dictatorial, pero, como dice Gramsci no está separada del consenso, de la hegemonía, que es lo que ocurre funda- mentalmente en la Unión Soviética. Es decir, o bien se da una restructuración social, una modificación de la propiedad social desde arriba a través de la dictadura que opera sobre el conjunto de las clases que la soportan, o bien este proceso puede ser llevado a cabo por una tendencia corporativa, es decir una tendencia social-democratizadora que fragmenta el conjunto de las clases, que las divide a través de una política de reforma que impide la conformación de un bloque histórico capaz de reconstruir la sociedad sobre nuevas bases.

De este modo, todo proceso de transición que no está dirigido, conformado y regido por el ejercicio pleno de la democracia como elemento decisivo de la conformación de la hegemonía (democracia que significa el proceso de auto- gobierno de las masas) adquiere el carácter de una revolución pasiva, de un poder de transformación que se ejerce desde la cúspide contra la voluntad de las masas y que, en última instancia, acaba siempre por cuestionar la posibilidad concreta de constitución del socialismo. (Aricó, 2011: 273-74)

Asociando estrechamente revolución pasiva y hegemonía, Aricó considera que Gramsci pensaba en el Estalinismo como cesarismo y que la URSS vivió una revolución pasiva en los años ’30. Al mismo tiempo Aricó vincula la noción de revolución pasiva a una opción socialdemócrata, desmovilizadora, pacificadora, antitética a la acción política de las clases subalternas, a la democracia entendida como autogobierno de las masas.

Sin embargo esta apreciación fundamental para pensar los procesos políticos nacional populares latinoamericanos no fue desarrollada en los siguientes trabajos de Aricó y se mantendrá inédita hasta 2011. Será sólo hasta finales de los años ’80, en el capítulo ¿Por qué Gramsci en América Latina? 3 del libro La Cola del Diablo, cuando Aricó abordará de forma directa y relativamente extensa el tema de la revolución pasiva 4.

Como mencionamos, Aricó atribuye a Portantiero el haber desta- cado y colocado en el debate gramsciano latinoamericano la problemática de la revolución pasiva y recupera los argumentos del primer capítulo de Los usos de Gramsci de 1981 y del artículo de De Felice que está en su trasfondo.

Por eso sus notas sobre el americanismo como la inmanente necesidad del capitalismo moderno de alcanzar la organización de una economía programática forman el “pendant” necesario del análisis de las diversas formas de resistencia que este movimiento de desarrollo genera, y que Gramsci define como procesos de “revolución pasiva” o de “modernización conservadora”, para utilizar la expresión de Barrington Moore. (Aricó, 1988: 90)

Al mismo tiempo, como Portantiero, tampoco Aricó termina por movilizar plena y explícitamente la noción en ocasión de la problematización sobre la relación entre Estado y sociedad desde los 30 en América Latina y los fenómenos nacional-populares y populistas que la atraviesan (Aricó, 1988: 91-93). Esto a pesar de que, en medio de una reflexión sobre el papel de los intelectuales y de la ideología en este contexto histórico, dice textualmente que:

Los grandes temas de la revolución pasiva, del bonapartismo y de la relación intelectuales-masa, que constituyen lo propio de la indagación gramsciana, tienen para nosotros una concreta resonancia empírica. (Aricó, 1988: 96)

También sostiene la relevancia de la hipótesis revolución pasi- va para entender como el Estado organiza y produce el desarrollo de la sociedad capitalista en América Latina, en una imposición desde la cúspide que encontró la «resistencia y la oposición de los movimientos populares». Pero finalmente se refugia en la dificultad de generalizar la hipótesis gramsciana, atribuyéndole simplemente un principio de método que no puede ser punto de llegada, sino de partida, de la investigación en vista de la posible generalización «en un criterio de interpretación más general que incluye a la singularidad latinoamericana en una tipología más acorde con la realidad de las formaciones estatales» (Aricó, 1988: 106, 107).

Poco más adelante el marxista cordobés sostiene que el concepto de revolución pasiva permite el «cuestionamiento critico de toda una literatura de impronta marxista sobre América Latina» refiriéndose a la influencia del althusserianismo. Siempre en términos políticos, coloca a la hipótesis de la revolución pasiva en antítesis a la «perspectiva neo-populista del derrumbe» basada en el principio de la dependencia y en la imposibilidad del pleno desarrollo capitalista en la periferia (Aricó, 1988:108, 110).

Partiendo de estas valoraciones respecto del alcance del concepto de revolución pasiva, Aricó hace el recuento una serie de textos en los cuales es utilizado 5.

Se detiene sobre las tesis de un autor importante, Carlos Nelson Coutinho, destacando su idea de que la noción de revolución pasiva agrega un énfasis hacia lo superestructural, en particular lo político, respecto de la de vía prusiana (Aricó, 1988: 109). Al mismo tiempo, señala en una nota al pié que le parece que la adopción como modelo de la vía junker uniforma la realidad latinoamericana mientras que la noción de revolución pasiva «supone un previo reconocimiento del terreno nacional» (Aricó, 1988: 156-57) 6 .

En conclusión, a pesar del interés, la valoración y el amplio recorrido sobre los usos de la noción de revolución pasiva que aparece en particular en el capítulo central de su libro sobre el gramscianismo en América Latina, en la obra de Aricó no termina cuajando ni un trata- miento teórico a profundidad ni un uso sistemático para la realidad latinoamericana.

Además de la mencionada referencia del curso inédito de 1977, la otra intuición y aportación más original en este sentido aparece esbozada cuando Aricó vincula brillantemente la problemática de lo nacional-popular en Gramsci como antítesis vigorosa a la revolución pasiva en su proprio terreno ya que «supone una exploración de signo contrario» (Aricó, 1988: 111).

En su propio terreno, agregaríamos: el del populismo como revolución pasiva, como procesamiento conservador de un empuje nacional-popular. Una hipótesis fecunda que queda inexplorada y, de forma involuntaria, alude a una zona de sombra en el análisis gramsciano del grupo de «Pasado y Presente», un terreno existente pero que no terminó siendo debidamente iluminado.

Usos y distorsiones del concepto en Brasil

A diferencia del uso esporádico y no sistemático por parte de los gramscianos argentinos, el concepto de revolución pasiva fue persistente y ocupó un lugar de primer plano en la interpretación de los procesos históricos brasileños 7 y en el debate político 8.

En 1976, Luiz Werneck Vianna lo utilizó de forma pionera para caracterizar la llamada revolución de 1930, donde inicia el Varguismo asociando la noción de revolución pasiva al concepto leninista de vía prusiana o vía junker, subrayando la combinación de modernización económica y conservación del sistema político, así como el control político desde arriba a partir del sindicalismo promovido por el Estado (Vianna, 1976) 9.

Otro destacado intelectual comunista, Carlos Nelson Coutinho, vinculará revolución pasiva y vía junker extendiendo esta interpretación a varios pasajes cruciales de la historia brasileña, afirmando que se trata de un patrón recurrente en el cual predominan el elemento de la conservación, la iniciativa desde arriba y la cultura autoritaria.

A partir de estas coordenadas se configuraron, según Coutinho, distintos momentos de la transición brasileña al capitalismo: la independencia, la proclamación de la República, la abolición de la esclavitud, la Revolución de ’30, el Estado Novo de ’37 y el golpe militar de ’64 (Coutinho, 1990: 51) 10.

En esta primera aproximación al tema, Coutinho utiliza fundamentalmente la noción de vía prusiana que, solo de paso, enlaza con la de revolución pasiva, la cual no aplica directamente. La tesis principal es más bien una problematización gramsciana desde la perspectiva de lo nacional-popular como alternativa cultural al elitismo correspondiente a la vía prusiana de modernización capitalista.

Será solo hasta un ensayo posterior cuando el concepto de revolución pasiva se volverá central. Allí Coutinho argumenta que éste «complementa» el de la vía prusiana ya que «subraya el momento superestructural», es decir la dimensión política de los procesos, y supera posibles «tendencias economicistas» (Coutinho, 1999: 197).

Por otra parte, el marxista bahiano enfatiza, en su caracterización de las revoluciones pasivas el momento de la «restauración del orden» y, en consecuencia, los casos que pone de relieve son dos golpes de Estado, el que instala el Estado Novo Varguista en 1937 y el de la dictadura militar iniciada en 1964 (Coutinho, 1999: 199-202). Para sostener esta caracterización invoca la aplicación de Gramsci de revolución pasiva al fascismo italiano y señala que las versiones brasileñas sólo se distinguen por no tener «bases organizadas» y basarse exclusivamente en el «consenso pasivo» (Coutinho, 1999: 216).

Esta aplicación del concepto a fenómenos dictatoriales o militaristas se fundamenta teóricamente en que, si bien Coutinho caracteriza correctamente la revolución pasiva como una «síntesis de ausencia de participación y modernización conservadora» (Coutinho, 2005: 53), señala que Gramsci utiliza la noción para dar cuenta de la dominación a través del Estado por encima de la sociedad civil, de formas
dictatoriales de supremacía en detrimento de formas hegemónicas (Coutinho, 1999: 203). Sobre esta base sostiene que «jamás hubo hegemonía de las clases dominantes en Brasil, salvo recientemente» ya que éstas «prefieren delegar la función de dominación al Estado, controlar y reprimir clases subalternas» (Coutinho, 1999: 204).

Asume aquí, citando a Florestan Fernandes, que no hubo revolución burguesa en Brasil si no que ésta tomó la forma de «contra-revolución prolongada» que, según Coutinho, es otro modo de decir «dictadura sin hegemonía» (Coutinho, 1999: 205). En la misma dirección, en un ensayo sobre la obra de Florestan Fernandes, señala que la revolución pasiva no es una «revolución frustrada» como escribe el sociólogo, sino una exitosa conciliación desde arriba, con exclusión de protagonismo popular y un proceso de transformaciones político-sociales del cual resulta una «dictadura sin hegemonía» (Coutinho, 2005: 250). Esto conduce a una definición de revolución pasiva como fenómeno dictatorial en la cual se diluyen o tienden a desparecer los elementos de consenso 11.

En el mismo texto, matiza esta posición señalando esto «no significa que no haya el mínimo de consenso que indicó Gramsci» y termina diciendo que sería interesante revisitar, desde los conceptos de revolución pasiva y transformismo, la problemática del populismo (Coutinho, 1999: 205, 207). No obstante, lo más substancial del planteamiento de Coutinho abona a una caracterización por la extrema derecha de los procesos de revolución pasiva contemporáneos, asociados a fenómenos dictatoriales y de corte fascista, que ya vimos simplemente enunciada por Portantiero.

Esto se puede entender a la luz de la opción socialista democrática de Coutinho, así como de la convicción de que la burguesía brasileña (y latinoamericana) no tiene vocación ni capacidad hegemónica y, por lo tanto, a ninguno de los procesos que impulsa o en el que participa activamente (incluidas la revoluciones pasivas) se le puede reconocer un rasgo hegemónico.

¿Dictadura sin hegemonía?

La cuestión de la definición de la revolución pasivo como «dicta- dura sin hegemonía» amerita un breve paréntesis en medio de nuestro recorrido de autores latinoamericanos ya que contrasta con la posición que sostenemos: es decir que la revolución pasiva es una forma de guerra de posiciones, con vocación y práctica hegemónica, que contiene una componente progresista (combinada con otra regresiva) y, por lo tanto, puede servir para analizar procesos y fenómenos nacional-populares y populistas en América Latina. Gramsci nunca elaboró una definición general de revolución pasiva en términos de «dictadura sin hegemonía».

Esta expresión que aparece en los Cuadernos se refiere puntualmente a una modalidad específica y particular de revolución pasiva, sin duda fundamental ya que es el punto de partida del razonamiento de Gramsci: el caso del Piamonte en el Risorgimento.

En esta situación concreta, que puede también dar cuenta de un tipo de revolución pasiva, el Estado actúa como clase y como aparato militar-burocrático y la función dirigente queda subsumida a la dominación – aún con un mínimo de hegemonía – como el mismo Coutinho señaló, siendo fiel a lo escrito por Gramsci (Q 15, & 59: 1823). Al mismo tiempo, esta fórmula difícilmente puede extenderse al fascismo mussoliniano y al americanismo fordista del New Deal que son los casos contemporáneos sobre los cuales Gramsci sustenta la proyección del concepto hacia el estatus de canon interpretativo general.

Por lo tanto, al buscar definiciones generales deberíamos remitir a las consideraciones de Gramsci sobre estos casos más que a las primeras reflexiones puntuales, histórica y geográficamente determinadas, como las de la interpretación del Risorgimento. Por otra parte, el deslizamiento semántico que provoca el énfasis derechista de Coutinho y de otros autores puede haber sido influido por la formulación en esta dirección que se encuentra en un libro de la Christine Buci-Glucksmann que fue muy influyente en Amé- rica Latina y que pudo haber contribuido a distorsionar la recepción particular del concepto de revolución pasiva 12.

La presencia de la ideas de Buci-Glucksmann en América Latina no se limita a la publicación de su libro sino que, además de haber publicado otros artículos en revistas, participó en 1978 con Giuseppe Vacca, María Antonietta Macchiocchi y Juan Carlos Portantiero en un seminario sobre Gramsci en la Universidad Nacional Autónoma de México que se tradujo en un libro (Sir- vent, 1980).

Su influencia en los estudios gramscianos latinoamericanos se confirma al revisar las ponencias presentadas en el Coloquio de Morelia de 1980 donde la noción de revolución pasiva aparece solo en tres textos (y de forma periférica) y dos de ellos a partir de citas de la autora francesa 13. Buci-Glucksmann, en el prólogo a la edición mexica- na de su libro define tajantemente revolución pasiva como «dictadura sin hegemonía».

En el texto afirma que «puede haber dominación sin hegemonía (caso de la revolución pasiva y, más todavía, del fascismo)» y define a la revolución pasiva como un «modelo de un proceso revolucionario sin hegemonía y sin iniciativa popular unitaria».

La perspectiva de la revolución pasiva es, asociada a un fenómeno dictatorial como el fascismo, el cual es visto como una «revolución pasiva económica» (Buci-Glucksmann, 1978: 81, 383, 396). Al mismo tiempo, en otro artículo publicado en español, sostiene, como lo hizo Aricó, que Gramsci habría formulado la asociación entre «revolución pasiva» y «dictadura sin hegemonía» para pensar la estatización de la transición al socialismo y el fenómeno del estalinismo (Buci-Glucksmann, 1980: 20) 14.

Desmontar la tesis de una definición general de revolución pasiva sea «dictadura sin hegemonía», requeriría de un tratamiento extenso que no es objeto de este trabajo. Remito a los argumentos esgrimidos en este sentido por Fabio Frosini, quien muestra claramente el carácter y la vocación hegemónica de los procesos de revolución pasiva, con atención particular al fascismo y a su dimensión política (Frosini, 2015: 33-34, 41).

Populismo y revolución pasiva en América Latina: Las intuiciones de Cueva y Zavaleta

En sentido distinto y en buena medida opuesto a la idea de revolución pasiva como «dictadura sin hegemonía» colocamos la posibilidad de pensar en esta clave momentos, procesos y fenómenos nacional- populares y populistas en América Latina.

Para abonar en esta dirección rescataremos algunas intuiciones de dos destacados e influyentes marxistas latinoamericanos 15 . Intuiciones que no se tradujeron en formulaciones o estudios sistemáticos y profundos pero tuvieron la virtud de colocar el concepto en el lugar que consideramos latinoamericana- mente pertinente, cuando los gramscianos argentinos y brasileños no lo hicieron explícito o simplemente lo negaron, optando por la lectura dictatorial que ya analizamos.

Agustín Cueva, sociólogo ecuatoriano exiliado en México, se distinguió en el debate latinoamericano por defender con perspicacia, solidez y desenvoltura una firme postura marxista y leninista. En su libro más importante utilizó la noción de vía junker para caracterizar el desarrollo del capitalismo en América Latina (Cueva, 1990). Conocía y respetaba la obra de Gramsci, aunque adversaba abierta y ásperamente al gramscianismo de corte social-demócrata (Cueva, 1997: 149-163). Sólo en una ocasión, en 1981, se refirió al concepto de revolución pasiva: vale la pena citar extensamente el argumento central:

El populismo resulta ser, en síntesis, una especie de sucedáneo de la revolución democrático-burguesa y antiimperialista no realizada en América Latina [...]. Si se quiere emplear una terminología gramsciana, incluso podría decirse que se trata de una de las modalidades políticas de realización de la “revolución burguesa pasiva”, a través de la cual se cumplen, aunque de manera vacilante, tortuosa e incompleta, algunas de las tareas indispensables para el tránsito de la sociedad oligárquica a la sociedad burguesa moderna. [...]

Conjunto de reflexiones que nos permiten, a la vez, comprender las razones del agotamiento y crisis del populismo en cierto momento histórico. De una parte tenemos razones muy objetivas: el populismo se agota una vez que se ha cumplido [...] la «revolución pasiva» de la burguesía nativa contra los principales obstáculos que a su desarrollo le oponía la matriz oligárquico-dependiente [...]. Incluso a nivel del proceso de acumulación de capital llega un momento en que ya no es posible apuntalarlo mediante transferencias de excedente como las señaladas, tornándose entonces necesario implantar otras modalidades de acumulación [...]. (Cueva, 2012: 232 y 233)

Sigue en el texto una aplicación de esta perspectiva interpretativa a diversos países latinoamericanos y una crítica devastadora al esquema elaborado por Laclau.

El boliviano René Zavaleta es posiblemente el marxista latinoamericano más original y creativo de la segunda mitad del siglo xx. También fue exiliado en México y convivía con Cueva, ya que sus oficinas estaban en el mismo pasillo de la Facultad de Ciencias Políticas y Socia- les de la UNAM y pertenecían al mismo Centro de Estudios Latinoamericanos. Zavaleta conocía a fondo la obra de Gramsci, aunque no había estudiado sistemáticamente los Cuadernos como lo hicieron gramsciólogos como Aricó y Coutinho, y lo consideraba una referencia e interlocución teórica fundamental, junto a Lenin y a Marx.

En medios de la citas y del uso de los principales conceptos gramscianos, solo en dos ocasiones en toda su obra menciona a la noción de revolución pasiva. Al mismo tiempo, no deja de reflexionar en clave gramsciana sobre la hegemonía en relación con lo nacional-popular, el populismo y el bonapartismo con lo cual, como en el caso de Portantiero, las cuestiones ligadas o inherentes a la revolución pasiva aparecen a contra luz, aún en ausencia del uso nominal del concepto.

Sin embargo, a diferencia de Portantiero, en ningún momento lo vincula con fenómenos dictatoriales o fascistas. Por otra parte, Zavaleta, a diferencia de Aricó y más que Portantiero, realizó de forma sistemática una serie de análisis de procesos históricos bolivianos y latinoamericanos a la luz de claves de lectura gramscianas. En lo nacional-popular en Bolivia habla Zavaleta de una «unificación del pueblo desde arriba o nacionalización pasiva» como «articulación señorial» que incluye «cierto sentimiento plebeyo» (Zavaleta, II: 254).

Esto es lo que más se aproxima a la revolución democrática entendida como revolución nacional. Es un tipo de lucubración que tiene algo de los quimeristas. En los hechos, la revolución pasiva ha existido, la vía junker ha existido y ha existido sin duda la nacionalización reaccionaria o nacionalización forzosa, así como existe la hegemonía negativa y los pueblos suelen ser los actores tardíos de procesos a los que han sido llamados en términos predefinidos e irresistibles. La constitución estatalista de la nación tiene sin duda que ver con esta índole del avance o postulación de las cosas. (Zavaleta, II, 2015: 243)

En Problemas ideológicos del movimiento obrero respecto de la centralidad del protagonismo de las masas como criterio, escribía:

En este sentido, toda revolución ocurre desde abajo o no es una revolución. Por revolución pasiva no puede entenderse entonces sino aquel desplaza- miento ideológico que ocurre por actos autoritarios y verticales sin iniciativa de proposición por parte de las masas. Esto contiene enormes repercusiones y tiene que ver con el problema de la imputación de la iniciativa revolucionaria. Un derrumbe del sistema de las creencias es necesario, aunque es cierto que puede ocurrir de un modo más o menos catastrófico, más o menos metódico.

No hay duda de que dicho derrumbe, origen de la disponibilidad, debe apelar a ciertos soportes factuales o acontecimientos de asiento. Pero si este elemento interno del hecho revolucionario (la revolución ideológica o de creencias) no ocurre, pueden cumplirse los actos aparentes de la transformación (como por ejemplo la estatización general de la economía), pero no su elemento central que consiste en que los hombres se auto-transforman y dejan de ser lo que son o sea que se eligen, pero desde un determinado punto de vista. (Zavaleta, tomo II, 2015: 602-603)

En su voluminoso y profundo estudio sobre la obra de Zavaleta, Luis Tapia coloca la cuestión de la revolución pasiva como un concepto clave para este autor. En particular lo utiliza para dar cuenta de la caracterización del régimen surgido de la revolución nacionalista de 52 (Tapia, 79-80). Sin embargo, Tapia, a su vez destacado sociólogo y filósofo, sumando la noción de revolución pasiva a las de bonapartismo y populismo como conceptos claves, otorga al concepto una centralidad mayor a la que tuve nominalmente en la obra de Zavaleta 16 .

Es relevante citar a Tapia en extenso ya que, en su interpretación, lleva a Zavaleta a un terreno más explícitamente gramsciano y afianza nuestra hipótesis, es decir a la pertinencia de aplicar el concepto de revolución pasiva a procesos y fenómenos que en América Latina fue- ron definidos como nacional populares o populistas.

Es en torno a este discurso nacionalista de reforma económica capitalista que se articula o se da la política de revolución pasiva, pero en una situación muy peculiar. Se trata de una revolución pasiva dirigida y practicada por el grupo predominante del mnr gobernante, en el contexto de una génesis del proceso que es una insurrección popular y de amplia movilización posterior que tenía como posibilidad de desarrollo una mayor radicalización y autonomía respecto del estado.

No se trata de una faceta de revolución pasiva que habría evitado de principio la insurrección y el momento revolucionario de sustitución de las clases y las relaciones de poder. Hay un sujeto político que sustituye a la vieja clase dominante y que quiere tomar su lugar como nueva y moderna burguesía, pero burguesía al fin [...].

En este sentido, se puede decir que algunas experiencias populistas realiza- ron un proceso de nacionalización a través de la integración de trabajadores y marginales al mercado y la política, pero bajo la modalidad de una revolución pasiva, es decir, de un proceso de reforma y modernización de la clase dominante y del estado, que incorpora de manera subordinada a grandes grupos de trabajadores. (Tapia, 2002: 79, 215)

En conclusión, aún con los límites señalados de la ausencia de profundidad, sistematicidad y desarrollo, estos planteamientos apuntan hacia una conceptualización de la revolución pasiva contribuye a habilitar esta noción para que sea utilizada como clave de lectura de una serie de procesos fundamentales de la historia y del presente latinoamericano.

Usos discordantes: Ejemplos mexicanos

La presencia del gramscianismo en México se debió en buena medida al exilio en este país del grupo de «Pasado y Presente» desde mediados de los años ’70 y su labor editorial y de difusión, pero también a la actividad intelectual de otros destacados gramscianos o lectores de Gramsci, como Zavaleta, Cueva, Pereyra, Sánchez Vázquez... Fue notable la circulación de las obras de y sobre Gramsci desde los años ’60 y en particular desde la segunda mitad de los ’70, cuando se publicaron por primera vez en español los Cuadernos en la edición Gerratana.

Hay que registrar el uso de las categorías gramscianas por par- te de varios intelectuales destacados: primero Víctor Flores Olea y después Arnaldo Córdova quienes hicieron estancias de estudio en Italia y finalmente también Pablo González Casanova, ex rector de la UNAM.

Por otra parte, se dio una adopción muy singular por parte del Partido comunista mexicano de la perspectiva y el lenguaje gramsciano en sus documentos partidarios, por el conocimiento y el interés sobre Gramsci del Secretario general Arnoldo Martínez Verdugo, muy influenciado por el PCI y la cultura comunista italiana en general.

Además, cabe mencionar que en el plan de estudios de la licenciatura en Sociología de 1976, René Zavaleta contribuyó a crear un curso obligatorio (hasta 1997) titulado Teoría sociológica (Lenin-Gramsci). 17 Finalmente, hay que registrar que Dora Kanoussi y Javier Mena, ambos instalados en la Universidad de Puebla, elaboraron el estudio teóricamente más relevante sobre el concepto de revolución pasiva que se haya publicado en la región hasta la fecha. Un estudio que destacaba la transcendencia del concepto en estos términos:

La revolución pasiva caracteriza las transformaciones que suceden en dos épocas distintas: el ascenso y la declinación de la burguesía. Explica la hegemonía, la construcción del Estado burgués pero también la crisis y la construcción de la hegemonía proletaria. Siendo éste el contenido y la explicación del porque de los Cuadernos de la cárcel, se puede decir con todo rigor que la revolución pasiva es la clave para la comprensión del pensamiento gramsciano. (Mena-Kanoussi, 1985: 97)

Por otra parte se dio en México, en relación con el estudio de procesos históricos, un uso esporádico y muy diferenciado del concepto. Mencionaré los tres casos en donde el concepto ocupa un lugar interpretativo central, como botones de muestra de la polarización que hemos venido rastreando.

Enrique Montalvo interpreta a la revolución mexicana, en particular su segunda etapa, después del Constituyente de 1917, como una revolución pasiva.

Puede interpretarse la Revolución Mexicana como una revolución jacobina por sus rasgos iniciales. Sin embargo en su desarrollo posterior los elementos so- ciales activos fueron subordinados, absorbidos dentro de un proceso de revolución pasiva instrumentado desde el naciente Estado. [...] La revolución pasiva desarrollada en México, forma de la guerra de posición que emprende la clase dirigente, comienza a desplegarse con el inicio de la institucionalización de la Revolución Mexicana y encuentra su punto culminante en la etapa que inaugura el cardenismo. (Montalvo, 1985: 119, 121)

Para Montalvo, el Estado se vuelve el centro de los procesos de reproducción de las relaciones sociales, por una parte opera una reestructuración productiva industrial mientras, por la otra, absorbe y subordina la activación de masas y la «voluntad colectiva nacional y popular» al institucionalizar los sindicatos obreros y campesinos y emprender una política educativa de masas (Montalvo 1985: 121).

En sentido muy distinto, Semo (2012) sostendrá una interpretación de la historia de México identificando una serie de tres revoluciones o modernizaciones pasivas: las reformas borbónicas 1780-1810; el porfiriato 1880-1910 y el neoliberalismo 1982-2012 (Semo, 2012).

Claramente Semo sobrepone revolución pasiva y modernización con- servadora y no considera el factor, decisivo para Gramsci, de control y contención de las clases subalternas, es decir los aspectos contrarrevolucionarios, de concesiones y de transformismo que son propios de los procesos de revolución pasiva.

En tiempos más recientes, de forma sistemática y documentada, Adam Morton – un gramsciano inglés – sostuvo una lectura de media- na duración sobre la que denominó la «revolución pasiva permanente» en México.

Morton analiza la imbricación en el periodo revolucionario y posrevolucionario entre la formación del Estado moderno, la movilización de masas y el desarrollo capitalista (desigual y combinado). En este sentido, el neoliberalismo es considerado un sobresalto y un ajuste en la continuidad de la estrategia de revolución pasiva, cuya dimensión consensual o hegemónica (“mínima” diría el autor) se refleja en la «democratización desde arriba» (Morton, 2011).

Para resumir, la Revolución Mexicana fue una forma de revolución pasiva en la cual había una expansión de relaciones capitalistas a través de no solo de una serie de ruptura y cambios violentos sino también de continuidades del poder de clases dominantes. Los derechos de las clases subalternas fueron a la vez cumplidos y desplazados: la reforma agraria, los derechos obreros, la expropiación de petróleo, nacionalismo, y Cardenismo. El resultado fue una combinación de revolución y restauración. (Morton, 2012).

Si bien la hipótesis del continuum de la revolución pasiva (Morton, 2010: 315) es sugerente en particular para el caso mexicano, considerando la continuidad del priismo, pero no permite apreciar la especificidad de algunos pasajes, en particular la variación en el recurso a prácticas hegemónicas (en particular las clientelares y corporativas) entre los gobiernos populistas y neoliberales del mismo partido y las consiguientes rupturas internas al mismo y del pacto social o de dominación ocurridas en México.

En conclusión, en estos tres estudios sobre México queda evidenciada y ejemplificada la disonancia entre lecturas que tienden a identificar revoluciones pasivas como fenómenos de tipo progresivo y las apuntan a formas más regresivas.

Una divergencia interpretativa de hondas implicaciones políticas ya que evoca los términos de ásperos debates marxistas en torno a la caracterización de la revolución mexicana y del régimen posrevolucionario, la burguesía nacional y el papel y las tareas de los socialistas revolucionarios a lo largo de la historia hasta la crisis de esta corriente en los años ’80 (Modonesi 2003).

En la época de los gobiernos progresistas

En los veinte años que van desde mediados de los 90 a la actualidad, al calor de los procesos de emergencia de los movimientos populares y anti-neoliberales y los gobiernos progresistas que les siguieron, ha reaparecido el concepto de revolución pasiva como clave de lectura de los procesos políticos latinoamericanos. Es importante señalar como, a diferencia del pasado, se trata de un análisis político sobre procesos en curso, y no en clave retrospectiva o historiográfica.

En primer lugar hay que registrar que, a la fecha, existe sólo un intento de pensar, a escala latinoamericana, y en clave gramsciana el fenómeno de los llamados gobiernos progresistas como un conjunto de revoluciones pasivas. 18 Un ejercicio que realicé en 2011 y fue publicado en 2012.

Posteriormente, entre 2013 y 2015, bajo este mismo prisma analítico de la revolución pasiva, puse en evidencia un giro desde la pre- dominancia de lo progresivo hacia un perfil más regresivo, en coincidencia con una pérdida de hegemonía, de todos los gobiernos progresistas latinoamericanos (Modonesi, 2013 y 2015). En consonancia con estos planteamientos, algunos autores caracterizaron los procesos políticos ecuatorianos, argentino y brasileños como revoluciones pasivas.

En Ecuador en un extenso trabajo de investigación sobre el periodo de gobierno de Rafael Correa, la dimensión política ha sido interpretada por Francisco Muñoz desde un enfoque gramsciano en donde aparecen y son utilizadas sistemáticamente las categorías de revolución pasiva, cesarismo y transformismo.

El proyecto de Rafael Correa se ha evidenciado como una propuesta de modernización capitalista del Ecuador [...], y en tal sentido se constituye en un momento clave de la llamada “revolución pasiva” gramsciana, en tanto a través de esta categoría teórica se da cuenta de la fundación del nuevo estado burgués o “modernización del estado”; y por otra, a los intentos de adaptación por parte de la burguesía ecuatoriana en la fase actual del capitalismo mundial avanzado. [...]

Desde la visión teórica de Gramsci sobre las crisis políticas se puede observar que en los siete años de Correísmo se ha estructurado un estado de excepción intervencionista y un régimen bonapartista, donde se ha manifestado la dialéctica entre tendencias “progresivas y regresivas” propias de las «revoluciones pasivas»; manifestándose como constante la imposición de la tendencia regresiva, que en la dialéctica histórica del correísmo se expresa como una tensión entre la hegemonía y la coerción, revelándose así el carácter de la transición ecuatoriana. Es decir la tensión entre definición del dominio político en correspondencia con el patrón de acumulación extractivista y la exclusión de la tendencia social y ambiental ecuatoriana. (Muñoz, 2014: 296, 308)

En la Argentina, el kirchnerismo ha sido caracterizado por la socióloga Maristella Svampa en estos términos:

En suma, el kirchnerismo expresa un caso de Revolución Pasiva, categoría que sirve para leer la tensión entre transformación y restauración en épocas de transición, que desemboca finalmente en la reconstitución de las relaciones sociales en un orden de dominación jerárquico. Cambio y, a la vez, conservación; Progresismo Modelo realizado en clave nacional-popular y con aspiraciones latinoamericanistas y, a la vez, Modelo de expoliación, asentado en las ventajas comparativas que ofrece el Consenso de los Commodities. (Svampa, 2013)

Anteriormente Julio Godio en un libro sobre el gobierno de Néstor Kirchner había adoptado la noción de «revolución desde arriba» como clave de lectura, evitando el concepto de revolución pasiva y sin recurrir a todo el arsenal conceptual gramsciano, salvo el de transformismo (Godio, 2006).

En paralelo, en Brasil esta lectura se convirtió en materia de deba- te sobre la caracterización de los gobiernos del Partido de los Trabaja- dores (pt). En un artículo de 2005, Ruy Braga y Álvaro Bianchi, esbozaron la idea de una «revolución pasiva a la brasileña» de corte social-liberal, para diferenciarla del neoliberalismo en relación con las políticas de redistribución del ingreso y para mostrar el transformismo de la alta burocracia sindical, «la financiarización de la burocracia sindical» (Bianchi, 2015: 106).

Coutinho se opuso a esta lectura prefiriéndole el uso de la fórmula de «hegemonía de la pequeña política» ya que no veía modificaciones substanciales ligadas a reivindicaciones desde abajo y observaba que el consenso era estrictamente pasivo. Sostenía, por lo tanto, que se trataba de una simple y llana contrarreforma, en continuidad con el neoliberalismo (Coutinho, 2010: 32). De paso, resulta interesante señalar que Coutinho define aquí la revolución pasiva como reformismo desde arriba, distinguiéndola de fenómenos de contrarrevolución y contrarreforma (Coutinho, 2010: 33).

Una definición acertada pero problemática si la contrastamos con sus trabajos anteriores ya que pareciera que el reformismo desde arriba de los golpes de 1937 y 1964 tuvo más consenso que la contrarreforma sin concesiones, el neoliberalismo no reformista de los gobiernos del pt de 2002 a 2010. Por otra parte, el gramsciano brasileño vuelve aquí a sostener la definición de revolución como «dictadura sin hegemonía» pero con un mínimo de consenso que atribuye al transformismo de los grupos dirigentes de la izquierda, argumentando que el transformismo no es un fenómeno exclusivo de los procesos de revolución pasiva sino que puede pre- sentarse en las contrarreformas (Coutinho, 2010: 36-37).

En 2010, en respuesta a Coutinho, Braga defenderá la tesis de los gobiernos del pt entendidos como revolución pasiva, caracterizando el proceso como una modernización conservadora ligada tanto a la esfera financiera como a las transformaciones en el mundo del trabajo, considerando que “bolsa familia” y otras políticas públicas, incluida la salarial, constituyen concesiones a los de abajo (Braga, 2010: 10-11).

Respecto de la dimensión hegemónica, sin olvidar la desmovilización de los movimien- tos sociales, Braga apuntará al consentimiento pasivo de parte de clases subalternas y el activo por parte de los dirigentes y militantes del PT que pasaron a administrar el Estado y los fondos de pensión (Braga, 2010: 14).

Por su parte, el renombrado sociólogo Francisco De Oliveira sostuvo que no se trataba ni de vía pasiva ni de populismo, pero reconoció dimensiones de transformismo, cooptación y desmovilización (De Oliveira: 2011), caracterizando el proceso irónicamente como “hegemonía al revés”.

Son los dominantes que consienten a ser políticamente conducidos por los do- minados, con la condición que la “dirección moral” no cuestione la forma de explotación capitalista. (De Oliveira, 2010: 27)

Por otra parte, también Edmundo Fernandes Dias, otro destaca- do gramsciano brasileño, caracterizó a los gobiernos petistas como una revolución pasiva. Inclusive sostuvo que el “proceso de Lulificación” se extendió a toda América Latina (aunque solo usando los ejemplo de los gobiernos del Frente Amplio en Uruguay, de Evo Morales en Bolivia y de Lugo en Paraguay), en función de la incorporación al apara- to de Estado de representantes de las clases subalternas que «decapitó su dirección» (Fernandes Dias 2012: 154).

Fernandes Dias adoptó una definición amplia de revolución pasiva, asumiendo que «del periodo pos-revolucionario francés hasta hoy, el modo burgués se constituyó como revolución pasiva» (126) pero también aplicable al socialismo real (188). Por otra parte en lugar de definirla como dictadura sin hegemonía optó por la sugestiva y contradictoria fórmula «hegemonía sin hegemonía» (117).

Todo sumado, en particular en Brasil pero también en otras longitudes latinoamericanas, se abrió un debate con profundas implicaciones tanto estrictamente analíticas como políticas respecto de la caracterización de la coyuntura que inició a principio de los años 2000. Un debate que demuestra la vitalidad de las categorías gramscianas y, en particular, la pertinencia del uso del concepto de revolución pasiva.

Consideraciones finales

A partir de este ejercicio de revisión de autores y perspectivas podemos esbozar algunas consideraciones de balance. La primera es que el concepto de revolución pasiva ha tenido una circulación significativa en el pasado y no deja de ser utilizado en la actualidad.

Como han señalado varios autores, en particular los gramscianos argentinos y brasileños, la recurrencia y persistencia de dinámicas políticas y de modernización capitalista activadas y orientadas desde arriba, desde el pre- dominio del Estado respecto de la sociedad civil, se presta para ser leída en clave gramsciana.

El concepto rondó y ronda como fantasma los debates latinoamericanos, no solo porque la amenaza de la revolución pasiva ha sido real y se ha realizado en distintos momentos de la historia, sino porque el concepto, como traté de demostrarlo, estuvo presente sin terminar de materializarse plenamente como una clave de lectura crucial para la interpretación de los procesos políticos de la región.

La segunda consideración es que su utilización se ha concentrado los países de mayor tamaño, Brasil, México y Argentina, una geografía que corresponde a la recepción del pensamiento gramsciano en general y a la escala de sus ámbitos intelectuales, académicos y de producción bibliográfica.

La tercera es que no se ha usado solo en estudios de corte historio- gráfico, sino que ha estado muy presente no tanto en el terreno disciplinar y académico de la ciencia política sino en el análisis político avanzado desde ejercicios intelectuales comprometidos, en la búsqueda de herramientas de lectura de procesos en curso o de momentos históricos, pero siempre en clave de comprensión estratégica del presente.

Esto corresponde a cierta tendencia o tradición latinoamericana, que persiste más que en otras regiones del mundo, de intelectuales “anfibios”, con vocación y capacidad de moverse tanto en el mundo académico como el de la militancia o la intervención política (Svampa, 2008).

Al mismo tiempo, hay que reconocer que muchas de las interpretaciones basadas en el concepto de revolución pasiva han quedado truncadas, como prometedoras intuiciones que no fueron desarrolladas de forma plena y sistemática. Evidentemente el potencial analítico ha sido limitado por varios factores, algunos de los cuales podemos tratar de identificar y enlistar.

En primer lugar, es obvio que en medio de una obra como la de Gramsci que tiene un complejidad y un formato de difícil acceso y compresión, el concepto de revolución pasiva tiene su propio, específico, rango de oscilación semántica y grado de ambigüedad que se evidencian en los usos tan diversos y a veces contradictorios que pudimos registrar.

Esto se refleja en su aplicación ambivalente respecto de fenómenos dictatoriales o francamente derechistas o reaccionarios o, por otro lado, populistas o nacional-populares.

La tensión entre transformación- conservación en lugar de ser una fecunda aproximación al estudio de la contradicción se volvió disyuntiva o dilema. Por otra parte, además del fuerte sello althusseriano del marxismo latinoamericano en su apogeo en los años ’70, el concepto de revolución pasiva fue obturado por concepto marxianos o leninistas como el de bonapartismo o de vía junker que tuvieron mayor difusión y aplicación por obvias razones ya que, sin menospreciar su valor, cumplían requisitos de ortodoxia marxista y leninista.

Sobre la base de estos elementos de diagnóstico, me permito una última consideración prospectiva. Estoy convencido que pudiera potenciarse y facilitarse su uso no solo a partir de una mayor difusión y conocimiento de la obra de Gramsci sino también de un trabajo de esclarecimiento conceptual, en particular, para distinguir entre distintas modalidades de revoluciones pasivas en términos de combinaciones de tendencias progresivas y regresivas y a partir de su estrecha articulación con los conceptos y el análisis de los procesos correlatos de cesarismo y transformismo (Modonesi, 2016) 19.

Apuntes

1 Tratamos de dar cuenta de forma exhaustiva de los diversos usos del concepto, omitiendo solo aquéllos que resultan poco relevantes por la escasa influencia de los autores o porque utilizan tangencialmente o poco sistemáticamente el concepto. Agradezco los comentarios y las su- gerencias de Álvaro Bianchi, Martín Cortés, Juan Dal Maso y Jaime Ortega.

2 A soporte de esta conclusión, es sintomático como en dos estudios recientes sobre Portantiero, no se registra un uso de su parte del concepto de revolución pasiva (Frosini, 2015;Tapia, 2016).

3 Que se origina de una ponencia presentada en el coloquio de Ferrara del Instituto Gramsci en 1985.

4 Aricó apreció inicialmente y después criticó el uso de la noción por parte de Héctor Agosti en su Echeverría (Aricó, 1988: 37). Nótese que Agosti, aún siguiendo el esquema interpretativo gramsciano sobre el Risorgimento, utiliza una sola vez la noción de revolución pasiva, asociándola – como sinónimo – a la guerra de posiciones.
- texto de dos páginas (F. Calderón). Posteriormente Aricó menciona otro au- tores que aplicaron de forma explícita el concepto (E. Montalvo) o a quien atribuye un uso (F.H. Cardoso).

5 (Zavaleta y Aricó), uno hace una aplicación histórica sistemática (Ansaldi), otro hace un uso puntual del concepto en un texto de dos páginas (F. Calderón). Posteriormente Aricó menciona otro autores que aplicaron de forma explícita el concepto (E. Montalvo) o a quien atribuye un uso (F.H. Cardoso)

6 Respecto del debate brasileño sorprende una nota sobre Cardoso, y quien como F. Fernandes, veía en clave de revolución pasiva las que llamaba revoluciones burguesas periféricas. Aricó sostiene que la modernización industrializadora y la ausencia de reformas democráticas los elementos que, «en las caracterizaciones de Gramsci, fijan las condiciones de una “revolución pasiva”» (Aricó, 1988: 160).

7 El Brasil es el único país en donde la recepción de este concepto mereció un estudio particular (Massaro de Góes y Ricupero, 2013).

8 Ya que estos planteamientos sirvieron para salir de esquematismo dualistas de la relación entre fuerzas conservadoras y progresistas que también se reproducían en la izquierda comunista y sustentaban la confianza en la existencia de una burguesía progresista y su vocación democrático-revolucionaria (Bianchi, 2015: 100).

9 Sobre el mismo periodo, con el mismo enfoque pero con énfasis en la clase obrera y la oposición comunista, ver Del Roio (1990).

10 Vianna volverá sobre la cuestión de la revolución pasiva en la segunda mitad de los 90. Resulta sorprendente como Vianna propondrá una versión positiva de la revolución pasiva, entendida como perspectiva reformista (Vianna, 1996).

11 Sorprende que Aricó siga a Coutinho y repita sus argumentos respecto de la revolución pasiva como predominio de formas dictatoriales de dominio a expensas de formas hegemónicas y como dictadura sin hegemonía (Aricó, 1988: 109). También un discípulo de Aricó, Waldo Ansaldi, confundirá la “función piamontesa” con la generalidad de la revolución pasiva resumiéndola como «dictadura sin hegemonía» y aplicando este esquema al estudio de la historia argentina entre 1862 y 1880 (Ansaldi, 1992: 56).

12 Publicado en francés en 1975, en italiano en 1976, en español en 1978 y en portugués en 1980.

13 El mexicano Sergio Zermeño remite a un artículo de 1979 mientras que los argentinos De Riz y De Ípola al libro publicado por Siglo XXI, el primero atribuyéndole la idea de anti-revolución pasiva y los segundos una polaridad entre «contrarrevolución pasiva» y «revolución democrática activa». Chantal Mouffe hace por su parte dos simples alusiones al concepto (Labastida, 1985: 252, 64, 138, 141).

14 Sobre los estudios gramscianos de Buci-Glucksmann ver Cospito, 2016.

15 Ver Fernández y Puente, 2016.

16 En un texto de 1983 Zavaleta desarrolla teóricamente estos conceptos sin siquiera aludir al de revolución pasiva ni incorporar las reflexiones de Gramsci sobre el cesarismo (Zavaleta, 2015c).

17 En el cual el concepto de revolución pasiva no es mencionado en el temario – donde aparecen los conceptos de hegemonía, bloque histórico, guerra de maniobra e intelectual colectivo – a pesar de que en la bibliografía aparecen el libro de Portantiero y el de Buci-Glusckmann, junto a textos de Togliatti, Sacristán y el cuaderno de «Pasado y Presente», publicado en México, titulado Gramsci y las Ciencias Sociales, que incluye artículos de A. Pizzorno, L. Gallino, N. Bobbio, R. Debray, Programa del curso Teoría Sociológica Lenin-Gramsci, Fcpys-Unam, México,1976. El estudio de la obra de Gramsci se mantiene en el plan de estudios de Sociología después de la reforma de 1997 y de 2015, aunque no figure nominalmente en el título de una materia

18 Respecto del uso del concepto, hay que registrar un artículo del panameño Marco Gandásegui quien utilizó el concepto de revolución pasiva – sin citar a Gramsci – asociado al de populismo para descalificar los alcances de los gobiernos progresistas latinoamericanos desde una perspectiva estructural, respecto de la continuidad del extractivismo y de la subordinación al imperialismo (Gandásegui, 2007).

19 En esta dirección también resulta sugerente la distinción que propone Bianchi (2015: 110) entre modelos de revoluciones pasivas, la francesa como reacción (revolución-restauración), la piamontesa como anticipación y bloqueo (revolución sin revolución) y la americanista más bien situada nivel económico productivo. Aún cuando habría que considerar los cruces entre estos tipo ideales.

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