martes, 20 de junio de 2017
Las mujeres de 1917
Por Megan Trudell
Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Las mujeres exigen raciones mayores en una manifestación en Nevskii Prospekt después del Día Internacional de la Mujer, el 23 de febrero de 1917. Archivo Central Esta tal de Documentos Cine matógrafos y Sonoros, San Petersburgo.
El Día Internacional de la Mujer de 1917 las trabajadoras textiles del distrito de Vyborg de Petrogrado se pusieron en huelga, dejaron las fábricas y cientos de ellas fueron de fábrica en fábrica llamando a otros trabajadores a unirse a la huelga y emprendiendo violentos enfrentamientos con las policía y los soldados.
Las mujeres, sin cualificar, mal pagadas y con unas jornadas laborales de doce o trece horas al día en lugares sucios e insalubres, exigían solidaridad e insistían en que los hombres actuaran, especialmente aquellos que trabajaban en puestos calificados de ingeniería y en las fábricas de metal, los cuales eran considera dos los más conscientes políticamente y más poderosos socialmente de la población activa de la ciudad. Las mujeres arrojaron palos, piedras y bolas de nieve a las ventanas de las fábricas y se introdujeron en los talleres pidiendo que acabara la guerra y que sus hombres volvieran del frente.
Según muchos contemporáneos e historiadores, estas mujeres que se amotinaron exigiendo pan con unos métodos tradicionales y “primitivos” de protesta en defensa de unas reivindicaciones puramente económicas y que actuaron movidas más por la emoción que por la preparación teórica pusieron sin darse cuenta en movimiento la tormenta que barrió al zarismo antes de desaparecer ellas mismas detrás de los grandes batallones de hombres trabajadores y de los partidos políticos dominados por los hombres.
Sin embargo, las consignas políticas contra la guerra se mezclaron en las protestas desde el inicio de las huelgas de febrero. La audacia, la determinación y los métodos de las mujeres dejaron claro que comprendían el origen de sus problemas, la necesidad de que los trabajadores se unieran y de lograr que los soldados dejaran de proteger al Estado zarista para apoyar la revuelta. Más adelante Trotsky hizo constar:
“Las trabajadoras contribuyen enormemente a forjar las relaciones entre trabajadores y soldados. Van hasta los cordones con más audacia que los hombres, agarran los rifles, ruegan, casi ordenan: “Bajad las bayonetas, uníos a nosotros”. Los soldados están nerviosos, avergonzados, intercambian miradas ansiosas, vacilan; alguien es el primero en decidirse y las bayonetas se levantan culpablemente sobre los hombros de la multitud que avanza”.
Al terminar el 23 de febrero las mujeres que trabajaban en el tranvía habían convencido a los soldados que custodiaban las estaciones de tranvía de que se les unieran y se habían volcado los tranvías para usarlos de barricadas contra la policía. El hecho de ganarse a los soldados no se debió simplemente a la carga cada vez más pesada que la guerra suponía para ellos o a la contagiosa “espontaneidad” de las protestas. Desde 1914 las trabajadoras de la industria textil se habían relacionado con la gran cantidad de soldados, la mayoría campesinos, que había en Petrogrado. Los hombres de los barracones y las mujeres de las fábricas, que habían llegado a la ciudad procedentes ambos de las mismas zonas, hablaban y se relacionaban sin que hubiera distinción entre mujeres y soldados. Las mujeres dejaron clara la necesidad de apoyo armado.
Las mujeres trabajadoras estuvieron firmes a la vanguardia de la Revolución de Febrero que culminó en la destrucción del zarismo. No fueron simplemente el “detonante” sino el motor que la hizo avanzar, a pesar de los recelos iniciales de muchos hombres trabajadores y revolucionarios.
Se suele calificar la Revolución de Febrero de “espontánea” y en cierto sentido es cierto: no fue planificada y ejecutada por revolucionarios. Pero espontaneidad no equivale a falta de conciencia política. La experiencia de las mujeres que asaltaron las fábricas de Petrogrado como trabajadoras y como cabeza de familia obligadas a hacer cola durante horas para alimentar a sus familias acabaron con la distinción entre la exigencia “económica” de pan y la exigencia política de acabar con la guerra. Las circunstancias materiales hicieron que se acusara del hambre y la pobreza a los causantes de ambos: la guerra y los políticos que la dirigían. Estas reivindicaciones no se podían satisfacer sin un cambio político total.
Además, las mujeres bolcheviques fueron fundamentales para la huelga ya que durante años trabajaron tenazmente para organizar a mujeres trabajadoras no cualificadas, a pesar de que algunos hombres de su propio partido consideraban que organizar a las mujeres era en el mejor de los casos una distracción de la lucha contra el zarismo y en el peor hacerle el juego a las feministas de la clase alta que alejarían a las mujeres de la lucha de clases.
A muchos hombres del movimiento revolucionario les parecía que las protestas del Día Internacional de la Mujer eran prematuras y que se debía contener a las mujeres trabajadoras hasta que los trabajadores cualificados estuvieran preparados para actuar de forma decisiva. Fueron las mujeres pertenecientes al partido, una minoría dentro de este, quienes defendieron que se hiciera una reunión de mujeres trabajadoras en el distrito de Vyborg para discutir acerca de la guerra y de la inflación, y fueron mujeres activistas quienes convocaron una manifestación en contra de la guerra el Día Internacional de la Mujer. Una de estas mujeres era Anastasia Deviatkina, una bolchevique y obrera de fábrica que estableció un sindicato para las esposas de los soldados después de la Revolución de Febrero.
Después de febrero en la mayoría de los casos las mujeres desaparecen como parte del desarrollo de la revolución a lo largo de 1917, excepto algunas mujeres revolucionarias como Alexandra Kollontai, Nadezhda Krupskaia e Inessa Armand, de las que se habla a menudo tanto por su vida privada como esposas y amantes como por su actividad práctica y sus contribuciones teóricas.
En general las mujeres estuvieron ausentes de los organismos administrativos que emergieron de las cenizas del zarismo. Pocas mujeres estuvieron representadas en los ayuntamientos de los pueblos, como delegadas de la Asamblea Constituyente o como diputadas en los soviets. Las elecciones a los comités de empresa estaban dominadas por hombres, que incluso eran delegados en industrias en las que las mujeres trabajadoras eran mayoría. Eso se debió a dos razones relacionadas entre sí: las mujeres todavía se encargaban de alimentar a sus familias en unas condiciones económicas difíciles y carecían tanto de confianza y educación como de tiempo para presentarse candidatas o mantener un nivel alto de actividad política. La forma como habían vivido las mujeres trabajadoras en Rusia durante siglos y la realidad material de su opresión condicionaron su capacidad para compaginar el indudable aumento de su conciencia política con el compromiso político.
La Rusia anterior a 1917 era una sociedad predominantemente campesina. La autoridad total del zar estaba consagrada y reforzada por la Iglesia, y se reflejaba en la institución de la familia. El matrimonio y el divorcio estaba bajo un estricto control religioso. Las mujeres estaban subordinadas legalmente y se consideraban una propiedad y de una categoría inferior a los seres humanos. Los proverbios populares rusos traslucían sentimientos del tipo: “Creí haber visto dos personas pero era solo un hombre y su mujer”.
El poder del hombre en el hogar era total y se esperaba de las mujeres que fueran pasivas en unas condiciones brutales transmitidas del padre al marido, además de ser a menudo las receptoras de una violencia autorizada. Las mujeres campesinas y trabajadoras se enfrentaban a un trabajo agotador y arduo en el campo y las fábricas, con la considerable carga adicional del cuidado de los hijos y las responsabilidades domésticas en un momento en que el parto era difícil y peligroso, la anticoncepción inexistente y la mortalidad infantil alta.
Con todo, la implicación política de las mujeres en 1917 no vino de la nada. Rusia era una contradicción: junto a la pobreza, opresión y tiranía profundas sufridas por la mayoría del pueblo, la economía rusa había experimentado un boom en las décadas anteriores a 1905. Enormes fábricas modernas producían armas y tejidos, los ferrocarriles conectaban las ciudades en rápido crecimiento y las inversiones y técnicas procedentes de Europa produjeron un enorme aumento de la producción de hierro y petróleo.
Estos cambios económicos espectaculares provocaron una enorme transformación social en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial: cada vez más mujeres campesinas empezaron a trabajar en las fábricas urbanas, impulsadas por la pobreza y alentadas por los empleadores, que al aumentar la mecanización generaron más empleos no calificados y preferían trabajadores “dóciles”, lo que llevó a un aumento enorme de las mujeres que trabajaban en la producción de lino, seda, cerámica y papel.
Las mujeres habían participado en las huelgas de las fábricas textiles en 1896, en las protestas en contra del servicio militar obligatorio antes de la guerra entre Rusia y Japón, y, lo que es fundamental, en la revolución de 1905 durante la cual las mujeres trabajadoras de las fábricas textiles, de tabaco y de dulces, junto con las trabajadoras domésticas y las lavanderas, se pusieron en huelga e intentaron crear sus propios sindicatos como parte de una revuelta generalizada.
El impacto de la Primera Guerra Mundial fue decisivo para aumentar el peso político y económico de las mujeres. La guerra dispersó las familias y cambió drásticamente la vida de las mujeres. Millones de hombres estaban ausentes al estar en el frente, murieron o resultaron heridos, lo que obligó a las mujeres a trabajar las tierras, a convertirse en cabeza de familia y a formar parte de la población activa urbana. En 1914 las mujeres suponían el 26.6 % de la población activa, pero para 1917 eran casi la mitad (43.4 %). La participación de las mujeres aumentó considerablemente incluso en ámbitos cualificados. En 1914 las mujeres habían representado sólo el 3 % de los trabajadores del metal; en 1917 el número había aumentado al 18 %.
En la situación de poder dual que siguió a la Revolución de Febrero las protestas de las mujeres no desaparecieron sino que se convirtieron en parte del proceso por el que el apoyo de los trabajadores pasó del gobierno al Soviet y dentro de este, del liderazgo revolucionario de los socialistas moderados, los mencheviques, a los bolcheviques en septiembre.
Las esperanzas que tenían las mujeres y hombres trabajadores de que sus vidas iba a mejorar con la caída del zar se vieron frustradas por el hecho de que el gobierno y los dirigentes soviéticos continuaran con la guerra. En mayo las protestas contra la guerra habían obligado a disolver el primer Gobierno Provisional y los líderes soviéticos mencheviques socialistas revolucionarios habían formado un gobierno de coalición con los liberales que todavía continuaba con la guerra. La desilusión de los trabajadores llevó a nuevas huelgas, otra vez dirigidas por mujeres. Unas cuarenta mil trabajadoras de lavandería, pertenecientes a un sindicato dirigido por la bolchevique Sofia Goncharskaia, se pusieron en huelga para pedir un aumento de sueldo, una jornada de ocho horas y mejor es condiciones laborales: mayor higiene en el trabajo, prestaciones de maternidad (era frecuente que las trabajadoras escondieran su embarazo hasta dar a luz en el suelo de la fábrica) y el fin del acoso sexual. Como describen las historiadoras Jane McDermid y Anna Hillye:
“Junto con otras mujeres activistas del sindicato Goncharskaia había ido de lavandería en lavandería convenciendo a las mujeres de que se unieran a la huelga. Llenaban cubos de agua fría para apagar los hornos. En una lavandería el propietario atacó a Goncharskaia con una palanca y la salvó una lavandera que lo asió por detrás”.
Ante a los intentos del general Kornilov de aplastar la revolución en agosto las mujeres se sumaron a la defensa de Petrogrado construyendo barricadas y organizando la asistencia médica. En octubre las mujeres del Partido Bolchevique participaron en la asistencia médica y en las comunicaciones fundamentales entre las localidades, varias mujeres se responsabilizaron de coordinar el levantamiento en diferentes zonas de Petrogrado y algunas fueron miembros de la Guardia Roja. McDermid y Hillyer describen la participación de otra mujer bolchevique en octubre:
“La conductor a de tranvía A.E. Rodionova había escondido 42 rifles y otras armas en su estación de tranvía cuando el gobierno provisional trató de desarmar a los trabajadores después de los días de julio. En octubre ella se encargó de asegurar que dos tranvías con ametralladoras dejaran la estación para la toma del Palacio de Invierno. Tenía que asegurarse de que el servicio de tranvía funcionara durante la noche del 25 al 26 de octubre para asistir a la toma de poder y para comprobar los puestos de la Guardia Roja en toda la ciudad”.
El transcurso de la revolución ahondó la brecha entre las mujeres trabajadoras, para quienes la guerra era la causa de sus penurias y cuyos llamamientos a la paz se hicieron más fuertes a medida que transcurría el año, y las feministas que continuaban apoyando el derramamiento de sangre. Para la mayoría de las feministas liberales pertenecientes a la clase alta, que abogaban por la igualdad ante la ley y en la educación, y por la reforma social, esos logros se obtendrían demostrando lealtad al nuevo gobierno y al esfuerzo de guerra. Era necesario demostrar patriotismo para obtener un puesto.
La Revolución de Febrero había llevado a que las feministas redoblaran su campaña en defensa del sufragio universal, un paso importante que se logró en julio. Pero para la mayoría de las mujeres el derecho a voto no suponía apenas diferencia en sus vidas, que continuaban dominadas por la escasez, las largas jornadas de trabajo y la lucha para mantener sus familias unidas. Como escribió Kollontai en 1908:
“Por muy aparentemente radicales que sean las reivindicaciones de las feministas, no se debe perder de vista el hecho de que, debido a su posición de clase, las feministas no pueden luchar por esa transformación fundamental de la estructura económica y social contemporánea de la sociedad sin la que no puede ser completa la liberación de la mujer ”.
Para la mayoría de las mujeres trabajadoras y campesinas las cuestiones de la opresión y de la desigualdad no se planteaban en abstracto, sino que emergían concretamente del proceso de luchar para mejorar sus vidas y las de sus maridos e hijos. Aquellas que se volvieron abiertamente políticas y más seguras de sí mismas, a menudo como miembros del Partido Bolchevique, lo hicieron a consecuencia de su propia acción colectiva en contra la guerra y los políticos, una acción que se centró en oposición al hambre, a la guerra y a favor de la propiedad de la tierra. Robert Service afirma:
“El programa político bolchevique demostró ser cada vez más atractivo para la masa de trabajadores, soldados y campesinos a medida que la agitación social y la ruina económica llegaban a un punto culminante a finales del otoño. Pero para eso podían o haber habido una Revolución de octubre”.
Esto lo experimentaron con la misma intensidad las mujeres trabajadoras, campesinas y esposas de soldados que sus homólogos masculinos. Sin el apoyo de la masa de trabajadores y trabajadoras no cualificadas de Petrogrado, en su mayoría mujeres, la insurrección de octubre no habría triunfado.
El apoyo a los bolcheviques no fue ciego sino el resultado, en palabras de Trotsky, de “un aumento doloroso y cauteloso de la concienciación” de millones de mujeres y hombres trabajadores. Para octubre se había intentado todo lo demás: el gobierno provisional y los mencheviques los habían traicionado, las manifestaciones habían traído represión o unos logros limitados que ya no satisfacían sus esperanzas de una vida mejor y, lo que es más importante, el intento de golpe de Kornilov había dejado claro lo que estaba en juego: continuar o ser aplastados. Un trabajador lo expresó de la siguiente manera: “Los bolcheviques siempre han dicho, ‘no somos nosotros quienes te convenceremos, sino la vida misma’. Y ahora los bolcheviques han triunfado porque la vida ha demostrado que sus tácticas eran correctas”.
Hay que reconocer a los bolcheviques el haber tomado la cuestión de la mujer tan en serio como lo hicieron. Aunque desde el punto de vista actual la representación de las mujeres era muy pequeña, se hicieron esfuerzos serios para organizar y desarrollar a las trabajadoras. El hecho de que los bolcheviques hicieran más que otros partidos socialistas para relacionarse con las trabajadoras no se debió necesariamente a un mayor compromiso con los derechos de la mujer.
Tanto los mencheviques como los bolcheviques comprendieron la necesidad de contar con las mujeres como parte de la clase obrera, pero los bolcheviques pudieron integrar la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres en una estrategia basada en la actividad de clase contra el gobierno y la guerra, mientras que los partidos que abogaban por continuar la guerra y hacer negocios con los privilegiados y los empleadores podrían hacer poco más que informar sobre las huelgas de las mujeres y hablar de derechos políticos, sin ofrecer soluciones concretas a las presiones materiales a las que estaba sometida la vida de las mujeres.
Los bolcheviques asumieron cada vez más la organización y politización de las mujeres, en parte porque habían aprendido de los explosivos inicios de febrero y en parte debido a la tenacidad de las propias mujeres miembros de su partido.
Hacía tiempo que destacadas mujeres bolcheviques como Kollontai, Krupskaia, Armand, Konkordiia Samoilova y Vera Slutskaia, entre otras, defendían que el partido debía hacer un esfuerzo especial para organizar a las mujeres trabajadoras y desarrollar su educación política. Lucharon para convencer a sus camaradas hombres de que las mujeres trabajadoras no cualificadas eran fundamentales y no un obstáculo pasivo, conservador y “retrógrado” a la revolución. El periódico bolchevique Rabotnitsa [La mujer trabajadora], que se publicó por primera vez en 1914 y se relazó en mayo de 1917, contenía artículos acerca de la importancia de las guarderías y de una legislación que protegiera el lugar de trabajo de las mujeres, y subrayó con frecuencia que todos los trabajadores tenían que asumir la necesidad de la igualdad y de los "problemas de las mujeres".
El papel de las mujeres trabajadoras en febrero y su constante importancia como parte de la clase obrera de Petrogrado contribuyeron a cambiar la opinión de muchos hombres bolcheviques de que centrarse en las cuestiones de la mujer cedía terreno al feminismo y de que la revolución debía ser dirigida por los trabajadores (hombres) más hábiles y políticamente conscientes. No obstante, fue una batalla muy difícil. Cuando en abril Kollontai propuso que hubiera un departamento de la mujer en el partido se quedó sola, a pesar de tener el apoyo de Lenin, cuyas Tesis de abril no fueron recibidas con demasiado entusiasmo por los dirigentes bolcheviques (de forma similar, Kollontai fue el único apoyo con el que contó Lenin en el Comité Central).
No obstante, en los meses siguientes quedó claro que tanto la idea de Lenin de llevar a cabo la revolución por medio del poder del Soviet como la idea de Kollontai de la importancia de las mujeres trabajadoras derivaban de la dinámica de la revolución y podían darle impulso. Los periódicos bolcheviques al margen de Rabotnitsa argumenta ron entonces que las arraigadas actitudes sexistas ponían en peligro la unidad de clase y el partido se esforzó en conseguir que las mujeres estuvieran representadas en los comités de empresa poniendo en entredicho la actitud de los hombres que consideraban a las trabajadoras una amenaza y hablando con los hombres trabajadores para que votaran a mujeres, especialmente en las fábricas en las que estas eran mayoría, y las respetaran como compañeras de trabajo, representantes y camaradas.
Seis semanas después de la Revolución de Octubre se sustituyó el matrimonio por un registro civil y se instauró el divorcio a petición de una de las partes. Un año después estas medidas quedaron recogidas en el Código de Familia, que hizo la mujer igual ante la ley. Se abolió el control religioso, con lo que se eliminaron de golpe siglos de opresión institucionalizada, Cualquiera de las partes podía obtener el divorcio sin alegar razón alguna, la mujer tenía derecho a poseer su propio dinero y ninguna de las partes tenía derecho sobre las propiedades de la otra. Se erradicó el concepto de ilegitimidad: si una mujer no sabía quién era el padre, todas sus anteriores parejas sexuales eran responsables colectivas del niño o niña. En 1920 Rusia se convirtió en el primer país en legalizar el aborto a petición de la mujer.
La mujeres iniciaron y dieron forma a la revolución de 1917 y al cabo de un año las acciones y el compromiso político de las mujeres pusieron en entredicho, cuando no obliteraron, muchas ideas antiguas de la mujer como ser inferior, como propiedad, como ser pasivo, retrógrado, conservador, inseguro y débil.
Pero la Revolución rusa no abolió la dominación masculina ni liberó a las mujeres: las catastróficas privaciones de la guerra civil y las subsiguientes distorsiones del gobierno de los Soviet lo hicieron imposible. Persistieron las desigualdades. Pocas mujeres ocuparon puestos decisivos, pocas resultaron elegidas en organismos administrativos y las ideas sexistas no pudieron desvanecerse simplemente en las adversidades extremas que siguieron a octubre.
Durante la revolución las mujeres no participaron en pie de igualdad con los hombres ni contribuyeron tan significativamente a los niveles más altos del proceso político, pero dentro de las limitaciones de sus vidas desafiaron las expectativas y dieron forma al curso de la revolución. Como afirman McDermid y Hillyer:
“La división del trabajo entre mujeres y hombres permaneció, es cierto, pero en vez de concluir que las mujeres no lograron poner en entredicho la dominación masculina, podríamos considerar cómo maniobraron dentro de su esfera tradicional y lo que eso significó para el proceso revolucionario”.
Las mujeres fueron una parte fundamental de la revolución de 1917 al hacer historia junto a los hombres, no como espectadoras pasivas o cifras apolíticas, sino como valientes participantes cuyo compromiso fue más significativo debido al rechazo de la arraigada opresión que representaba. Ver la revolución a través de los ojos de las mujeres nos ofrece una lectura más rica de lo que sigue siendo el movimiento histórico más transformador de la vida de las mujeres.
Megan Trudell ha escrito abundantemente acerca de la Primera Guerra Mundial y de la Revolución rusa y actualmente investiga sobre el año 1919 en Italia.
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